Introducción
Las primeras noticias sobre las poblaciones indígenas de Arica y Tacna se conocieron tempranamente en 1534 gracias a las declaraciones de Diego de Agüero y Pedro Martin de Mogüer, quienes recibieron informes del territorio de parte de los señores principales de Chucuito (Diez de San Miguel 1964; Lockhart 1986). Más tarde, el capitán Ruí Díaz, siguiendo a la expedición de Diego de Almagro, pasó por Arica y se enfrentó a sus indios en 1536 (Dagnino 1909: 5). Situación similar le sucedió a Johan de Saavedra y a las naos "Santiaguillo" y "San Pedro" (Cavagnaro 1986: 12-13).
El territorio fue conocido como el Colesuyo en tiempos del Inka, nombre que mantuvo en las cédulas de encomiendas, documentos administrativos y visitas generales (Cañedo-Arguelles 1993, 2012; Cerrón Palominos 2011; Choque y Pizarro 2012; Díaz 2003; Espinoza Soriano 2015; Glave y Díaz 2019; Hidalgo 2004; Julien 1979; Rostworowski 1986, 2005; Torero 1987). Décadas más tarde, el visitador general Juan Maldonado de Buendía, quien por mandato del virrey Francisco de Toledo recorrió dicha circunscripción, identificó un importante desarrollo agrícola, que estaba avalado por la existencia de amplias terrazas y melgas de cultivos provistos de un alto grado de especialización en los sistemas de regadío en la costa y sierra, además del do minio de la metalurgia y una eficaz "producción marítima" (Murra 1972: 191)2.
La importancia económica y política del territorio se aprecian tempranamente en la Real Cédula de enero de 1540 y luego en los conflictos judiciales que sostuvieron Pedro Pizarro, Lope de Mendieta y Gerónimo de Villegas contra Lucas Martínez Vegazo por los indios de las encomiendas de Arica (Choque 2020; Glave y Díaz 2020; Trelles 1991). Dicho pleito requirió de los testimonios de don Pedro Chaco y Pedro Cachi, quienes tenían indios en los valles de "Lluta y Azapa" (Hidalgo et al., 2019: 278; Horta 2010: 37-39). Ambos principales participaron más tarde en la unificación de los cacicazgos locales3, fusionando a pescadores, agricultores y colonos altiplánicos (Hidalgo et al., 2019: 276, 279), lo que dio origen al cacicazgo de "Azapa, Chacalluta y Lluta" (Cavagnaro 1988: 330), siendo su primer curaca don Juan Tauqui o Tauquina en 1582 (Cúneo Vidal 1977b; Cavagnaro 1988; Choque y Pizarro 2012; Muñoz y Choque 2013). El re sultado de tales reconfiguraciones políticas y culturales fue la continuidad de la identidad y hegemonía cultural costera, que tuvo una ideología y organización de unidades políticas duales dirigidas por señores étnicos locales (García-Albarido y Castro 2014; Romero 2005, 2016; Williams et al., 2009; Ticona y Albó 1997).
Sin el deseo de entrar en un debate sobre la teorización del concepto de identidad, es necesario abordarlo desde una perspectiva flexible y dinámica dada la diversidad de iden tidades que existieron y existen en los Andes4. Respecto al concepto, Xavier Albó sostiene que la identidad comienza con el reconocimiento y aceptación de la propia persona lidad, del "yo", pero tiene enseguida su "expansión social natural al sentirse parte del grupo social básico de refe rencia, de un nosotros" (Albó 1999: 90)5. En este contexto, los espacios simbólicos, memorias colectivas, el paisaje, narrativas y prácticas culturales configuran estrategias permanentes o temporales para la continuidad de las iden tidades colectivas y la reafirmación de la conciencia étnica en las poblaciones locales de los valles y costas de Arica, en los siglos XVI y XVIII (Figura 1). Asimismo, la construc ción de las filiaciones culturales generó en los grupos fo rasteros una naturalización y apropiación de la identidad local mediante actos simbólicos, reciprocidades y siste mas de parentesco entre las poblaciones de pescadores y agricultores (Choque 2020; Muñoz y Choque 2013; Romero 2004). En consecuencia, las poblaciones de pescadores y agricultores locales del siglo XVI y XVII, estuvieron vincu lados por medio de la interacción sociocultural, económica y étnica, situación que les permitió la vigencia ideológica y cultural, que fue complementada con la presencia de colo nos altiplánicos y la incipiente población hispana. En tales circunstancias, caben algunas interrogantes: ¿Existen nue vos datos que permitan identificar las filiaciones étnicas y culturales de las poblaciones de pescadores en las costas de Arica? y ¿Cómo se vincularon las poblaciones indígenas con el mar y los valles en las costas del Corregimiento de Arica durante el periodo de estudio?
Una vieja discusión. Los pescadores en las costas de Arica: Urus o Camanchacas
Los cronistas de la conquista que dejaron los primeros re gistros sobre el Tawantinsuyu fueron: Cristóbal de Mena (1987 [1534]), Francisco de Xerez (2003 [1534]), Miguel de Estete (2011 [1534]), Diego de Trujillo (1970 [1571]), Pedro Pizarro (1978 [1572]), Pedro Sancho de la Hoz (2004 [1550]), Juan de Betanzos (1880 [1551]), Agustín de Zarate (2009 [1555]) y Pedro Cieza de León (2003 [1554]). Tanto, Mena, Xerez y Trujillo, estuvieron un breve lapso de tiempo en los Andes y, tras el rescate de Atabalipa o Atahuallpa, retor naron a España. Por tanto, no participaron de las campa ñas en Pachacamac o el Cuzco. En cambio, Pedro Pizarro, Juan de Betanzos, Pedro Sancho de la Hoz, Pedro Cieza de León y Agustín de Zarate, se adentraron al corazón de los Andes. Décadas más tarde, Pizarro y Cieza de León pro porcionaron noticias del altiplano y las costas de Arica de forma más precisa. Posteriormente, en la segunda mitad del siglo XVI, una nueva generación de cronistas -como Polo de Ondegardo (1906 [1559]), Pedro Sarmiento de Gam boa (2018 [1572]), Federico Gregorio García (1729[1609]), Antonio de la Calancha (1977 [1638]), Juan Lozano Machu ca (1965[1581]), Inca Garcilaso de la Vega (1976 [1609]), Huamán Poma de Ayala (1992[1615]), Juan de Santacruz Pachacuti (1993 [1615]), Reginaldo de Lizárraga (2006 [1605]) y Antonio Vásquez de Espinoza (1948 [1629])-, será la que facilitó informaciones de este territorio. Una segun da fuente de antecedentes, relativos a los indios pescado res y agricultores asentados en el corregimiento de Arica, se encuentra presente en visitas, protocolos notariales y pleitos judiciales por los indios de encomienda entre los principales vecinos de Arica, Charcas y Arequipa.
