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Ultima década

On-line version ISSN 0718-2236

Ultima décad. vol.11 no.18 Santiago Apr. 2003

http://dx.doi.org/10.4067/S0718-22362003000100003 

Última Década, 18, 2003:21-68

JUVENTUD, CULTURA Y PODER

 

Poder, Jóvenes y Ciencias Sociales en el Perú

 

Luis W. Montoya *

* Sociólogo con estudios de Maestría en Sociología Política en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en Lima; y Diseño y Gestión de Políticas Sociales, en el Instituto Interamericano para el Desarrollo Social del Banco Interamericano de Desarrollo, en Washington D.C. Consultor del Instituto Metropolitano de Planificación de la Municipalidad de Lima.

Dirección para Correspondencia


A la memoria del periodista Jaime Ayala Sulca,
desaparecido en Huanta en 1984.

 

1. Introducción

La cinematografía peruana reciente, cada vez más, es tributaria de los filmes de aprendizaje. La razón tal vez se deba a que en ellos los protagonistas son jóvenes. Personajes de películas como La boca del lobo y Tinta roja de Francisco Lombardi, Ciudad de M de Felipe Degregori, o Bala perdida de Aldo Salvini, son algunos ejemplos. El cine peruano no es tan abundante como para escoger muchas alternativas, pero creemos que no es casual que este tipo de filmes se imponga. Al final de cuentas las y los jóvenes,[1] se han convertido en el Perú, igual que en otros países de América Latina, en uno de los sectores sociales que actualmente provoca las mayores inquietudes y esperanzas.

Las ciencias sociales peruanas, al igual que la cinematografía, han pretendido también aproximarse a las juventudes. Muchas veces sus abordajes no han sido del todo exitosos, sin embargo, es innegable que una larga experiencia ha sido acumulada desde sus primeros trabajos. También es cierto que no todos los estudios se conocen porque no se ha logrado aún sistematizar integralmente todo lo producido. El señalamiento de este hecho nos lleva a plantear la necesidad de efectuar una revisión del conjunto de estudios realizados sobre el tema, a clasificar lo producido, y especialmente a tratar de reconstruir el proceso a través del cual los estudios de juventudes han definido sus actuales intereses y orientaciones.

No podemos ocultar que, desde nuestro punto de vista, el creciente interés en el estudio de las diversas vivencias juveniles ha ido en paralelo al desinterés del estudio de las relaciones que las y los jóvenes establecen con el patrón actual más universal de estructuración de la sociedad: el poder.

El planteamiento central que pretendemos discutir, en las siguientes páginas, es que se hace necesario incorporar en la discusión el tema de las relaciones de poder en las cuales se ven inmersas las juventudes. Asunto que como explicaremos más adelante, no sólo involucra a la política y el Estado, sino también a todas aquellas relaciones sociales que tienen que ver con la discriminación, explotación, dominación, en las cuales las y los jóvenes se ven subordinados y condicionados en sus vidas.

La tarea planteada lleva a abordar varias cuestiones, necesarias de analizar por separado y sobre las cuales trataremos a continuación. Para nuestros fines dividiremos en tres partes la exposición: primero, analizaremos el proceso de surgimiento de los estudios de ciencias sociales dedicados a las juventudes; segundo, abordaremos su proceso de difusión y consolidación; y tercero, estableceremos una agenda de temas de discusión pendientes para el futuro.

2. La distancia en una relación que nunca fue fácil

En el Perú los primeros antecedentes de la reflexión social dedicada a las juventudes aparecen, por lo menos, desde comienzos del siglo XX. La confianza de los arielistas, entre los que figuran Francisco García Calderón, José de la Riva Agüero o Víctor Andrés Belaunde, en el rol modernizador de las élites intelectuales jóvenes.[2] O las agudas reflexiones de José Carlos Mariátegui, sobre la nueva generación,[3] son algunos ejemplos de cómo el tema fue abordado de manera pionera desde las primeras décadas de este siglo.[4]

Las juventudes son visibilizadas propiamente, desde la década del veinte, a partir de las movilizaciones que se generan entorno a la Reforma Universitaria de 1919;[5] sin embargo, no son distinguidas como un sector social con demandas específicas, sino más bien, en la medida que forman parte, o constituyen en sí mismas, movimientos sociales que reivindican demandas que cuestionan directamente la estructura de relaciones de poder de carácter oligárquico vigente desde fines del siglo XIX. Las juventudes, principalmente las provenientes de las universidades públicas, irrumpen por primera vez en la vida política, junto a otros sectores sociales (campesino indígena, obrero, medio) sometidos al dominio oligárquico. Las movilizaciones universitarias desenlazan pocos años después en la crisis de los años treinta, que en el Perú y el resto del mundo constituye una época de conflictos sociales y políticos profundos originados en la crisis mundial de 1929, que ponen en cuestión el régimen oligárquico; pero terminan ahogados por la represión militar.

Antecedentes de reflexiones dedicadas a las juventudes también pueden ser encontrados en acciones proselitistas desplegadas por los partidos políticos surgidos de la lucha antioligárquica. Testimonios de la época sobre el Partido Aprista Peruano, fundado por Víctor Raúl Haya de la Torre, quien lidera las luchas populares contra la oligarquía en la década del treinta, son fuentes valiosas que permiten apreciar la predominancia de las juventudes en el surgimiento y formación de esta organización política,[6] y la creación en su interior de agrupamientos juveniles como el Frente Aprista de Juventudes.[7]

El Partido Comunista, nombre que adquiere el Partido Socialista fundado por José Carlos Mariátegui y que después de su muerte en 1930 cambia de nombre, es otra de las organizaciones que encierra una larga y aún desconocida historia de las relaciones establecidas entre juventudes, partidos políticos y poder. La Juventud Comunista fue fundada también por cuadros políticos jóvenes interesados en el proselitismo con las juventudes.[8]

Antecedentes se encuentran también en la conformación del Frente de Juventudes, base universitaria que dio origen al partido Acción Popular; o la Juventud Demócrata Cristiana, fundada junto al partido Democracia Cristiana en 1956. Opciones reformista, de las nuevas capas medias, surgidas de la ola modernizadora de mediados del cincuenta.[9]

Muchos años pasarían, sin embargo, para que reflexiones especializadas en el tema se desarrollen. Los primeros estudios en medios académicos aparecen a comienzos de la década del sesenta. Los estudios corresponden a los trabajos desarrollados en el Instituto de Investigaciones Sociológicas del Departamento de Sociología, de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, creado en 1961. Una de las primeras investigaciones fue realizada por José Mejía Valera desde la perspectiva de la sociología norteamericana estructural funcionalista.[10]

Una pregunta surge de lo anterior: ¿por qué la reflexión académica dedicada a las juventudes aparece varias décadas después que las primeras reflexiones realizadas fuera del ámbito académico? Tenemos que recordar que las ciencias sociales peruanas, especialmente la sociología, experimentaron una tardía institucionalización. Si bien estas disciplinas son difundidas en el Perú, desde fines del siglo XIX, es recién en los años sesenta que logran plenamente su reconocimiento e institucionalización como disciplinas universitarias autónomas susceptibles de definirse académica y profesionalmente.[11]

No era fácil entonces que, antes de los sesenta, surgiera desde el mundo académico una reflexión sobre el tema. El hecho contrasta con lo ocurrido en otros lugares del mundo donde el estudio académico de las y los jóvenes se inició en las primeras décadas del siglo XX.[12]

La tardía institucionalización de las ciencias sociales va de la mano además con su imprecisión temática.[13] Disciplinas como la sociología, la antropología o la ciencia política, tuvieron desde sus orígenes problemas para establecer cuál era su objeto de estudio. La imprecisión en establecer los límites para su ejercicio, en lugar de convertirse en una dificultad, le permitió ser permeable al surgimiento de intensos procesos de movilización social que comenzaron a expresarse desde mediados de la década del cincuenta, y reencontrarse con el pensamiento social peruano de los años veinte.[14]

Efectivamente, las ciencias sociales fueron impactadas por la irrupción de movimientos campesinos protagonistas de masivas tomas de tierra y por el paulatino desarrollo de un movimiento obrero clasista, acompañados de la radicalización política de sectores juveniles universitarios que son contenidos, desde el Estado, sobre la base del uso de la violencia.[15] Todos ellos irrumpen en el escenario social y político criticando radicalmente el dominio oligárquico.

El impacto de dichos procesos, sin embargo, no generó un desarrollo de las investigaciones sobre juventudes. Los primeros estudios académicos, si bien son realizados en los primeros años de la década del sesenta, terminan poco tiempo después abandonados e incluso olvidados.[16] El debate producido en torno a la validez del estructural funcionalismo en las ciencias sociales determina que dichos estudios aborten. Tempranamente Aníbal Quijano inició la discusión cuestionando sus aspectos científicos como de ejercicio profesional.[17] La crítica tocó además a su principal expresión aplicada: la teoría de la modernización. El desenlace del debate no sólo fue el desalojo del estructural funcionalismo de la mayor parte del naciente mundo académico científico social peruano y su reemplazo por interpretaciones del marxismo que en más de un caso compartían sus presupuestos eurocéntricos,[18] sino además el despido de la mayoría de los temas de investigación iniciados desde la perspectiva estructural funcionalista, entre ellos: los estudios de juventudes.

El plantear una identificación entre estructural funcionalismo y estudios de juventudes es un error, como fue un error que dichos estudios abortaran y no se desarrollaran desde una perspectiva diferente y alternativa a la del estructural funcionalismo. En los años siguientes la distancia entre ciencias sociales y juventudes se agranda, la separación se convierte prácticamente en una zanja insalvable y difícil de sortear. Los procesos de movilización social, sin embargo, se acrecientan; pero un nuevo escenario político sobreviene a fines de los años sesenta.

Efectivamente, las demandas por democratizar el Estado y la sociedad provocan cambios paulatinos en las instituciones civiles y militares, el crecimiento y radicalización de las capas medias y el fortalecimiento de los movimientos sociales críticos, que reclaman un cambio radical de la estructura de relaciones de poder, llevan a que en 1968 se produzca un golpe militar y se constituya el Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas dirigidas por el General Juan Velasco Alvarado.

El gobierno militar asume el control del Estado y parte de las banderas de los movimientos que propugnan la democratización de la sociedad peruana; pero para implementar una serie de reformas que desmantelan el régimen de dominación oligárquico y facilitan la modernización capitalista del país, a través de la imposición autoritaria de un diseño político de Estado de tipo corporativo.[19]

La investigación social dedicada a las juventudes durante los primeros años de la década del setenta no experimenta mayores cambios. Trabajos como los de Felipe Portocarrero,[20] Rafael Roncagliolo,[21] o Enrique Bernales,[22] abordan indirectamente el tema desde el análisis del movimiento estudiantil universitario, uno de los actores más críticos del proyecto corporativo del gobierno militar.[23] Los estudios, desarrollados por ellos, reciben la influencia de la naciente teoría de los movimientos sociales; pero en especial el impacto que causa los procesos de movilización estudiantil desarrollados en el Perú desde 1958 y que alcanzan uno sus momentos de radicalización mayor en 1964, fecha en que el apra pierde por completo la hegemonía dentro del movimiento estudiantil frente a los grupos maoístas.[24] Y también por la influencia de procesos similares vividos internacionalmente, expresados en la ola de protestas protagonizadas por diversos movimientos estudiantiles en varias partes del mundo, como en París en Mayo del 68.[25]

Los trabajos de investigación académica desarrollados en los setenta dedican su atención principal al estudio de la dependencia y los modos de producción; la historia de las luchas de clases, las relaciones entre regiones y la expansión del mercado interno; el Estado, la nación y el campesinado, etc. Era innegable que una época de cambios muy acelerados se vivía en el Perú, frente a los cuales, las ciencias sociales no fueron ajenas, especialmente, porque el marxismo influyó poderosamente en las imágenes que produjo de la realidad.[26] Incluso algunos optimistamente asumen que las ciencias sociales experimentan una tendencia de reintegración que borra las diferencias establecidas originalmente entre las diversas disciplinas sociales, siendo imposible así referirse a especialidades dentro de un enfoque (el histórico-social) que observa, interpreta y actúa desde la totalidad y no desde la parcialidad.[27]

Las ciencias sociales sorprenden, sin lugar a dudas, al abrir sus ojos para mirar a las clases y grupos subalternos, conocer las historias que protagonizan, sus luchas y esperanzas; sin embargo, no en todos los estudios que se realizan llegan a ser distinguidos los sujetos que protagonizan los cambios, en la mayoría de ellos predominan análisis de estructuras sociales y económicas. El presupuesto dominante es que los sujetos son determinados por las estructuras y es imposible que escapen a los condicionamientos que ellas les crean. En el mejor de los casos cuando los sujetos son apreciados, y se rompe con el determinismo de las estructuras, no todos son distinguidos por igual, o son estudiados como objetos y desde presupuestos divorciados de la realidad. Aparentemente los modos de conocer y reconocer lo social llevan a privilegiar a algunos (obreros, campesinos), más que a otros (jóvenes, mujeres) o incluso negar su existencia e invisibilizarlos. Las ciencias sociales peruanas no logran abrirse a todos aquellos que forman parte de los procesos de transformación social que vive el Perú.[28]

¿Cómo explicar esta incapacidad de los modos de conocer y reconocer a los que son llamados los otros? Los orígenes de esta limitación encuentran su explicación principal, por un lado, en los presupuestos eurocéntricos presentes en las interpretaciones del marxismo y el estructural funcionalismo, que orientaron la discusión científico social peruana de la época. Éste consistía en creer que debía leerse la realidad peruana, y latinoamericana en general, como si fuera Europa, porque seguía los procesos históricos ahí vividos y tenía los mismos sujetos sociales que habían jugado roles protagónicos en esas sociedades. Por lo tanto, estaba de más poner atención a los procesos o los sujetos que no encajaran en estas lecturas, y sí se hacía, su abordaje estaba cargado de presupuestos apriorísticos que llevaban a estudiarlos como objetos naturales y no sociales, o y desde nociones no confrontadas con la realidad sino asumidas por la imposición de lecturas eurocéntricas que no tomaban en cuenta la historia particular de realidades como la del Perú o América Latina.

