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  • Angélica, la que se divertía escribiendo
  • Daniel Divinsky

Casi ni hace falta mencionar el apellido, el muy semítico Gorodischer de su marido desde 1948, que asumió definitivamente en reemplazo de su Arcal, de cierta prosapia.

"Angélica, cuando te nombro/me vienen a la memoria…" decía una muy difundida zamba. Y son esos recuerdos los que inundarán estas líneas. A otros les tocará elogiar su literatura, la versatilidad de su estilo, la vastedad de los temas que abordó. Lo mío será absolutamente personal por lo que, como sugería Ezra Pound, mis eventuales lectores deberían desconfiar: "Desconfiad del crítico cuando habla del poeta y no del poema" (cito de memoria esta frase incluida en su libro El ABC de la lectura).

Conocí a A. G. a través de Eduardo Goligorsky, un antiguo amigo en común, buen escritor de ciencia ficción, excelente traductor y autor (con diversos seudónimos) de novelas populares con temática del Lejano Oeste o policiales que aparecieron con el sello "Rastros" y similares.

(Me entero buscando información para este texto de que Goligorsky murió en Barcelona en febrero de este año por decisión propia, tras haber solicitado y obtenido la eutanasia, curiosamente cinco días después de ocurrida la muerte de Angélica).

A poco de creada mi Ediciones de la Flor, en 1969, él me propuso la publicación de una antología de cuentos argentinos de ciencia ficción, con selección y prólogo a su cargo. Se incluían relatos de Manuel Mujica Láinez, Héctor Oesterheld, Alberto Vanasco, J-J. Bajarlía, Eduardo Stilman y otros, y también "La morada del hombre", de una por entonces poco conocida narradora porteña, afincada en Rosario: Angélica Gorodischer.

Pocos años después, luego del contacto que surgió de esa publicación, ella me envió el original de un libro de cuentos: Bajo las jubeas en flor, que editaríamos en 1973 y que contiene, entre muchos muy buenos, un relato memorable: "Los embriones del violeta". No se molesten en buscar el significado de "jubeas": es una palabra inventada por la autora y refiere a un establecimiento carcelario que lleva el curioso nombre de "Dulce recuerdo de las jubeas en flor". El libro tuvo buena acogida crítica, pero no ventas notorias y muchos años después, ya sin la palabra "Bajo" en el título, sería reeditado por Ultramar, en Mallorca, y por Libros de la Araucaria, en la Argentina.

Ese fue el punto de partida de una larga y bella amistad (como la de Ingrid Bergman y Bogart en Casablanca), marcada por la publicación de otros dos libros: Las Repúblicas (cuatro nouvelles, en 1991) y la extensa y original novela Fábula de la virgen y el bombero (en 1993). Pero, sobre todo, nutrida por una intensa correspondencia, en la época en la que todavía se usaba enviar cartas dactilografiadas o manuscritas en soporte papel, que eran [End Page 204] luego depositadas en un buzón del correo. Angélica escribía largo, en papel tamaño oficio, a un solo espacio y a sus cartas se sumaban originales tarjetas de salutación para fin de año, elaboradas artesanalmente por ella con el agregado de hojas o flores de su jardín.

Estuve en Rosario para la presentación en una galería de arte de Fábula…, a cargo de Mempo Giardinelli. En la novela, cada capítulo tiene, además de su número, dos o tres sustantivos que lo acompañan, algo que motivó la crítica de Mempo en su charla: no entendía a qué respondían esas palabras. Lo que revelaba cierta falta de "calle" en el autor chaqueño, porque se trataba de los números a los que había que jugar a la quiniela si se soñaba con esos elementos en el discutido y tal vez apócrifo Libro de San Cono, el santo de la fortuna, que según la leyenda hace ganar la lotería a sus seguidores.

Aquí cabe un paréntesis que...

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