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Revista chilena de literatura

On-line version ISSN 0718-2295

Rev. chil. lit.  no.105 Santiago May 2022

http://dx.doi.org/10.4067/S0718-22952022000100345 

Artículos

Memoria y espacio en la obra de Rafael Chirbes y Francesc Serés

Memory and space in the work of Rafael Chirbes and Francesc Serés

Maria Dasca Batalla1 

1Universidad Pompeu Fabra, Barcelona, España

Resumen:

El objetivo de este artículo es analizar la relación entre espacio y memoria en la novela En la orilla (2013), de Rafael Chirbes, y en los libros De fems i de marbres (2003) y La pell de la frontera (2016), de Francesc Serés. En primer lugar, se tratará la relación entre el espacio y la ficción a partir de los estudios sobre la memoria (aplicando el concepto de memoria colectiva de Halbwachs) y el interés por el análisis espacial en la historiografía literaria. En segundo lugar, se analizará la relación que se establece entre la construcción de un espacio simbólico y dos momentos históricos: la Guerra Civil española (1936-1939) y la posguerra, y el fenómeno migratorio de comienzos del siglo xxi. Nuestra hipótesis es que los libros de Serés y de Chirbes se basan en la construcción de un espacio de memoria colectiva periférico, cambiante y plural.

Palabras clave: estudios sobre la memoria; giro espacial; estudios culturales; novela

Abstract:

The objective of this article is to analyze the relationship between space and memory in Rafael Chirbes’ novel En la orilla (2013), and in the books De fems i de marbres (2003) and La pell de la frontera (2016), by Francesc Serés. In the first place, the relationship between space and fiction will be treated from studies on memory (applying Halbwachs’ concept of 2022collective memory) and the interest in spatial analysis in literary historiography. Secondly, the relationship established between the construction of a symbolic space and two different historical moments will be analyzed: the Spanish civil war (1936-1939) and the post-war period, and the migratory phenomenon of the early 21st century. Our hypothesis is that the books of Serés and Chirbes are based on the construction of a peripheral, changing and plural collective memory space.

Keywords: memory studies; spatial turn; cultural studies; novel

“History is the subject of a structure whose site is not homogeneous, empty time, but time filled

by the presence of the now” (Benjamin 261)

“L’espace saisi par l’imagination ne peut rester l’espace indifférent livré à la mesure et à la réflexion du géomètre. Il est vécu, non pas dans sa positivité, mais avec toutes les partialités de l’imagination” (Bachelard 17)

1. INTRODUCCIÓN

[ 1 ]

Desde finales de los años 1980, en el mundo occidental los productos culturales destinados a revisitar el pasado han crecido exponencialmente. Este fenómeno, inherente a las dinámicas de consumo del capitalismo tardío y a los procesos de globalización, es indisociable de lo que Andreas Huyssen en En busca del futuro perdido denomina pretéritos presentes, es decir, la necesidad, a finales del siglo XX, de asumir la responsabilidad en cuanto al pasado a través de la recuperación de episodios mediante los cuales Occidente asume una determinada conciencia del tiempo (13-40). Algunas de las ficciones sobre la memoria publicadas en los albores del siglo XXI, pero, van más allá. Además de concebirse como artefactos culturales que satisfacen unas determinadas necesidades históricas (y de mercado), surgen como interrogantes que cuestionan hechos históricos específicos, sobre los cuales se han erigido formas diversas de memoria cultural. Este es el caso de las narrativas de Rafael Chirbes y Francesc Serés, donde la memoria se convierte en un dispositivo comunicativo, que actúa de forma interactiva y viva. Sus ficciones, geográficamente situadas en lugares concretos, trascienden el espacio local y sintonizan con un fenómeno europeo que Svetlana Boym ha relacionado con la experiencia de nostalgia colectiva propia de la modernidad (XIV).

En el marco español, la narrativa sobre la memoria ha generado una ingente cantidad de bibliografía crítica (ver, entre otros, Colmeiro; Resina, Winter; Gómez López-Quiñones; Aguado; Faber; Pozuelo Yvancos; De Menezes), en parte propiciada por la activación, en la agenda política, de planes de revisión de la Guerra Civil española (1936-1939) y la posguerra, cuyo objetivo es la restitución de los derechos de las víctimas provocadas por la contienda militar y la dictadura de Franco. La literatura, como espacio de debate y reflexión simbólica sobre el pasado, ha sido el centro privilegiado de estos análisis, los cuales han supuesto, tangencialmente, una revisión del papel de las tradiciones literarias peninsulares en la constitución de un imaginario plural y complejo sobre las formas de representación de temas como la guerra y la represión franquista, que siguen siendo, en la actualidad, objeto de discusión y polémica en la palestra pública. En el marco de este amplio debate, sin embargo, ha habido pocos estudios que, como el de Ryan, destacaran la importancia del espacio en cuanto a la activación del recuerdo individual y colectivo. Como recuerda Ryan, espacio y temporalidad son elementos entrelazados y coexistentes, claves en cualquier tipo de relación social, y asumen un papel indiscutible como elementos de identidad y agentes de aculturación (1).

En este sentido, el objetivo de este artículo es doble: por un lado, pretende incidir en el papel del lugar como detonante para la construcción narrativa de la memoria, por el otro, se propone abordar, de forma comparada, la ficcionalización de dos espacios periféricos, cuya marginalidad es determinada por su posición fronteriza (como veremos en la obra de Francesc Serés) o su naturaleza confinante entre el mar y la costa (en Rafael Chirbes). Las ficciones de Chirbes y Serés forman parte del conjunto de novelas sobre la Guerra Civil y el totalitarismo que, siguiendo a Winter, se basan en “la integración del saber, sentir, actuar, creer colectivo”, ya que, al servirse de una reflexión comprometida y ética, reconocen la ambivalencia que supone recuperar memorias silenciadas (Winter, Lugares… 10-11). Al mismo tiempo, se integran en un contexto de progresiva (re)valorización de la memoria, catalizado, en España, según observan Hans Lauge Hansen y Juan Carlos Cruz Suárez, por el hipertexto político y que tiene como centro (y, en parte, detonante) la aprobación de la Ley de Memoria Histórica el 2007. Ambos autores apuntan que, a partir del año 2000, como respuesta a la polarización política con que es tratado el tema de la memoria de la transición, distintos discursos artísticos y literarios “interpretan los testimonios de las víctimas en un contexto más complejo” (Hansen y Cruz Suárez 32), donde, añadimos nosotros, se cuestionan etiquetas como víctima, testimonio, representación, referencia o, incluso, memoria.

