En 1985 el sociólogo Patricio Dooner publicó uno de los primeros estudios hechos en el territorio nacional sobre el periodismo y la prensa durante la Unidad Popular (1970-1973)1. Varios textos se habían escrito sobre el problema desde afuera2, pero el régimen autoritario impedía una reflexión académica sobre esas materias en Chile. A pesar de lo inédito del estudio en ese contexto, lo interesante de ese dato editorial reside en el objeto de análisis: Patricio Dooner sólo consideraba la prensa de izquierda. Como si los medios de comunicación de derecha no hubieran tenido importancia durante el gobierno de Allende. Y como si la actividad de los medios de izquierda pudiera explicar el ejercicio transversal del periodismo durante el periodo. Este asunto lo admite el mismo autor en la “explicación al lector” de una segunda edición largamente complementada3: esa “torpeza” fue rápidamente corregida dado que, durante la presentación del primer texto, el público le preguntó también por lo que ocurrió en el otro lado del escenario político.
Más allá de esa impericia, la mirada del sociólogo era sobre todo ideológica. Para entender la relación entre prensa y política en aquel entonces, Patricio Dooner partía del supuesto de que se debe estudiar la prensa de cada campo de la batalla política por separado. En cierta medida, ese enfoque muestra que la polarización política de la sociedad es un factor que antecede a todo tipo de estudio histórico del periodo, como si una politización extrema llevase la inestabilidad a todos los campos sociales de manera sistemática. En consecuencia, el autor analizó el periodismo durante la Unidad Popular (UP) a partir de las líneas editoriales, sin tomar en cuenta la complejidad de los diarios. Y mostraba las tendencias al maniqueísmo, la intolerancia y la vulgaridad que tomó el periodismo entre 1970 y 1973, marcando especificidades: la prensa de derecha se diferencia por llamar a la violencia y al golpe de Estado, mientras que el periodismo de izquierda sería “totalitario”4.
Ahora bien, el problema de la contribución de los medios de comunicación al golpe de Estado no sólo se formula en las décadas de los 70 y 80, lo que se podría explicar por el contexto del régimen cívico-militar. La tendencia se sedimenta y sobrevive durante la “transición democrática”, entendida como periodo de la historia política chilena y a la vez como proyecto político refundacional. Varios textos clásicos, por lo menos en el campo de los estudios mediáticos, ocupan estrictamente las mismas palabras y las mismas bases empíricas. Lo más emblemático sería, sin duda, el artículo de Patricio Bernedo y William Porath publicado en 2004 en la revista de comunicaciones de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC), y titulado: “A tres décadas: ¿Cómo contribuyó la prensa al quiebre de la democracia chilena?”5. De hecho, el relato se reactivó de manera sistemática para la conmemoración del 11 de septiembre6, o a través del mea culpa de los periodistas que ejercieron la profesión bajo el gobierno de Salvador Allende7.
En síntesis, esos estudios ven una contribución indirecta de los periodistas al golpe de Estado, dado que no son ellos quienes lo implementaron, sino que habrían instalado las condiciones de polarización y agudización del conflicto. Esa mirada articula dos argumentos. Primero, se constata la polarización editorial del mercado mediático y segundo, se estudia los mensajes desde el filtro de la batalla política. Mientras que en el mismo momento de los hechos se analizaba la ideología que circulaba en la prensa bajo el sesgo de la objetividad periodística8, los investigadores hacen, desde 1973, el estudio de la ideologización de los medios de comunicación que llevaría al golpe de Estado. Como si el resultado explicara el desarrollo anterior9, y que “todo sólo pudiera pasar como pasó efectivamente, olvidando las incertidumbres y contingencias propias del periodo, incluso los posibles no sucedidos”10. Esa tendencia resulta sospechosa, dado que cierra todas las posibilidades históricas, los proyectos abortados, como si la Historia fuera lineal y mecánica. Más suspicaz aún, ese relato converge con el mismo discurso de legitimación de la Junta Militar, que presentó su irrupción violenta en el transcurso de la democracia para proteger del caos la unidad del país.
El relato dominante en los estudios sobre el tema se adscribe, entonces, a la tesis de la agudización del conflicto que desborda las instituciones11 y provoca la ruptura del centro político regulador del Estado de compromiso12. En otras palabras, los periodistas, la prensa y los medios de comunicación en general habrían vuelto, entre 1970-1973, a un periodismo doctrinario que remite a los vaivenes de la República chilena naciente. Esa “inmadurez” desembocaría en el golpe de Estado y la reducción drástica del pluralismo.
Si esos análisis parecen adecuados para describir las páginas editoriales de los diarios durante la UP, omiten un detalle significante: a diferencia del periodismo doctrinario, hecho por equipos reducidos en torno a una figura editorial responsable jurídicamente13, los diarios en circulación entre 1970 y 1973 eran producidos por empresas que se estructuraban a partir de múltiples servicios específicos, salas de redacciones que agrupaban numerosos periodistas y una organización jerarquizada caracterizada por su complejidad. Antecedentes de este proceso se ven reflejados en los viajes que hizo Agustín Edwards McClure a Nueva York entre 1901 y 1904, para estudiar el funcionamiento interno y la organización de los servicios de recursos humanos de los diarios estadounidenses (principalmente el New York Herald) e importar las lógicas y técnicas en su propia empresa periodística, El Mercurio14. Entre las dos épocas, se racionalizó la producción de la prensa.