La realidad mostró que poseía un mayor nivel de complejidad y que procesos como la creciente presencia de las juventudes, en diferentes esferas sociales de la vida del país, no habían sido percibidos. El resultado no podía ser otro que la crisis de los paradigmas que orientaron la reflexión social, así como de la problemática, es decir, el conjunto estructurado de cuestiones, de preguntas y de núcleos de preguntas, acerca de las diferentes áreas de la realidad que orientaron la investigación social de la época.[29]

Las posibilidades, de conocer y reconocer a los otros, eran entonces limitadas; pero además de lo señalado, la intolerancia a lo ambiguo, característica de la relación establecida entre el pensamiento marxista y la realidad latinoamericana,[30] fue otro aspecto que también intervino. Ella consiste en una suerte de horror a aquello que desafía o cuestiona todas las coordenadas sobre las cuales levantamos nuestra comprensión de lo real.

Las juventudes constituían un sujeto social diferente, no reconocido y además de no encajar en los presupuestos hegemónicos, exigía para su comprensión partir de otros supuestos e incluso romper con parte de la propia concepción epistemológica sobre la cual se asentaban las interpretaciones marxistas eurocéntricas y por lo mismo recorrer un camino cargado de incertidumbre y ambigüedad o, desde otro punto de vista, abrir las ciencias sociales al otro, a los que eran diferentes y ocupaban posiciones de subordinación, pero que no eran reconocidos.

En resumen, en el Perú, las lecturas producidas sobre las juventudes, desde las ciencias sociales, surgen en medios académicos a comienzos de la década del sesenta, aunque tienen antecedentes que pueden ser ubicados desde inicios del siglo XX. Los primeros estudios no se desarrollan y o terminan subordinados por las propias limitaciones de la perspectiva estructural funcionalista que le dio origen, así como por la expansión de interpretaciones del marxismo que compartieron con ella presupuestos eurocéntricos y el análisis de las estructuras económicas y sociales en detrimento del estudio de los sujetos. No creemos equivocarnos, por ello, si proponemos que la distancia fue la característica principal en las relaciones entre juventudes y ciencias sociales, durante las décadas del sesenta y setenta, característica propia de una relación conflictiva y que nunca fue fácil.

3. Los encuentros iniciales y sus primeros resultados

El interés en el estudio de las y los jóvenes, durante las décadas del ochenta y noventa, experimenta un acelerado proceso de difusión y consolidación al interior de las ciencias sociales peruanas. A diferencia de los años sesenta y setenta, donde su desarrollo fue incipiente, en las décadas siguientes los trabajos aumentan en número y diversidad.

Consideramos pertinente señalar que si bien no tiene mucho sentido sostener que los estudios retoman trabajos anteriormente realizados, porque en la mayoría de los casos inician investigaciones pioneras antes no efectuadas; tampoco es conveniente plantear un corte, porque las nuevas investigaciones tienen relación con las discusiones previas desarrolladas especialmente en las dos décadas anteriores.

Dos preguntas guiarán nuestra reflexión en esta parte: ¿cuáles son los principales estudios realizados y qué determina su difusión y consolidación? Clasificar los estudios será necesario, considerando especialmente el número y diversidad de los trabajos existentes; pero sobre todo para identificar sus contrastes y coincidencias. Tres modos diferentes de mirar a las juventudes son reconocibles en los estudios realizados en estos años: i) las miradas desde lo social, ii) la cultura y iii) lo político.

a) Las miradas desde lo social

La década del ochenta se inicia junto con la democracia. Una transición negociada entre élites políticas civiles y militares, después de doce años de gobierno militar, precedida de fuertes movilizaciones sociales que ponen en cuestión la lógica misma de dominación capitalista, permite la convocatoria a elecciones, en 1980, resultando elegido Fernando Belaunde como nuevo Presidente de la República.

El regreso a la democracia crea un nuevo escenario para los estudios de juventudes. El Perú definitivamente no era el mismo, las reformas militares lo habían cambiado de manera radical, el viejo ordenamiento oligárquico había sido desmantelado y nuevos sectores sociales adquirían protagonismo. Parte de lo nuevo era la preocupación de las ciencias sociales por estudiar a los sectores antes no percibidos: jóvenes, mujeres, migrantes.

Todos estos sectores intervienen directamente en los nuevos procesos: la creciente urbanización, las aceleradas transformaciones que experimenta el mundo del trabajo, los cambios culturales producidos como resultado de la expansión de los medios audiovisuales y la cobertura educativa; pero a la vez, son los más afectados por las políticas económicas de liberalización, que desde fines de los setenta son aplicadas en el Perú e incrementan los niveles de pobreza; así como por la situación de violencia política que se vive en el país desde 1980, por el enfrentamiento militar entre grupos subversivos y fuerzas armadas, que provoca un sistemático aumento de los casos de violación de derechos humanos. Las juventudes, junto a los «otros» sectores antes no estudiados por las ciencias sociales, aparecen en este trágico escenario como víctimas o y protagonistas de la creciente espiral de violencia.

Los primeros trabajos, dedicados a la reflexión sobre las juventudes, son ensayos cortos, que aparecen a comienzos de la década del ochenta, orientados a la denuncia de los problemas juveniles. Un par de ejemplos que ilustran esta posición son los artículos de Alejandro Cussiánovich,[31] y Rolando Ames.[32]

El estudio de las juventudes, sin embargo, no sólo es animado por la denuncia o la indignación frente a los padecimientos juveniles. El agotamiento del paradigma de análisis estructural y su reemplazo por el análisis desde los sujetos se convierte en otra fuente de los nuevos estudios.[33] El análisis desde los sujetos da paso a estudios donde las juventudes aparecen como activas protagonistas de procesos históricos y no como pasivas receptoras de las determinaciones que les imponen estructuras sociales y económicas.[34]

La denuncia de los problemas juveniles y el análisis desde los sujetos contribuyen a la difusión de estudios dedicados a las juventudes desde una mirada que genéricamente podemos denominar como social. La mirada social, en los estudios de juventudes, centra su atención principal en el análisis de procesos a través de los cuales los individuos establecen o dejan de establecer relaciones que permiten la cooperación y la solidaridad entre las y los jóvenes, y entre ellos y las instituciones y demás grupos con los que se relacionan.

El surgimiento de esta mirada se da en un contexto donde las ciencias sociales no habían estudiado a las juventudes de manera sistemática. No olvidemos que su tardía institucionalización y los paradigmas que la orientaron limitaron el desarrollo de las investigaciones. En los primeros años de la década del ochenta, psicólogos, religiosos, y sobre todo educadores eran los principales especialistas dedicados al tema.[35] Sus opiniones básicamente eran dadas desde enfoques psicológicos, biomédicos, pedagógicos o ético morales, que asumían en lo fundamental las distinciones derivadas del proceso natural de desarrollo biológico y psicológico, en el cual se ubicaba a categorías de edad como infancia, niñez, pubertad, adolescencia o juventud.

Los estudios de juventudes, desarrollados desde la mirada social, mostraron una dimensión de la realidad antes no percibida, así como diversos y nuevos asuntos no tratados. Las diversas investigaciones, a pesar de su heterogeneidad, irrumpen con una lectura renovada y que puede ser clasificada en dos grandes perspectivas:[36] i) la perspectiva comunitarista,[37] y ii) la perspectiva individualista.[38]

Ambas denominaciones no son adjetivas, pretenden más bien reflejar los énfasis puestos en las investigaciones realizadas: unas, llamando la atención sobre los procesos a través de los cuales las juventudes definen estrategias colectivas o comunitarias; y las segundas, poniendo la atención más bien en el deterioro de éstas o/y el surgimiento de estrategias individuales.

Trabajos realizados en un terreno común nutrido por igual de argumentos morales esgrimidos desde posiciones «conservadoras» o «progresistas»;[39] pero que a pesar de sus diferencias comparten un mismo interés por las formas de asumir la vida en sociedad. En unos casos poniendo el énfasis en el redescubrimiento de la socialidad y el nosotros; y en otros, en la búsqueda del reconocimiento del yo interior y la realización de la individualidad.[40]

Los trabajos desarrollados desde la perspectiva comunitarista analizan fundamentalmente las relaciones entre urbanización y construcción de la ciudadanía, como en el trabajo de Degregori, Lynch y Blondet;[41] así como la socialización y la organización juvenil que surge especialmente en barrios populares, como los trabajos de Cánepa y Ruiz,[42] Tejada,[43] y Cussiánovich.[44]

Los estudios muestran claramente que los jóvenes imponen su presencia por el rol preponderante que juegan en los procesos de urbanización y construcción de una ciudadanía de raíces populares. Los estudios, sin embargo, demuestran también que básicamente son investigaciones que tratan sobre el caso de Lima y analizan sobre todo a la llamada juventud popular. Todos los procesos de urbanización donde las juventudes no limeñas estuvieron presentes, o todos los procesos de organización juvenil de carácter no popular, no fueron abordados desde estas investigaciones.