¿Los Urus, colonos altiplánicos en las costas de Arica?
Un testimonio recogido por Pedro Sarmiento de Gamboa, en el Collao, relata que el Zapainka Huayna Cápac ordeno en el lago Titicaca "el modo que habían de vivir los uros, y dioles su[s] pertenencias, en que cada pueblo de ellos ha bía de pescar en la laguna" (Sarmiento de Gamboa 2018 [1572]: 283-284). Dicho relato identifica a los Urus como pescadores, situación que llevo a Nathan Wachtel (1992, 2001) y Thérèse Bouysse-Cassagne (1975), a considerar a estos pescadores como los más antiguos habitantes del altiplano, que sustentaron sus formas de vida en la pesca, caza y recolección en los ecosistemas lacustres del Titicaca, Poopó y Coipasa, así como también en los ríos Desaguade ro, Lakajawira y Lauca6; otros sin embargo, son ubicados en las periferias occidentales del espacio andino (Beyersdorff 2003; Pauwels 1996; Cerrón-Palomino 2006).
Las primeras noticias de los habitantes del Collao y el altiplano colindante al futuro Corregimiento de Arica, las proporcionan Pedro Sancho de la Hoz (2004 [1550]) y Pe dro Pizarro (1978 [1571]). Sancho de la Hoz, expresó que es una sierra muy alta y medianamente llana y fría, defi niendo a sus habitantes como "gente de esta provincia, así hombres como mujeres es muy sucia" (2004 [1550]: 134). Pizarro, por otra parte, señala que aquellas gentes "traen los cauellos largos y encriznejados los varones y mugeres. Los de la una parte de la laguna traen unos bonetones en las cauezas, de alto de más de un palmo" (Pizarro 1978 [1571]: 36)7. Asimismo, menciona que hay otros indios que se "llaman carangas y aullagas y quillacas" (Pizarro 1978 [1571]: 36), que poseen bonetes de diversos colores, pero no hace referencia explícita a los Urus. Si bien Juan de Betanzos (1880 [1551]) hace mención al Collao, tampoco alude a sus pescadores lacustres. La mención sobre los pescadores se incrementó en la década de 1550, con el cronista Agustín de Zarate, quien describió las prácticas de los pescadores de la costa peruana expresando que "dellos tenían hombres y niños crucificados, los cuerpos y los cueros tan bien curados que no olían mal y clava das muchas cabezas de indios" (Zarate 1555: 120). A fi nes del siglo XVI, el doctrinero Bartolomé Álvarez, escri bió un memorial al rey Felipe II en Aullagas, solicitando el seguimiento y castigo "de las prácticas no cristianas de los indígenas de los Andes" (Álvarez 1998 [1571]: XI). También, identifica a las poblaciones indígenas que se reconocieron como Asanaques, Atacamas, Aimaraes, Ca rangas, Chipayas, Chunchos, Collas, Lucanas, Lupacas, Pacasas, Yungas, Uruquillas y Urus, entre otras denomina ciones (Álvarez 1998 [1571])8. En el mismo sentido, Helena Horta, recurriendo a Ludovico Bertonio (2006 [1612]), quien los define como "una nación de indios despreciados entre todos, que de ordinario son pescadores y de menos enten dimiento" (Horta 2010: 49). Agregando el fraile italiano que el Uru "anda sucio andrajos gafio, sayagues, rustico" (Bertonio 2006 [1612]: 737).
Conforme a dicha visión, Juan de Matienzo expresa que los Urus solo viven de pescado o aves, agregando además que no tienen "polecia ninguna, ni son bien dotrinados por tratarse como bestias" (Matienzo 1967 [1567]: 27), agregando que hay dos géneros de indios inútiles "para cosa de trabaxo ni provecho, que son los uros y los chuquilas" (Matienzo 1967 [1567]: 196). Por esa causa, se estableció una confusa adscripción étnica y cultural que afecto significativamente a las sociedades indígenas de pescadores y caza-dores9, ya que fueron consignados como zafios y salvajes. Por consiguiente, la categoría socioeconómica, impuesta por Matienzo, reconoció la existencia de hatunrunas, mitayos y otros como uros o pescadores (Matienzo, 1967 [1567])10.
De manera análoga, fray Antonio de la Calancha se expresó en los mismos términos, pues escribió que los Urus eran "[...] bárbaros, sin policía, sin limpieza, sin corazón, obscenos, renegridos, inclinados al hurto, ingratos, fraudulentos i sin amor" (Calancha 1977[1638]: 972).
Asimismo, las autoridades hispanas arbitrariamente identificaron como Aymaras o Puquinas a los Urus que tenía prác ticas agrícolas y ganaderas, tal como advierte Diez de San Miguel11, perpetuándose así su discriminación histórica. Tras la aplicación de las reducciones toledanas, se reafirmó la identificación jurídica de los Urus como salvajes, tanto para las autoridades hispanas y otros grupos indígenas, debido que los pescadores no eran considerados como "jaqui" o "hatunrunas" (Torero 1987; Pauwels 1996)12. Al respecto, el lingüista Alfredo Torero (1987)13 y el historiador Roberto Choque (2003), afirmaron que los Urus fueron considerados como bárbaros y parias por los señores del altiplano y el Inka, siendo un "grupo marginal desde los tiempos prehis-pánicos" (Choque 2003: 330-331). En el siglo XVII, los vi rreyes del Perú, el Marqués de Montesclaros y el Conde de Chinchón, solo reafirmaron la calidad de los Urus como "gente miserable"14 y "sublevados"15.
Las primeras referencias en los documentos judiciales mencionan a los Urus como parte del pleito entre el fiscal Francisco de Torres de la Audiencia de Charcas con Anto nio Álvarez por el control de los indios de la encomienda de Guachacalla16. Dicho litigio informa que, en 1543, el cu raca Vilca Yanihua Chuqui de Totora posee sujeto a Vilca Calixa, señor de los Urus de Vilca Vilca17. Del mismo modo, se identificaron a otros pescadores de la misma etnia ads critos a Totora en las estancias de Paco y Pacha18. También, se les encuentra en los pueblos de Palca y Pixica adjuntos a Cóndor Vilca, señor principal de los Carangas de Gua chacalla19. Un juicio similar enfrentó años después a Lucas Martínez con Lope de Mendieta, por los mittanis Carangas de Codpa, desconociéndose a la fecha la filiación cultural o étnica de dichos indios20. Establecer una cuantía de estos indios dedicados a la pesca y su procedencia étnica es com pleja por la falta de antecedentes documentales fiables en interpretación, teniendo en consideración, además, que no todos los Urus eran pescadores sino también ganaderos y agricultores que estaban localizados en los valles orien tales y occidentales de los Andes según Wachtel (2001). Equivalentemente, existieron otras denominaciones a veces erróneas de estos pescadores y cazadores, que se identificaron como Iruitos, Uruquillas, Nazacaras, Ocho-sumas y Chipayas en el altiplano (Camacho 1943; Choque 2003; Vellard 1954; Zdenka de la Barra et al., 2011).