En este sentido, se ha constatado que existe un choque entre la narrativa oficial sobre la memoria relativa a la transición democrática (1975-1982) y las narrativas generadas, en la literatura y en la producción audiovisual, en el período de crisis económica y política iniciado en 2008 (Song). Esta tensión, que tiene como centro el papel del pasado en la construcción de un espacio democrático, es el resultado del denominado pacto de olvido, es decir, la construcción, durante la transición, de una memoria oficial basada en la negación de determinados hechos históricos (Resina, The Ghost 5). El boom de memorias colectivas iniciado a fines de los años 1990, un período de relativa estabilidad económica, debe entenderse como reacción al pacto de olvido de la transición. También se ha relacionado con una crisis de la memoria, ya que esta recuperación del pasado implica una resemantización que opera a través de la fragmentación y la descentralización (Colmeiro 17-19). Como veremos, las ficciones de Chirbes y Serés, al recuperar unos espacios de memoria sepultada, se construyen como contranarrativas a la memoria hegemónica oficial. Constituyen memoria histórica en la medida que esta, al entender de Germán Labrador, es una categoría narratológica que “propone una sintaxis histórica donde incardinar el republicanismo y las experiencias antiautoritarias del siglo XX español en la configuración simbólica del presente” (123). Sus ficciones, críticas con determinadas formas de representación (y omisión) de la literatura sobre la memoria, incluyen experiencias que han sido percibidas como traumas colectivos, en torno a las cuales pivota el eje de la ficción. Como dispositivos narrativos, sus obras son, además, catalizadores de afectividad (Resina y Winter, “Prólogo” 12).

El estudio se dividirá en dos partes. En un primer lugar, trataremos la relación entre el espacio y la ficción narrativa a partir de los estudios sobre la memoria. En segundo lugar, analizaremos fragmentos concretos de la obra de Chirbes y Serés donde se contrastan dos realidades sociales: la Guerra Civil y la inmigración de inicios del siglo XX. Para desarrollar este análisis, centrado en la constitución de un imaginario sobre el pasado colectivo, nos basaremos en tres obras: la novela, en castellano, de Chirbes, En la orilla (2013), la trilogía, en catalán, De fems i de marbres (De estiércol y de mármoles) (2003), integrada por los libros Els ventres de la terra (El vientre de la tierra), L’arbre sense tronc (El árbol sin tronco) y Una llengua de plom (Una lengua de plomo), y algunas de las crónicas que integran el libro de reportajes La pell de la frontera (La piel de la frontera) (2016), también en catalán, de Serés.

El análisis se centrará en el papel del espacio en la configuración de una memoria cultural sobre la experiencia de la guerra y la migración. Más concretamente se estudiará el rol que, en estas tres obras, asume el paisaje en la verbalización de una doble experiencia traumática, que identifica (y relaciona) a dos colectivos distintos. Nuestra hipótesis de trabajo es que el espacio (físico y simbólico, marginal y cambiante) es el detonante para el relato, pues vehicula una determinada experiencia de memoria que tiene como centro el sujeto y la comunidad. Para nuestra investigación será clave el concepto de memoria colectiva, entendido en el sentido que le otorgó Halbwachs. El sociólogo francés consideraba la memoria colectiva como evocación de “un acontecimiento que ocupaba un lugar en la vida de nuestro grupo y que hemos considerado, consideramos todavía hoy desde el punto de vista de este grupo” (74). Entendemos, por tanto, la memoria como un acontecimiento constituido por una determinada comunidad, construido conscientemente en un marco social; es este marco el que le permite, al grupo, recomponer una imagen concreta de su pasado. El marco social productor de memoria colectiva es, en la obra de Chirbes y de Serés, la familia y, en segundo término, la clase social (menestralía y campesinado).

Según Halbwachs, la memoria se despliega en un marco espacial, un espacio al que “volvemos a pasar con frecuencia”, fácilmente accesible y en el que se fija nuestro pensamiento para que surja el recuerdo (186-187). Los marcos colectivos de la memoria no solo incluyen pensamientos, experiencias, datos y objetos, sino también expectativas del grupo, que afectan su visión sobre el pasado. Concretando más, la relación de la memoria con el espacio es bidireccional: “Cuando un grupo está inserto en una parte del espacio, la transforma a su imagen, pero al mismo tiempo se pliega y se adapta a las cosas materiales que se les resisten. Se encierra en el marco que ha construido” (175). En la novela de Chirbes, el espacio simbólico de la orilla influye en el protagonista hasta al punto en que, en un ritual que lo vincula al grupo, se somete a él, restituyendo un equilibrio natural. En un paraje desvalijado por la crisis económica de 2008, donde la recesión ha puesto freno a la especulación inmobiliaria, el protagonista llena de recuerdos (y de memoria histórica) lo que en el presente se muestra como “campo de batalla abandonado, […] [un] territorio sujeto a un armisticio” con “tierras cubiertas de hierba, naranjales convertidos en solares; frutales descuidados, muchos de ellos secos; tapias que encierran pedazos de nada” (En la orilla 15).

En Serés, la tierra –sus piedras y sus relieves– es, a la vez, el lugar de destino y de regreso de los personajes, cuyas voces construyen el archivo de la memoria colectiva donde se inicia y termina la comunidad. Retomando Halbwachs, en De fems i de marbres se demuestra cómo la memoria colectiva tiene el mismo principio y fin que la comunidad que la genera, y ambas desaparecen con el cambio. La literatura de Serés constituye, en este sentido, un archivo foucaltiano, en la medida que crea enunciados que permiten ampliar desde la literatura las posibilidades del decir (La arqueología 170-172). El conjunto de voces colectivas que constituye el relato, entendido como archivo foucaultiano, existe al margen de las propias prácticas discursivas, en el exterior de su propio lenguaje.