El contra-argumento se hace más fuerte cuando uno toma en cuenta el proceso de mercantilización del sistema mediático15. A nivel estructural, aparecieron y se consolidaron empresas mediáticas con estrategias de rentabilidad propias desde finales del XIX (con El Ferrocarril), y el mercado se iba segmentando, siguiendo sus propios ritmos y demandas. A nivel práctico, la mercantilización y la racionalización de los medios se conjugaron con la liberalización del periodismo a través de prácticas hoy consideradas clásicas: la separación entre opinión e información, la selección de los hechos y su producción bajo la forma de notas informativas, la impersonalidad del texto con el anonimato de los autores y la intrusión de los anuncios comerciales. En otras palabras, se asistió a “la constitución del diario o su estructura como sujeto de enunciación”16. Las novedades y el anuncio comercial ganan un espacio mayoritario como las “narrativas estandarizadas o géneros propiamente periodísticos”17. En torno a las audiencias, Eduardo Santa Cruz señala que, “(…) en un marco de relaciones y mediaciones complejas, comienza a configurarse, en sus características básicas, el público moderno de masas”18, ampliado y diversificado añadimos para sintetizar.
Parece entonces difícil asumir que entre 1970 y 1973 la posición política de los propietarios asegurara una línea política uniforme a la complejidad de los diarios. Lo que nos lleva a formular una hipótesis que parece hoy contra-intuitiva, porque matiza la contribución de la prensa en general, y de la prensa de izquierda en particular, al golpe de Estado. Durante la UP, la crisis política19 no llevaría a la ideologización uniforme de la prensa. Proponemos entonces hacer una historia del periodismo de-sincronizada de la historia de los regímenes políticos. Implica buscar las discontinuidades propias del periodismo chileno, y no preconcebir el golpe de Estado como una ruptura evidente.
Para discutir esa hipótesis, buscamos la manera de identificar las huellas y las señales de los cambios históricos en el ejercicio del periodismo chileno. Primero, esa meta nos hizo tomar precauciones acerca de la manera de pensar esos cambios. Para no asumir que aparecieron necesariamente durante la crisis de 1970-1973, observamos un periodo más amplio que parte en 1953 y se termina con el golpe de Estado. Esto fue determinado a partir de un trabajo bibliográfico que puso en evidencia la profesionalización del periodismo chileno desde el giro del siglo XX. Ese movimiento se profundizó, a nivel práctico como legal, con una nueva generación del Círculo de periodistas20 que, a orillas de los años 1940, buscó el reconocimiento de las peculiaridades de un oficio ya pensado como profesión. Era el tiempo de la reivindicación de una formación universitaria, finalmente abierta en 1953 en la Universidad de Concepción y la Universidad de Chile, y extendida en 1956 a la PUC. El mismo año, se creó un Colegio de periodistas (Ley N°12 045). A partir de esa ley, el Estado de compromiso chileno dejó una cierta autonomía a los periodistas para co-regular la profesión, es decir las entradas, a través de las formaciones universitarias y de las condiciones de empleabilidad (con la colegiación obligatoria y la instauración de la tarjeta de periodistas obligatoria como instrumento de reconocimiento y de protección, en 1968; y también la gestión paritaria de los organismos de protección social); y también las exclusiones (con un sistema de vigilancia de las prácticas a través de instancias de juicio y condena de los periodistas que tenían un comportamiento desviado). El campo periodístico se co-construye entre los periodistas y el Estado, cuyo mecanismo central de regulación de la población del campo fue la identidad profesional.
Tratamos entonces de ver si el periodismo ejercido entre 1970-1973 había mantenido los rasgos esenciales del periodismo profesional: la separación entre opinión e información, el anonimato de los periodistas y la selección de la información. Buscamos también signos sobre el posible surgimiento de otro tipo de registro periodístico que remitiera claramente al conflicto político (multiplicación de caricaturas, cambio de los formatos, etc.). Y a pesar de que es necesario continuar la investigación para el periodo posterior a la UP para verificar si los cambios observados se mantienen o se modifican, la investigación realizada nos parece suficiente para discutir la ideologización de la prensa escrita durante la UP, y su contribución en la instalación de las condiciones que permitieron el golpe de Estado.
Para ser coherente con la crítica empírica que hicimos a partir de la observación de los títulos y de las líneas editoriales, como con la propuesta analítica de identificar los rasgos del profesionalismo periodístico durante la UP, tuvimos que indagar otro material. Decidimos primero observar tanto las páginas internas como las páginas de opinión de los diarios para comprender en qué medida se refería a la polarización ideológica de la sociedad chilena. Revisamos los textos periodísticos y, rápidamente, nos dimos cuenta de que esos textos debían ser analizados considerando las “materialidades” de la prensa escrita, es decir había que tomar en cuenta:
El conjunto de elementos que entran en juego para hacer existir físicamente el texto periódico: (…) los datos relativos al soporte (papel, libro, hoja, volumen, pantalla), así como las que más bien remiten a la página (tipografía, diagramación, secciones, inserción de anuncios (comerciales)). Hasta están incluidos en esta “materia” del diario factores más exteriores al texto periódico, cuando influyan directamente su fabricación y su difusión: precio de venta y condiciones de comercialización, plazos de transporte, relaciones entre periodistas e informantes.21
Dicho de otro modo, hicimos una “arqueología mediática” que nos permitió rastrear las técnicas y las tecnologías periodísticas usadas, sabiendo que “las culturas mediáticas son sedimentadas en diferentes capas, según los surcos del tiempo y de la materialidad”22.