No es equivocado señalar que los estudios, realizados en estos años, poseen una perspectiva optimista sobre las estrategias colectivas o asociativas generadas desde el mundo urbano popular. Optimismo relacionado con el clima de movilización social heredado de los años setenta, que acompaña la transición democrática peruana; así como con la expansión de las fuerzas políticas de la izquierda legal que, en 1983, logran ganar las elecciones municipales bajo las banderas del frente Izquierda Unida y nombrar a Alfonso Barrantes como el primer Alcalde socialista de Lima.[45] Perspectiva que claramente sobre valora el papel de las organizaciones sociales y descuida el análisis de otros aspectos igual de determinantes como, por ejemplo, la relación que las mismas establecen con el Estado u otros agentes externos a ellas como partidos políticos u ong.[46]

Los trabajos reciben además la influencia de la teología de la liberación,[47] que desde un discurso igualmente optimista, anima el debate en varios sectores intelectuales vinculados a la Iglesia Católica,[48] y a la actividad de promoción, realizada desde organizaciones cristianas dedicadas a la educación popular y el apoyo a organizaciones juveniles.[49]

El protagonismo popular una interpretación de la teoría de los movimientos sociales,[50] que idealiza la actuación y las iniciativas populares desde la sociedad civil, influye también desde una perspectiva optimista sobre los estudios académicos realizados durante la primera mitad de los ochenta; pero también y sobre todo en el trabajo de promoción efectuado desde varias ong.[51]

Anotemos que si bien muchas ong surgen desde mediados de los setenta, es propiamente a partir de la recuperación de la democracia en los ochenta que sus actividades adquieren reconocimiento y prestigio creciente, especialmente, en el campo de las políticas sociales. Diferentes programas y proyectos de desarrollo, gestionados localmente, dedicados al trabajo de promoción con las juventudes populares son animados por estas instituciones. Iniciativas que incluyen desde talleres de educación popular, teatro, música, artes y comunicación, pasando por bibliotecas populares y capacitación técnico laboral.[52] El apoyo al protagonismo de las organizaciones juveniles es convertido, desde esta perspectiva, en una estrategia para consolidar un orden social supuestamente alternativo.[53]

En contraste con este primer grupo de estudios, el segundo, denominado como perspectiva individualista, pone la atención en los procesos de radicalización política que experimenta la juventud popular para alertar sobre la desestructuración de los espacios asociativos y la radicalización inorgánica de las clases populares. Julio Cotler,[54] es sin lugar a dudas el más claro representante de esta perspectiva y el que sintetiza una visión de conjunto sobre el fenómeno de la radicalización política de las juventudes populares. El planteamiento de Cotler diferencia entre una primera oleada de radicalización política juvenil de carácter orgánico, ubicada históricamente en los años sesenta y setenta, vinculada principalmente a los partidos políticos; y una segunda oleada de carácter inorgánica donde la tendencia se orienta a que la juventud popular apueste por la violencia como única solución a la tozudez del régimen político dominado por los «viejos» y se acerque a grupos subversivos como Sendero Luminoso.[55]

Trabajos como los de Rospigliosi,[56] Lynch,[57] Degregori,[58] o Chávez de Paz,[59] comparten con Cotler el común denominador de analizar y/o describir procesos o/y fenómenos a través de los cuales se hace evidente que los lazos comunitarios, o las diversas formas de solidaridad presentes entre las juventudes, si bien son relevantes, son a la vez frágiles y terminan diluidas por la agudización de la crisis social, económica y política que vive el Perú a fines del ochenta. No podemos dejar de mencionar que el contexto de exacerbación de la violencia política producto del accionar de los grupos subversivos, la hiperinflación económica y el crecimiento de la tasa de subempleo, así como el debilitamiento de las instituciones democráticas, crearon un ambiente inestable que generó perspectivas pesimistas sobre el futuro del país.[60]

Los estudios plantean análisis que al poner el énfasis en el proceso de desestructuración de los lazos comunitarios, evidencian en mayor o menor medida los intereses individuales que se ponen en juego en situaciones de crisis. No sorprende por ello que el compromiso revolucionario, de los líderes sindicales estudiados por Rospigliosi,[61] o la entrega apasionada de los dirigentes universitarios estudiados por Lynch,[62] sea reemplazado por el pragmatismo cuando les toca afrontar la crisis económica y política que golpea al país. El escenario entonces condiciona que las estrategias colectivas se agoten para ser reemplazadas por estrategias individuales.

En otros casos, Degregori,[63] y Chávez de Paz,[64] muestran cómo algunos transitan por los caminos de la violencia a fin de ser reconocidos y recuperar algo de la dignidad perdida, sin importar cuántos resulten heridos o muertos, o que su búsqueda los conduzca a la pérdida de su propia vida.[65]

No quisiéramos emplear el adjetivo de perspectiva pesimista para referirnos a estos estudios, más bien consideramos que todos ellos aportan a una línea de investigación donde la individualidad de los sujetos, en situaciones de aguda crisis social, se muestra como una dimensión que emerge porque la propia crisis derruye los lazos comunitarios. No es de extrañar que estudios desarrollados desde una perspectiva psicosocial, como los de Cánepa,[66] o Rodríguez Rabanal,[67] suman su aporte para profundizar sobre este aspecto.

Una mención aparte merece Romeo Grompone,[68] quien además de asumir una posición más cauta frente al proceso de radicalización política juvenil y los efectos que la crisis causa sobre las juventudes, intenta abordar de manera más integral el análisis de varios espacios de socialización juvenil: las instituciones (educativas y laborales), los ambientes más espontáneos (esquinas) y otros más estructurados (iglesias y partidos). Grompone en líneas generales desarrolla un esfuerzo interesante por tratar de mirar los procesos de socialización sin separarlos de los contextos estructurales en los cuales se desenvuelven; pero también y especialmente sin dejar de analizar los procesos de construcción de las identidades juveniles, esfuerzo que si bien no profundiza, es un antecedente importante que será retomado por estudios posteriores y desde otras perspectivas de análisis. Los estudios de Grompone con todo aportan también, en este sentido, a una lectura donde las juventudes se muestran en búsquedas diversas de tipo comunitario o individuales, radicales o apolíticas, donde su futuro está cargado de incertidumbre, pero a la vez de esperanza y donde sólo ellos pueden determinar su destino.

La conclusión que podemos extraer, del conjunto de estudios analizados, es que a pesar de sus énfasis y diferencias contribuyen por igual a consolidar una mirada desde lo social sobre las juventudes. Los estudios representan, en este sentido, un cambio con respecto al poco interés mostrado en el tema por las ciencias sociales durante la década anterior; pero también constituyen un nuevo punto de partida en los propios estudios de juventudes anteriormente realizados, en los cuales las ciencias sociales no habían consolidado su posición y, sobre todo, otras disciplinas jugaban un papel mucho más preponderante.

Creemos necesario mencionar, además de las dos afirmaciones antes señaladas, una tercera fundada en una observación planteada por Aníbal Quijano con respecto a la producción científico social de los ochenta. Quijano señala que las preguntas formuladas a la realidad, en estos años, se originan casi únicamente en necesidades que se pueden llamar tecnocráticas, que no requieren indagar ni la estructura global, ni los patrones de poder en ella implicados, porque resisten a toda indagación sobre las condiciones de crisis y de cambio global de la realidad. Por eso se usa como si fueran genuinos —dice Quijano— conceptos, términos que solamente son el nombre de un dato inmediato de la realidad. Se repite lo que Wright Mills calificara como un «abstracted empiricism».[69]

Quijano se cuida de no desvirtuar los estudios realizados, por ello menciona: «No estoy diciendo que lo que de ese modo se produce sea inútil o falso. La investigación actual produce una masa imponente de información. En ese sentido estamos ahora mucho más informados que antes, acerca de un buen número de asuntos [...] pero es necesario tener sobre ello, algunas cautelas. En primer término, la información no produce conocimiento científico, sino en tanto y en cuanto responde a preguntas científicas: acerca de los elementos constitutivos de la realidad, los que propulsan y/o regulan sus tendencias de movimiento, reproducen sus estructuras, previenen o empujan los cambios».[70]

No es equivocado señalar, tomando esta observación, que los estudios sobre juventudes realizados en los ochenta tuvieron como preocupación principal el abordaje descriptivo analítico de problemas que alteraban el orden social o/y limitaban la integración de las y los jóvenes en el mismo. La tensión integración-exclusión social es asumida como central en este sentido.[71] Aproximaciones, no olvidemos, realizadas en un contexto de aguda crisis social, política y económica, que condicionó la demanda creciente de orden social en amplios sectores de la población del Perú; pero también el abandono de interpretaciones ortodoxas del marxismo, hegemónicas desde los setenta, y su reemplazo por discursos que permitieron la expansión y consolidación de estudios, sobre sectores como las juventudes, desde perspectivas que sin proponérselo o proponiéndoselo respondieron a la misma demanda de orden social.

b) Las primeras miradas desde el otro o desde la cultura

Los estudios de juventudes, durante la década del noventa, se desarrollan en otro contexto. La crisis económica, social y política que vive el Perú, se agudiza en sus primeros años a niveles que para la mayoría ponen en riesgo su propia existencia como país. La violencia de los grupos subversivos se acrecienta, amenazando la estabilidad democrática, siendo respondida con una estrategia contrasubversiva que por igual acrecienta la violencia contra poblaciones civiles; la inflación, por su parte, alcanza niveles insospechados; los partidos y las instituciones democráticas afrontan niveles de deslegitimación que les restan credibilidad e iniciativa para enfrentar la crisis en todos sus aspectos. El cuadro general, en pocas palabras, es desalentador.

En este escenario se aplica en 1990, por el desconocido y sorpresivamente electo Presidente Alberto Fujimori, uno de los programas económicos de liberalización más ortodoxos de la región, que produce entre otros efectos un aumento dramático de la pobreza y el desempleo. Un cambio se produce en la administración del Estado, el discurso ideológico neoliberal se impone y provoca la aplicación sistemática de un conjunto de políticas que poco a poco transforman el carácter de la administración Fujimori en un régimen autoritario sustentado en una alianza civil militar.

El endurecimiento del régimen va de la mano con la represión indiscriminada y la derrota militar de los grupos subversivos; pero además con el «aumento» de nuevas formas de violencia urbana, comunes a otros países de América Latina, donde las juventudes tienen una vez más un trágico rol protagónico.[72] Asunto imposible de separar de los efectos provocados por las políticas económicas de liberalización que no sólo han incrementado la pobreza y la desigualdad sino también la criminalidad.[73]

La crisis, en estos años, señalan Gonzáles, Tanaka, Nauca y Venturo: «se expresa no sólo en los procesos estructurales de la sociedad, sino que también llega a introducirse en la propia identidad, colectiva e individual, que se desarrolla en un contexto sumamente conflictivo, generando sentimientos de pertenencia poco definidos y con una sensación de desarraigo e incertidumbre muy grande. Es una identidad muy distinta a la que se desarrolla en tiempos de relativa estabilidad política, económica y social que posibilita desarrollar referentes más sólidos y estables [...] Si antes los análisis de la realidad estaban orientados a conocer las estructuras y los procesos ‘objetivos’ (dependencia, marginalidad, etc.) hoy es cuando más claramente aparecen sus límites. En la actualidad para reconocer con mayor certeza la profundidad de la crisis, es necesario llegar hasta el hombre mismo, a los sujetos de carne y hueso que la viven y que la sienten, para desde él y sus expectativas, poder ir reconociendo los tenues perfiles del nuevo país que está emergiendo».[74]

Sumado a lo anterior, el contexto creado por los procesos de globalización, la influencia de los medios audiovisuales y las nuevas tecnologías sobre el consumo juvenil; junto a los cambios operados en las relaciones de género y las formas de vivir la afectividad y la sexualidad; así como el redescubrimiento y redefinición de diversas identidades locales, además de relaciones de parentesco, étnicas y raciales. Constituyen en conjunto una realidad compleja que exige nuevas preguntas y respuestas.

Los estudios realizados, en los noventa, abordan estos asuntos de manera diversa. La característica común que comparten es centrar su atención en los individuos que protagonizan procesos de tipo simbólico y cultural. Dimensión poco considerada, en la década del ochenta; pero relevada, en los noventa, en un contexto de aguda crisis social, económica y política.[75]

Los diferentes estudios, más allá de su variedad, pueden ser clasificados desde nuestro punto de vista en tres grandes perspectivas:[76] i) la perspectiva de las culturas juveniles,[77] ii) la perspectiva de las relaciones de género y iii) la perspectiva de las relaciones étnicas y raciales.

En la primera perspectiva, donde se concentra la mayoría de estudios, el énfasis es puesto en procesos a través de los cuales las juventudes generan códigos culturales propios y diferenciadores, basados muchas veces en adhesiones emocionales fuertes, que permiten la definición de diversas identidades e identificaciones juveniles. Dos de los animadores más conspicuos de los estudios, dentro de esta perspectiva, han sido Gonzalo Portocarrero,[78] y Aldo Panfichi.[79] Ambos desde su labor docente en la Pontificia Universidad Católica del Perú promovieron diferentes investigaciones y publicaciones.[80]

Los trabajos desde esta perspectiva abordan temas como las relaciones entre juventudes y violencia en diferentes grupos juveniles: las barras de fútbol, estudiadas entre otros por Castro,[81] Benavides,[82] o Espinoza;[83] las pandillas de barrio, investigadas por Santos,[84] Gonzáles,[85] Tong;[86] o los grupos escolares, vistos por Callirgos.[87]

Otro grupo de trabajos toma en cuenta también las relaciones que las juventudes establecen con los espacios y lugares de pertenencia en la ciudad, las percepciones,[88] sensibilidades y afectividades particulares que generan.[89]

Una vez más, como puede apreciarse, las relaciones que las juventudes establecen con la violencia; pero también con la ciudad, merecen la atención de las ciencias sociales. Los escenarios obviamente no son los mismos y mucho menos los procesos que los determinan. Más aún los abordajes metodológicos experimentan un cambio que permite efectivamente hablar de otro tipo de estudios, diferentes a los realizados en la década del ochenta. La entrada metodológica de estos estudios parte de compartir con los propios sujetos juveniles investigados experiencias y un proceso de construcción de conocimiento sobre su realidad cotidiana. Muchos investigadores comparten vivencias directas con jóvenes pandilleros y pandilleras en sus propios barrios o con barristas en el mismo estadio de fútbol o siendo parte de la misma hinchada. Si bien algunos de los estudios realizados durante los ochenta fueron elaborados sobre la base de metodologías cualitativas, en los noventa los estudios radicalizan esta entrada y asumen las entrevistas, las biografías y los grupos de enfoque como las principales técnicas de investigación.[90]

Los estudios en mayor o menor medida cuestionan premisas de las ciencias sociales como «aquella que define a las identidades de los jóvenes limeños como herencias culturales constituidas por la pertenencia a una clase, género, grupo étnico, barrio o lugar de origen. Identidades heredadas, armónicas y unitarias, que dieron lugar a una lectura fácil y estereotipada de la vida social de la ciudad [...] por ello parten de una premisa distinta: los individuos, en el transcurso de sus vidas, desarrollan múltiples, incompletas y potenciales identidades. Las identidades que adquiere un individuo en una etapa de su vida son un artefacto cultural construido socialmente de acuerdo a una matriz de factores intervinientes».[91] Los estudios reconocen en este sentido la especificidad de las manifestaciones culturales de las juventudes. Asignándoles, en más de un caso, una producción simbólica subordinada a la lógica impuesta desde el orden social establecido y regido por códigos adultos.