2. MEMORIA Y ESPACIO

Al estudiar un determinado paisaje como espacio de memoria situamos la investigación en el marco de los estudios espaciales. Como recuerda Winter, el “paradigma topográfico se caracteriza, entre otras cosas, por su tendencia a establecer un sistema de relaciones en vez de revelar verdades” (Winter, “‘Localizar a los muertos’” 20) y forma parte del proceso de espacialización iniciado en el siglo XVIII que culminó en el denominado spatial turn. En el ámbito de las ciencias sociales y las humanidades, la emergencia del paradigma espacial ha implicado reconocer que el espacio “is a social construction relevant to the understanding of the different histories of human subjects and to the production of cultural phenomena” (Warf y Arias 1). Cabo Aseguinolaza destaca que la dimensión espacial ha ganado importancia en la historiografía literaria como resultado de “la manifestación clara de la crisis de la temporalidad continua y homogénea de la historia de sesgo más teológico, así como, en muchos casos, de las tradicionales historias de las literaturas nacionales” (22). La espacialidad se ha convertido en un paradigma que permite definir nuevos proyectos históricos y revisar los existentes. En nuestro caso, nos permite desarrollar una aproximación comparada e interlingüística a unas ficciones que tienen lugar en un espacio geográficamente determinado del territorio mediterráneo.

En cuanto al tema espacial, nuestro estudio se sitúa en el marco de la geocrítica de la historia literaria (Cabo Aseguinolaza 30). Su centro son determinados espacios culturales que, como resultado de la jerarquía que gradúa entidades regionales, nacionales y contemporáneas, pueden considerarse periféricos (en relación con un centro político, social y/o económico). Más concretamente, nuestro análisis contrastará dos lugares cercanos: una marisma valenciana (en Chirbes) y los campos y frutales de Zaidí, irrigados por el canal (en Serés). Se trata de lugares cuya vida y futuro depende del agua, y cuya población, que ha ido cambiando con el tiempo, ha alterado profundamente el ecosistema. Son espacios que se construyen, en relación con sus ocupantes, como marcadores de identidad individual y colectiva. Este vínculo puede asociarse al doble sentido identitario que el espacio, según Augé, adquiere en su dimensión local (69). Por un lado, estos lugares tienen un sentido relacional porque vinculan entre sí las vidas de sus ocupantes y, por el otro, tienen un sentido histórico porque son el punto de partida de unas memorias mudables. A su vez, al ser espacios al margen de la vida urbana, se caracterizan por un tipo de relaciones propias del mundo rural moderno. Una de ellas es que el espacio rural implica un tempo y una escala de transformación que se desarrolla de par en par con el relieve generacional de la comunidad humana (Resina, “The Modern Rural” 12). En este proceso la memoria se concibe como una presencia con “two separate moments of consciousness –whether it be the subject that it present to itself or the community that renews itself through intergenerational making present of its central values and wisdom” (14). En la obra de Chirbes y Serés el proceso de relieve es asociado a los valores (en crisis) de las dos clases protagonistas (menestralía y campesinado) y es asumido por personajes que se hacen cargo del papel de transmisores de memoria, al tiempo que interrumpen este mismo proceso de transferencia.

A la hora de referirnos a la construcción del espacio en ambas novelas, debemos tener en cuenta sus características como paisaje producido, es decir, como resultado de una construcción social y cultural. Según Lefebvre, el paisaje contemporáneo no puede concebirse como pasivo o vacío, o como simple producto destinado al consumo, al intercambio o a la desaparición. En la medida que es un producto que interviene en la misma producción, debe interpretarse desde un punto de vista dialéctico: tanto forma parte de las relaciones de producción como de las fuerzas de producción (208). Según el geógrafo francés, el espacio moderno tiene tres características específicas: la homogeneidad, la fragmentación y la jerarquía (210). A la vez que tiende a la homogeneización (debido al transporte, a la gestión, al control, etc.) es fragmentado en parcelas y sometido a una jerarquía según áreas. Estas tres características impactan tanto en la modelación de unos ámbitos educativos, culturales y laborales como en el marco de convenciones y parámetros sociales que los regulan.

Las ficciones que analizamos pueden interpretarse como reacciones a las tres tendencias observadas por Lefebvre puesto que sus narradores construyen lugares personales, locales y significativos. Tanto en Chirbes como en Serés, el relato del lugar es canalizado por voces internas a la experiencia del espacio, con el cual establecen una relación afectiva. En la novela En la orilla vemos cómo el protagonista parcela una parte de la orilla de la ciudad donde vive, un espacio natural, tradicionalmente destinado al ocio (la caza y la pesca), que es reconocido, también, por su capacidad regenerativa. Su mirada se proyecta sobre un determinado fragmento de la realidad que, a través de sus acciones, adquiere un significado simbólico irreversible: es el sitio donde la vida se confunde con la muerte. En el imaginario de Serés, la construcción del lugar es más compleja ya que su literatura parte de una colección de voces que se identifican con una comunidad y un lugar a lo largo de cien años (en De fems i de marbres) para, después, saltar (en La pell de la frontera) al presente de una realidad efímera y nomádica: la de los inmigrantes que, a inicios del siglo XXI, ocupan el mismo lugar. En sus relatos, estos inmigrantes están desprovistos de pasado, mientras que su futuro depende de las posibilidades (económicas, laborales y, también, humanas) de supervivencia que les ofrezca un sitio prácticamente desprovisto de indígenas, donde el narrador (que es nativo de Zaidí) se ve a sí mismo como un extranjero más.

La prosa de Chirbes y Serés se caracteriza por una gran precisión léxica, una predilección por la parataxis y el uso de metáforas complejas y de gran densidad poética. A nivel elocutivo, ambos escritores usan narradores omniscientes con focalización interna, añadiendo, en el caso de los reportajes de Serés, entrevistas y diálogos. Con estos recursos ambos consiguen “revelar dialécticamente, [sic] el lado universal de la individualidad única del otro” (Winter, “Adivinación hermenéutica” 239) y, al hacerlo, provocan un efecto de “autenticidad” (238). Algunos de estos elementos estilísticos, como la creación de espacios simbólicos en torno a la idea de pantano o desierto, el uso del discurso en primera persona y la alusión a un paisaje que se identifica con el propio yo narrativo son claves en la construcción ficcional.

En cuanto a la poética subyacente, las obras de ambos autores responden a una motivación realista que hace que su literatura no solo se lea como ficción, sino también como testimonio de una determinada revisión del pasado hecha desde el presente. Siguiendo a Hayden White, sus ficciones presuponen “a notion of reality in which ‘the true’ is identified with ‘the real’ only insofar it can be shown to possess the character of narrativity” (6). Sus narrativas se basan en el establecimiento de unos presupuestos de coherencia que afectan la representación de las temáticas abordadas. Por un lado, se asocian a unas realidades históricas recientes, que el lector puede reconocer e interpretar en relación con el mundo donde vive. Por el otro, estas realidades históricas al convertirse en realidades ficcionales deben entenderse como representaciones resultantes de procesos de selección y recreación regulados por el principio de verosimilitud. Aunque, como lectores de la obra de Chirbes y de Serés, recurramos a la base referencial del relato para entender algunos de los debates que la sustentan, la articulación de la imagen de la realidad “desaparece como tal cuando leemos una novela en la medida que necesitamos que el conjunto denso de lo real no sea dificultado por el lenguaje” (Pozuelo Yvancos, Poética 106). Solo así podremos experimentar la ficción como imagen de vida o como mundo autónomo respecto de lo real.