La presencia de los Urus en los valles occidentales es evi denciada en 1581 por Juan Lozano Machuca, quien sostie ne que dichos indios están localizados entre Pisagua y el Loa, siendo unos "mil individuos que están sujetos a Lucas Martínez Vegazo" (Lozano Machuca 1965[1581]: 20-21). Más al sur, Lozano Machuca, señala que la bahía de Atacama posee 400 indios que no están reducidos, pero que tributan a los caciques de Atacama, definiéndolos además como gente grosera, que ni siembra ni cosecha a lo cual Wachtel agrega que "solo subsisten del pescado" (Wachtel 2001: 571). Una referencia sobre este grupo en los valles de Arica, la proporciona Jorge Hidalgo, quien menciona que entre los principales de Arica se incluyen a Diego Copaqui ra como señor de una parcialidad de indios en "Huanta" (Hidalgo 2004: 456). Por otra parte, la hipótesis de Fran cisco Rothhammer y colaboradores (2010), sostienen que los pueblos de pescadores de las costas de Arica del siglo XVI, poseían una larga tradición cultural que se remontaba a milenios antes de la era cristiana, recibiendo a lo largo del tiempo distintas denominaciones, tales como Urus de la costa, Camanchacas, Proanches o Changos, que compartie ron el espacio ecológico con colonias de Urus altiplánicos, quienes estaban en calidad de colonos de los señores del Collao y Charcas. La cohabitación de pescadores locales y altiplánicos en Arica, también es sugerida en diversos documentos estudiados por Bente Bittmann (1984), Jorge Hidalgo (1987, 2009 y 2019) y María Rostworowski (1986, 2004 y 2005), por tanto, ¿Cuáles son las diferencias cul turales y sociales entre los pescadores Urus altiplánicos y Camanchacas? Rómulo Cúneo-Vidal, realizó una tem prana vinculación hipotética entre Camanchacas y Urus, siendo los primeros una ramificación de los pescadores altiplánicos (Cúneo-Vidal 1977b).
Los Camanchacas. Gentes de la mar y la tierra
Las investigaciones de Alfredo Torero (1987), Juan Herrera (1991); Jorge Hidalgo (1987, 2004, 2009 y 2011), José Luis Martínez (1985, 1990 y 2004) y Rodolfo Cerrón-Palominos (2011), siguiendo las afirmaciones de Uhle (1922), Julien (1983) y Rostworowski (1986), señalan que los habitantes originarios de la costa y valles de Arica hablaban la lengua Puquina21, que sería reemplazada más tarde por el Aymara en el siglo XVII. No obstante, en algunos territorios cisan-dinos la población yunga costera siguió conservando su lengua e identidad étnica en zonas como Tarata "hasta co mienzos del siglo XVIII" (Hidalgo 1987: 290). Una evidencia similar la proporciona María Rostworowski en su estudio de los libros parroquiales de Tarata, ya que afirma dichos habitantes eran gente "originaria de la costa y se dividía en los bandos de Anan y Lurin" (Rostworowski 2005: 198), y cuya presencia es evidenciada hasta mediados del siglo XIX (Porras Barrenechea 1926-1927; Bittman 1984)22.
En este escenario, la palabra Camanchaca, según Manuel Escobar (2012, 2017) y Magdalena García (2017), está aso ciada a la lengua Aymara y la neblina costera, pero también enlazada a "la especialización productiva que poseían es tas poblaciones, que deshidrataban y salaban los produc tos marinos" (Escobar 2012: 24). Sin embargo, la palabra neblina, de acuerdo con Fray Ludovico Bertonio, es "Urpu", por lo cual el término camanchaca pudiese pertenecer a la lengua Puquina, es decir, un préstamo léxico del Puquina al Aymara. En este contexto, las denominaciones genéricas de los pescadores, en las fuentes documentales hispanas, conllevan un escenario heterogéneo y multiétnico, que fue compartido previamente por diversos investigadores (Wa chtel 2001; Horta 2010; Hidalgo 1987, 2004, 2009 y 2011; Durston e Hidalgo 1997). Asimismo, la ausencia de estudios semánticos de la rica toponimia Puquina en las costas de Moquegua, Arica y Tarapacá impiden una reflexión densa sobre estas poblaciones del siglo XVI y XVII.
Las fuentes escritas del siglo XVI nos ofrecen dos formas de aproximarnos a las poblaciones costeras del Perú colonial, ya sea por medio de crónicas o documentos administrati vos y judiciales. Los cronistas que recorrieron los Andes proporcionaron diversos antecedentes sobre las formas de vida, economías y religiosidad del mundo andino. Por ejemplo, durante la conquista, Pedro Cieza de León (2005 [1553]), informa que los indios se enterraban en grandes sepulturas acompañados de sus mujeres, ropas y riquezas en la costa y sierra23. Información similar ofrece Pedro Pi-zarro (1978[1571])24 y mas tarde Huamán Poma de Ayala (1992[1615])25 y Juan de Santacruz Pachacuti (1993 [1615]), quienes afirmaron que los indios de la costa suelen tener idénticos ritos mortuorios que los naturales del Collao.
Cronistas como Francisco de Xerez (2003 [1534]), Miguel de Estete (2011 [1534]), Diego de Trujillo (1970 [1571]), Pedro Sarmiento (2018 [1572]) o Antonio de la Calancha (1977 [1638]), atestiguaron sobre la abundancia de pescado y la agilidad de los pescadores en las costas del antiguo Perú. Testimonios semejantes aportaron fray Reginaldo de Li-zárraga (2006 [1605]: 17,23) y Bernabé Cobo (1982 [1653]: 18,32), quienes presentan a estos pescadores como beli cosos, buenos nadadores, de largas cabelleras y que usan el pescado como fertilizantes de sus chacras. Reginaldo de Lizárraga, describe a los indios de la costa señalando que:
"Desde aquí (Arica) se entra luego en el gran despoblado de 120 leguas que hay de aquí a Copiapó, que es el primer repartimiento del reino de Chile; el camino es de arena no muy muerta, y en partes tierra tiesa, en este trecho de tierra hay algunas caletillas con poca agua salobre, donde se han recogido y huido algunos indios pescadores, pobres y casi desnudos; los vestidos son de pieles de lobos marinos, y en muchas partes desta costa beben sangre destos lobos a falta de agua; no alcanzan un grano de maíz, no lo tienen; su comida sola es pescado y marisco. Llaman a estos indios Ca manchacas, porque los rostros y cueros de sus cuerpos se les han vuelto como una costra colorada, durísimos; dicen les previene de la sangre que beben de los lobos marinos, y por esta color son conocidísimos [...]" (Lizárraga 2006 [1605]: 74).
