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Revista chilena de literatura

On-line version ISSN 0718-2295

Rev. chil. lit.  no.104 Santiago Dec. 2021

http://dx.doi.org/10.4067/S0718-22952021000201039 

Reseñas

Laura Arnés, Lucía María de Leone, María José Punte (coordinadoras), Nora Domínguez, Arnés, María Punte (directoras). Historia feminista de la literatura argentina. En la intemperie: poéticas de la fragilidad y la revuelta

Francine Masiello1 

1Universidad de California, Berkeley, Estados Unidos

Arnés, Laura Antonella; De Leone, Lucía María; Punte, María José; Domínguez, Nora. 2020. Historia feminista de la literatura argentina. En la intemperie: poéticas de la fragilidad y la revuelta. Villa María: Eduvim, 555p.

En cada época aparece un libro que nos abre las claves culturales de su tiempo. Un libro de síntesis, quizás; un manual de instrucciones, posiblemente; un compañero de viaje que nos ayuda a organizar las poéticas, las densidades verbales y el pensamiento de un momento dado. Un libro de propuesta y análisis.

El volumen que tenemos a mano, En la intemperie: poéticas de la fragilidad y la revuelta entra en esta categoría y forma parte de una gran serie de ensayos –armada en seis tomos– bajo el nombre de la Historia feminista de la literatura argentina y publicada por EDUVIM. El proyecto ha sido dirigido por Nora Domínguez, Laura Arnés y María José Punte y cubre la cultura literaria desde la colonia hasta nuestros días. Por el momento, nos dedicamos a este volumen –el quinto de la serie– recién publicado en octubre de este año.

En la intemperie consolida y resume, por una parte, los lenguajes literarios feministas de los años noventa hasta el presente, pero, al mismo tiempo, pone sobre la mesa los varios debates respecto al discurso crítico, las maneras de contar la historia de las mujeres, de describir su opresión y libertad y de escuchar su grito de protesta a través de la literatura. El feminismo, entonces, desde el enfoque emancipador. De esto se trata la colección. Se despejan aquí las claves de la escritura feminista, el poder de la mirada trans, lésbica o no binaria y lo femenino cisheterosexual, que se lee desde la poesía y la novela y desde los muchos géneros menores que dan en su conjunto un cuadro de las políticas textuales frente al neoliberalismo y frente a lo que entendemos por el canon literario argentino. En este volumen, no hay un común acuerdo sobre la función del sujeto singular; no se exalta la frase unívoca. Tampoco está la queja de la víctima. Más bien, los ensayos de este libro exponen el poder de las voces, los ruidos de la lengua, como dice Gabriel Giorgi (113), el valor del susurro y el silbido por encima de la palabra, el ritmo de la frase frente al logos, la pulsación del cuore y la proliferación de los latidos que delatan la respiración. Todo esto para subrayar la idea de un cuerpo y una voz en resistencia a la norma cisheterosexual y universal, desacomodando, al mismo tiempo, la autoridad académica y los modelos de leer.

Aquí se trabaja con la suma de sonidos agrios y chillidos, sonidos gritones y nada pacíficos. Se trabaja con los deshechos, los fragmentos y no con la totalidad. En este contexto, Isabel Quintana habla de una estética de los residuos, la literatura armada a partir de los pequeños detalles olvidados, y de ahí propone entender el residuo como aquello que siempre retorna (138). Es otra manera de armar espacio y tiempo, de ofrecer la textura de la experiencia femenina con nuevas combinatorias, con el empalme de nuevos lenguajes. “Desinstituirse”, dice Pablo Farneda respecto de la escritura travesti, “como condición para inventarse” (440).

Aquí, se esquiva el canon literario oficial y consagrado. Porque hay “otras” escrituras, “otras” subjetividades y “otras” relaciones entre el texto y el yo, que nacen en estas décadas y que necesitan ser contadas. Y es en la disposición femenina, en la disposición trans y queer, donde se enuncian estas otredades de la literatura. Se celebra entonces el doblez –mejor, lo múltiple– respecto de las identidades, las voces y los reclamos, y se insiste en la singular necesidad de exigir los derechos de las mujeres y los cuerpos feminizados frente a la ley. En esto no hay duda: la política pasa por el cuerpo y la voz. Dicho de otra manera, si no es el derecho al aborto voluntario, señalado varias veces en este libro, entonces es el derecho a la escritura, a la emancipación de las voces de las mujeres. Y, de allá, de hacer hablar el cuerpo con un lenguaje propio. Es la crítica feminista armada en estas páginas que indica las rutas del deseo desveladas por la letra.

En la intemperie nos ubica en una nueva frontera de experiencias culturales y nos dice, nos grita a las claras, que no hay vuelta atrás. La crítica feminista y la literatura de mujeres no son una atracción pasajera. No están sentadas en la pérdida, no existirán como materia colateral, no serán un agregado más al programa de cursos para denotar un leve y caprichoso reconocimiento de la otredad femenina en letras. Al contrario: la crítica feminista es y será un eje central para organizar los saberes de una época. “La sexualidad”, escribe Laura Arnés aludiendo a los estudios precursores de Josefina Ludmer, “es aquí un instrumento crítico para definir una cultura” (375).