Las ficciones de Chirbes responden, en este sentido, a unas determinadas necesidades éticas, justificadas por unos propósitos ficcionales e históricos. El escritor defiende la autosuficiencia narrativa alegando que “[e]n la novela la autoridad del relato no procede de la fidelidad precisa a los hechos, sino de la organización de la propia narración, que ha de suprimir el recelo del autor y convertirlo en cómplice a partir de una verdad interior, de una lógica que no es otra que su textura moral y que, en su más noble espacio, tiene que ver con el conocimiento” (Chirbes, Por cuenta propia… 230). En En la orilla el uso de un narrador omnisciente, cuya voz se identifica con la de Esteban, el protagonista, le permite organizar la propia narración internamente y, a la vez, motivar la historia (y sus circunstancias morales) mediante un discurso que lo legitima. En otras palabras, Chirbes nos recuerda que “apropiarse de un relato es apropiarse de una legitimidad” (Chirbes, Por cuenta propia… 237). Así, por ejemplo, en el siguiente párrafo vemos como el narrador actúa como agente constructor de un espacio de memoria que justifica la relación de filiación con el padre:

Yo mismo veo las cosas un poco del modo en que él las ha visto y, en ese maremágnum, el pantano me parece el núcleo de pervivencia de un mundo sin tiempo, que se sostiene a la vez frágil y enérgico, en el centro del tapiz menguante –verde piel de zapa– que forman los campos de naranjos y pomelos, las plantaciones de frutales, las huertas que beben del pantano gracias a un complicado sistema de acequias. Llamamos naturaleza a formas de artificio que precedieron a las nuestras, no nos paramos a distinguir que los paisajes no son eternos, han estado, y están –como nosotros– condenados a dejar de ser, no siempre más despacio que nosotros mismos. Puedo dar fe de ello. Basta fijarse en lo que ha ocurrido en los últimos veinte años. (En la orilla 101)

En este fragmento el narrador asume su finitud en relación con un paisaje que también es finible, ya que, como construcción y proyección artificial, depende de los quehaceres y las voluntades humanas. Su narración hace hincapié en la dimensión construida (o artificiosa) de un espacio natural sujeto a la explotación agraria, el cual es tapiz (en su dimensión visual o, incluso, pictórica) y a la vez campos, plantaciones y huertas. El abandono humano del campo conlleva, según Esteban, su condena a “dejar de ser”, a extinguirse de la misma forma que desaparece el ser humano. Esta toma de conciencia, que tiene lugar en “un mundo sin tiempo […] frágil y enérgico” le permite asumir, en parte, la visión del mundo que tiene su padre, en medio del revoloteo de cosas (o maremágnum) que es la vida. Es relevante, en este pasaje, el uso del sustantivo maremágnum, cuya etimología nos remite a ‘mar grande’. Podemos relacionar este maremágnum con la visión que Esteban tiene de la tierra: para él ha de dejado de ser un espacio sólido para convertirse en un mar infinito que simboliza la muerte.

Por su parte, a través de la alternancia de voces y los saltos cronológicos, los textos de De fems i de marbres amplían las posibilidades de representación de lo real mediante una articulación narrativa basada en la pluralidad y la fragmentación, que opera como pacto contra el olvido del que ha sido objeto, en plena posmodernidad, la comunidad campesina. El proyecto del autor consiste, como él mismo destacó, en la reconstrucción de un mundo desaparecido mediante su propia memoria y las memorias dispersas entre los otros (Viestenz 147). Su geografía literaria se sedimenta de voces que trascienden la propia historia para constituir un amplio escenario comunitario. Construyen una memoria colectiva, en la medida que, como apunta Halbwachs, esta tiene lugar en el marco virtual de la comunidad. En este caso, el eje en torno al cual se articula la ficción es un paisaje fronterizo, entre el secano y la huerta, sometido a los embates de unas crisis que ponen de manifiesto la precariedad del sujeto a lo largo del siglo XX.

Así, en el libro más poético de De fems i de marbres, Una llengua de plom, distintos narradores utilizan el lenguaje con el fin de volver al pasado del lugar. Según Viestenz “Serés attemps to capture the archaelogical vestiges of a bygone community that are trapped within the earth but obstinately attempt to return to narratological consciousness” (141). En la literatura de Serés, es la mirada del antropólogo, fundamentada en la interpretación que hace Lévi-Strauss del mito, lo que le ayuda a construir un relato de relatos, cuyo comienzo es un mito narrado, una historia que se explica a través de los pensamientos de los hombres y de su transmisión relatada (Viestenz 143, nota 2). Esta necesidad (adánica) de encontrar un lenguaje para expresar el mundo se manifiesta ya en la primera prosa del libro, el “Primer full de ceba”, donde habla el último descendiente de una dinastía: “l’hereu a qui es confien els arreus, tots aquests fils que es perden a l’entremig de les madeixes embullades” (Serés, De fems i de marbres 316). Este heredero (de tierras y de memoria confundida) se reconoce, primero, en el paisaje hibernal y, después, en la palabra:

Aquest que se’t revela és el paisatge després de la derrota, l’èpica que ja ningú no s’atreveix a jugar: tothom té por car el món és un hivern que no passa. Però tu no fugiràs, no fugiràs perquè saps que tot aquest paisatge gebrat el duus al dedins, que tota hora serà gèlida arreu on vagis.

[...] però més enllà, darrere de tot això, hi ha una paraula que talla les descripcions, que resumeix característiques i formes acoblant les frases per fer-ne només una i, d’aquí, triant i destriant tot aquest llenguatge fos, només una paraula, bellesa (Serés, De fems i de marbres 317-318)

En su revelación del mundo a través de las palabras, los distintos narradores, habitantes de un mismo valle, reconocen su identificación con una tierra “plena de matolls i males herbes, seca, erta, crivassada de dalt a baix” (Serés, De fems i de marbres 376-377), en que se expresa su incertidumbre existencial y ontológica. Al hablar, los personajes se someten a la moral del campo y a sus costumbres, iniciando, ritualmente, procesos largos y cíclicos, como desecar los muelles y nivelar los aiguamorts (literalmente aguamuertes), pantanales que simbolizan, con su nombre, un espacio de vida y de muerte (Serés, De fems i de marbres 499).