Las poblaciones indígenas ligadas al mar fueron consi derados como gentes sin oficios, pobres y desnudos, que beben sangre, visten con "pieles de lobos marinos" (Lizá rraga 2006 [1605]: 68), que consumen "carne cruda" (Cobo 1892 [1653]: 23), "hechizeros" (Pachacuti 1993 [1615]: 69) y con deficiencias morales, marginalidad, incivilización y barbaridad, denotándose una discriminación racial, que se observan también en las obras de Bollaert (1860), Cobo (1892[1653]), Cúneo-Vidal (1977b), D^Orbigny (2002 [1826]), Frezier (1717), Guevara (1925) y Vázquez de Espinosa (1948 [1629]). Noticias similares se observan en 1786 en la co rrespondencia de José Agustín de Arce al intendente de Potosí, informándole que los indios de Cobija viven en "suma miseria e indigencia, auxiliada con lo poco que reportan en la pesca del Congrio"26.
Visión parecida la expone William S. Vaux junto a Francis Drake, quien registro en su bitácora el tipo de viviendas de los indios pescadores de Atacama (Vaux 1854: 105)27. De igual forma, los hombres de Drake encontraron a cuatro in dios en canoas, que les informaron donde obtener agua28. Bente Bittmann reconoce a dichos pescadores como "Ca-manchacas" (Bitmann 1984: 328). Al norte, en Mejillones los piratas tomaron contacto con otro Camanchaca, con el cual intercambiaron pescado por cuchillos y otras cosas.
Años más tarde, Cavendish y Hawkins, recorrieron el mis mo litoral, pero informaron vagamente sobre la simpleza de las viviendas de los "grupos costeros" (Escobar 2012: 25). Dos siglos después, Alcide D'Orbigny, encontró idén ticas prácticas y formas de vida en las costas de Atacama y Arica, donde observó las "casas de los pescadores indí genas" (D^Orbigny 2002[1826]: 944). La idea de la rustici dad de dichos pescadores, expresada por D'Orbigny, será ampliamente difundida por Cúneo-Vidal a inicios del siglo pasado. Sin embargo, dicha visión es errónea según las indagaciones arqueológicas de Adán Umire y Ana Miran da (2001) y los estudios etnohistóricos de Helena Horta (2010). En contraste, diversos estudios han señalado que, tanto Urus como pescadores yungas, formaron sus propias parcialidades, jefaturas étnicas y estaban organizados je rárquicamente en territorios delimitados para fines ritua les y productivos (Choque y Pizarro 2012; Espinoza 2015; Hidalgo 1981, 1983, 2004, 2009; Hidalgo y Focacci 1986; Hidalgo et al., 2019; Horta 2010, 2015; Muñoz y Choque 2013; Murra 1972; Rostworowski 1986, 2004 y 2005).
El cronista Pedro Pizarro informa que hombres y mujeres de la costa usan ropa de algodón y que, al igual que otros indios del Perú, poseen por costumbre usar una larga cabe llera "y algunas dellas rrebueltos a la caueza y unas hon das alrrededor della" (Pizarro 1978 [1571]: 99)29. Además, el cronista señala que el curaca de los pescadores de Ilo enviaba a sus indios a la caza de lobos marinos y aves a unas islas ubicadas a 10 o 12 leguas de Ilo, que bien pudie ron ser las islas de Casca, Blanca y Albizuri en las costas de Matarani (Arequipa) o la ex-isla del Alacrán (Arica), cu yos habitantes usaban la misma lengua y eran reconocidos por riqueza y autosuficiencia económica. Agrega también que los "yndios de esta costa desde Ylo a Tarapacá, y de que son muy rricas, y asi me lo dixo a mi un prencipal de mi encomienda, que se dezia don Martin Canare, y que se seruian en basijas de plata y oro. Ase entendido se tra-tauan los de las yslas con los de esta tierra" (Pizarro 1978 [1571]: 248). Otro indio principal mencionado por Pizarro fue Pola, señor de los pescadores de Ilo (Barriga 1955; Tre-lles 1991; Hidalgo 1983, 2004 y 2009), que gobernó a 194 indios tributarios ubicados entre las desembocaduras de los ríos Moquegua y Vítor.
La Real Cédula, de enero de 1540, estudiada acuciosamen te por Barriga (1955), Trelles (1991) e Hidalgo (2004) modi ficó la encomienda de Pedro Pizarro, ya que recibió como tributarios a 41 pescadores radicados en los pueblos de Chichi, Anaquina y Arica, cuyos señores principales fueron Talassi y Sucutila respectivamente, y en la vecina Tacna evidenciaron una hegemonía de "los agricultores por sobre los pescadores" (Hidalgo y Focacci 1986: 446, 448), ya que alcanzaron el número de 1.440 indios tributarios30. Una pro porción mayor de indios pasó a manos de Lucas Martínez Vegazo, Hernán Rodríguez de Huelva, Hernando de Torres, Lope de Mendieta y la Corona de Castilla (Choque 2020; Díaz et al., 2013). En tales circunstancias, los Camancha cas y sus parcialidades fueron asignadas a diversos enco menderos sin considerar la ruptura sociocultural, étnica y política que sufría su organización social. Asimismo, en el territorio existió una diversidad de aldeas de pescadores localizadas en un espacio de unos 500 kilometros de litoral. En ese sentido, Horacio Larraín, identificó a 254 pescadores entre Arica e Ilo, incluyendo los 30 indios Camanchacas de Tarapacá trasplantados en Arica y una cifra indeterminada en Tacna (Larraín 1974: 275, 279).
El rol de los pescadores y agricultores de la costa fue activa en la encomienda de Lucas Martínez Vegazo, tanto en lo económico, político y social según lo evidenciado en los trabajos de Efraín Trelles y el propio manuscrito del juicio entre doña María de Dávalos y Gonzalo de Valencia por la "Restitución de tierras en Ilo, Arica y Tarapacá de la encomienda de Lucas Martínez Vegazo"31. El escribano de la causa don Gaspar Hernández, indica la participación y testimonio de don Juan Tauqui o Tauquina como cacique principal de Umagata, Arica, Lluta y de los pescadores de la costa y Urus32. Dicha cita fue presentada por Helena Horta (2010, 2015)33, quien sugiere que el curaca de Umagata citado es don Juan Ayavire, sin embargo, en dicho pleito de 1572 no se menciona a ningún principal o indio del común con el mencionado apellido, pues solo se hace referencia al curaca Juan Tauqui o Tauquina. La única referencia sobre Ayavire proviene de la Real Cédula del 22 de enero de 154034. Respecto al principal Tauqui, este es identificado una década antes del juicio, puesto que en 1562 firma como curaca de Umagata en la carta notarial suscrita por la junta de curacas contra la perpetuidad de las encomiendas, que se realizó en Arequipa el 21 de enero de aquel año y que contó, además, con la asistencia de otros curacas encomendados a Lucas Martínez Vegazo, Hernán Rodríguez de Huelva y Pedro Pizarro. Tal como lo señala la mencionada misiva:
"[…] Y Hernando Escoqui cacique de Hilabaya encomendado en el menor de Hernán Rodríguez y don Diego Escoqui principal en el repartymiento y don Pedro Coaqui cacique principal de Ylo encomendado en Lucas Martynez y don Hernando Mysara principal en el dicho repartimiento y don Pedro Lanchipa cacique principal de Tacana encomendado en Pedro Pizarro y don Lorenzo Omo principal del dicho repartimiento y don Juan Tauquina cacique principal de Omaguata en comendado en el dicho Lucas Martynez y Pedro Chura Cacique principal de Yuta en el dicho Lucas Martynez y don Carlos Sayguara cacique principal de Tarapacá e Pica [...]"35.
