Introducción
Actualmente en Chile la población de los pueblos originarios sobrepasa el 12,2% del total de la población chilena1 y la población inmigrante ha aumentado de manera significativa y permanente, representando actualmente un 7,8% de la población total del país2. Al respecto, Chile se posiciona como un país culturalmente diverso, no solo por la cantidad de personas pertenecientes a culturas originarias, sino que también por migrantes establecidos en el país3,4.
En este escenario, tanto los pueblos originarios como los inmigrantes deben enfrentar dificultades relacionadas con la salud en el país donde habitan. Lo expuesto está vinculado con las prácticas de los profesionales de ciencias de la salud, las que se reducen a una racionalidad instrumental y tecnocrática5, fragmentando así la realidad y por tanto, eclipsando la forma de atender y comprender los fenómenos vinculados con la salud desde la diversidad cultural. En este sentido, no consideran que el contexto social y cultural está mediado por las actividades y experiencias humanas6,7 situadas. Ello resulta preocupante, toda vez que, en el contexto chileno, los profesionales en ciencias de la salud se desempeñan en contextos culturales diversos. En efecto, la construcción del derecho a la salud intercultural en Chile es sustancialmente limitada 8.
Contrario a lo mencionado, el ser humano tiene derecho al goce máximo de salud, sin distinción de raza, cultura y condición económica o social9, pues se consideran inadmisibles las desigualdades respecto del estado de salud de las poblaciones que interactúan en una sociedad culturalmente diversa10.
En este contexto, en Chile se han realizados esfuerzos por construir un sistema de salud para a atender a la diversidad cultural, lo cual ha derivado en la publicación de marcos legales: la Ley 19.93711 indica que se debe incorporar un enfoque de salud intercultural en los programas de salud en comunas con alta concentración indígena. La Norma General Administrativa N.°16 sobre Interculturalidad en los Servicios de Salud12 señala la necesidad de avanzar en la pertinencia cultural, intercultural y complementara en los establecimientos que dependan de los servicios de salud. Asimismo, la Ley 20.584 13 establece que se debe garantizar el derecho de las personas que pertenecen a los pueblos originarios a recibir una atención de salud con pertinencia cultural. Sumado a la Ley 21.094 14, que prescribe que las universidades del Estado deberán promover, durante la formación profesional del estudiantado, una vinculación necesaria con los requerimientos y desafíos del país y sus regiones desde una perspectiva intercultural.
No obstante, dichas políticas públicas han sido insuficientes, dado que, desde el área de salud, se legitiman prácticas monoculturales, hegemónicas y colonizadoras15. Ello se refleja particularmente en la formación inicial de los profesionales en ciencias de la salud, en la que se aprecia desconocimiento y exclusión de otras cosmovisiones, lenguas, conocimientos, formas de conocer, pensar, sentir, hacer, enseñar, aprender y comprender el mundo16,17,8,18. En correspondencia, otros estudios revelan carencia en la formación inicial de dichos profesionales en torno a la salud intercultural, así como también respecto de la vinculación con la diversidad cultural19,20,4. Tales antecedentes son motivo de preocupación para todos los países10, particularmente para las instituciones universitarias que forman a los profesionales en el área de salud, toda vez que la ética, bioética, la interculturalidad y el ser humano están inherentemente relacionados con la vida y la salud; sin embargo, esta relación no se aprecia en la práctica de estos profesionales, desde una perspectiva amplia y profunda, sustentada en la diversidad cultural y en los procesos sociales21,22.
Ante esto, y dada la creciente diversidad cultural que se constituye en un proceso transformador y dinámico, los profesionales en ciencias de la salud necesitan ser formados en “competencias interculturales” desde un “enfoque ético intercultural”. Por una parte, las competencias interculturales, permitirán al sujeto tomar conciencia respecto de su forma de pensar y actuar con todo su entorno, de tal manera de comprender la otredad desde su propia cultura23,7,24. Además, tanto desde el plano de comunicación como desde la práctica, el profesional de la salud respetará y valorará la cultura de las personas pertenecientes a las minorías, comunidades y pueblos8. Por otra, el enfoque ético intercultural, promoverá la reducción de las desigualdades y garantizará el derecho a una salud digna25, a partir del diálogo de las relaciones intersubjetivas y del reconocimiento de la identidad del otro26. Además, permitirá que los profesionales se vinculen e interactúen con personas de distintas comunidades, considerando aspectos sociales, culturales21, históricos y geográficos, que configuran formas de ser, sentir, percibir, pensar y hacer, para coconstruir desde el plano de salud y enfermedad.
En atención a lo expuesto, este ensayo tiene por objetivo reflexionar acerca de las competencias interculturales, desde un enfoque ético intercultural, en la formación inicial de profesionales en ciencias de la salud.