3. LOS LUGARES LITERARIOS DE CHIRBES Y SERÉS

En la orilla tiene lugar en un territorio pantanoso del litoral valenciano, un área limítrofe a la imaginaria ciudad valenciana de Olba, donde, en los primeros años del franquismo, se ocultaron y fueron fusilados soldados republicanos y, a inicios del siglo XXI, se esconde la inmigración magrebí castigada por la crisis económica. Por su parte, De fems i de marbres se centra en los cambios en las formas de vida rural tradicional de Zaidí, en Aragón, a lo largo del siglo XX. Finalmente, en La pell de la frontera Serés retrata el día a día de los inmigrantes que trabajan en la recolección de la fruta en la misma Franja de Aragón, territorio catalanohablante cercano al desierto de los Monegros y al espacio donde se estableció el frente de Teruel durante la Guerra Civil.

En las obras de Chirbes y de Serés los personajes hablan en relación con un paisaje concreto, que constituye una unidad autosuficiente, resultado, como recuerda Simmel, de un proceso de aculturación (22). Como veremos, hay un mood, o sentimiento, que da unidad a la percepción del paisaje en las tres obras y que es la base de la formación ideacional de los personajes. En el caso de Chirbes la orilla es el elemento que da unidad y sentido (real y figurado) a la ficción, a la vez que es el único componente de la realidad con que se identifica el protagonista, quien lo escoge como escenario para consumar el suicidio y parricidio iniciales. La novela tiene lugar entre el 14 y el 26 de diciembre de 2010, en plena crisis económica, una crisis que conlleva el inminente embargo de la carpintería que Esteban heredó de su padre. A lo largo de la ficción el personaje recuerda distintos momentos en que junto a su progenitor, quien padece demencia senil, fueron a la ciénaga.

La orilla es un lugar inhóspito, que se mantuvo desierto hasta que empezaron a construirse edificaciones precarias, que se inundan con la lluvia. Los terrenos del litoral, de hecho, llevan nombres que recuerdan su origen pantanoso: La Laguna, Las Balsas, Saladar y El Marjal. Al volver a ella, Esteban recuerda el menosprecio que sentía su padre por todo lo que llegaba del mar: “El mar trae o atrae la basura, aquí se instala lo peor. Desde siempre: charlatanes, trileros, matones.” (En la orilla 43). Seres que no merecen ser respetados, porque, en la sociedad materialista posindustrial, mueren ante la indiferencia del hombre, y ante una naturaleza que, convertida en “el gran santuario de la divinidad”, sí merece protección. En otra prolepsis, el narrador recuerda como la laguna es el lugar donde se negaron, consumidos por los peces, los “pecados de los pistoleros” absueltos durante la transición (44). Allí actuaron hombres como Bernal, antiguo amigo de su padre, que fueron contratados por el régimen franquista para participar en cacerías contra soldados republicanos, escondidos en el “laberinto de agua, fango y cañas” (357) que constituye el pantano, de los cuales solo se conserva el recuerdo oral. En su niñez, Esteban los imaginaba como “seres anfibios […] una especie de palmípedos cubiertos de escamas” cuyo máximo momento de poder, en que fueron “dueños de sí mismos”, fue el del suicidio (359).

Catalizadora de memoria y fuente de las admoniciones del padre, la marisma, desecada y encharcada de nuevo, es, piensa Esteban, un lugar apto para la redención que supone el sacrificio final con que se inicia el relato (también puede ser vista como espacio de corrupción moral y material, Leuzinger 253-258). A Esteban, desde niño, le han atraído los desechos y el hedor del sitio (En la orilla 73), elementos que, a pesar de ser signo de putrefacción, convierten el espacio en un lugar puro y atemporal: “la insalubridad, la fetidez, lo ayudan a mantenerse intacto, preservan su inocencia, o lo redimen, y constituyen su peculiar forma de pureza, variante de ingravidez que concede su reticencia a encajar en otro mundo que no sea el suyo” (375).

Por su parte, el centro de De fems i de marbres es el espacio agrario, que sirve de vínculo esencial entre el hombre y su colectividad a lo largo del siglo XX. El territorio entorno al pueblo de Zaidí es representado como un espacio en mutación, autosuficiente, a la vez lugar de paso y sede de la comunidad establecida por la aldea y la familia. Como denuncia Serés, el campo es un espacio excluido, invisible a los medios de comunicación. Al convertirse en objeto de la representación, se visibiliza de acuerdo con la función que ha tenido siempre: como motor de producción material, fuente primera de trabajo y de recursos para la supervivencia. A diferencia de la ciudad, lo que condiciona el hábitat rural es la identificación con el relevo generacional que se produce en la comunidad, que los distintos procesos migratorios han condicionado, y cuya supervivencia en el presente depende de la inmigración procedente del norte de África y del África subsahariana. Para hacerse visible, además de concretarse en relato y tiempo, es necesario que aparezca en los mapas. La literatura de Serés está llena de mapas: son aproximaciones abstractas a través de las cuales se pone en relieve un paisaje lleno de líneas y vivencias, que, como las líneas de las manos de sus labradores, acabarán desapareciendo físicamente y visualmente: “el temps desapareix tan bon punt s’acaben les ratlles del mapa. Les traces de les carreteres comencen a aprimar-se i a canviar de color fins que arriba un punt que es tornen discontínues i desapareixen.” (La pell de la frontera 213). En este sentido, la proyección de una mirada geográfica (e, incluso, cartográfica) sobre la realidad permite profundizar en las condiciones de vida de la gente en el territorio.