Igualmente, el nombre del curaca Tauqui se encuentra registrado en los pleitos de Doña María Dávalos con el Fiscal de su majestad don Juan Bautista Monzón, en 156836, y con Gonzalo de Valencia, en 157237. En ambos litigios se evidencian la activa participación de los Camanchacas en la vida económica de la encomienda, ya que su rol no se limitó al pago de tributos como pescado o ropa, sino también tomaron parte en la extracción de guano38, la construcción de barcos en Ilo o en tripulaciones de las naves que salían desde Arica e Ilo39, ya que eran diestros conocedores de las "corrientes marinas del mar del sur" (Del Busto 1975: 363, 374).
En el transcurso de los siglos XVII y XVIII, las autoridades del Corregimiento de Arica requirieron de los Camanchacas no solo para el pago de tributos o servicios en el puerto, sino además para ejercer funciones específicas para protección del patrimonio Regio, debiendo trabajar como vigías en cerros y caletas debido a la amenaza de piratas, corsarios y contrabandistas de otras naciones europeas40. Por consiguiente, eran contratados como centinelas en Ite41, Sama, Arica42, Chacota43, Vitor y Camarones44, debido a su conocimiento del territorio y a la costumbre que poseían de vivir en tales parajes costeros. Situación similar se produce en el puerto de Cobija (Tabla 1)45.
Diferenciaciones tributarias y étnicas de la Real Hacienda
Los Camanchacas de inicios del siglo XVI explotaron una variedad de recursos provenientes del mar y valles costeros a través de la pesca, caza y agricultura (Bird 1943). El éxito de esta población indígena se debió a su alto nivel de especialización económica y la práctica de la complementariedad con otros grupos étnicos que habitaban en los valles y otros archipiélagos ecológicos, generando con ello una reciprocidad asimétrica (Romero 1999, 2005; Rostworowski,1986). Por ende, al momento de la conquista los habitantes costeros conformaban una sociedad relativamente opulenta debido a la abundancia de productos marinos, lo que les permitió el acceso a una diversidad de productos agropecuarios y bienes de prestigio (Horta 2010, 2015; Romero 2016). Situación que se revirtió en la colonia, pues algunos pescadores pasaron a vivir a un nivel mínimo de subsistencia, algo que no sucedió con los pescadores de Arica, ya que el puerto fue esencial en la circulación de Azogue, Plata y una gran diversidad de mercancías cuyo destino fueron los centros mineros de Charcas.
El establecimiento del sistema de encomiendas y el tribu to indígena, en palabras de Efraín Trelles (1991), jugó un papel fundamental para la sociedad hispana y sus instituciones, hecho que se perpetuó hasta el año 1854 en el Perú. Si bien, el establecimiento de la cuantía del tributo indígena fue arbitrario y coercitivo en sus primeros años dado el poder ilimitado de los encomenderos. Dicha, potestad pudo ser regulada parcialmente bajo la administración de Pedro de la Gasca, quien debió pacificar el territorio tras la rebelión de Gonzalo Pizarro. La tasa del tributo fue diferenciada en el virreinato del Perú, dado que se estableció según la riqueza, productividad y el tipo de indio tributario (Cajías 2005). En otras palabras, hubo una diversidad de tasas y, por regla general, los indios originarios tuvieron debieron pagar un tributo más alto en comparación a los Forasteros y Urus (Cajías 2005; Choque 2020). Para el caso de la zona de estudio no hay una diferenciación tributaria entre pescadores y agricultores, según las evidencias de las tasas de 1550 y 1572, ya que ambas no hicieron distinciones étnicas o económicas de la población indígena, situación que sí ocurrió en los repartimientos de La Plata, La Paz y el Collao.
Los tributos de Urus y otros grupos étnicos fueron muy di ferenciados en la jurisdicción de La Plata, ya que la tasa tuvo una variación de 1,5 a 7 pesos por cada tributario (Tabla 2)46. Los Urus tuvieron una carga impositiva menor y variable. Por ejemplo, en el repartimiento de Puna, el tributo individual de los Urus fue de 4 pesos. El resto de los tributarios Urus pagaron entre 1,5 y 3,2 pesos de plata, mientras que los tributarios que identificaron como Soras, Casayas, Carangas, Aullagas y Moyos, entre otros, pagaban un tributo de 2,2 a 7 pesos (Gráfico 1). En cambio, en los distritos de La Paz y el Collao, algunas comunidades de Urus, además de pagar en pesos de plata y especies, debían contribuir en pesos de oro fino de 22,5 quilates.
Las encomiendas de Pedro de Mendoza y Gerónimo de Villegas en los repartimientos de Acarí Yungas, Ilo, Arica y Tarapacá, poseen equivalencias económicas y socioculturales, ya que albergaron a una población indígena de pescadores y agricultores. Las tasas dictaminadas por el licenciado Pedro de la Gasca, en 1549 y 1550, identifican cierta homogeneidad tributaria, pues se observan productos como el pescado fresco y salado o diversos artículos elaborados con algodón. Un ejemplo de la tipología de tributos generados en las encomiendas de las costas de Arequipa, evidencian la uniformidad de productos y especies cedidos a Pedro de Mendoza en Acarí Yungas, Hernán Rodríguez de Huelva y Gerónimo de Villegas en Ilo, Arica y Tarapacá (Tabla 3). La tasa aplicada a dichos repartimientos permite afirmar que los pescadores y agricultores fueron sometidos a la misma carga impositiva desde épocas tempranas a diferencia de otras provincias del virreinato del Perú. En 1570 el virrey Francisco de Toledo instruyó la realización de la visita general a la antigua provincia inka del Colesuyo (Chirinos y Zegarra 2013), que fue realizada por Juan Maldonado de Buendía, quien encontró 226 pueblos que redujo a 22, estableciendo además 13 doctrinas para la administración de los sacramentos, siendo la primera en crearse Hilabaya y luego San Jerónimo de Poconchile (Glave y Díaz 2020; Hidalgo y Focacci 1986; Hidalgo 2004; Muñoz y Choque 2013). Las tasas en el Colesuyo develan una homogeneidad tributaria entre pescadores y agricultores, en todos los repartimientos dados, que osciló entre los 4 a 5,5 pesos, considerando que los indios pescadores de Ilo e Ite pagaban 4,5 pesos por cada tributario (Gráfico 2 y Tabla 4).