Un grupo de trabajos que se diferencia de las temáticas anteriores, pero examina también las culturas juveniles, son los estudios dedicados a la comunicación y las relaciones que las juventudes establecen con la oferta simbólica de los medios audiovisuales y las nuevas tecnologías (internet, cable, juegos de video, etc.). Trabajos como los de Quiroz,[92] Roncagliolo,[93] y Maccasi,[94] pueden ser ubicados entre ellos.

El tema de las relaciones entre juventudes y medios permite apreciar claramente cómo los estudios desde la cultura no están separados del análisis social y político, especialmente, por las implicancias que adquiere el consumo de la oferta de los medios y el uso de las nuevas tecnologías sobre las cultura política, la participación y las identidades colectivas que las juventudes definen.

Los estudios que sí parten de una entrada diferente son los dedicados al análisis de la afectividad, la sexualidad y las percepciones sobre el cuerpo, desde la perspectiva de las relaciones de género. Trabajos como los de Raguz,[95] que analiza las percepciones de diversos grupos poblacionales, incluidos las juventudes, sobre femineidad, masculinidad, género; Ponce y La Rosa,[96] que abordan los cambios producidos en los estereotipos sexuales y de género en tres generaciones; o Montalvo,[97] que estudia las prácticas afectivas de los jóvenes gay en las discotecas de ambiente, son algunos ejemplos. El carácter transversal de la perspectiva de género permite el desarrollo de estudios donde es posible apreciar las diferencias y desigualdades de género que se establecen entre las juventudes; pero especialmente como éstas se construyen social y culturalmente entre los y las jóvenes. Perspectiva que ha influido muchos trabajos dedicados a salud sexual y reproductiva,[98] y también algunos sobre educación.[99]

Una tercera perspectiva, dentro de los estudios desde la cultura, es el abordaje realizado desde las relaciones étnicas y raciales. Si bien no son muchos los trabajos realizados, sí son muy importantes porque ponen la atención en un tipo de relaciones particularmente determinante en una realidad como la del Perú, donde al igual que en el resto de América Latina, lo étnico y la raza poseen un peso crucial en el conjunto de la sociedad y en especial en la vida de las juventudes.[100] Los primeros estudios comienzan a ser publicados a fines del ochenta, Vega Centeno,[101] es una de las primeras en abordarlo; otros más bien surgen con renovado ímpetu en los noventa, como Cosamalón,[102] y Mendoza.[103] Portocarrero realiza sus análisis desde una mirada que combina psicoanalisis y antropología cultural para descubrir qué origina la violencia.[104]

Las distinciones hechas, entre los diferentes trabajos analizados, no pretenden sostener la tesis de la existencia de fronteras infranqueables y determinantes entre las tres perspectivas señaladas. Todo lo contrario, como siempre ocurre, las clasificaciones establecidas en las ciencias, son tan sólo construcciones teórico metodológicas establecidas para facilitar el análisis de la realidad.

El elemento común que deseamos resaltar es que en las tres perspectivas existe el planteamiento de abordar la realidad juvenil desde la perspectiva del otro, desde la diferencia. El abordaje de las culturas juveniles, o el estudio de las desigualdades de género entre las juventudes, o las relaciones juveniles marcadas por la etnicidad y la raza, exigen el análisis de procesos sociales y culturales donde los protagonistas son aquellos clasificados en una posición de subordinación por su edad, género, etnia, raza, clase, o todo al mismo tiempo. Por lo tanto, las fronteras no se sostienen sino en la medida que permiten ampliar nuestras perspectivas de análisis teórico metodológicas; pero al mismo tiempo, sólo si abren una entrada para una reflexión sobre las relaciones de poder. Relaciones de diferencia y desigualdad se cruzan en este punto, del mismo modo, que las dimensiones de la cultura y lo político. Asuntos sobre los cuales es necesario una reflexión más en detalle que realizaremos más adelante.

En los noventa, sin embargo, no sólo estudios desde la perspectiva cultural son realizados, otro conjunto de trabajos que aparecen en estos años son dedicados a las relaciones que las juventudes establecen con la política, los partidos y el Estado. Trabajos que presentan otra mirada sobre las juventudes y sobre los cuales trataremos a continuación.

c) Las miradas desde lo político [105]

El interés en el estudio de las relaciones entre las juventudes y lo político viene de tiempo atrás. Varios de los trabajos realizados durante los ochenta, como vimos anteriormente, abordan el tema. En los noventa, a pesar de ello, los trabajos son desarrollados en un escenario totalmente diferente. Los efectos dejados por los años de violencia vivida en el Perú, reflejados en el descrédito y temor a la participación; las políticas económicas de liberalización que llevan a priorizar una ética individualista al extremo; y la crisis de los partidos y las instituciones democráticas, entre otros factores, crean un nuevo contexto para la práctica política y los estudios dedicados a ella. Algunos llegan al extremo de asumir como consenso que, durante estos años, la política pierde centralidad en las preocupaciones de la sociedad en general y de los jóvenes en particular.[106]

Si bien es cierto se puede registrar un relativo retraimiento de los estudios dedicados a las relaciones entre política y juventudes, a pesar de ello, varios trabajos son desarrollados desde diferentes entradas, aunque pueden ser agrupados en dos perspectivas fundamentalmente: i) la perspectiva de la cultura política y i) la perspectiva de las políticas de juventud.

En la primera perspectiva los trabajos tratan de reflexionar no sólo sobre los vínculos que las juventudes establecen con el Estado y las instituciones que ejercen el poder, sino además y fundamentalmente sobre las percepciones, valores y cultura política de las juventudes. En la segunda los estudios se dedican al análisis de las políticas que desde el Estado se implementa con relación a las juventudes, así como a las iniciativas públicas que desde la sociedad civil se llevan adelante sobre el mismo tema.

Los investigadores, ubicados en la primera perspectiva, plantean nuevas preguntas como las formuladas por Tanaka,[107] quien toma en cuenta el cambio de época y el fin de un sentido común sobre el futuro del país nacido con el Estado populista; o intentan demostrar que los presupuestos de décadas anteriores pierden sentido en el nuevo escenario, como sostiene Venturo.[108] Chávez,[109] y Bazán,[110] por su parte, asumen la tarea de describir y analizar los nuevos procesos de movilización política juvenil de fines del noventa.

Los trabajos dentro de esta perspectiva se mueven en el límite entre análisis que tratan de examinar, de un lado, los cambios políticos operados en el país; pero de otro, los procesos de transformación cultural protagonizados por las juventudes. En un contexto caracterizado por relaciones tensas entre juventudes y práctica política.[111] Tensiones que evidencian los problemas de los partidos para canalizar la participación política y regular la intermediación entre el Estado y la sociedad civil; pero especialmente para traducir las demandas juveniles y transformarlas en propuestas políticas.

Los trabajos realizados dentro de la segunda perspectiva, denominada de políticas de juventud, muestran otro aspecto de los cambios experimentados durante estos años en los estudios de juventudes. Si los estudios sobre cultura política ponen el eje de reflexión en procesos ubicados en la sociedad, los estudios sobre políticas de juventud centran su interés en procesos ubicados principalmente en la esfera del Estado. Aunque no podemos dejar de mencionar también que algunos introducen en el debate a la esfera pública no estatal.[112]

Los estudios abordan básicamente el tema desde dos entradas: de un lado, figuran los trabajos que toman como punto de partida lo local, entre los que se cuenta a: Jiménez Mayor y Cisneros,[113] que analizan la experiencia de la Casa de la Juventud establecida en El Cercado por la Municipalidad de Lima; Cisneros y Llona,[114] que analizan el caso de Villa El Salvador y proponen políticas municipales de juventud para este distrito; o Marín y Montalvo,[115] que intentan una reflexión aplicada a partir del caso de la Mesa de Juventudes de Comas, donde además de la Municipalidad distrital participan también ong y organizaciones juveniles.

Desde otra entrada, las reflexiones parten de miradas más globales como las efectuadas por Cortázar,[116] o La Rosa,[117] donde se trata de sistematizar en conjunto lo hecho desde el Estado en materia de políticas de juventud. Algunos también han abordado el tema desde miradas sectoriales como Francke,[118] que analiza las relaciones entre pobreza, juventud y política social; o Saavedra y Chacaltana, que evalúan las relaciones entre políticas de mercado de trabajo y desempleo juvenil.[119]

Ambas entradas, por igual, coinciden en señalar que el diseño y gestión de políticas de juventud requiere de miradas diferenciadoras que reconozcan la especificidad de las formas de expresión simbólica y cultural de las juventudes.

Lo paradójico de estos estudios es que la discusión que plantean sobre las políticas de juventud ha ido en paralelo al abandono de la discusión sobre las relaciones que las juventudes establecen con el poder. El debate deja de lado este asunto, sin tomar en cuenta que las políticas de juventud son parte de relaciones de poder en las cuales las juventudes se ven inmersas; o que las demandas juveniles, en diferentes momentos históricos, generaron relaciones tensas con el Estado. Paradójicamente los estudios adquieren una connotación apolítica y supuestamente alejada de la discusión sobre las relaciones que las juventudes establecen con instituciones de decisión y control de la sociedad.[120]

Tenemos entonces que los trabajos realizados abordan tanto aspectos referidos a los procesos de participación política juvenil, generados desde la sociedad; como aquellos referidos a las iniciativas que desde el Estado se implementan con relación a las juventudes. En ambos abordajes llama la atención, desde nuestro punto de vista, que el tema de las relaciones de poder no aparezca como un tema central. Efectivamente, en el primer grupo, los investigadores centran su atención en la cultura política de las juventudes; en el segundo, más bien, en el diseño y gestión de políticas de juventud. Ambas entradas a pesar de estar referidas a temas políticos no abordan el tema de cómo las relaciones de discriminación, explotación, dominación, en las cuales las y los jóvenes se ven subordinados y condicionados en sus vidas, determinan sus acciones como sujetos sociales y a la vez constituyen una estructura que limita sus posibilidades de realización integral como individuos.

¿Por qué incorporar en la discusión el tema de las relaciones de poder en las cuales se ven inmersas las juventudes? ¿Qué implicancias tiene este asunto? ¿Cuáles son los estudios que se derivan de su abordaje? Las respuestas a las preguntas planteadas exigen una evaluación general de todo lo hasta ahora abordado y una síntesis que permita plantear una agenda de temas discusión para el futuro. Tareas que asumiremos en la siguiente parte de este texto.

4. La ruptura o los esfuerzos por aproximarse al otro

No dudamos que por momentos nuestra exposición tal vez habrá parecido demasiado descriptiva, aclaramos que perseguía simplemente evidenciar cómo en el Perú, durante los ochenta y noventa, los trabajos se multiplican en número y diversidad. La tarea principal, sin embargo, consiste en señalar cuáles son las principales enseñanzas que nos dejan los estudios de juventudes hasta ahora realizados y especialmente qué aspectos no han sido suficientemente estudiados y requieren ser tratados a futuro.