En De fems i de marbres se recrea la cultura campesina tradicional cuyo fin, recuerda Pierre Nora, dará lugar a la aparición de los lugares de memoria (Nora XVII). En el núcleo de la ficción encontramos una serie de cambios vitales que, poco a poco, van modificando la percepción (y representación) de la realidad. La alteración del paisaje supone, asimismo, un cambio en la memoria: “no hi ha cap indret que canviï de fesomia sense alterar la memòria” (Serés, De fems i de marbres 269). Aunque el centro del volumen siempre es el mismo (la relación entre individuo y territorio), los tres libros están articulados de manera diferente. En el primero, Els ventres de la terra, varias voces (en primera o tercera persona) explican momentos diferentes de la historia (de su historia en particular, reportada según las fechas que sirven de subtítulos al relato). La panorámica abarca todo un siglo, desde fines del XIX hasta el final del XX, y tiene un correlato en las diversas fotografías que el flujo de voces describe. El segundo, L’arbre sense tronc, recorre, cronológicamente, la educación sentimental del protagonista, Asís, desde la infancia hasta la vejez, un momento en que el personaje desea ser tierra (Serés, De fems i de marbres 303). El relato, en primera persona, se basa en la sucesión de recuerdos que el narrador, ya viejo, evoca al regresar al pueblo natal. La narración incide, principalmente, en episodios de su formación intelectual, que tiene lugar durante los años de la dictadura, y se desarrolla entre dos espacios: el pueblo y la ciudad. En el presente, el paisaje es el lugar nebuloso donde se funde el protagonista, que lo reconoce como espacio habitable (casa) y parte de su cuerpo (carn):

El paisatge és carn, com la casa al final del viarany, cada vegada més ample i trepitjat vora el gram humit, que mulla les puntes de les sabates. La tarda cau camí de tornada quan la boira esborra els camps i no et deixa veure la casa, quan la humitat et pren les galtes i el front i també els ulls i te’ls ennuega de fresc i salat, fent encara més boirós el paisatge, com un mar de terra, quan ja no el veus, quan ha desaparegut la casa, i no et trobes ni els peus ni les mans, i només hi ha la visió pura. No hi sóc. (Serés, De fems i de marbres 304)

Como hemos comentado, el tercer libro, Una llengua de plom, es el homenaje que varias voces hacen al Valle donde han vivido. Se trata del volumen con más variedad de experiencias, que comprenden desde la guerra colonial de 1898 hasta el exilio y la posguerra.

La pell de la frontera es un libro concebido como contraimagen a De fems i de marbres, una crónica de un mismo paisaje hecha desde la actualidad. Zaidí, ahora, se ha convertido en un lugar inestable y sin comunidad, que permanece a pesar de la diáspora. Según el escritor, “[e]ls llocs s’acaben ocupant, al final som nosaltres els que estem de pas.” Ante la contingencia de la vida humana, Serés describe los matices de un lugar degradado, del que está hecho el propio yo (llevo “deixalles dins meu”, Serés, La pell de la frontera 73), donde se mezclan ruina y porquería. Se trata de un “[p]aisatge degradat”, sin protección ni seguridad, donde “no saps on comença la ruïna i on acaba la brutícia” (Serés, La pell de la frontera 159). Es el territorio que ocupan los Monegros, Zaidí, Fraga o el bar Casanova de Alcarràs, donde la “vida vessa pertot arreu” (Serés, La pell de la frontera 102), que incluye sitios que han virado de la prosperidad (durante el franquismo y la especulación) al declivio. Estos lugares se han convertido en testigos mudos de cambios incesantes, provocados por rupturas y crisis, que confirman la fragilidad, en pleno capitalismo tardío, de una sociedad regida por los movimientos acelerados: “Tot passa avall. [...] tot es trenca ara” (Serés, La pell de la frontera 82-83).

3.1 LUGARES Y MEMORIA DE LA GUERRA

Las memorias construidas por ambos escritores pueden considerarse memorias culturales, en la medida que constituyen un conocimiento incorpóreo, codificado simbólicamente, que “is not only stored and transmitted, but also accumulated and expanded” (Assman s.p.). Se basan, por consiguiente, en la transmisión transindividual y transgeneracional. Las experiencias relatadas por los protagonistas parten, en definitiva, de un componente vivencial ya que explican experiencias vividas a través del recuerdo/relato intergeneracional. Esto hace que, al analizar el papel de la memoria en la construcción del relato, podamos hablar de una historia que constituye “un marco vivo y natural en el que puede apoyarse un pensamiento para conservar y volver a encontrar la imagen de su pasado” (Halbwachs 111). Esta conexión con la transmisión del pasado tiene lugar en un presente en que, por un lado, ya se han extinguido las estructuras sociales propias del espacio rural (la masía y la aldea) y, por el otro, han entrado en crisis las estructuras del modernismo industrial (la fábrica y el sindicato).

Un hecho histórico omnipresente en ambas ficciones es la Guerra Civil española. La experiencia bélica supone, en los personajes, un impacto corporal, psíquico y afectivo que, como analizó Hirsch, incide en los descendientes de las víctimas a través de la experiencia de posmemoria afiliativa (Hirsch, “The Generation…” 106). Los textos comentados son relatados por unos escritores que no vivieron directamente la contienda bélica, pero sí la posguerra, y que, en los albores del siglo XXI, han sido testimonios de la llegada de inmigrantes extracomunitarios. En este sentido, Chirbes y Serés, nacidos, respectivamente, en 1949 y 1972, asumen el legado de la generación de los padres y recuerdan las consecuencias (en este caso vividas y recordadas) de la dictadura franquista. Como en buena parte de la literatura actual sobre la memoria, en los relatos de En la orilla y De fems i de marbres la experiencia del pasado es revivida en el presente como presente que nunca ha sido vivido como presente. Es por eso que debe entenderse como recreación ficcional, hecha de memorias de memorias.

En En la orilla el padre de Esteban explica su experiencia como combatiente en unas notas, escritas en un calendario de 1960, que desaparecerán en el crematorio y que su hijo no llega a leer (342). El padre considera que la guerra impidió su desarrollo personal y profesional, frustró sus deseos encarnados en la máxima “El hombre no es nada que no sea la conciencia que tiene de sí mismo, se fabrica a sí mismo” (347). Su experiencia como soldado republicano, represaliado por el franquismo, marcará la formación del hijo, quien, como el padre, abandonará la vocación artística para aislarse en la carpintería. Esteban rechaza la crítica silenciosa al franquismo en que se escuda el progenitor, a quien ve como un “hombre menguado”, y asume el fracaso de un mundo en que la única ideología real, el materialismo, impulsa el ser humano a actuar como agente y objeto de consumo. A su entender el hombre “no es portador de luz”, sino un “siniestro reproductor de sombras” cuyo máximo poder es “matar a destajo” (359). Son “las rutas del pantano” (47), y no el frente, el lugar donde Esteban es “capaz de establecer recuerdos” consigo mismo y su entorno, y ejecutar la acción de poner fin a la vida.