La diferenciación tributaria de las economías agropecuarias sobre las marítimas fue transversal en algunas regiones. Por ello, los pescadores de habla Aymara o Puquina, tam bién fueron considerados como Urus o Camanchacas. Ejem plo de dicha clasificación subalterna se observa en la visita a la provincia de Chucuito en 1572, que identificó a 13.725 "Aymaraes" y 4.054 Urus. De estos últimos, 569 tributarios de las parcialidades Hurin de Cepita y Yunguyo objetaron ser calificados como Urus, puesto que se reconocieron a sí mismos como Aymaras, pues poseían la inteligencia y gran-jerías, y por tanto solicitaron salir de esa categoría fiscal:
"Se visitaron en los pueblos de Cepita y Yunguyo de la dicha provincia quinientos sesenta y nueve indios huros tributarios que se refutan por aymaraes res pecto de tener las mismas e inteligencias abilidad tratos y grangerias y aprovechamientos que los dichos / [F.102b.] aymaraes y haberse ofrecido a pagar aún mas tasa que ellos y no obstante que están puestos en el número de los 4054 huros se tasaron de por si y pagan de tributo en cada un año para en cuenta de la dicha tasa 1707 pesos de plata-ensayada y marcada que sale cada indio a razón de tres pesos de la di cha plata a treinta y nueve reales y tres cuartillos por ellos" (Cook, 1975: 79).
La alegación de estos tributarios del grupo Lupaca no fue estimada por las autoridades hispanas, ya que conservaron dicha adscripción tributaria. Tal situación pudo ocurrir también en los repartimientos dependientes de Arequipa, Cusco o Guamanga con otros grupos étnicos. Si bien para los tributarios indígenas las categorías fiscales eran de suma importancia, para la Corona era más importante superar el déficit financiero y deuda flotante, por lo cual, en las décadas siguientes, los Urus del altiplano debieron pagar un tributo equivalente a los demás indígenas de la Audiencia de Charcas.
Los reales tributos de los indios de Arica en los siglos XVI y XVIII
La economía de los pescadores requirió de una tecnología capaz de generar una producción de excedentes alimenticios para consumo de la población local, las relaciones de reciprocidad y como tributo al Estado Inka. En tales circunstancias, la construcción de balsas y dispositivos de captura de los recursos marítimos les permitió el acceso a una diversidad de productos marinos, que pudieron intercambiar por maíz, porotos, calabazas, mandioca y camote, entre otros47. De igual forma, complementaron su economía marítima con el control y explotación de tierras de cultivo en los valles de Arica y Tacna (Choque, 2020; Herrera, 1995). En este contexto, los asentamientos aldeanos estuvieron organizados y emplazados en zonas contiguas a terrazas y cementerios, tales formas de vida perduraron hasta inicios del siglo XVII.
El sistema de encomiendas no hizo distinción entre las poblaciones locales y colonos altiplánicos, puesto que no hubo tasas ni ordenanzas que reglamentaran el trabajo indígena, tributos y menos aún sus filiaciones étnicas. En otras palabras, los encomenderos de Arica y Tacna recibieron un mosaico étnico integrado por yungas y colonos de origen Lupacas, Pacajes y Carangas, que siguieron conservando una dependencia política y cultural con los señoríos del Collao y Charcas (Durston y Hidalgo 1997; Muñoz y Choque 2013). Dicha expresión de multietnicidad, según Alan Durston y Jorge Hidalgo, tiene como característica principal las sucesivas y simultáneas ocupaciones culturales y eco nómicas en los archipiélagos ecológicos, que fue realizada por las poblaciones yungas y forasteras. Entonces, ¿Cómo se expresó la actividad productiva de los Camanchacas du rante la dominación hispana en el siglo XVI y XVIII?
El gobernador Francisco Pizarro favoreció enormemente a Lucas Martínez Vegazo en comparación a otros encomen deros, que recibieron cantidades inferiores de indios tributarios (Choque 2020, Glave y Díaz 2019). La entrega de esta cuantiosa encomienda, genera dos hipotéticas respuestas según Efraín Trelles: la primera, sostiene que se le otorgó una enorme jurisdicción, debido a la estima que le tuvo el marqués; la segunda, da cuenta que Pizarro no dimensionó el tamaño ni la cantidad de indígenas que estaba otorgando al encomendero trujillano. Conjuntamente, la cédula establece que Martínez Vegazo recibió 1.638 tributarios, Pedro Pizarro a 800 y a Hernando de Torres le tocó 600 indios48. Si bien, diversas fuentes y estudios plantean algunas diferencias en las cantidades indios tributarios, estas cifras son poco significativas y, por tanto, no inciden en el análisis global de situación demográfica del territorio en la década de 1550 (Gráfico 3). Igualmente, la composición étnica de las poblaciones indígenas desde Ilo a Codpa fue confusa, pues se trató de un espacio salpicado por "distintos grupos étnicos y poderes políticos" (Hidalgo 2004: 443).
El análisis de los datos informa que el 9% de los 3.032 tributarios de la década de 1550 eran pescadores. Los indios de Arica adscritos a Lucas Martínez Vegazo y luego a Gerónimo de Villegas, debieron pagar tributos heterogéneos, con la excepción de los pescadores de Ilo, quienes sufragaron las tasas más altas en pescado seco (Hidalgo et al., 2019: 281) que alcanzaron la suma de 400 arrobas en 1550, es decir, unas 4,6 toneladas anuales de dicho producto. Sin embargo, el Cacique Pola de Ilo, argumentaría en 1572 que sus naturales son pobres y, por tanto, no pagaban por completo el tributo49, llegando a acumular varios años con saldos pendientes50, situación que dista del testimonio de Pedro Pizarro. Sobre el punto anterior, se debe mencionar que Trelles informa que el pescado es el único tributo que pagaron los indios de Pola y fue transado a 1 peso la arroba (Trelles 1991: 215). El juicio entre Dávalos y Valencia, confir man estos precios y denuncian lo costoso de los fletes51. Por ende, la producción de pescado en las caletas ariqueñas es elevada si la comparamos con otras encomiendas (Tabla 5).