Proyecto enorme, abarcador –llega a las seiscientas páginas–, este primer tomo de la serie es un archivo de lo contemporáneo en femenino y demuestra la admirable capacidad analítica y teórica de les ensayistas. Ningún tema vinculado con el feminismo literario pasa abandonado en las nubes. Estudios críticos, teóricos, y luego, con una sección que me resulta especialmente fructífera, la de las crónicas, poemas y obras de ficción en torno al tema feminista. Con este esfuerzo colectivo se multiplican los tonos, los enfoques, las miradas. Deconstruyen, rearman y nos permiten teorizar desde la obra de creación. “Como termitas”, dice María Sonia Cristoff, “roen la materia prima del edificio de la crítica literaria para destrozarlo todo y obligarnos a las

feministas a volver a construir” (364). (Me encanta la alusión a las termitas porque sugiere que somos ejército desde tiempos inmemorables, que venimos desde lejos y que vamos a sobrevivir no matter what).

En la intemperie es una reflexión sobre nuestra historia de lecturas, sobre la historia de nuestras pasiones y el vínculo entre literatura y política. Pero en esta ronda, en esta pelea por el derecho de hablar, son las fuerzas de lo colectivo lo que nos guía, junto a las fuerzas de la alegría y la prometida sororidad.

Las políticas del Estado ocupan mucho la atención. Los femicidios, las amenazas contra las mujeres tanto en el lugar del trabajo como en la calle y en la casa, la obligación de vivir en circunstancias en las cuales el derecho al aborto es prohibido y, luego, el pedido de justicia social frente al neoliberalismo. Todo esto forma parte de nuestro panorama. Es el telón de fondo para hablar de feminismo y literatura y, al revés, para pasar del aula a la calle. Como dice María José Punte, “todos los caminos conducen a la calle” (527). Es cierto. La calle como el punto de contacto con una sensibilidad femenina de larga formación. La calle que es intergeneracional, lesbiana, heterosexual y trans. La calle es y será nuestra.

Pero quiero ofrecer algunas observaciones específicas sobre este libro. En la intemperie aporta un enfoque magnífico –en toda su pluralidad– sobre las cuestiones de los tiempos y espacios feministas y también sobre sus ritmos. Aquí se reconoce en los ritmos de la colectividad feminista otra manera de ser. Latidos subyacentes, ecos y pulsaciones. Tenues repeticiones y retornos. Reflexionando sobre las actividades de Ni Una Menos, Cecilia Palmeiro se refiere a las posibilidades estéticas y políticas combinadas descubiertas en la palabra “marea”. El ritmo concordante de las mujeres que se juntan a hacer asamblea. El movimiento, los tonos, los altibajos que bailan al compás del progreso social, la marea también se siente en la materia de la literatura. Como una caja de resonancias, el feminismo en literatura nos expone al viento, al frío, al calor, se entrelaza con la gran preocupación por los ritmos del mundo natural, acepta la fluidez del tiempo con la cadencia de sus “pausados giros”, y mide tiempo y espacio a partir del toque corporal, en las uñas y la piel, en los pulmones, en la respiración.

Desde las páginas de este libro, vemos cómo vivir la experiencia del tiempo presente, cómo desnaturalizar el ancla de la historia oficial que nos prohíbe la protesta y el grito. Celebramos entonces el devenir deleuziano y vemos cómo los cuerpos interrumpen la lógica de las instituciones. Es un proceso abierto, nos dicen les autores, ni cerrado ni concluido (Punte 527). También será una literatura producto de vivir en los destiempos, dice Tamara Kamenszain, de escribir desde el anacronismo de la memoria y de la creación (462).

El cuerpo, como he indicado, está en el centro del debate. Es el cuerpoviolentado y también performático y alegre, un cuerpo sensible que responde a las vibraciones de otres. El cuerpo que responde al sonido, a la luz, a la oscuridad, al gusto; un cuerpo que necesita tocar y sentir. Un cuerpo, como nos dijo María Moreno en su libro sobre Walsh, formado por sensaciones, por saliva, mocos y sangre. Un cuerpo definido por un lenguaje buscado a tientas, o como dice Nora Domínguez en el ensayo de cierre, “una lengua cosida a relámpagos que alumbra y retrata tanto la revuelta como la intemperie” (568). Los cuerpos atados al odio y también los cuerpos en pleno goce, como los de Liz y la China en la novela de Gabriela Cabezón Cámara. Los cuerpos

avanzados como objetos de arte o los cuerpos en busca de un lenguaje propio para nombrarse en voz alta. Todo esto introduce, escriben varies, una literatura de posibilidades.