Encontramos en ese enfoque la solución metodológica para reconstruir las rutinas periodísticas y la cultura profesional propias de los tres años que nos interesan, en relación directa con la crisis política. De esa manera, los archivos de prensa se tratan como fuente de otro proceso, que no tiene, necesariamente, relación con la ideologización de los contenidos debida a la polarización de la sociedad. Estos revelan la continuidad histórica de técnicas y prácticas que intentan ejercer un periodismo liberal de manera profesional. Así, concordamos con Eliseo Verón23 cuando afirma que es posible rastrear en los periódicos las huellas de su proceso de producción, es decir las marcas de un “discurso en acto”24.
En esa perspectiva, se trabajaron los aspectos prácticos (reuniones de pauta, diagramación, relaciones con las fuentes, etc.), los aspectos discursivos (normas éticas, regulación del campo, formación al quehacer, etc.) y los aspectos estructurales (mercado mediático, recursos tecnológicos, transporte, etc.) del periodismo durante el periodo en cuestión. En términos prácticos, estudiamos cuatro diarios de circulación nacional: El Siglo, Clarín, La Tercera y El Mercurio. La elección de esos periódicos fue guiada por tres criterios: a) la política de las líneas editoriales de la época (de derecha con El Mercurio y La Tercera y de izquierda con El Siglo, medio impreso del Partido Comunista chileno, y Clarín, desde que está en manos de Víctor Pey en 1972); b) la tipología clásica que opone tabloides (Clarín y La Tercera) y prensa seria (El Siglo y El Mercurio)25; c) la continuidad en la circulación de esos diarios (todos participan en el mercado de la prensa desde 1954), estabilidad que permite recabar datos de segunda mano26. A continuación, realizamos un estudio formal de esos productos mediáticos (frecuencia de publicación, paginación, número de notas publicadas, fuentes convocadas…). Por último, para entender la evolución del tratamiento del espacio en los diarios chilenos entre 1970 y 1973, se compararon los cambios y continuidades de las pautas, de la diagramación y de los bloques-artículos (es decir el artículo escrito con el título, el lead, la ilustración, la leyenda, etc.).
En términos discursivos, el análisis articula la cultura periodística observada a partir de los archivos con los testimonios de 30 periodistas aproximadamente acerca de su cotidianidad laboral entre 1970 y 1973, obtenidos por medio de entrevistas que remiten a una historia oral27. El objetivo de esa segunda etapa de la investigación era rastrear la memoria de los practicantes sobre la organización del proceso de fabricación de los diarios, y confrontar las regularidades e irregularidades establecidas a través de la observación de los archivos. Finalmente, y de manera transversal a las tres dimensiones investigadas, revisamos distintos tipos de archivos que permitieron completar la información. Por un lado, nos referimos a documentos de las escuelas de periodismo y del Colegio de periodistas para entender la acción normativa en el campo. Por otro lado, también recurrimos a leyes, cartas (entre otros, el documento que mandó la Sociedad Interamericana de Prensa a Allende en el caso del proyecto de nacionalización de La Papelera) o archivos de diarios de carácter popular, tales como Punto Final, Surazo, Mañanita, Nueva Habana, etc.
Mostraremos, en una primera etapa, que los elementos de continuidad en la práctica y la cultura del periodismo profesional revelan el interés de distinguir la historia del periodismo de la historia política. En una segunda etapa, proponemos trabajar sobre las temporalidades periodísticas para entender el cambio que ocurrió en la historia del periodismo chileno, durante la UP.
El primer resultado contradice directamente el diagnostico de analistas que sólo observan la ideologización de la prensa escrita entre 1970-1973. Sostenemos que esas miradas no consideran suficientemente la institucionalización del campo mediático, y su capacidad de resistencia a la fuerza centrífuga de la tormenta política.
Durante la UP la lectura de los diarios estuvo ciertamente condicionada por la portada28, e intuimos que la última página también forma parte de los primeros lugares que consulta el lector. Del mismo modo, las páginas siguientes incluyen generalmente las columnas de opinión y las secciones editoriales (caricaturas, textos paródicos, etc.). La línea editorial de la prensa aparece entonces al principio y en sus últimas páginas, cuando son de reportaje (hasta 4 páginas el domingo, en El Siglo y El Mercurio). Sin embargo, una vez que se revisan las páginas interiores, se leen notas que remiten más bien a un periodismo informativo o interpretativo.
Sin embargo, para tener una visión compleja de los diarios, hace falta observar sus pautas29 además de los títulos y de las portadas. La organización temática de los diarios mantiene continuidad, hasta en los cambios de pauta producto de la realización de eventos rituales y rutinarios (Te Deum o 21 de mayo). Desde un punto de vista sintético y esquemático, se puede señalar que las secuencias temáticas de los periódicos estudiados siguen este orden: Opinión, Política y Sociedad, Policiales, Internacional, Cultura y Espectáculo, Deportes. La variación del espacio de esas secciones muestra sin embargo las distintas prioridades de cada línea editorial, lo que contribuye, ciertamente, a la enunciación de preocupaciones políticas. Por ejemplo, se hace visible una preocupación por el sindicalismo en El Siglo, mientras en El Mercurio hay más lugar para la economía; la prensa tabloide, por su parte, dedicará más espacio a la sección policial y a la de deportes. No obstante, la separación espacial entre opinión e información no se desestructura como tampoco se esparce la línea editorial en otras de las páginas de los diarios no convencionalmente asignadas para esos contenidos. Como ya lo hemos escrito en otra parte: “Pese a la radical politización, se reconoce empíricamente la dicotomía liberal clásica entre opinión e información”30.