Un ejemplo de estas diferenciaciones se aprecia en los mercados de Ica o Pisco, donde el pescado se vende a 9 pesos en idéntico período (Macera 1978: 48-49). En con traste, el importe del pescado fue muy inferior respecto a la valía del ganado de la Tierra y de Castilla, ropa y vino. Por otra parte, se debe advertir que el pescado seco no fue el único tributo de los pescadores de Ilo, Arica y Tarapacá, dado que también lo hicieron con 2 sogas, 25 cueros de lobos marinos, 3 arrobas de sebo y 18 cantaros de aceite (Gráfico 4)52. Respecto a este último producto, el aceite de lobo se valoraba en 9 pesos la botija, siendo usado para construcción de navíos53. Más tarde, el precio del pescado seco proveniente de Arica se comercializó a "4 pesos de plata ensayada en Potosí en 1603" (Langue y Salazar-Soler, 2000: 181), alcanzando un 75% más del valor inicial paga do a los Camanchacas54.
Los productos de origen agropecuario que debieron pagar en especies fueron en coca, ropa, trigo, maíz, frijoles, ovejas, carneros y puercos55. Sin embargo, es preciso destacar la dualidad económica desarrollada por los pescadores/ agricultores de las costas de Arica, ya que les permitió el cultivo de productos agrícolas o acceder a ellos por intercambio, situación que explica la variedad de bienes y manufacturas agrarias pagadas a Villegas y Martínez Vegazo (Gráfico 5)56. Respecto a las encomiendas de Hernando de Torres, Pedro Pizarro, Lope de Mendieta y el repartimiento real de Chucuito en "Cabeza de Su Majestad", no hay registro de las tasas a la fecha para el periodo de 1547 a 1550. Sin embargo, asumiendo la existencia de los 334 indios mittanis Lupacas ubicados en Sama (Noejovich y Salles, 2004; Salles y Noejovich, 2013), podemos establecer que debieron tener una producción de maíz que superaba con creces a la obtenida por otros repartimientos, puesto que para 1570 visita toledana informa que los indios de la encomienda real de Chucuito ubicados en Sama pagaron en tributo 820 pesos de plata y 328 fanegas de maíz. Los indios de Hinchura en Lluta, por el contrario, solo contribuyen con 26,5 pesos y 15 fanegas de maíz (Cook, 1975).
El tributo de los indios de Ilo se expresó en cantidades im portantes de maíz, trigo y ají, cuyos volúmenes son supe riores a los productos marinos, puesto que tanto el maíz y trigo alcanzaron 6,9 t. y el pescado, un total de 4,6 t. Hecho que también se pone de manifiesto en Arica, donde los Camanchacas poseían tierras en los valles de Lluta y Azapa, en este último en la laguna de Ocurica (Hidalgo et al., 2019: 277). Una porción de esta propiedad, unas 5 o 6 fanegadas, debió ser vendida por don Pedro Chaco a don Gonzalo de Valencia para el pago de los tributos de sus indios. Sin embargo, dicha compraventa no estuvo exen ta de posteriores pleitos entre los caciques y Valencia. El valor de las tierras de Ocurica se explica por su cercanía con Arica, la presencia de agua, mano de obra y la buena calidad de sus suelos, que permitieron en cultivo de maíz, vides, olivos e higueras y, por lo tanto, ofrecieron a los Camanchacas la posibilidad de participar activamente en la economía colonial del siglo XVI y XVIII.
De forma similar, los encomenderos también utilizaron el maíz como medio de pago o para la alimentación de los yanaconas y mittanis, tal como lo declaró don Hernando Mysara en 1571, otro curaca de los indios de Ilo que infor mó que se enteraron las 154 fanegas de maíz a Gonzalo de Valencia y este hizo descargo de este tributo pagando a los nueve indios ovejeros, vaqueros y yegüerizos de Ilo e Ite, siendo este testimonio corroborado por el indio yanacona Pedro Charare. Otro testigo de la causa, Juanes de Vi-llamonte, declaró que el difunto Lucas Martínez, tenía por costumbre dar hospedaje y alimentación a los viajeros en su Tambo de Arica a cuenta suya, lugar que, además, era atendido por indios mittanis Camanchacas y yanaconas, quienes también trabajaban en la cordonería y barcos del encomendero. Más al sur, el mayordomo Gonzalo de Va lencia, pagaba a los Camanchacas de Iquique con especies tributadas como maíz, ropa o coca, por llevar pescado y agua a las minas de Huantajaya.
El uso del algodón en las sociedades costeras prehispáni-cas es de vieja data. Al respecto, Ruth Shady (2005), en los estudios desarrollados en Caral - Supe, demuestra que las poblaciones costeras crearon una serie de tecnologías de pesca, tales como la elaboración redes de algodón, en el norte del Perú alrededor del 3.000 a.C. (Sandweiss et al., 2009; Shady et al., 2015), lo cual permitió una temprana es-pecialización laboral de pescadores y agricultores, generan do una sucesión de cambios sociales, políticos y culturales, que les llevarán más tarde a la creación del primer Estado prístino en el Perú prehispánico. Al sur de Caral - Supe, en la costa central, el uso del algodón entre los pescadores se remonta alrededor del 1.000 al 200 a.C., según Michael Mo-seley (1968), donde los recintos funerarios poseen ofren das de cordeles, soguillas y redes. El autor sugiere que no hay certeza que los pescadores cultivaran el algodón, sin embargo, tres décadas más tarde, Dan Sandweiss (2009) indica que sí pudieron haber cultivado la fibra vegetal para elaborar sus propias herramientas de pesca. En el siglo XVI la elaboración de manufacturas de algodón constituyó un aspecto relevante en la economía de los indios de Ilo, pues elaboraron ropas de hombres y mujeres, lonas, toldos, mandiles y mantas. Así, las tasas en ropa y lona fueron las más altas de toda la encomienda, seguidas por los indios de Arica (Gráfico 6). El cultivo del algodón decayó a fines del siglo XVI, ya que se privilegió productos agrícolas más rentables, como la vid y olivo, que tuvieron por mercado los centros mineros de la Audiencia de Charcas. Asimismo, el establecimiento de la Tasa de 1570, privilegió el pago en dinero, disminuyó sustancialmente la contribución en espe cies y puso fin a la tradición textil de los indios de la costa, ya que desaparecieron finalmente a inicios del siglo XVII.
Al igual que Francisco Pizarro62, Mancío Serra de Leguizamón63, Nicolás de Ribera y Laredo64 y otros beneméritos de las indias, Lucas Martínez Vegazo65, estableció en su codicilo su voluntad y descargo de conciencia, dejando para los indios de Ilo una viña y huerta, a los sujetos a Juan Tauqui una viña y parral en el valle de Arequipa y finalmente en Tarapacá heredó un molino a los naturales de aquella tierra. La finalidad de dichas donaciones, en las palabras de propio Martínez Vegazo, fue que se "beueficien y gozen del fruto pa ayuda a pagar sus tributos"66.