Una primera conclusión que extraemos, de la revisión realizada, es que el interés en el estudio de las juventudes desde las ciencias sociales ha pasado de un primer momento ubicado en los años ochenta, donde los estudios adquieren impulso y centran su preocupación principal en los procesos de integración social de las juventudes; a un segundo momento, iniciado en los años noventa y que se prolonga hasta la actualidad, orientado hacia los aspectos vinculados a lo simbólico y la cultura. La mayoría de estudios, desde ese momento, parten de reconocer que las culturas juveniles determinan las diversas estrategias de inserción social que las juventudes asumen y los tipos de relaciones que establecen con las instituciones y grupos sociales con los cuales se relacionan.

Incluso en los trabajos realizados desde lo político estos aspectos no dejan de estar presentes de una manera determinante. Tanto en el estudio de los procesos de participación o en el diseño y gestión de políticas públicas. Asunto que no sorprende si tomamos en cuenta que en la mayoría de países de América Latina actualmente los estudios de juventudes comparten un interés similar.[121]

Abordaje que de manera muy perspicaz Rossana Reguillo ha tratado de sintetizar en «por un lado, la tarea de historizar sujetos y prácticas juveniles a la luz de los cambios culturales, rastreando orígenes, mutaciones, contextos políticos-sociales —perspectiva que denomina como historia cultural de la juventud—; y por otro lado, la perspectiva hermenéutica que rastrea la configuración de sentidos sociales, trascendiendo la descripción a través de las operaciones de construcción del objeto de estudio y con la mediación de herramientas analíticas».[122] Reguillo precisa al respecto con mucha claridad que la emergencia de este modo constructivista y centralmente cultural de afrontar los estudios de juventudes no es ajeno a la perspectiva de los estudios culturales.[123]

La importancia de la cultura en el estudio de las juventudes ha sido refrendada por Jesús Martín Barbero cuando señala: «lo que interesa leer en la experiencia joven de hoy es lo que en ella desborda lo generacional al expresar algunas de las paradojas y tendencias del cambio de época que atravesamos. Así, la percepción aún oscura y desconcertada de una reorganización profunda en los modelos de socialización: ni los padres constituyen el patrón-eje de las conductas, ni la escuela es el único lugar legitimado del saber, ni el libro es el centro que articula la cultura».[124] No hay duda con respecto a la importancia que el tema adquiere actualmente en los estudios de juventudes y sobre las implicancias que su abordaje ha traído para el conjunto de las ciencias sociales.

Wallerstein ha recordado que los estudios culturales minaron la división organizacional entre los supercampos de las ciencias sociales y de las humanidades con proyectos culturalistas que han desafiado todos los paradigmas teóricos existentes. «El estudio de la ‘cultura’ —dice Wallerstein— como una cuasidisciplina hizo explosión con sus programas, sus publicaciones, sus asociaciones y sus colecciones en las bibliotecas. Este desafío parece incluir tres temas principales [...] primero, la importancia central, para el estudio de los sistemas sociales históricos, de los estudios de género y todos los tipos de estudios ‘no eurocéntricos’; segundo, la importancia del análisis histórico local, muy ubicado, que muchos asocian con una nueva ‘actitud hermenéutica’; tercero, la estimación de los valores asociados con las realizaciones tecnológicas y su relación con otros valores.[125]

Los estudios culturales, sin embargo, no representan una sola posición homogénea, sino al contrario reúnen una heterogénea gama de posiciones.[126] Diversas corrientes de reflexión, que no poseen las mismas raíces teóricas, son incluidas dentro de la denominación de estudios culturales como: los estudios subalternos, los estudios postcoloniales o postoccidentales. Otros incluso no han dudado en señalar con claridad que los estudios culturales no poseen elementos que faciliten el estudio de la realidad latinoamericana porque parten de supuestos que limitan sus aproximaciones.[127]

Los estudios de juventudes pueden ser ubicados como parte de esta heterogeneidad especialmente si asumimos como plantea Feixa:[128] «en un sentido amplio las culturas juveniles se refieren a la manera en que las experiencias sociales de los jóvenes son expresadas colectivamente mediante la construcción de estilos de vida distintivos, localizados en el tiempo libre, o en espacios intersticiales de la vida institucional».[129] Producciones culturales que se construyen a partir de revistas, murales, graffitis, tatuajes, videos, músicas, danzas, máscaras, modas, cultos y creencias diversas, rituales y mitologías antiguas y contemporáneas recreadas permanentemente.

El problema radica, sin embargo, en el abordaje de aquello denominado como cultura. No es casual que Wallerstein interrogue sobre «cómo superar las separaciones artificiales erigidas en el siglo XIX entre los reinos, supuestamente autónomos, de lo político, lo económico y lo social (o lo cultural o lo sociocultural). En la práctica actual de los científicos sociales —refiere Wallerstein— esas líneas suelen ser ignoradas de facto. Pero la práctica actual no concuerda con los puntos de vista oficiales de las principales disciplinas. Es preciso enfrentar directamente la cuestión de la existencia de esos reinos separados o más bien reabrirla por entero».[130]

La tarea consiste en lograr un abordaje que si bien tiene que partir del reconocimiento de la especificidad y relevancia de las expresiones simbólicas y culturales juveniles, al mismo tiempo, tiene que relacionarlas con otras dimensiones de la realidad como lo político o lo económico y a la vez articularla en un solo discurso que dé cuenta de manera integral e integrada de la realidad en la cual las juventudes desenvuelven sus relaciones y construyen sus referentes de vida.

La realización plena de la individualidad y el reconocimiento de la diversidad y diferencia cultural juvenil sólo son posibles cuando las juventudes establecen relaciones horizontales con las instituciones y grupos sociales con los cuales se relacionan. Cuando la diversidad no legitima la desigualdad y por lo tanto: cuestiona y reemplaza las jerarquías y clasificaciones arbitrarias por relaciones de carácter más igualitario. La noción cultura, en este sentido, está plenamente articulada con la noción poder y es imposible separar ambas porque forman parte de una sola realidad.

Entonces tenemos que si bien los estudios de juventudes ponen un énfasis justificado en los aspectos simbólicos y culturales es necesario articularlos a procesos de reflexión donde la problemática del poder esté presente. Tarea que sólo puede realizarse en la medida que cuestionemos las separaciones artificiales entre las diferentes dimensiones de la vida social.

Una segunda conclusión de la revisión efectuada, sobre los estudios de juventudes en el Perú, es que las expresiones del poder no se limitan a las relaciones establecidas por las juventudes sino que ellas se reproducen además en las propias construcciones teóricas y metodológicas que las ciencias sociales instituyen para estudiar a las juventudes. ¿A qué nos referimos? Un consenso registrado en los diferentes trabajos es que centran su interés sobre todo en el caso de la ciudad de Lima, uno de los principales lugares de vida social en el país mas no el único, a partir del cual generalizan hacia otras realidades, dejando de lado el estudio de otros casos y las experiencias que no necesariamente comparten o/y se derivan de los mismos procesos que han estado presentes en ella. ¿Por qué se ha producido esto?

Algo de pragmatismo, sin lugar a dudas, ha estado presente en las decisiones de priorizar el caso de Lima, al final de cuentas los pocos recursos que existen para investigación están concentrados principalmente aquí y es más fácil estudiar poblaciones juveniles cercanas que demasiado alejadas;[131] pero también, y no es difícil comprobarlo, ha jugado como un factor el presupuesto a priori de creer que lo que ocurre en Lima después se reproduce en el resto del país y peor aun que los procesos que se generan en lugares fuera de ella siguen sus mismos patrones.

Detrás de estos presupuestos subyace la creencia que las juventudes responden a ciertos patrones y/o características homogeneizadoras que marcan la condición juvenil o definen el propio significado de lo que es la juventud. No es extraño por ello que los investigadores prefieran buscar a las juventudes principalmente en una ciudad como Lima y sobre todo entre sectores sociales que comparten una experiencia vital principalmente de carácter urbano/moderno/occi-dental.[132] ¿Todos los demás sectores juveniles que no forman parte de este patrón quedan fuera de la denominación juventudes? ¿Qué expresa esta forma de leer la realidad?

Si durante los sesenta y setenta pudimos apreciar cómo el eurocentrismo de las ciencias sociales impidió reconocer a todos aquellos sectores que no formaban parte de los presupuestos asumidos por ellas (jóvenes y mujeres especialmente), en los ochenta y noventa este patrón eurocéntrico deja de tener el peso que tuvo; pero no pierde su influencia al interior de las ciencias sociales, sobre todo en abordajes como el realizado desde los estudios de juventudes, porque reproduce lecturas que restringen la posibilidad de mirar la heterogeneidad de las expresiones juveniles y centra la atención en aquellas que en más de un caso se asemejan o comparten algunas características con las existentes en realidades propias de países occidentales.

Los estudios de juventudes, animados desde las ciencias sociales, tienen que abrirse a otros sectores juveniles aún no estudiados. La única forma de lograr ello es cuestionando los propios presupuestos de las ciencias sociales herederas del sistema mundo moderno colonial actualmente hegemónico. Santiago Castro Gómez ha señalado al respecto: «Nuestra tesis es que las ciencias sociales se constituyen en este espacio de poder moderno/colonial y en los saberes ideológicos generados por él. Desde este punto de vista, las ciencias sociales no efectuaron jamás una ‘ruptura epistemológica’ —en el sentido althusseriano— frente a la ideología, sino que el imaginario colonial impregnó desde sus orígenes a todo su sistema conceptual».[133]

Las ciencias sociales requieren poner en cuestión los presupuestos que sostienen los abordajes que realiza porque asistimos a un momento de naturalización de las relaciones sociales —como la llama Lander— «noción de acuerdo a la cual las características de la sociedad llamada moderna son la expresión de las tendencias espontáneas, naturales del desarrollo histórico de la sociedad. La sociedad liberal industrial se constituye —desde esta perspectiva— no sólo en el orden social deseable, sino en el único posible».[134]

Los estudios de juventudes pueden aportar en este sentido, especialmente si se articulan a reflexiones contrahegemónicas —como algunos trabajos desde los estudios de género vienen realizando—[135], a generar potentes y nuevos instrumentos para afirmar epistemologías fronterizas descolonizadoras basadas en conocimientos locales.

Una tercera conclusión es que los estudios de juventudes en el Perú han profundizado principalmente en la investigación empírica sobre la condición juvenil dejando de lado la reflexión teórica y metodológica sobre el significado de nociones como jóvenes o juventudes. Salvo el trabajo realizado por Cortázar,[136] no ha habido mayores estudios en el Perú que hayan abordado este asunto. Por lo tanto se ha asumido como obvio algunos presupuestos teóricos y descuidado preguntas totalmente pertinentes como aquellas dirigidas a precisar la ambigüedad presente en el uso, que las ciencias sociales realizan, de la noción jóvenes o juventudes.

Las metodologías hasta hoy utilizadas también han sido mantenidas al margen de los procesos de reflexión crítica. Feixa, uno de los que más se ha dedicado a la reflexión metodológica para el estudio de las juventudes, ha señalado: «No considero la naturaleza ‘subjetiva’ de las fuentes orales como una limitación, sino como un incentivo: la memoria no es un depósito de hechos, sino un matriz de significados y valores: silencios, deformaciones, errores, repeticiones. Pueden ser, por tanto, un índice privilegiado para la comprensión de actitudes culturales, lo cual no significa que haya renunciado a verificarse la información [...] De entrada, las historias de vida pueden considerarse como una variante del relato (pese a basarse en acontecimientos y lugares reales, reflejan la capacidad fabulatoria del narrador, quien recrea su biografía mezclando espacios y tiempos interconectados). Asimismo, la historia de las culturas juveniles puede verse como una historia de creación de cronotopos: la lucha real y simbólica por la conquista de universos espacio-temporales específicos; una historia de apropiaciones y olvidos en torno a lugares y momentos significativos para cada generación de jóvenes y para cada historia de vida».[137] Las historias de vida o las biografías, en este sentido, se convierten en parte de una lucha por la disputa de la memoria. Algo que Walter Benjamin ya había advertido en sus tesis sobre filosofía de la historia.[138]

Tarea que marca una ruta de reflexión nueva y donde —citando una vez más a Wallerstein— «más allá del argumento obvio de que es preciso reconocer las voces de los grupos dominados (y por eso mismo en gran parte ignorados hasta ahora), está la tarea más ardua de demostrar en qué forma la incorporación de las experiencias de esos grupos —en nuestro caso las juventudes— es fundamental para alcanzar un conocimiento objetivo de los procesos sociales».[139]

Finalmente creemos que una amplia agenda se abre hoy para los estudios de juventudes en países como el Perú, donde si bien en los últimos años se ha difundido y consolidado la actividad de investigación en este tema, también es cierto que las aproximaciones hasta hoy realizadas poseen un carácter todavía inicial y que se inscriben dentro de una perspectiva de búsqueda de relaciones más tolerantes e igualitarias entre las gentes de nuestra tierra.