En términos prácticos, en esa dicotomía opera una solidaridad corporativa que va más allá de la polarización ideológica. Un periodista del Siglo, que trabajaba en el palacio presidencial de La Moneda, recuerda lo que le parece paradójico hoy día: “(…) incluso a veces yo me quedaba hasta más tarde, y había una noticia: que el Ministro dijo no sé qué. Entonces yo llamaba al tipo del Mercurio, por teléfono desde el diario, y le decía: ‘Mira, ocurrió esto’. Porque yo… si (él) no lo tenía, al otro día lo iban a amonestar, por lo menos, entonces ése era el espíritu que había en el gremio en esa época, de camaradería de trabajo, eso cambió brutalmente con el Golpe”31. Por su parte, un periodista de Clarín coincide con esta idea al señalar que el criterio de credibilidad profesional estaba encima de la batalla ideológica: “Es decir que había credibilidad en el otro periodista, en donde se confía en él”32. Esas palabras muestran que los valores que primaban se vinculaban estrechamente con la institucionalización del oficio periodístico.
Esa institucionalización se consolidó en parte gracias a las escuelas de periodismo, como ya lo explicamos. De este modo, para comprender cuáles eran los valores centrales del periodismo de la época, fue necesario mirar la enseñanza de la profesión en aquel entonces. En otras palabras, ¿tuvo el proyecto de la “vía chilena al socialismo” (según la expresión consagrada) una influencia sobre la manera de concebir y transmitir las prácticas y los valores periodísticos? Para contestar esa pregunta, analizamos las distintas mallas curriculares de las tres escuelas de periodismo. Estas muestran un enfoque cada vez más orientado hacia la técnica y la buena práctica, a pesar de su carácter generalista. En todos los programas se encuentran, por ejemplo, clases de periodismo informativo, de redacción y de tipografía33. Si los dos primeros años de las mallas curriculares (que duraban cuatro años) se dedican a dar una buena cultura general a los estudiantes, los años siguientes se centran en cursos enfocados en cuestiones técnicas (expresión, técnicas gráficas, fotografía, periodismo audiovisual, etc.), temáticas (periodismo cultural, económico, etc.) y otras relativas a la preparación en la cultura periodística (legislación y ética periodística, entre otros)34.
Los testimonios recolectados revelan la importancia del periodismo informativo en la época, y también la relevancia de una formación orientada hacia el establecimiento de redes, por ejemplo, a través de la práctica profesional que realizaban al finalizar sus estudios. La formación se articula con la socialización para transmitir el quehacer periodístico. Un periodista que estudió en la Universidad de Chile explica: “Todas esas técnicas del periodismo informativo (…): el sagrado cliché de la pirámide invertida, los atributos de la noticia que son como 7, que ya ni los recuerdo (...). Y, sobre todo, bueno, lo fundamental, los elementos de la noticia, o sea las preguntas que había que responder al contar la noticia. Eso para mí fue lo relevante, o sea explicar el qué, el por qué, el para qué, el dónde, el cuándo, el cómo, y organizar eso de acuerdo a su importancia. Porque en alguna noticia lo más importante podía ser el cómo, en el caso por ejemplo del tipo que murió por una papa en la boca, pero la muerte en sí no era tan relevante”35. Aquí se ve claramente que la tarea central enseñada al periodista consistía en ordenar cada noticia36. Un periodista que era estudiante a principios de 1973 detalla las clases prácticas que tuvo en la PUC: “Teníamos por cierto Redacción, varios cursos de redacción, Redacción 1, 2, 3. Teníamos, a ver, voy a ir por los ramos más técnicos-periodísticos. Redacción 1, 2, 3; Reportaje, por lo menos; Entrevista… Cada uno como cátedra distinta”. Y recuerda con más precisión la clase de “Técnicas y Géneros Periodísticos”: “Después teníamos, Técnica y Género Periodísticos, que era una especie de distinción de Periodismo informativo, Periodismo interpretativo, etcétera”37. El enfoque técnico-practico de esas clases es decisivo, y la legitimidad de los profesores para enseñar esos ramos radicaba en su experiencia en la profesión, es decir su carácter de pares en el campo periodístico38.
Por último, ese aprendizaje se ratifica al final de sus estudios a través de la realización de una práctica profesional. Ese ejercicio pedagógico fue introducido por la Universidad de Chile con el decreto universitario N°1823 aprobado el 14 de junio de 1954 que indica lo siguiente: “En el curso del último año, los alumnos entrarán a practicar en algún diario, revista o agencia informativa”. Esa experiencia permite confrontar los conocimientos adquiridos durante los años de estudio con el trabajo en terreno, ofrece la posibilidad a los estudiantes de entrar en contacto con el tipo de medio de comunicación en el que quieren trabajar, y funciona como un proceso de socialización en el que se validan las buenas prácticas y se corrigen las inadecuadas39. Sabiendo que las conexiones entre los estudiantes y las salas de redacción se hacen a través de sus futuros pares que enseñan en las escuelas. En síntesis, articular una arqueología de los medios y una historia oral del periodismo permite poner en evidencia que, frente a la crisis política durante la UP, las rutinas periodísticas profesionales estaban lo suficientemente asentadas para resistir a la polarización ideológica.
Al ampliar la mirada hacia el periodo 1953 y 1973, constatamos que la profesión periodística alcanzó a asentar prácticas institucionalizadas antes de la Unidad Popular. Esas rutinas buscaban controlar el flujo de eventos cotidianos, lo que permitía ganar eficiencia en la producción de las noticias y del producto mediático, y dar legitimidad a los periodistas y las empresas mediáticas para regular los problemas discutidos en el espacio mediático. En otras palabras, lo que observamos a través de las continuidades son las resistencias de las rutinas periodísticas a la crisis política, lo que matiza la tesis de la ideologización transversal del campo periodístico.