En el libro, les ensayistas retratan el cuerpo que vive la lucha continua, el cuerpo que reclama la seguridad para la comunidad trans, la despenalización del aborto y la protección contra los femicidios que corren por América Latina. El cuerpo definido en términos de la ciudadanía. Mariela Peller reflexiona sobre las actividades de las mujeres desde la formación del grupo H.I.J.O.S. (1995). A través del trabajo de ellas, sale otra manera de escribir y de representar la memoria del cuerpo: crónica, discurso fragmentado, autoficción o testimonio, con las primeras personas cruzadas, desdobladas o cortadas en dos. Porque no se puede narrar esta historia con una estructura lineal o con voz en tercera persona. Vimos este fenómeno en las películas de Albertina Carri, en la escritura de Marta Dillon y Ángela Urondo Raboy. Además, frente a estos textos, como dice Daniela Bianchi, están los tecnocuerpos que desafían las leyes de mercado o los cuerpos que están a la venta (224). Estos cuerpos son productos del mismo neoliberalismo y producen una escritura propia en código cibernético o señalando las estrategias de la inteligencia artificial, desde las necropolíticas hasta las fiestas celebratorias. Y también el cuerpo que permite que la idea de padre pase por la sensibilidad materna, como se plantea en los cuentos I Acevedo. Las políticas de la identidad catalizan otras lecturas y con ellas la necesidad de exponer la extensión del deseo y el poder de la creación. En todos casos, hay una propuesta de repensar el cuerpo no en términos de lo monstruoso, como insiste Florencia Minici (119), sino como parte de un acto de autoafirmación y decidida belleza. Una ética y estética para armar nuevas políticas, nuevas maneras de participar en la colectividad. “La ficción”, dice Julián López, “es la herramienta eficaz de la verdad” (523).

También en este libro enfocamos el espacio de la intemperie, la plaza pública, en particular, así como los espacios de las cárceles, el espacio doméstico redefinido, las escuelas, las fábricas o los espacios recorridos en la literatura de viaje que, según Mónica Szurmuk y Mauro Lazarovich, se traza en la literatura contemporánea a partir de la ficción de Sylvia Molloy en los años ochenta. Pero también está en el terreno abierto de la pampa y en una ficcionalización del paisaje no urbano, que promete, como indica

Lucía de Leone, otras poéticas, otras maneras de pensar el vínculo entre espacio y cuerpo (204-205). Sin buscar un acuerdo para llegar a una política única –formada no por el lugar de nacimiento, ni por la clase social, la administración de la cultura desde la cátedra, ni los requisitos del Estado–, el espacio en femenino permite mapear las alianzas nuevas. Vivir el presente en femenino, ocupar el espacio público y combinar los diversos tiempos para tejer los hilos de la memoria, entrelazándolos en una historia múltiple, solidaria y amorosa a la vez.

Me fascina la pregunta sobre los orígenes de las alianzas que vemos en la actualidad. Algunes los ubican en los años de Belleza y Felicidad. Andi Nachón, en cambio, subraya la importancia de la antología Agua de beber, mientras que Anahí Maillol señala la actividad de Zapatos Rojos y Paula Jiménez recuerda a las poetas lesbianas de los años ochenta –Mirta Rosenberg y Diana Bellessi entre ellas– y su importancia propulsora como “lobby de mujeres”. Florencia Angiletta, en tanto, vuelve al papel de la revista Feminaria para aglutinar a la comunidad feminista.

El concepto de alianza, en el aquí y ahora, produce esta colección de ensayos. La alianza está en los vínculos intergeneracionales, en el nexo entre calle y hogar, en el flujo entre une y todes. La alianza a partir de la voz. La voz de denuncia, la voz de la verdad, la voz que alimenta el grito, la protesta o la risa: todos piden el gesto de solidaridad y acompañamiento. Y la alianza en torno a las situaciones de precariedad y el reclamo de justicia social. Bastante atención se ha dado en este libro a la obra de Gabriela Cabezón Cámara y la de Camila Sosa Villada, ya que leyendo Beya, o El viaje inútil, por ejemplo, les lectores no caen en la patética visión de las víctimas, sino en la necesidad de hacer visible los aspectos multidimensionales de la otredad en femenino. Y aquí, en este trabajo con la visibilidad basada en las prácticas de la alianza, En la intemperie satisface una serie de preguntas: cómo llegamos a la escritura, cómo narramos la experiencia para encontrar un lenguaje propio, cómo reflexionamos sobre el cuerpo y la voz y las premisas de la identidad de género sin caer en una sola respuesta. Para contestar, las editoras de este libro interrumpen el orden lineal para hacer florecer el desorden. Aquí se cuenta una historia viva. Esta historia es nuestra, forma parte de nuestros hábitos de lectura y de nuestro compromiso con la política y las letras. Por el amor al arte, por la voluntad de seguir luchando, por nuestro compromiso con las poéticas del texto, entonces esta historia feminista de la literatura argentina. Felicitaciones a todes.

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