Lima, Agosto 2002

NOTAS

[1] Las definiciones hasta hoy proporcionadas sobre nociones como «jóvenes» o «juventud» han abierto un amplio campo de discusión. Nos parece pertinente señalar que en el caso de trabajos desarrollados desde una perspectiva eurocéntrica, como los de Heller (1988) o Eisenstadt (1995), se ha preferido debatir sobre este asunto desde la construcción de la noción homogeneizadora de «juventud» y su generalización hacia realidades sociales «no occidentales». Las reflexiones de Bourdieu (1990) y varios científicos sociales latinoamericanos como Valenzuela (1991) o Duarte (2000) han enfocado la discusión, desde otro punto de vista, partiendo de la heterogeneidad de los procesos sociales en los cuales las y los jóvenes se ven inmersos como sujetos históricos y desde los cuales establecen determinadas prácticas sociales. El uso que haremos en adelante de la noción «jóvenes», o «juventudes» en plural, se ubica en esta última línea de reflexión.

[2] La influencia de José Enrique Rodó, quien publica en 1900 Ariel, es determinante sobre este grupo intelectual. Rodó, influido por el proyecto modernizador ilustrado, sostiene que la juventud estudiantil perteneciente a las clases medias y altas era la encargada de dirigir el proceso de transformaciones que comportaba la modernización de las sociedades latinoamericanas. Excluye, por lo tanto, la especificidad histórica y las diferencias socioculturales de las juventudes, como bien señala Medina (2000:11).

[3] Mariátegui se refiere además a la generación radical, futurista o arielista, y colonida, en «7 ensayos de interpretación de la realidad peruana», publicado en 1928, como Germaná (1995:56) hace notar.

[4] Manuel Gonzáles Prada, a pesar de provenir del siglo XIX, es propiamente el iniciador en el Perú de toda una sensibilidad intelectual esperanzada en el quehacer de las juventudes y que se expresa especialmente en la llamada nueva generación o del centenario (conformada entre otros por Víctor Raúl Haya de la Torre, José Carlos Mariátegui, Jorge Basadre, Luis Alberto Sánchez). El aprismo acabaría popularizando el lema «Los viejos a la tumba los jóvenes a la obra» acuñado por Gonzáles Prada. Al respecto puede consultarse de Burga y Flores Galindo (1987:165).

[5] No podemos olvidar que las primeras protestas estudiantiles son realizadas en Cusco en 1909 y anteceden a las de Lima, o Córdova, que surgen una década después, como Rénique (1987) resaltó.

[6] El poeta Federico More retrató al aprismo en sus inicios como un «conjunto de cincuenta muchachos que gritan en cincuenta puntos del país» o «cosa de jovenzuelos nunca dulcificados por una mujer» como citan Burga y Flores Galindo (1987:196 y 206).

[7] Uno de los testimonios que da cuenta de esta historia es el de Carlos Delgado (1975:59).

[8] El testimonio de Jorge del Prado (1968) relata parte de esta historia.

[9] La movilización juvenil desplegada en estas organizaciones es menor, pero igualmente importante.

[10] El estudio consistió en el análisis de los resultados de un cuestionario de encuesta, aplicado a una muestra estratificada de 1424 estudiantes del último año de educación secundaria y a otra sistemática de alumnos de las universidades de Lima. Un informe preliminar fue publicado en Mejía Valera (1965). Anotamos que dos años antes, es publicado de Walter Blumenfeld (1963), psicólogo clínico de orientación gestaltista, antiguo docente de la Facultad de Ciencias y cofundador del Departamento de Psicología de la misma universidad, un trabajo sobre los conflictos derivados de las relaciones entre comportamientos juveniles y entorno social y familiar.

[11] Los primeros estudios son de Carlos Lissón, que publica Breves apuntes sobre la sociología del Perú en 1887; Joaquín Capelo Sociología de Lima en 1895. La cátedra de sociología impartida por Mariano H. Cornejo, desde 1896, fue otro hito importante. Rochabrún (1982) y Quijano (1982) analizan el tema.

[12] Lütte (1991) ha señalado, desde la psicología, que el trabajo de Stanley Hall, Adolescencia de 1904, inició en Europa los estudios sobre juventudes. Para Hall este sector está comprendido entre los 12 ó 13 años y los 22 ó 25 años (1991:38). Las investigaciones científico sociales, especialmente antropológicas, reaccionan frente a los supuestos psicológicos de tipo naturalista impuestos por Hall. El estudio de Margaret Mead (1985) sobre la adolescencia en Samoa fue publicado en 1928 y confirma —en palabras de Franz Boas que hace la introducción al libro— las sospechas antropológicas de que tales supuestos no eran atribuibles a la naturaleza humana, sino a las restricciones impuestas por la civilización occidental (1985:13). En el caso de la sociología, principalmente norteamericana, la Escuela de Chicago avocada al estudio del proceso de urbanización, analiza diversos sectores juveniles como los street corner boys and the gans (pandillas, bandas) desde la década del treinta. Pertenecen a esta perspectiva trabajos como los de F. Thrasher (1966) escrito en 1929 o W. F. Whyte (1972) escrito en 1934 como ha señalado Zarzuri (2000). Por su parte Parsons (1942) sistematiza en los cuarenta los diferentes abordajes y propone un modelo sobre las relaciones entre jóvenes y familia desde la teoría estructural funcionalista.

[13] Tomamos la idea de Rochabrún (1982).

[14] Germaná (1996) llama la atención sobre el encuentro con el pensamiento socialista revolucionario.

[15] Entre 1963 y 1965 surgen las guerrillas de Javier Heraud, Hugo Blanco, Luis De La Puente Uceda, en diferentes zonas del país y con diferentes proyectos políticos, pero con fuerte presencia juvenil.

[16] Una característica central y a la vez debilidad de los estudios estructural funcionalistas en los sesenta —como sugiere Rochabrún en el texto citado— fue el énfasis que puso en la investigación de la integración social o la conducta «desviada». Las preguntas de fondo se dirigían a indagar por el posible efecto disfuncional que, por ejemplo, la juventud podía generar en la sociedad. El supuesto es que la sociedad es esencialmente armónica, pero además que sectores como las juventudes son definidas apriorísticamente como «problemáticas», siguiendo sin duda modelos de estudios realizados en Norteamérica y Europa y no el análisis de la propia realidad (1982:4).

[17] Rochabrún anota comentando los análisis de Quijano: «Y lo hizo ya en 1963 en un texto sobre Wright Mills ante su prematura muerte (Revista del Museo Nacional, Lima, 1963) pero sobre todo en «Imagen y tareas del sociólogo en la sociedad peruana» (Revista de Letras, Nº 74/75, unmsm, Lima, 1966)» (1982:6).

[18] Quijano (1966) advierte agudamente a mediados del sesenta: «la masa de datos que provienen ahora de las investigaciones que se realizan en las sociedades no-occidentales, en pleno proceso de cambio, comienzan a indicar con nitidez que los sistemas de explicación de los fenómenos sociales, resultantes de la investigación, casi únicamente en las sociedades occidentales industrializadas, así como los principios y técnicas de investigación concreta, no tienen todos la pretendida validez universal, que es urgente encontrar un camino de reorientación de algunos de los más endurecidos núcleos de ideas y de enfoques en las ciencias sociales, de elaboración de enfoques, conceptos y métodos nuevos de estudio para fenómenos nuevos».

[19] Las juventudes universitarias intentaron ser corporativizadas a través de una reforma universitaria de tipo tecnocrático que perseguía hacer funcional a la universidad pública y despolitizar a las juventudes universitarias para insertarlas en el proyecto del gobierno militar como Portocarrero (1972) demuestra. Por su parte las demandas de las organizaciones de las juventudes populares intentaron ser corporativizadas a través del Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social (sinamos) que tenía a «la juventud como uno de sus ámbitos considerados prioritarios» de acuerdo al análisis de Cotler (1972). El carácter corporativo del gobierno militar fue analizado también por Quijano (1972).

[20] Anotamos que la investigación de Portocarrero (1972), su tesis doctoral, fue dirigida por Alan Touraine, uno de los principales animadores de la teoría de los movimientos sociales.

[21] Roncagliolo (1970).

[22] Bernales (1974) no sólo aborda el tema en este estudio, en los años siguientes, continuará sus investigaciones convirtiéndose en uno de los pocos especialistas peruanos en juventudes.

[23] Los conflictos entre estudiantes y autoridades universitarias fue otro tema de interés, aunque enfocado más desde una perspectiva parcial, como lo testimonia el ex Rector Luis Alberto Sánchez (1969).

[24] En 1958 por primera vez el Partido Aprista pierde las elecciones dentro de la Federación Universitaria de San Marcos, hecho que marca el inicio de la pérdida de su hegemonía dentro del conjunto del movimiento estudiantil peruano. El Partido Comunista aliado con otros grupos se impone en dichas elecciones. En 1964 la juventud del Partido Comunista, asume una orientación maoísta, se separa del partido y gana sola las elecciones de ese año. A partir de este momento se inicia un fuerte predominio maoísta en el movimiento estudiantil peruano. Condoruna (1966) analiza ampliamente este proceso.

[25] Gorz y otros (1969) analizan lo sucedido en Francia. La ola de protestas estudiantiles en Europa se inicia en Alemania a comienzos de los sesenta, como Bergamann y otros (1976) lo señalan. Un repaso mundial de las protestas estudiantiles, ocurridas durante estos años, aparece en Mehnert (1978). Touraine (1972) analiza estos hechos y plantea las bases de la teoría de los movimientos sociales.

[26] Uno de los testimonios más elocuentes sobre las complejas relaciones que se establecieron en esta época entre ciencias, científicos sociales y marxismo es el ensayo de Alberto Flores Galindo (1987).

[27] El optimismo que Podestá (1978) expresa tiene como contexto las relaciones estrechas que durante los setenta mantienen ciencias sociales, no sólo con el marxismo, sino también con la actividad política de los partidos de izquierda, la cual se sustenta y orienta en un horizonte utópico revolucionario.

[28] La influencia de esta forma de conocer y reconocer la realidad afectó también a otras disciplinas y artes. La práctica teatral, por ejemplo, como testimonia Rubio (1994) no fue ajena a ella. Él cuenta que el grupo Yuyachkani se forma en 1971 con ex integrantes de Yego quienes se dedicaban a un teatro para adolescentes. «Un grupo nos fuimos, el grupo que empezaba a cuestionarse si el problema generacional era fundamental en la sociedad peruana o si no había quizá otros problemas mayores, sino había que entender la sociedad de una manera distinta» (1994:116). Las artes plásticas tampoco escaparon de esta influencia, como se deriva de un texto de Buntinx (1987) dedicado al grupo Huayco que, a fines del setenta, irrumpió en la escena plástica exhibiendo personajes tomados del mundo popular urbano. La poesía transitó un camino similar, según se deduce de lo relatado por Mora (1990) sobre la experiencia del movimiento Hora Zero, el cual durante los setenta centra su atención en los migrantes. Todos los casos citados muestran la paradoja de haber sido experiencias conducidas por jóvenes, pero en los cuales el discurso construido sobre «el otro» (obreros, campesinos, migrantes) no incluyó el nosotros juventudes. La narrativa en contraste muestra, desde los sesenta, antecedentes distintos. Los cuentos de Mario Vargas Llosa reunidos en Los jefes publicados en 1959 o su novela La ciudad y los perros de 1962; o los cuentos de Osvaldo Reynoso agrupados en Los inocentes publicados en 1961; o poco tiempo después Alfredo Bryce con sus cuentos de Huerto cerrado de 1968. Todos relatan historias donde las juventudes aparecen alegres y tristes, sin temor y a la vez cargadas de incertidumbres, dubitativos y esperanzados en el futuro del país, hablando y maldiciendo en su propio argot.

[29] Tomamos la diferencia entre crisis de paradigmas y crisis de problemática de Quijano (1990).