En efecto, la profesión se había construido a través de un discurso de responsabilidad social que operaba por medio de la co-regulación del campo periodístico de parte del gremio y del Estado de compromiso. Esa responsabilidad se articulaba con la tarea mediática de selección y jerarquización de las noticias. Buena evidencia de ese dispositivo práctico-normativo son las deadlines, es decir los plazos de las distintas etapas de fabricación del diario que estructuraban este proceso y que seguían las mismas lógicas rutinarias. En los testimonios que recogimos, los periodistas describen las mismas etapas cotidianas: “reunión de pauta, contactos con la fuente (si es posible), reportaje y relaciones con las fuentes, escritura, negociaciones del espacio de publicación (tamaño del artículo y posibles ilustraciones), lugar de publicación en la pauta y título”40. Un periodista de Clarín comenta su llegada en la redacción de la siguiente manera: “Empiezas a aprender la cotidianeidad del diario. Todos los días, llega una noticia que el periodista tiene que seguir”.
Ese dispositivo funciona justamente a partir de la tecnología de la pauta, es decir, la reunión de pauta y la cuadrícula espacial de los diarios. En el testimonio anterior se lee la función de la reunión de pauta que planifica y anticipa la cuadrícula de los diarios. Así, planteamos que opera una secuenciación rutinaria del proceso de fabricación de los diarios, que consiste en jerarquizar las noticias a través de la diagramación de los diarios y en jerarquizar los elementos de la noticia ordenados por la pirámide invertida. Son esos elementos que menciona decisivamente el periodista del Siglo en su testimonio sobre la centralidad de la importancia periodística, implementada por ejemplo por la organización de los “5 W” (¿Qué? ¿Quién? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Por qué?). En otras palabras, el quehacer periodístico está centrado en la atribución de importancia a las noticias (la newsworthiness41) como regla de repartición espacial de las notas y regla de enunciación periodística. La meta apunta a canalizar el flujo de noticias42, lo que activa la figura clásica del gatekeeper (guardabarrera)43.
Por lo tanto, los elementos de continuidad que constatamos revelan las resistencias periodísticas al conflicto político. Se expresan a través de rutinas que buscan, especialmente, regular la temporalidad institucional de la profesión, orientada hacia el trabajo de agenda-setting44. En otras palabras, lo importante en la cotidianidad de los periodistas era definir de qué se habla en los diarios, a partir de tareas de selección y jerarquización de las noticias. Para expresarlo con los conceptos de Eduardo Santa Cruz, la “estrategia periodística”45 de los diarios en circulación durante la UP no se re-articula en torno a la línea editorial de los diarios, como lo plantea la tesis de la ideologización de los medios de comunicación. A pesar de la crisis política, el periodismo liberal se mantuvo vigente gracias a prácticas institucionalizadas que siguen tratando de manejar lo imprevisto. En ese sentido, la discontinuidad histórica del periodismo chileno no se encuentra durante la Unidad Popular, sino en la transformación del oficio de una profesión, a mitad del siglo XX. Para entender en qué consistió el periodismo durante la UP es necesario tomar en cuenta la variable temporal de la crisis.
Rastrear la manera con la que se hacía periodismo durante la UP muestra que la hipótesis de la contribución de la prensa escrita a instalar las condiciones que propiciaron el golpe de Estado es difícil de defender, por lo menos a partir del argumento sobre la ideologización de los medios. En cambio, si observamos las rutinas periodísticas y analizamos el discurso normativo sobre el periodismo, es posible abrir otra hipótesis. En este sentido, durante la UP se vislumbran los gérmenes de una transformación en la temporalidad profesional, es decir, se aprecia “un régimen de temporalidad periodística que mantuvo el manejo del flujo de noticias a pesar de los eventos, la urgencia social o la irrupción de lo imprevisible”46. En otras palabras, la crisis política no provocó una ideologización del discurso periodístico, sino que ejerció una presión temporal sobre las rutinas y gatilla otra prioridad en el quehacer cotidiano. La urgencia mediática des-configuró las rutinas y las normas periodísticas, mientras que la función de selección estuvo distorsionada por la necesidad de mediatizar una cantidad voluminosa y acelerada de noticias. Una vez constatada la presión de la crisis política a partir del volumen y del ritmo de los eventos, nos enfocaremos entonces sobre el desarreglo que provocó en el quehacer periodístico, tanto a nivel práctico como normativo.
El flujo de hechos y acontecimientos se dilató durante la UP, sin duda, a causa de la tensión propia a la crisis política. Sin entrar en un conteo imposible de cerrar, podemos recordar la cantidad impresionante de documentales, películas, libros o novelas gráficas que se relacionaron con en el trabajo de memoria de los tres años de gobierno de Allende. Cada uno evoca nuevas fechas, otros puntos de vista en el seno mismo de la crisis o propone otras lecturas de acontecimientos que ya están saturados de sentido. En términos académicos, las cronologías registran la multiplicación de los eventos en una lista cada año más larga47. El relato histórico recuerda la frecuencia de las decisiones; la cadencia “de los cambios de gobierno; la rítmica del conflicto social”48. Esto lo pone en evidencia un ejemplo simbólico: la cantidad anual de huelgas pasó de 977 en 1969 a 3652 en 197349.