La guerra, en Serés, es presente en algunos personajes que la evocan como episodio biográfico, protagonizado por la muerte: “en fa seixanta [años que] me’n vaig anar a l’Aragó, on vaig matar moltes vegades i em van matar moltes vegades” (Serés, De fems i de marbres 119-120). Los años de la guerra son asociados a problemas relacionados con la cosecha (Serés, De fems i de marbres 137-138) o a fenómenos extraños como la aparición de pájaros hambrientos (160), cuya presencia coincide con la llegada del General, un militar que ordena como deben llevarse a cabo las tareas del campo y que relaciona la matanza de los pájaros con la de los republicanos. Son recuerdos que marcan la vida de los personajes como lo ha hecho el trabajo diario en el campo y su dependencia de unos lugares que “es comuniquen entre ells a través dels homes” (190). La guerra es también evocada como un episodio de destrucción de memoria (444) que obliga a dos maestros de la ciudad a un destierro forzado a Zaidí (434). En algunos pasajes se convierte en metáfora de la lucha por la supervivencia (327) y el paisaje es descrito como imagen de una batalla perdida (348). En cuanto a su expresión traumática, el capítulo más relevante es “El cel des del pou” (259-268), donde se cuenta la locura de Anna, una mujer convertida en “despulla”, llena de chinches, llagas y suciedad, ingresada en un hospital militar después sobrevivir a los bombardeos de Barcelona y sufrir violaciones, insultos y palizas. Se trata de un personaje mudo y sin pasado, siempre bajo sospecha, a quien “les bombes havien buidat aquella memoria que ara estaba ocupada només per un espai gris i sense forma”.

Uno de los elementos que vinculan la ficción de Chirbes con la de Serés es la referencia al episodio de la Guerra Civil en Aragón. En la novela del primero es la experiencia, con diecisiete años, al frente de Teruel, lo que obliga al padre de Esteban a enterrar “el deseo y la posibilidad” (Chirbes, En la orilla 354), es decir: a renunciar a la ambición de crear belleza con las manos y la escultura. Aterrorizado por “El miedo a las bombas, a las bayonetas” y al “momento de verte cara a cara ante un enemigo”, el personaje considera que “Lo humano es desertar, lo absurdo es quedarte allí [en la trinchera] a la espera que la sangre te empape, la tuya o la ajena” (355). Es la experiencia de la guerra lo que, al entender del personaje, provoca un sentimiento de complicidad con el enemigo que hace que todo se vuelva, en el recuerdo, “aún más pegajoso, más culpable, absurdo, cruel y carente de sentido” (355). Este sentimiento, paradójico y traumático, se intensifica con la imposibilidad de comunicarse con el hijo, una situación que se convierte en irreversible a partir del momento en que el progenitor padece los primeros síntomas de demencia senil.

El espacio del frente de Teruel, en Serés, reaparece en “El món s’esgarrapa i s’acarona”, uno de los textos de La pell de la frontera. El narrador, en 2011, recorre el campo de la batalla y lo ve como “el final del món conegut i l’inici de la història” (193). Se trata de una historia singular: “l’origen de tots els mals, l’escenari d’una guerra civil que era el punt de totes les coses trencades que arriben fins avui” (193). Marcado por esta guerra lejana “a la vegada intensament viva, constant, present” (193), el lugar sacude la memoria del escritor en su paso por los Monegros y reaviva su identificación con un pasado a la vez personal y colectivo. Esto lleva al narrador a la resignada aceptación de una derrota que va más allá del episodio bélico: “No van guanyar ni els que van guanyar, fins i tot la guerra perd, aquí” (206).

3.2. LUGARES E INMIGRACIÓN

Mientras que en Chirbes la inmigración es asociada a las necesidades generadas por la creciente sociedad de servicios y la burbuja inmobiliaria, en Serés se vincula a la repoblación de un territorio agrícola después de medio siglo de decrecimiento económico y demográfico (sobre literatura e inmigración ver Andres-Suárez; para el siglo XXI ver Álvarez-Blanco). En En la orilla la voz de los inmigrantes se confunde, en forma de monólogo interior, con la del narrador. En este caso, y a diferencia de los pasajes centrados en el recuerdo de la guerra, el fenómeno migratorio es introducido in media res, como realidad vinculada al presente de la crisis, indisociable del paisaje de desechos y de regeneración que constituye el pantano. Primero, es Ahmed Ouallahi, el marroquí exempleado de Esteban quien, al inicio de la novela, introduce una serie de reflexiones sobre sus compañeros, que buscan trabajo en la construcción. Más adelante es Esteban quien, en el bar Castañer, participa en una tertulia donde se reflexiona cínicamente sobre los beneficios que la inmigración ha supuesto en cuanto al tráfico humano. Lo hace recordando la suerte de Justino, hijo de un exiliado en Suiza cuya fortuna se inició con el tráfico de obreros españoles en este país y en Alemania durante el franquismo. Ahora es el hijo quien, siguiendo el negocio familiar, trafica con moldavos, moros y gitanos (63-66). Los negocios de explotación de la precariedad en que se mueven los amigos de Esteban tienen como objeto unos inmigrantes que viven de la economía sumergida en un momento en que las cifras del paro han subido hasta el veinte por ciento. La imagen más sombría de este colectivo son las mujeres. Por un lado, aparece Liliana, la cuidadora colombiana del padre de Esteban, cuyos monólogos son integrados en el relato. Por el otro, las prostitutas que trabajan en la marisma, con sus cuerpos en continua exposición, y desprovistas de identidad, de voz y de protección legal.

Serés, en La pell de la frontera, utiliza el dispositivo del reportaje (el escritor aparece como un personaje más) para hablar de los cambios experimentados en la Franja de Aragón con la llegada masiva de inmigración a lo largo de diez años: 2003-2013. Para las entrevistas el autor se basó en personas reales que viven en su pueblo natal, Zaidí, con quienes ha trabajado, convivido y conversado. Sus relatos humanizan la construcción del otro y provocan una reacción de empatía en el lector mediante el “desplaçament […] d’un jo que sense abandonar del tot la seva posició d’enunciació escenifica l’inici d’un procés de cessió de veu a un altre” (Picornell 153-154). En este sentido, su intención es justamente explicar la realidad no escrita de las formas de vida de los inmigrantes, que encuentran cobijo en barracas o pajares (estos lugares, sin personas, son el centro de las fotografías del apartado “Petit manual d’interiorisme i arquitectura efímera”, tomadas por el propio autor). Con la descripción, en el presente, del día a día y de los sentimientos de unas vidas invisibles, Serés se reafirma en un proyecto donde la escritura se concibe como forma de reconocimiento. Con su literatura el autor se posiciona (y posiciona al otro) en un tiempo y un lugar, a partir de los cuales se interroga sobre la naturaleza insegura de la realidad. Concretamente se pregunta cómo en un momento de transformaciones irreversibles (la vida misma es presentada como un movimiento que no permite dar marcha atrás) la protección y la seguridad parecen quedar relegadas al poder de les grandes corporaciones.