[30] La idea fue propuesta por Franco (1980). La realidad latinoamericana —según él— sometió a tensión la capacidad de descentramiento del pensamiento marxiano, su disposición a recentrar su teoría en un campo problemático original, frente al cual Marx prefirió el análisis de realidades conocidas por él (1980:30).

[31] Cussiánovich (1982) denuncia la pobreza de la cual son víctimas principalmente las y los jóvenes de sectores populares y la urgencia de promover acciones en su beneficio.

[32] Ames (1982) comenta la muerte de la joven dirigenta senderista Edith Lagos, asesinada en Ayacucho por las fuerzas militares, y que conmocionó a la opinión pública porque mostró por primera vez un caso concreto donde la violencia política tenía como protagonista a una joven.

[33] Rochabrún propone, al final del trabajo antes citado, a manera de balance general sobre el proceso de desarrollo de la sociología en el Perú: «Pensamos que la sociología debe abandonar su carácter monopólicamente macro-sociológico, y proceder a combinarlo con niveles más limitados de generalidad. Pero este acercamiento debe confluir con una atención sistemática a los ‘sujetos’, de modo de evitar pasar de ‘grandes estructuras’ a ‘pequeñas estructuras’ [...] Por lo mismo, debe también dar lugar a fenómenos no —exclusivamente— clasistas, como los grupos generacionales, su horizonte histórico, su campo de posibilidades» (1982:19).

[34] Franco (1987) señala que la revisión del pensamiento social peruano de los veinte, sobre todo de autores como Mariátegui y Haya de la Torre, que representan antecedentes en la propia historia del Perú para sustentar posiciones heterodoxas frente a la ortodoxia marxista leninista; y la revalorización del pensamiento de Gramsci, contribuyen a fortalecer el análisis desde los sujetos. Enrique Bernales (1985) recopila, a mediados del ochenta, un conjunto de sus artículos periodísticos dedicados a las juventudes, a fin de llamar la atención sobre los problemas que las afectaban; pero además para destacar su condición de sujeto social no clasista, en clara alusión a las posiciones marxistas ortodoxas que sólo reconocían como válidos los estudios dedicados a la clase obrera o al campesinado.

[35] Un ejemplo es la mesa redonda donde participan los educadores Carlos Castillo Ríos, Carlos Álvarez Calderón y Hernán Fernández (1985), organizada por la Revista Autoeducación.

[36] Deducimos la idea de Rochabrún (1993), quien plantea la existencia de dos universos paralelos dentro de la tradición sociológica que comparten un mismo espacio en la medida que no pueden existir uno sin el otro. Uno proporcionando una lectura en términos colectivos y otro en términos individuales.

[37] La denominación tiene como referente que lo social dentro de la teoría sociológica clásica, como señaló Nisbet (1996), fue casi invariablemente lo comunal (1996:82).

[38] Todorov (1988) indica que la perspectiva individualista se inscribe en la tradición antisocial del pensamiento social europeo que resalta al individuo en contra posición al vivir en sociedad (1988:17).

[39] La observación la tomamos de un texto de Nugent (1998) en el cual se adjudica a la defensa del individualismo una carga moral negativa y conservadora. Por oposición se deduce que la defensa de lo comunitario adquiere una carga moral positiva y progresista.

[40] En los últimos años el debate sobre la noción capital social planteado por Coleman (1990), y seguido entre otros por Sandefur y Laumann (1998), ha planteado que los niveles de solidaridad y confianza presentes en una sociedad (léase capital social) dependen de la interacción entre estructura e individuo (1990:302). Lo que se deduce una vez más es que individualidad y sociabilidad no están separadas sino más bien juntas en la vida social.

[41] Degregori, Blondet y Lynch (1986) realizan propiamente un estudio antropológico de los pobladores del barrio Cruz de Mayo, del distrito limeño de San Martín de Porres, que analiza los cambios culturales y sociales experimentados por las dos generaciones de residentes. El estudio en alguna medida hace recordar los trabajos de la Escuela de Chicago.

[42] Cánepa y Ruiz (1986) analizan la experiencia de trabajo que ellas mismas desarrollan con jóvenes pobladores de distritos del norte de la ciudad de Lima.

[43] Tejada (1990) tiene como insumo de investigación entrevistas a jóvenes de organizaciones culturales de varios distritos de Lima. Anotemos que ella trabajó como activa promotora de bibliotecas populares.

[44] Cussiánovich (1990) intenta un balance sobre el conjunto de experiencias de organización juvenil popular desarrollados durante la década del ochenta y si bien señala las limitaciones de los procesos desenvueltos afirma del mismo modo su apuesta por el fortalecimiento de nuevos movimientos juvenil populares.

[45] Observación hecha en el trabajo colectivo de Gonzáles, Tanaka, Nauca y Venturo (1991:18).

[46] Aspectos igualmente resaltados por Gonzáles, Tanaka, Nauca y Venturo (1991:24).

[47] El pensamiento del peruano Gustavo Gutiérrez, uno de los padres de la teología de la liberación, fue escuchado sobre todo por sacerdotes y laicos jóvenes desde fines del sesenta como Pásara (1987) señala. Su reflexión influye en los cambios que experimenta la Iglesia Católica latinoamericana, y determina su «opción preferencial por los pobres» y «jóvenes», como quedó plasmado sobre todo en la Conferencia Episcopal de Medellín de 1968 y también, pero con menor énfasis, en Puebla en 1979.

[48] Un estudio animado desde esta perspectiva es el de Vega Centeno (1984).

[49] Una de las primeras organizaciones que contribuyen a este proceso es la Juventud Obrera Cristiana del Perú —joc, fundada en 1935, y que promueve la creación del Instituto «José Cardjin»— ipec, Instituto de Publicaciones, Educación y Comunicación, en 1984, desde donde se anima el trabajo con juventudes.

[50] Ames (1981) acuña el término protagonismo popular y si bien no es homogéneo, porque posee más de un significado, como señalan Gonzáles, Tanaka, Nauca y Venturo (1991) tiene «una idea central, a saber, la renovación de la política y la construcción de una sociedad mejor son resultados de un mundo popular organizado desde abajo» (1991:49).

[51] Las ong, como señalan Del Pino y Pásara (1991), surgen por el aporte de un núcleo importante de profesionales católicos próximos a la teología de la liberación. Otro sector, según Díaz Albertini (1989), proviene de grupos con formación universitaria y definición política de izquierda.

[52] La mayoría de ellas publica informes sobre eventos realizados con juventudes en los cuales tratan de sistematizar sus experiencias de trabajo como ipec (1985), la anc (1986), el cipep que Ruiz y Cánepa (1986) analizan, tarea (1986, 1987) y cidap y tarea (1986;1987).

[53] Las actividades de las ong logran un posicionamiento central a partir de la iniciativa de Naciones Unidas de declarar 1985 Año Internacional de la Juventud. Las publicaciones de Naciones Unidas (1985) sirven en muchos casos para sustentar sus acciones. Aclaramos que desde nuestra perspectiva, si bien la iniciativa externa de Naciones Unidas fue importante para la difusión y consolidación de los estudios sobre juventudes, consideramos que su aporte se sumó a factores de carácter interno (líneas atrás analizados) que independientemente venían ejerciendo su influencia sobre la investigación social realizada en el país.

[54] Cotler (1986) desarrolla su estudio como parte del proyecto: «Radicalización y violencia política de la juventud popular», auspiciado por la Fundación Ford, que él dirige desde el Instituto de Estudios Peruanos. Miembros de su equipo son Cecilia Blondet, Romeo Grompone y Fernando Rospigliosi, que desarrollan y participan también de investigaciones sobre el mismo tema.

[55] Cotler (1986:120).

[56] Rospigliosi (1988).

[57] Lynch (1989).

[58] Degregori (1989).

[59] Chávez de Paz (1989).

[60] Gonzáles, Tanaka, Nauca y Venturo hablan por ello de perspectiva de la desestructuración (1991:25).

[61] El estudio de Rospigliosi (1988) muestra desde los títulos («Ahora los jóvenes no militan», «La democracia, el reformismo y el desencanto», «El decaimiento de los mitos», etc.) el cambio producido en el imaginario de los obreros jóvenes de los ochenta frente a los líderes sindicales de los setenta. La idea central es que entre ambas generaciones se produce un cambio de perspectiva sobre la práctica política.

[62] La investigación de Lynch (1989) por su parte analiza principalmente la radicalización sin proyecto de las juventudes universitarias frente al gobierno militar. Su enfoque es interesante y se diferencia del estudio citado anteriormente de Portocarrero (1972), porque desencanta las protestas estudiantiles y centra su atención en historias de individuos que protagonizan los procesos de movilización.

[63] Degregori (1989) no dedica en específico su estudio a las juventudes sino más bien a la ideología y violencia política en Sendero Luminoso y los sectores sociales vinculados a él. La tesis central que propone es que los jóvenes universitarios provincianos excluidos son los que inician la lucha armada.

[64] Chávez de Paz (1989) aporta con un estudio de carácter descriptivo que demuestra que las juventudes son el sector que comete el mayor número de actos de terrorismo y sabotaje por razones políticas.

[65] Por esos años CEDRO< (1990) aborda el tema de las conductas de riesgo, especial el consumo de drogas, desde nociones como identidad y reconocimiento que ponen en primer lugar la discusión sobre la individualidad de los sujetos juveniles.

[66] Cánepa (1990).

[67] Rodríguez Rabanal (1990).

[68] Grompone (1991) analiza varios grupos juveniles sobre la base un análisis de las principales variables estructurales que afectan sus vidas. Si bien muchas de sus proposiciones generan más de un debate, el esfuerzo que realiza por manejar los niveles de análisis macro con el micro (de las individualidades de los sujetos juveniles) es interesante.

[69] Quijano (1990:15).

[70] Quijano (1990:15).

[71] Venturo (2001:167) señala esta tensión en la revisión de trabajos que realiza sobre el mismo período.

[72] No nos equivocamos si afirmamos que durante los noventa, a pesar de usar denominaciones diferentes, éste ha sido uno de los temas donde más han coincidido los estudios de juventudes en toda la región. Uno de los trabajos pioneros en América Latina fue el realizado de manera colectiva por Castillo, Zermeño y Zicardi (1989) sobre el caso de los chavos banda de la ciudad de México; Salazar (1991, 1994) estudió el caso de las bandas y sicarios de Medellín; Argudo (1991) por su parte investigó sobre las pandillas de Guayaquil; Krauskopf (1996) aborda a las maras de Centro América; y más recientemente Molina (2000) para el caso de Santiago y Urresti (2000) en Buenos Aires, estudian a las tribus urbanas. En el Perú es necesario señalar que en algunos casos, especialmente en ciudades del interior, el fenómeno es nuevo; pero en la ciudad de Lima se registra desde varias décadas atrás la presencia de estas agrupaciones, por ello es conveniente hablar de un aumento antes que de un surgimiento repentino.

[73] Kliksberg (2001) es uno de los primeros en abordar el tema de manera sistemática. «Tres grupos de causas —alta desocupación juvenil, familias desarticuladas y bajos niveles de educación— están gravitando silenciosamente día a día —según Kliksberg— sobre las tendencias en materia de delincuencia. A su vez, forman parte del cuadro más general de pauperización de la región» (2001:8).

[74] Gonzáles, Tanaka, Nauca y Venturo (1991:40-41).

[75] Nugent (1990) es uno de los primeros en llamar la atención sobre la cultura y las perspectivas del mundo de la vida. Gonzáles, Tanaka, Nauca y Venturo (1991), tomando las observaciones de Nugent, señalan la existencia de una perspectiva cultural subjetiva en los estudios de juventudes (1991:43).

[76] Pérez Islas (1998), partiendo de otro punto de vista, señala tres enfoques en el estudio sobre las relaciones entre juventudes y cultura. El primero esta asociado a la Escuela de Chicago y está interesado en estudiar los cambios experimentados por la ciudad, producto de la modernización industrial, entre otros temas aborda el surgimiento de diversas subculturas juveniles como las producidas por bandas y pandillas. El segundo aparece ligado a las contraculturas juveniles, noción planteada por Theodore Roszak (1970:15-57), destacadas como contrarias a la racionalidad de las sociedades capitalistas; el tercero está vinculado al rock como principal manifestación cultural juvenil. En el caso del Perú podemos registrar estudios, siguiendo la clasificación de Pérez Islas, ubicados sólo en el primer enfoque.