Las tasas de la visita general de 1570 ofrecen una valiosa información estadística, pero la ausencia de antecedentes de algunas encomiendas confirmadas o asignadas por Pedro de la Gasca hacen imposible una comparación completa de los cambios en la tributación del Corregimiento de Arica. En tales circunstancias solo es posible contrastar la tributación de los indios Gerónimo de Villegas (Lucas Martínez Vegazo) y Hernán Rodríguez de Huelva, con el total registrado por Juan Maldonado de Buendía. Así, por ejemplo, el tributo de ropa de algodón tuvo una variación total de 6,3%, sin con siderar la cantidad de ropa que debieron tributar los indios de Pedro Pizarro y Hernando de Torres. El pescado salado, en las mismas encomiendas, disminuyó un 45,8%; el maíz, tuvo una caída de 92% y el trigo, un 85,1%. La contracción del tributo en especies, en palabras de Alejandro Málaga Medina, tuvo su fin, pues constituía un fraude de los enco menderos en contra de la Real Hacienda y los indios.
La costa sur del Perú sufrió una rápida caída demográfica, según los estudios de Noble David Cook, ya que sus indios tributarios descendieron entre 1570 a 1620, un 69,4% a ra zón de -3,8% cada año (Cook 2010). Por ende, en este lapso de 50 años la tasa de despoblación indígena afectó severa mente la recaudación de la Real Hacienda, obligando con ello a realizar permanentes ajustes a la política tributaria del virreinato (Gráfico 7). De este modo, los terremotos de 1582, 1600, 1604, 1615, 1650 y 1687 (Barriga 1951; Cook 2010; Moreno y Pereyra 2011), contribuyeron a la disminu ción paulatina de los indios de origen local, ya sean agricul tores o pescadores. Si bien Cook considera que Arica tuvo una estabilidad demográfica en la época, advierte que ello se debió a la inmigración de indígenas de otros repartimien tos, que estaban en la calidad de forasteros.
La inexistencia de registros hacendísticos para el corregimiento de Arica en el siglo XVII, permite sugerir dos posibles hipótesis sobre la ausencia de tributarios Camanchacas. Una primera posibilidad es la desaparición de la población Camanchaca productos de epidemias, baja tasa de natalidad o mestizaje. Una segunda alternativa es la desaparición premeditada de esta población en los registros contables, ya que dicha mano de obra era muy necesaria para los intereses de hacendados y comerciantes de Arica, en claro desmedro de la Corona. La existencia de protocolos notariales y probanzas de méritos permiten plantear dicha suposición, puesto que algunos españoles contrataban a los pescadores locales para el servicio doméstico, como es el caso del indio Juan de Arica, quien se marchó a Lima en 1601 a trabajar con don Manuel Martin67. Un siglo más tarde, Jorge Juan y Antonio de Ulloa, hicieron mención que la Armada del Sur estaba compuesta de toda suerte de gentes: españoles, mestizos, indios y negros68, realidad que también se encontraba representada en el Corregimiento de Arica. La memoria del virrey Manuel de Guirior expresó, en 1785, que la matrícula de hombres de mar de Arica, Ilo e Iquique69 estuvo integrada por 201 sujetos de todas las castas, que sirvieron como artilleros, marinos y grumetes en la Real Armada, siendo los indios Camanchacas parte de este contingente de gente mar70 o bien como centinelas en las costas del corregimiento.
El registro y tasa de 1550 realizados por Pedro de la Gasca, posee una marcada diferencia con los resultados de las visitas del virrey Toledo en 1570 y Vásquez de Espinoza en 1618, evidenciando una constante contracción demográfica de los indios tributarios de la costa en los siglos XVI y XVII (Cook 2010; Choque 2020, Hidalgo 1978, 1986 y 2004). En contraste, las revisitas llevadas a cabo en 175071, 177272, 178573 y 179374 demuestran un incremento de los tributarios originarios y forasteros en el corregimiento de Arica (Gráfico 8). El número elevado de tributarios se produce por la modificación y ampliación de las categorías tributarias a la población indígena, que previamente estaba exenta de los reales tributos, a pesar de las protestas de los curacas de la jurisdicción ariqueña. También, los cambios administrativos que se produjeron en 1768 deben ser incorporados para el análisis global de la cantidad de indios tributarios, puesto que el sur del corregimiento fue separado y dio ori gen al corregimiento de Tarapacá y por ello no se expone en el gráfico dicha población tarapaqueña, para los años de 1772 a 1793. La diferencia entre los tributarios de 1750 y 1772 es de solo 196 tributarios, lo cual significa que los tributarios de los cacicazgos de Hilabaya, Tarata, Tacna y Arica se incrementaron un 32,7% respecto de la visita de 1750. Asimismo, la totalidad de las visitas del siglo XVIII no contiene, entre sus tributarios, a ningún pueblo de pes cadores o indígenas de tal adscripción. Ello se constata en la visita de Antonio Álvarez y Ximénez, quien informa que las doctrinas de Ilo, Sama y Arica no poseyeron población indígena alguna. Situación que viene a apoyar nuestra hipótesis de la desaparición premeditada de los tributarios de la costa en los registros hacendísticos de las Caxas Reales de Arica.
A modo de cierre
La importancia de la población indígena fue advertida tem pranamente por Francisco Pizarro y sus sucesores, lo que no impidió las disputas entre indios o españoles por el control de los indios tributarios. Si bien el primer gobernador del Perú adoptó una definición de la categoría de los tributarios, esta sufrió sucesivos cambios en las décadas posteriores. Asimismo, la ubicación y jurisdicción de los repartimientos fueron difusos en las primeras décadas de presencia his pana. En otras palabras, los antecedentes demográficos iniciales no son del todo exactos en sus fechas, cantidades y espacios territoriales, no obstante, constituyen un valioso aporte para el estudio de la población, sociedad y economía del mundo andino.
Los informes documentales exponen que el territorio ariqueño tuvo un carácter multiétnico, pues estuvo integrado por Camanchacas, Coles y colonos, sean Urus o agricul tores de los señoríos altiplánicos. Los agricultores y los pescadores locales, según los trabajos de Julien y Rostworowski, conformaron una misma unidad étnica y cultural, que habitó entre las costas de Camaná y Tarapacá. Dichas poblaciones basaron su economía en la explotación de recursos agrícolas y marinos, que les permitió la genera ción de excedentes productivos y llegaron a alcanzar un alto grado de prestigio social y político, en relación con los grupos forasteros asentados en el espacio yunga. No obstante, en el periodo colonial se les asoció a un bajo nivel de desarrollo cultural y tecnológico, a pesar de so portar la misma carga impositiva de la Real Hacienda en el siglo XVI. Uno de los resultados de tales políticas fue el empobrecimiento de los pescadores de Arica, quienes sufrieron, además, una paulatina contracción demográfica junto a los agricultores de los valles, situación que afianzó su declive entre los siglos XVII y XVII. En el mismo periodo, Coles y Camanchacas pasaron a constituir un grupo étnico imperceptible en términos tributarios, pero en lo político y social fueron actores relevantes en la vida económica y política del corregimiento de Arica, ya sea por la prestación de servicios a la Corona o a las elites comerciales ariqueñas, limeñas y potosinas.