Educación y salud intercultural
Para aproximarse a la acepción de educación intercultural, primero se precisa abordar la interculturalidad, la cual hace referencia a un conjunto de interrelaciones y articulación entre sujetos pertenecientes a culturas distintas, que se da en términos de mayoría-minoría y que a menudo se encuentran en constante cambio, lo cual estructura una sociedad27. En dicha concepción de interculturalidad las relaciones entre sujetos de culturas diversas se dan desde la desigualdad, aspecto que ha ocurrido históricamente en las distintas sociedades en el mundo, y en el contexto chileno no es la excepción. La interculturalidad involucra además una forma de posicionarnos en el mundo, de mirar la realidad que nos envuelve a través de la diversidad y la complejidad que está presente en las personas. Ello implica considerar la diversidad como una condición inseparable del ser humano28.
La interculturalidad está estrechamente vinculada con la educación, y se posiciona la educación intercultural como una dimensión que permite y beneficia la relación de conocimientos y saberes29, considerando para ello los fundamentos epistemológicos, éticos, bioéticos, morales y teleológicos que subyacen a cada cultura. A partir de este posicionamiento, la educación intercultural permite conocer, reconocer y comprender la cultura propia y la de otros sujetos en constante interacción, respetando saberes y experiencias.
Para ello, es necesario reconocer que cada sujeto tiene un razonamiento para comprender el mundo, desde una perspectiva propia30. La educación intercultural, entonces, implica construir un saber diverso, con el fin de comprender al otro31 desde la diversidad y complejidad.
Desde esta perspectiva, la educación intercultural permite la apertura de una serie de acciones que conllevan un flujo de conocimientos, saberes y experiencias, lo que hace posible construir espacios para una salud intercultural. Dicho constructo hace referencia a distintas percepciones y prácticas de interacción que se dan en el proceso salud, enfermedad y atención, y que operan y se articulan en acciones de cuidado, prevención y solución a las enfermedades32 en contextos culturalmente diversos. Además, la salud intercultural promueve una interacción entre culturas de forma respetuosa, sinérgica y horizontal. Asimismo, un trato humano y eficiente orientado a los miembros que forman parte de culturas distintas, al tiempo que evita la exclusión de los conocimientos, experiencias y prácticas de salud33,34 arraigadas culturalmente. En tal sentido, posibilita un entendimiento y comprensión mutua entre culturas, sobre la base del respeto por las experiencias, conocimientos, saberes, valores, prácticas, tradiciones y creencias de los sujetos involucrados en un plano sociocultural e histórico diverso. Sumado a ello, promueve la complementariedad, reciprocidad y equilibrio fundados en el diálogo35,18 y la colaboración constante. Ello contribuye a la reflexión e innovación, lo que a su vez moviliza acciones para mejorar la pertinencia de la salud y, por tanto, el cuidado y bienestar de todas las personas pertenecientes a una sociedad culturalmente diversa.
Competencias interculturales desde un enfoque ético intercultural en la formación inicial de profesionales en ciencias de la salud
La competencia intercultural hace referencia a un adecuado y relevante conocimiento sobre culturas particulares y diversas, cuando miembros de estas culturas interactúan. Así como también se caracteriza por conservar actitudes receptivas y portar las habilidades requeridas para establecer y mantener el contacto con personas diversas36. En correspondencia, Deardorff37 indica que la expresión alude a las habilidades, actitudes y comportamientos necesarios para mejorar y fortalecer las interacciones que se generan entre la diversidad de culturas, ya sea al interior de una sociedad o a través del cruce de fronteras. En el ámbito de la salud intercultural, las competencias interculturales hacen referencia a las habilidades que debiesen portar o llegar a desarrollar los profesionales de todas las áreas de la salud para comprender, considerar e incorporar la cultura de la otra persona como un componente relevante al momento de interactuar en un espacio terapéutico38.
En este sentido, las competencias interculturales en la formación inicial de profesionales en ciencias de la salud revisten importancia a partir de relaciones adecuadas entre miembros de culturas distintas, lo cual despliega un corpus de conocimientos, habilidades, situaciones, experiencias y acciones que contribuyen a estrechar las brechas de desigualdad. Todo ello con la finalidad de garantizar la equidad, el cuidado, la atención digna y de calidad en la salud para todas las comunidades y personas39.