[77] Si bien más adelante volveremos sobre el tema precisamos que Feixa (1998, 1995) analiza esta noción.

[78] Portocarrero (1993, 1996, 1998) fue también, desde fines del ochenta, de los primeros en llamar la atención sobre la importancia de la cultura y las relaciones intersubjetivas en las ciencias sociales. En el primer texto compila varios estudios dedicados a mentalidades populares, incluidas las de jóvenes; en el segundo, analiza de manera aguda parte de los cambios experimentados en la narrativa peruana joven de hoy, como expresión de los cambios culturales operados en las juventudes de las capas medias, a partir de la lectura de las novelas de Oscar Malca, Jaime Bayly, Javier Arévalo y Patricia Souza en comparación a las de Hildebrando Pérez Huarancca y Mario Vargas Llosa (1996:301).

[79] Panfichi (1992, 1995a, 1995b, 1999) inicia su aborda al tema indirectamente a partir de su tesis de maestría, a través del análisis de las redes sociales propuesto por Wellman, ahí las juventudes de Barrios Altos en El Cercado de Lima son una de las protagonistas de los procesos que analiza. Además difunde la noción weberiana de comunidad emocional, propuesto por Mafesolli, a través de la animación de trabajos dirigidos al estudio de las barras bravas.

[80] Los cambios, como puede apreciarse, empiezan desde el marco institucional donde se desarrollan las investigaciones. Si en los ochenta fueron, principalmente, los centros de investigación no gubernamental los que albergaron a los investigadores; en los noventa, son sobre todo las universidades privadas.

[81] Castro (1995) estudia el caso de Trinchera Norte barra del Club Universitario de Deportes.

[82] Benavides (1995) analiza el caso de Comando Sur barra del Club Alianza Lima.

[83] Espinoza (1999) investiga a los barristas de la Turba en San Miguel y Magdalena en Lima.

[84] Santos (1995) expone la vida cotidiana de un joven pandillero de «El Planeta» en el Cercado de Lima.

[85] Gonzáles (1996) estudia las pandillas de «El rescate» en el Cercado de Lima.

[86] Tong (1998) ensaya una mirada desde una perspectiva psicosocial sobre la violencia juvenil.

[87] Callirgos (1995) realiza observaciones etnográficas en escuelas públicas y entrevistas con líderes de grupos y pandillas escolares de distritos populares de Lima.

[88] Gonzáles (1995) estudia, a partir de 55 entrevistas hechas a estudiantes universitarios, las percepciones sobre la ciudad que poseen jóvenes de tres sectores socioeconómicos diferentes.

[89] Cánepa (1993) compila un conjunto de ensayos que abordan el tema desde diferentes puntos de vista.

[90] Los aspectos metodológicos serán abordados con mayor profundidad más adelante.

[91] Tomamos la cita de Panchifi (1995b:7).

[92] Quiroz (1991, 1995) investiga las influencias de los medios y los videojuegos en escuelas de Lima.

[93] Roncagliolo (1993) realiza un trabajo de análisis cuantitativo sobre una muestra de jóvenes de Lima.

[94] Maccasi (1999, 2001:69) analiza especialmente el tema de cómo se forma la opinión pública.

[95] Raguz (1995).

[96] Ponce y La Rosa (1995) estudian sectores universitarios dentro de las capas medias de Lima.

[97] Montalvo (1997) analiza el caso de las discotecas de ambiente o gay del Cercado de Lima.

[98] Vega Centeno (1994) aborda por ejemplo el tema del sida en la vida de las juventudes partiendo de las diferencias de género que se establecen entre los y las jóvenes; La Rosa (1997) por su parte analiza la iniciación sexual y sus implicancias diferenciadas en la salud de adolescentes hombres y mujeres.

[99] Tovar (1995) aborda el tema de la sexualidad en escuelas públicas mixtas.

[100] Quijano (1997) señala que el patrón de dominación entre colonizadores y colonizados en América fue organizado y establecido sobre la base de la idea de «raza». Con él y sobre él se irían articulando, de manera cambiante según las necesidades del poder en cada período, diversas formas de explotación y de control del trabajo y las relaciones de género. Nosotros agregaríamos también las relaciones basadas en la edad.

[101] Vega Centeno (1988) señala la existencia de una crisis social, pero también de tipo cultural.

[102] Cosamalón (1990) analiza las identidades juveniles cholas y el racismo de que son objeto.

[103] Mendoza (1995) analiza el tema de las relaciones generacionales en grupos migrantes.

[104] Portocarrero (2000:171-229) analiza biografías y una encuesta hecha a jóvenes migrantes de Lima.

[105] La determinación sobre el significado de lo político es otro de los grandes debates de las ciencias sociales, imposible de agotar aquí. A pesar de ello, creemos conveniente precisar que diferenciamos dos de sus acepciones: uno, práctica dirigida al control del Estado; y dos, acción sobre lo público, sobre lo que afecta a todos. Ambas acepciones son caras de una misma moneda.

[106] Romero (1994) expresa su punto de vista en un artículo sobre las relaciones entre juventud y política.

[107] Tanaka (1995) ensaya una reflexión sobre los cambios generacionales, operados en la cultura política, sintetizados en el tránsito de la acción colectiva al protagonismo individual. Anotamos que Tanaka es actualmente en el Perú uno de los difusores del paradigma de la elección racional.

[108] Venturo (1996) presenta sus reflexiones en un ensayo donde mezcla el manifiesto generacional, con el diagnóstico sociológico y el testimonio personal, y donde lo valioso —como Portocarrero (1996:300) ha observado— es su apuesta por construir un nosotros, una identidad: la de los jóvenes críticos.

[109] Chávez (1999) aborda las protestas de las juventudes universitarias frente al régimen fujimorista.

[110] Bazán (1999) compila un conjunto de trabajos dedicados a las relaciones entre juventudes y política, en plena lucha contra el régimen fujimorista; pero priorizando trabajos de investigadores jóvenes y que en más de un caso eran protagonistas de las movilizaciones y actos de protesta antidictatoriales.

[111] La propuesta de Venturo (2001) es muy ilustrativa de las tensiones existentes. Él plantea que la juventud «no debería ser una categoría política. En el sistema político la juventud sólo puede ganar una presencia relevante si esta presencia aparece subordinada [...] la juventud en política no es sino mano de obra barata para las campañas electorales y el principal indicador del malestar social en las coyunturas políticas determinantes» (2001:13).

[112] Lo público estatal y lo público no estatal aparece especialmente como parte del debate sobre la crisis del Estado y el nuevo posicionamiento de la sociedad civil. La discusión sobre las políticas de juventud se da no sólo en el medio académico, el debate es animado también por ong, agencias del sistema de las Naciones Unidas (que celebran en 1995 diez años del Año Internacional de la Juventud), además de varios gobiernos con experiencias de gestión pública en la materia. Trabajos como los de Rodríguez (1996a, 1996b, 2000) o Bango (1996a, 1996b, 1999) sobre América Latina, Pérez Islas (1996, 2000) y Castillo (2000) sobre México, Balardini (1999) sobre Argentina; Dávila (2001) sobre Chile o J. L. Langlais (1984) que investigó el caso francés y especialmente Juan Sáez Marín (1988) sobre España, brindan un panorama amplio sobre el tema.

[113] Jiménez Mayor y Cisneros (1994).

[114] Cisneros y Llona (1997) si bien abordan el tema desde lo local incluyen un interesante análisis global sobre las políticas de juventud implementadas en el Perú.

[115] Marín y Montalvo (2000).

[116] Cortázar (1998) incluye además de su perspectiva sobre el tema una sistematización de información sobre indicadores de desarrollo social de las juventudes del Perú.

[117] La Rosa (1998) sistematiza las políticas de juventud implementadas en el Perú entre 1985 y 1998.

[118] Francke (1998) realiza un análisis sobre cómo la pobreza afecta especialmente a las juventudes.

[119] Saavedra y Chacaltana (2000) realizan una evaluación del programa de capacitación laboral juvenil Projoven implementado en el Perú desde 1997.

[120] Montoya (2001) plantea esta tesis desde un análisis de las políticas de juventud a lo largo del siglo XX.

[121] Los ejemplos son varios, pero podemos citar entre otros, los trabajos de Mario Margulis (1994) para el caso de Argentina; Jesús Martín Barbero (1998, 2000) en el caso de Colombia; Roxana Reguillo (1998, 2000) sobre México; y Mario Sandoval (2000) para el caso de Chile.

[122] Reguillo (2000:29) realiza un balance de la producción científico social sobre culturas juveniles publicada en México y otros países de América Latina.

[123] Reguillo (2000:30).

[124] Martín Barbero (2000:348) en gran medida retoma una tesis ya clásica planteada por Margaret Mead (1971) que señala que los cambios operados en los jóvenes de la nueva generación se relacionan con el tránsito de una cultura lectora a una cultura de los medios surgida principalmente por la influencia de la revolución electrónica. Margaret Mead distingue la emergencia de —lo que ella llama— una cultura prefigurativa, la cultura de los hijos desconocidos donde los adultos aprenden de los niños; diferenciándola de la cultura postfigurativa donde los niños aprenden primordialmente de los mayores y la cultura cofigurativa en la que los niños y los adultos aprenden de sus pares, de sus contemporáneos fuera del hogar.

[125] Wallerstein (1997:70-71).

[126] Pajuelo (2001) ha señalado por ejemplo que en América Latina difícilmente puede pensarse en la existencia de una escuela de estudios culturales por la variedad de posiciones de los diferentes autores que han abordado el tema desde los años ochenta.

[127] Rowe (1996) plantea que «los rasgos diferenciales de las culturas latinoamericanas hacen imposible una mera trasladación de los supuestos de Cultural Studies» (1996:44).

[128] Feixa (1998) ha desarrollado trabajos de investigación comparativa entre grupos juveniles de México y Barcelona.

[129] Feixa (1998:84).

[130] Wallerstein (1997:83).

[131] Una de las pocas excepciones ha sido el estudio de Cánepa (1993) sobre el caso de las juventudes campesinas del Qosqo. Aunque su abordaje tuvo un carácter muy preliminar.

[132] No podemos dejar de mencionar además que salvo la crónica de Acha (1986) sobre las juventudes rockeras no han habido trabajos dedicados a ellas. Lo cual también sorprende considerando que dichas expresiones juveniles se han multiplicado aceleradamente. Algunos calculan por ejemplo que existe actualmente un aproximado de 500 bandas sólo en Lima (Tomado de la declaración de Aníbal Psicosis dada el 21 de Marzo del 2002 en cpn Radio). Algo parecido ocurre con los trabajos dedicados a expresiones musicales como la Chicha, Cumbia Andina o Tecno Cumbia prácticada también principalmente por juventudes urbanas, uno de los pocos estudiosos del tema ha sido por largo tiempo Arturo Quispe (1993). Igualmente los grupos juveniles de música tradicional andina no han sido estudiados, uno de los pocos trabajos sobre el tema ha sido el de Ruth Timana (1993). ¿Por qué a pesar de ser expresiones de gran presencia entre las juventudes de las ciudades no se las ha estudiado con el mismo interés que en otros casos? ¿Es que también al interior de los propios sectores urbano/moderno/occi-dentales se prioriza el conocer y reconocer las culturas de algunos más que de otros?

[133] Castro Gómez (2000:153).

[134] Lander (2000:11) es uno de los que sistematiza como mayor agudeza la perspectiva crítica del nuevo pensamiento latinoamericano.

[135] Tomamos el estudio de Chandra Talpade Mohanty (1991) quien asume la tarea de realizar una crítica de los feminismos occidentales y formular estrategias feministas autónomas con bases geográficas, históricas y culturales.

[136] Cortázar (1997) analiza desde una perspectiva teórica la noción juventud.

[137] Feixa (2000:48 y 59).

[138] Benjamin (1977) señalo en su sexta tesis: «Articular históricamente el pasado no significa conocerlo ‘como verdaderamente ha sido’. Significa adueñarse de un recuerdo tal como éste relampaguea en un instante de peligro. Para el materialismo histórico se trata de fijar la imagen del pasado tal como ésta se presenta de improviso al sujeto histórico en el momento del peligro. El peligro amenaza tanto al patrimonio de la tradición como a aquellos que reciben el patrimonio. Para ambos es uno y el mismo: el peligro de ser convertido en instrumento de la clase dominante. En cada época es preciso esforzarse por arrancar la tradición al conformismo que está a punto de avasallarla» (1977:118).

[139] Wallerstein (1997:95).

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