En ese contexto, la prensa y los medios de comunicación tuvieron un cierto éxito. Las audiencias fueron las más altas de la historia: con 7.884.768 habitantes, se compraron casi 850.000 diarios cada día50. El mercado mediático contó con numerosas publicaciones y medios de comunicación que siguen creándose, por ejemplo, con los semanales de la Editorial Quimantú51. En sus páginas, los diarios difundieron cada día noticias en un volumen considerado como el más elevado de la historia de la prensa chilena. Como ejemplo, podemos señalar un promedio de 106 notas por diario en 197152. Ese volumen aumentó hasta que en 1973 se alcanzaron las 132 noticias publicadas en promedio diariamente.
En términos tecnológicos, los medios de difusión no cambiaron, pero hay una “innovación” que potencia esa presión de los eventos, con la importación en 1971 de la primera rotativa offset del país en La Sociedad Imprenta Horizonte, del Partido Comunista Chileno53. Esa tecnología re-estructuró las etapas del ciclo de producción, permitió un aumento de la paginación (que no ocurrirá) como una estandarización de las pautas, y favoreció el uso de ilustraciones visuales54. Con esa tecnología, se abrieron posibilidades temporales en el ciclo de producción de los diarios, y nuevas posibilidades de gestión de su espacio, considerando además que Horizonte fue la sociedad impresora de varias publicaciones entre 1970 y 1973 (El Siglo, Las Noticias de Última Hora, Puro Chile, Quinta Rueda, etc.)55.
Entre esas nuevas posibilidades tecnológicas y la crisis política, se aceleró el tiempo mediático. La multiplicación de las publicaciones, específicamente de los vespertinos, ofreció a los periodistas la posibilidad de tomar en cuenta lo que escribieron sus pares, y los lectores tuvieron más posibilidades de informarse, al ritmo de dos veces al día. Las cifras de escucha de radio muestran también que el consumo de información fue alto, y que la presión de la crisis aumentó el volumen y el ritmo del flujo de noticias. Por su parte, la televisión también contribuyó a esa abundancia, a través del aumento continuo de los espectadores y de la programación diaria: ¡en 1963 se registraron 35.000 televisores en el territorio chileno y en 1967 son más de 55.000, llegando a los 300.000 en 1970!56 El tiempo de transmisión también se extendió hasta unas 10 horas diarias en 1973.
La presión de los eventos catalizó entonces el flujo de noticias. Otra discontinuidad apareció entonces durante la Unidad Popular: no se trataría de una ideologización del campo, sino de la distorsión del quehacer periodístico debido a la presión temporal de la crisis política. Para discutir esta nueva hipótesis, queremos ver cómo se comportaron los periodistas en esta configuración y cómo usaron las normas y prácticas profesionales rutinarias.
La arqueología de los medios se revela de nuevo decisiva para evaluar cómo, en términos prácticos, los criterios que administran la importancia periodística se adaptan (o no) al flujo dilatado de noticias. Concretamente, el dispositivo de deadlines, cuya importancia en el quehacer periodístico subrayamos anteriormente, se desarregla. Vemos, a través de desajustes materiales, que en el cotidiano periodístico, se priorizó cada día más el volumen y el ritmo del flujo de noticias sobre la función de selección de los hechos (la función de filtro).
El contexto de fuerte competencia comercial y política, como de intensidad noticiosa, aceleró la reactividad periodística multiplicando las posibilidades de tomar en cuenta sus pares57, como bien lo testifica esta declaración de un periodista de la época: “Cada uno de nosotros tenía los diarios, la radio y la televisión. (...) Cuando había algo, salíamos corriendo, uno detrás del otro. El que tenía la información era el mejor”58. En esa “carrera” por la noticia, las condiciones materiales de los diarios pudieron constituirse en un obstáculo. La paginación se mantuvo estable, oscilando entre 12 y 48 páginas según el diario, y no se constatan cambios entre 1970 y 1973. Las principales variaciones se identifican para el día domingo (en el que los diarios son tradicionalmente más voluminosos) o por la Navidad (los anuncios comerciales disputen el espacio de publicación de manera intensa). En consecuencia, las luchas por el espacio, que oponen publicistas y periodistas, fueron fuertes durante la UP. Un miembro del primer grupo afirma: “(...) Las empresas de publicidad decían ‘queremos la página de la derecha, después la política o antes la política’. Y es aquí que teníamos muchos problemas con el director. (...) Pero vendíamos esa página, y había que defenderla para que se mantenga su número (…). Entonces tenía que quedarme hasta el cierre del diario para que no cambiaran la página de la derecha. Era una lucha constante”59. Vemos entonces que, a pesar de la presión de la crisis política, los criterios de la redacción no ganaron espacio, lo que no facilita la función de guardabarrera, que opera el filtro entre los hechos.
Esas dificultades se hacen visibles en la relativa desorganización espacial de los diarios, donde aparecieron ajustes y excepciones formales, como bien lo muestra la comparación entre dos páginas del Siglo, una de mayo de 1971 y la otra de octubre 1972. La cuadrícula de los diarios sigue existiendo (nunca desaparecerá) pero se desordena: ciertas columnas desbordan el bloque-artículo adyacente, y se publica mucho más noticias blandas, es decir noticias cortas y breves que no benefician de un trabajo de enfatización) con apenas una fuente usada (a partir de 1972, la cantidad de fuentes por nota baja a 1,05 en promedio). Esos ajustes muestran los intentos para adaptarse a la urgencia mediática y la densidad del flujo de noticias a pesar de la estabilidad del espacio de publicación60.
