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Un tren para Satoko

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Littératures 305

Camilo BOGOYA

Un tr en para Satoko

En un vagôn de primera dase, sentados uno frente al otro, atravesaban Europa. Hada dos semanas se habfan casado en Tokio. Su noviazgo no sumaba los seis meses, y ambos, lejos de su pais, en vez de ser proclives a una timidez de extranjeros sentian el impulso para amarse en la litera de los trenes y en la oscuridad de los parques pûblicos.

Eran una pareja silenciosa, sobre todo Yukio hablaba poco. Incluso sus lentes oscuros lo alejaban de este mundo. En realidad siempre habia criticado a los turistas que llevan lentes de sol. Le parecia una moda hipôcrita, voyerista, y ademas ese fàlso aire, esa vanidad excesiva. Pero ahora, libre de sus prejuicios y especulaciones, no se quitaba sus lentes, ni siquiera en el tren, frente a su esposa. Aquellos lentes eternizaban su silencio.

Satoko en cambio intentaba sonreir, iniciaba conversaciones sorprendida por el pâjaro que cantaba, las râpidas nubes y la noche que cafa. Sin embargo, Yukio también estaba deslumbrado. Nunca habia visto mujeres tan hermosas. Sus ojos perseguian todos los senos que se dejaban entrever, la lfnea furtiva de una tanga, aquella forma excitante de caminar. Sus lentes le permitian dirigir miradas licenciosas, como si la vista pudiera morder y saborear esas masas y prendas del deseo. Se sentia feliz en el anonimato de su sangre, y cada noche se desbocaba sobre su esposa, recordando las imâgenes del dia. Satoko a veces sorprendfa su juego descarado, sentia la fuerza de sus ojos ocultos, aunque ella también estuviera inquiéta con esos cuerpos tan distintos a los orientales raquiticos.

Antes de casarse, Satoko querfa engendrar un hijo en el tren Parfs- Venecia, o bajo un puente en Praga o incluso en una discoteca madrilena. Ahora, temiendo estar encinta, dudaba si viajaba con el nombre amado. De pronto lo vefa con sus lentes de sol, bien afeitado y vestido, las manos impecables, la argolla brillando en el anular: un pobre tftere del deseo. Su indiferencia provocaba que Satoko cayera en largos silencios. De repente Satoko hacia algo para llamar su atenciôn, pero él cabeceaba, fatigado, a punto de dormirse con el arrullo del tren.

Siguiendo un tic que habfa nacido en los ûltimos dfas, Satoko acariciaba su anillo matrimonial, mientras un paisaje de drboles en flor

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