En su literatura, la llegada de “la gent d’arreu” (108), en un mundo que pasa y deja sedimentos, es vista como una necesidad. Es una realidad que ya “no es para en cap lloc”, integrada por senegaleses, malienses, guineanos, nigerianos y marroquís, que han llegado “perquè nosaltres no perdem el món de vista”. La mirada del local sobre esta nueva realidad choca con la mirada nomádica de los narradores de Una llengua de plom, que regresan a un sitio del que ya no forman parte, y que intentan reconstruir a partir de las trazas, los objetos y la tierra que fundamentan sus recuerdos. Para personajes como Ángel, el chico que regresa de Cuba, después de la carnicería de la guerra de 1898, solo hay “el mateix plor repetit des que se’n recorda aquesta memòria col·lectiva que sura per damunt nostre” (De fems i de marbres 516). El llorar de una madre ante una tierra que quedará, silente y quieta. Personajes como este son nómadas cuya identidad es, siguiendo a Braidotti, “a map of where s/he has already been; s/he can always reconstruct it at posteriority, as a set of steps in an itinerary. But there is no triumphant cogito supervising the contingency of the self; the nomad stands for movible diversity, the nomad’s identity in an inventory of traces” (14). Su conciencia es lo que Foucault llama una contramemoria, es decir una forma de resistencia a la asimilación o la homologación de las vías dominantes de representación del yo.

Siguiendo a Viestenz “Serés postulates that the core of representing one’s own geographical space through a particular form, whether it be cinematic or novelistic, derives from a relationship with structures erected by members of other cultural groupings” (Viestenz 151-152). Es un buen ejemplo de ello esta descripción del desierto de los Monegros, que es comparado al imaginario (tan popular en los años 1940 y 1950) de westerns como Centauros del desierto de John Ford (1956):

El món s’acabava als Monegres, que encara eren meus. Em pertanyien de la mateixa manera que em sol pertànyer una part dels límits que habitem. Els abastava i m’incloïen perquè allà hi havia el final del món conegut i l’inici de la història. De la història amb majúscules, de l’origen de tots els mals, l’escenari d’una guerra civil que era el punt [de partida] de totes les coses trencades, que arriben fins avui. Era el lloc dels temps sense temps” (Serés, La pell de la frontera 193).

El espacio del desierto es también el lugar donde se pone en evidencia el fracaso de la actuación humana. Los Monegros fueron poblados durante el franquismo, hasta que fueron perdiendo peso demográfico y económico y volvieron a ser un espacio baldío. Con la crisis de 2007, la erosión se convirtió no sólo un fenómeno físico sino también antropológico: “Crisi vol dir ‘migració’, vol dir que arriba un punt que els pobles es tornen irrecuperables, que la desertització no és tan sols un fenomen geològic” (Serés, La pell de la frontera 199). En el fondo se trata de un lugar donde no queda nada, que borra la historia: “[los Monegros] contenien el temps d’unes batalles que també van ser indefinides, quietes, mortes, com si el contingut mateix del paisatge acabés impregnant la història. Com si en un món tan sòlid, no hi hagués res que pogués surar sobre altres coses. [...] A sobre d’aquelles planes, tot es tornava, també, pla, sense gruix, sense matèria, pura abstracció” (Serés, La pell de la frontera 193-194).

4. CONCLUSIÓN

En nuestro análisis hemos visto cómo la articulación de un espacio de memoria, simbolizado en el pantano, el campo y el desierto, sobre la experiencia de la guerra, la posguerra y la inmigración, permite articular lo que Hirsch llama una “living connection” (Hirsch, The Generation of Postmemory 33) una conexión viva con el pasado que implica una revisión ficcional de determinados momentos históricos. A través de la construcción de un marco colectivo, expresado mediante distintas voces narrativas, ambos escritores desarrollan una contranarrativa donde la memoria expresa una toma de conciencia individual y colectiva. Como hemos visto, en este proceso es clave, por un lado, la identificación de los personajes con un determinado espacio producido, con una identidad (relacional e histórica) concreta y, por el otro, la creación de una memoria mudable, resultado de unos determinantes acontecimientos históricos.

Ante la progresiva homogeneización del paisaje del siglo XXI estos escritores verbalizan unos espacios emocionales en continua transformación, resultado de una sedimentación histórica y social. Lo hacen reconociendo la existencia de un pasado que se hace presente a través de la ficción y de la capacidad, por parte de la ficción, de engendrar presencias. Como apunta Winter, la denominada crisis de memoria actual requiere el desarrollo de una “performative memory”, una memoria que transforme el conocimiento del pasado en un componente de presencia real (Winter, “De la memoria…” 249). Al asumir el pasado como parte de la conciencia histórica del siglo XXI, las ficciones de Chirbes y de Serés trascienden el presente. Su literatura proyecta una mirada crítica y, a la vez, escéptica sobre unos espacios compartidos, constituyéndose como parte de un ecosistema vivo y complejo, cercano a un mar (el Mediterráneo) que, desde siempre, como espacio biológico y humano, ha sido fuente de vida y de muerte.

Su literatura, poniendo en relación colectivos culturales distintos, entrelazados por vínculos (y necesidades) económicos y sociales, da relieve y complejidad a algunos de los debates más acuciantes de la actualidad. La inclusión, en las voces narrativas, del relato del inmigrante permite integrar en un espacio identitario y colectivo unos personajes que suelen carecer de voz, cuya presencia (y reconocimiento) es determinante en la constitución del propio ser. Los indígenas de la orilla y del campo se ven reflejados en unas experiencias, las de los recién llegados, que son, también, las suyas, sometidas a los embates del devenir. Es por todo eso, y mucho más, que la literatura de Chirbes y Serés es tan potente. Abre las posibilidades del decir.

Agradecimiento

Una parte de la investigación presentada en este artículo se ha llevado a cabo gracias a una subvención para la investigación literaria de la Institució de les Lletres Catalanes del año 2018 (número de referencia CLT032/18/00011)

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1Una parte de la investigación presentada en este artículo se ha llevado a cabo gracias a una subvención para la investigación literaria de la Institució de les Lletres Catalanes del año 2018 (número de referencia CLT032/18/00011).

Received: July 01, 2020; Accepted: April 13, 2021

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