La crisis engendró nuevas precauciones periodísticas, de alcance temporal. Por ejemplo, se postergó el deadline de la sección política en Clarín: “todo lo que era de nivel internacional, economía, sindical cerraba primero, y se guardaba siempre la política y la portada para el último momento”61. Entonces, todos los elementos prácticos dejan ver una desorganización material que remite a otra discontinuidad en la historia del periodismo chileno: una nueva temporalidad profesional. Esa lógica práctica se encarna también en las críticas normativas que aparecen a lo largo del periodo.
Frente a la presión de los eventos, y a las dificultades cotidianas, se encuentran prácticas que rompieron con el periodismo liberal en diarios relacionados a los dos campos políticos. Los dos hitos periodísticos que representan los cambios de diagramación de la portada del Mercurio, el 15 de junio y el 5 de septiembre 1973, remiten por un lado a tácticas propagandísticas62, pero rebaten, sobre todo, las normas de la profesión que El Mercurio había instalado, consolidado y enjambrado63. La prensa alternativa como Surazo (Concepción) o Mañanita (Talca), es decir diarios que nacieron de las luchas lideradas por periodistas profesionales, ponen en tela de juicio el trabajo de selección de las noticias, al citar otras voces en los diarios o dejándoles espacios para vehicular sus opiniones. Esos diarios refuerzan una esfera pública plebeya64 que había aparecido en el cambio de siglo y que está alimentada, por ejemplo, por las publicaciones de los Cordones Industriales durante la UP (Nueva Habana, etc.).
En todas esas publicaciones, las contra-conductas experimentaron con las formas visuales y los códigos del periodismo profesional, jugaron con el tamaño de los textos y siguieron una diagramación más creativa que no calza con la cuadrícula clásica. Entre la diversidad de voces incluidas y la creatividad formal, la mediación del gatekeeper quedó truncada. Esa función y sus valores clásicos fueron, por ejemplo, cuestionados durante la Asamblea de los periodistas de izquierda (abril 1971). Como su nombre lo indica, esa agrupación apuntaba a defender el periodismo comprometido. Durante esa Asamblea, 320 profesionales, políticos (incluido Salvador Allende) y académicos (Armand Mattelart por ejemplo65), discutieron sobre la autonomía y las fronteras de la profesión, como también de las buenas prácticas. Asimismo, en este contexto, denunciaron el velo de la objetividad. La Asamblea quiso instalar una competencia al monopolio de representación y regulación del Colegio de periodistas, a partir de una postura crítica. Es así que enjuiciaron desigualdades de acceso a los medios; que Manuel Cabieses, el presidente de la Asamblea y director del semanal Punto Final, ligado al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), incentivó el gesto de dar la palabra a otras voces; mientras que Salvador Allende llamó a construir una comunidad autónoma y homogénea redefiniendo las fronteras de la profesión66. Los argumentos apuntaron a criticar la concentración capitalista de las empresas periodísticas, a partir de una emancipación de los valores y las normas liberales del periodismo.
Para sintetizar, todas esas contra-prácticas y contra-conductas muestran que las temporalidades de las rutinas profesionales fueron superadas, interrogadas e invertidas. Los periodistas tuvieron que ajustar su quehacer cotidiano para captar la mayor parte de los eventos, lo que redujo la rigidez de la cuadrícula de los diarios, el trabajo de selección de las noticias y la figura discursiva del gatekeeper. Pero, para afirmar que la reactividad periodística cambia de sentido hay que indagar del otro lado del golpe de Estado, para saber si la lógica del flujo sigue prioritaria por encima del trabajo de selección de las noticias. En otras palabras, para observar si la lógica de circulación del flujo mediático ordena paulatinamente el quehacer periodístico.
Irrumpió el golpe de Estado. La sociedad chilena, que se pensaba anclada en una tradición democrática excepcional67, entra en una etapa que pronto se confirmará como oscura, y característica de los regímenes autoritarios, es decir de pluralismo limitado68. Entre muchas otras cosas, significó la represión, el exilio y el cierre del espacio público. Y constituyó una ruptura innegable del porvenir histórico en todos los ámbitos sociales. Esa visión de la historia chilena reciente es cada día más cuestionada69, y nos parece que la historia del periodismo también muestra ciertas continuidades que asientan un poco más la hipótesis de un cambio de la temporalidad profesional.
No desarrollaremos mayormente nuestro primer argumento, dado que lo hicimos en otra parte70. Lo importante es notar que existe cierta continuidad práctica y cultural en el quehacer periodístico, más allá del golpe de Estado. Esa continuidad tiene en parte los rasgos del mito de la objetividad, por lo menos en la memoria que tienen los periodistas sobre su profesión. En pocas palabras, este mito se basa en el oficialismo de las fuentes, con la que los periodistas admiten tener cierto grado de familiaridad; en el uso del género informativo en 90% de las noticias; en la atribución jerárquica de las noticias; y en el empleo sistemático de la pirámide invertida.
Sin embargo, y son las pistas que nos hacen pensar que la temporalidad del flujo se consolida, el profesionalismo periodístico estaba cambiando de lógica: “el ritmo del flujo suplanta el tiempo de la agenda”71. La presión ya no se expresa bajo la urgencia de la crisis política, sino que el periodista profesional no estuvo autorizado a ejercer su función ya clásica de gatekeeper, en un “estado de urgencia”. El control político, policial, económico y jurídico de los contenidos neutralizó el trabajo de selección de la información. Así, sólo circularon las voces autorizadas, fueran empresas mediáticas, fuentes periodísticas o autores de columnas72. Control, amenazas, represión y censura también construyeron un ambiente de autocensura de parte de los periodistas. Todas esas decisiones gubernamentales redujeron el flujo de noticias publicado cotidianamente. Así, a diferencia de lo mencionado en otro apartado para el periodo de la UP, en 1981 los diarios publicaron unas sesenta noticias cada día, en promedio73.