Lo expuesto, implica necesariamente que el profesional de la salud desarrolle sus prácticas y se relacione con la otredad a partir de la ética intercultural, dado que ésta provee de sentido a la reflexión desde una mirada diversa, aunque sin desconocer lo propio, y está abierta al diálogo en las relaciones intersubjetivas orientadas al reconocimiento26 y valorización del otro. Al respecto, Todorov40 indica que las culturas siempre han estado en contacto sobre la base del diálogo41. Desde esta perspectiva, el diálogo intercultural se posiciona como un elemento clave que subyace a la ética intercultural, puesto que busca la comprensión y el reconocimiento42,18 de las diversas racionalidades; así como también, la fecundación recíproca y el encuentro de sensibilidades43, al tiempo que posibilita la apertura intelectual de la otredad42. En este sentido, es de vital importancia que los profesionales en ciencias de la salud dispongan de la capacidad para dialogar con otros expertos44 que pertenecen a un sistema de salud distinto, de modo de acceder a conocimientos, saberes y prácticas experienciales que enriquezcan y optimicen el servicio de salud. La ética intercultural moviliza transformaciones socioculturales a partir de los ámbitos valorativos y normativos propios de las sociedades culturalmente diversas45. Entonces, incorporar las competencias interculturales -sustentadas en un enfoque ético intercultural- en la formación inicial de profesionales en ciencias de la salud, permitirá transformar positivamente la realidad a través del reconocimiento de la diferencia y de la dignidad, lo cual favorecerá la comprensión del otro, dado que el diálogo intercultural posibilita una mirada emancipadora, a fin de superar las injusticias y desigualdades46 en el área de salud, en términos individuales, colectivos y comunitarios, y en distintos espacios culturales.
Lo anterior aportaría a mejorar y avanzar en la construcción de procesos educativos interculturales en la formación inicial de profesionales en ciencias de la salud. Junto con ello, permitiría a estos profesionales desarrollar prácticas de salud integrales e inclusivas, desde un enfoque ético intercultural, en territorios de pueblos originarios y en los contextos que emergen por la inmigración47. Todo ello apuntaría a generar transformaciones en el campo de la salud intercultural para concebir el bienestar integral5 y alcanzar el buen vivir48,18 de todas las personas, considerando para ello el equilibrio físico, cognitivo, espiritual, emocional49 y social como un todo articulado y armónico.
Conclusiones
En la formación inicial de profesionales en ciencias de la salud se aprecia carencias respecto de un enfoque intercultural, debido a prácticas centradas en una racionalidad instrumental y tecnocrática, así como también a la legitimización de prácticas monoculturales propias de la cultura occidental eurocéntrica. Ello provoca un desconocimiento y exclusión mayoritaria de otros conocimientos y experiencias en el campo de la salud, lo que, a su vez, obstaculiza la vinculación de estos profesionales con la diversidad cultural.
Para superar lo anterior, la formación en ciencias de la salud debe realizarse con base en competencias interculturales, considerando aspectos cognitivos, comportamentales, valóricos, afectivos, sociales, culturales, históricos y geográficos. Junto con ello, dicha formación requiere desarrollarse desde un enfoque ético intercultural, lo cual les posibilitará tomar conciencia de sus acciones y reconocer y valorar la diversidad y dignidad del otro, de manera de comprenderlo desde su propia cultura, a partir de la relación e interacción de conocimientos, saberes, experiencias, formas de vida, de pensar, hacer y vivir en el campo de la salud. Para ello, se debe disponer de un diálogo intercultural que permita movilizar el respeto y colaboración mutua entre profesionales en ciencias de la salud y otros expertos que pertenecen a un sistema de salud culturalmente distinto. Ello favorecerá a la coconstrucción desde la salud y enfermedad en la que esté presente la apertura intelectual, de manera de promover la reflexión e innovación constante para enriquecer y optimizar el servicio de salud. Del mismo modo, avanzar en el conocimiento desde la complementariedad y reciprocidad.
Respecto de lo anterior, las universidades, en colaboración con el Estado y la población situada en distintos territorios culturales, deben promover y generar políticas públicas educativas orientadas al desarrollo de currículos y prácticas pedagógicas contextualizadas. Este aspecto, aportará a la formación de profesionales en ciencias de la salud, pertinencia cultural, responsabilidad ética y bioética. Lo expuesto permitirá responder de forma eficaz y eficiente, mediante prácticas integrales e inclusivas, a las demandas y problemáticas de salud que emanan de contextos culturales diversos. Ello, a su vez, mejorará la prevención, el cuidado y atención en salud de todas y cada una de las personas, desde lo físico, cognitivo, emocional, espiritual y social, como un todo armónico. Además, contribuirá a mitigar las injusticias y estrechar las brechas de desigualdad y, por tanto, garantizará una salud digna y de calidad desde una perspectiva individual y comunitaria. Al tiempo que permitirá a las personas alcanzar el bienestar común y, en consecuencia, proporcionar una vida más plena.