En ese sentido, las transformaciones de los formatos de los diarios influyeron tanto sobre la reducción de espacio de información74 , como sobre el aumento de los espacios publicitarios75, lo que redujo automáticamente la autonomía de los periodistas76. De hecho, en los testimonios posteriores de los profesionales, la temporalidad legitima los arreglos y los usos periodísticos, lo que muestra un movimiento de normalización de la prioridad del flujo de noticias. La función del gatekeeper ya ocupó un lugar en el proceso de fabricación de los diarios, a pesar de que los periodistas se esforzaron en mostrar la continuidad de su rol social. Varias prácticas de selección y jerarquización se seguían usando, pero ya no tienen la primacía en la organización del quehacer cotidiano. Así, la lógica práctica consistía en reducir las mediaciones para que el flujo de noticias sea fluido. Lo que, a la vez, legitimó de nuevo el rol social del periodista profesional y dio cierto realismo a su discurso.
En efecto, una vez comenzada la dictadura, la profesión había perdido su papel legitimador, dado que las instituciones del campo no podían ejercer el trabajo discursivo que permitía asentar las normas periodísticas. La escuela de periodismo de la Universidad de Chile fue cerrada, y las otras escuelas fueron intervenidas. De hecho, los representantes del Colegio de Periodistas eran nombrados, hasta obtener de nuevo el derecho de elección en 1981. En otras palabras, los profesionales perdieron en buena parte la gestión de las entradas y exclusiones del campo, así como la transmisión de las normas y buenas prácticas77. La profesión quedó entonces desposeída del dispositivo central de su autonomía. Y si a partir de 1981 el Colegio enfrentó de nuevo la política de comunicación del régimen, la asociatividad ya no era obligatoria. El organismo no recuperó su lugar en la regulación del campo, se dedicó más bien a mantener una autonomía que ya sólo pasaba por la mera circulación de un flujo de noticias vaciado e intervenido. De hecho, el autoritarismo forzó la oposición mediático-política a luchar desde la misma lógica, la meta fue “publicar frecuentemente a pesar de las presiones y la represión”78.
Con el régimen autoritario, la lógica temporal de los periodistas profesionales chilenos parece re-articularse en torno a la circulación de un flujo de noticias optimizado según las condiciones de ejercicio de la profesión. La urgencia y el volumen de noticias enmarcaron el uso de las prácticas de selección y jerarquización. Habría que confirmar esa tendencia, específicamente en el caso del periodismo de televisión, que para esas fechas ocupaba el lugar central en el sistema mediático79 y que tenía la capacidad de emitir en vivo regularmente y masivamente80. Lo interesante, entonces, residiría en el nacimiento de la temporalidad del flujo durante la UP y su consolidación durante la Dictadura, más allá del golpe de Estado, de la historia de los regímenes políticos y de la concepción del pluralismo.
Uno de los resultados más importantes de este artículo es que la historia del periodismo no sólo puede operarse a partir de los cambios políticos. Esa mirada impone rupturas y preconcibe el ejercicio de la actividad periodística desde el pluralismo, como marco de posibilidades. También reduce el rol social del periodista ante el mensaje mediático, más precisamente a las páginas editoriales de la prensa escrita. Al contrario, defendemos que es imprescindible considerar la complejidad de esa profesión, al cruce de los productos, del proceso de fabricación, de la empresa periodística, del sistema mediático, de las instituciones del campo periodístico (gremios y escuelas) y de la actitud del Estado hacia los periodistas. En otras palabras, hay que considerar las evoluciones propias de ese oficio.
Así, durante la UP, no asistimos a una regresión de la prensa hacia sus primeros pasos, que implicaban una batalla editorial monopolística y transversal a la esfera pública burguesa. La función de gatekeeper, que se instaló con la mercantilización de la prensa, la racionalización de las empresas periodísticas y la profesionalización del oficio, no se desvanece entre 1970 y 1973. Al contrario, trata de resistir a la presión de la crisis política. Pero esa temporalidad institucional se re-articula según la prioridad de la circulación de un flujo de noticias voluminoso y acelerado. La UP es, entonces, el momento en el que, bajo la presión de los eventos cotidianos, se desajustan las rutinas profesionales para re-ordenarse según otra temporalidad. Significa que el golpe de Estado no es el resultado de la ideologización de la prensa, ni tampoco una ruptura en la historia del periodismo. Abrimos varias pistas de estudio que van en ese sentido y muestran que esas nuevas lógicas, en gérmenes en aquel entonces, podrían haberse consolidado y estabilizado durante el régimen autoritario. Queda seguir esos caminos, para evaluar las posibles evoluciones que sufrió la profesión hasta hoy.
Por último, nos parece importante relevar que ese enfoque también tiene una implicación metodológica importante para las ciencias de la comunicación y de la información como para la historia: es necesario considerar las formas y las materialidades como los valores y las formas históricas de la profesión, para analizar las fuentes de noticias mediáticas o el discurso social de los medios de comunicación. En ese sentido, este próximo paso impone dedicarse a una historia del profesionalismo periodístico, no solo desde un abordaje cultural sino también desde el neo-institucionalista histórico81.