Al reaparecer viejas categorías éstas son redefinidas y releídas más que para interpretar el mundo con ellas, para interpretar a las categorías con el mundo, y con un pensar-hacer que privilegia a la vez la memoria de las experiencias históricas y la forma de alcanzar en las palabras y los hechos los ideales de la democracia, la liberación y el socialismo.
Pablo González Casanova
Introducción
Jaime Torres Guillén, el autor del trabajo más amplio hasta el momento sobre el pensamiento de Pablo González Casanova, arriba a una apretada síntesis de las fases que ha atravesado la reflexión de nuestro gran sociólogo. Subraya también los contenidos temáticos que en cada caso concentraron su atención, hasta amalgamarse en una propuesta amplia y plural de análisis, pero de un innegable contenido ético. Propone resumirla:
De la democracia en México y América Latina [González Casanova] transitó al poder del pueblo, de éste a la democracia universal; las categorías de explotación y colonialismo interno las replanteó a escala global; en el caso de la autonomía universitaria, la extendió al escenario indígena en la rebelión zapatista que para él fue la primera revolución del siglo xxi, y como nunca dejó de ser un intelectual, científico y universitario, las ciencias y la Universidad no salieron de su preocupación teórica2.
Para los propósitos de este trabajo, nos interesa ocuparnos del segundo enunciado de este listado, correspondiente al replanteo de las categorías de explotación y colonialismo interno para subsumirlas, atendiendo a una lógica que las recupera, en su marco global. Un objetivo adicional será el de ofrecer una ruta de reconstrucción de la fase preparatoria (sus escritos entre 1955 y 1963), la cual ha sido solo implícitamente señalada en otros trabajos o bien francamente omitida, pero que a nuestro juicio es importante para dimensionar esa propuesta categorial inicial y los usos en que está inscrita, tanto en el plano de la maduración intelectiva como en el del compromiso político.
En el mismo trabajo, Torres Guillén ofrece como ejemplo de una válida reivindicación de la noción de “colonialismo interno” el testimonio ofrecido por una importante socióloga boliviana. Silvia Rivera Cusicanqui ha expresado su desacuerdo con los planteamientos de la decolonialidad, los cuales no reivindican el colonialismo interno. Reacciona ante la adjudicación de una completa autoría, y la promoción de un posible olvido con respecto a una raigambre discursiva de la que ella misma forma parte. Este olvido es significativo en un grupo de autores (en especial se menciona a Walter Mignolo) que, desde instituciones académicas estadounidenses, eligieron la ruta sugerida por Aníbal Quijano y su noción de “colonialidad del poder”. Con ello, Rivera Cusicanqui observa justamente una situación de colonialismo interno y un fuerte desapego con lo avanzado anteriormente por nuestra tradición intelectual en la tarea de señalar las persistencias de las relaciones sociales de tipo colonial al interior de estos Estados nación. La dureza del juicio que ahí se formula, más allá de la segunda parte de la afirmación (en que no se da mucho sustento a la aseveración) es síntoma de un repudio a la manera en que, hasta ahora, se ha desarrollado el diálogo intelectual, pues como señala Rivera Cusicanqui, “el trabajo de Pablo González Casanova, casi nunca citado, sobre ‘el colonialismo interno’ se publicó en 1969 cuando Walter Mignolo y Aníbal Quijano estaban todavía militando en el marxismo positivista y en la visión lineal de la historia”3.
Más allá de advertir que la edición primigenia de esos trabajos (tanto el de González Casanova como el de Rodolfo Stavenhagen) ocurriera en Río de Janeiro en 1963, en America Latina. Boletim do Centro Latino-Americano de Pesquisas em Ciências Sociais, y que González Casanova sumara casi íntegramente como capítulo segundo a su Sociología de la explotación4, lo señalado por la autora boliviana no se queda ahí e ilustra con una anécdota buenas razones para elevar la voz de inconformidad:
Escribí (…) una crítica política de la izquierda boliviana (…) que intentaba criticar el modo en que las élites de la izquierda marxista en Bolivia, por su visión ilustrada y positivista, habían obviado la arena de la identidad india y los problemas de la descolonización (…) Mi artículo usaba profusamente la noción de “colonialismo interno” para analizar este complejo de superioridad de los intelectuales de clase media respecto de sus pares indígenas y todas las derivaciones políticas de este hecho (…) los editores de la revista en inglés me sugirieron que corrigiera mis fuentes. Señalaron que debía citar la idea de la “colonialidad del saber”, de Aníbal Quijano, para hacer publicable mi texto ante una audiencia que desconocía por completo los aportes de González Casanova y del Taller de Historia Oral Andina5.
Este episodio, más allá de reiterar las deficiencias y lo sesgado que puede llegar a ser el arbitraje inter pares, demuestra que no se ha roto con códigos de una imbatible división internacional del trabajo académico, provocando que nuestras realidades, y las realidades mismas de nuestros sujetos comparezcan solo como objetos, y nuestros analistas hasta incluso como meros informantes, o traductores, de los que el saber experto (que preferencialmente vendrá de fuera) se apropiará y, llegado el momento y a través de sus mass media ya entronizados, esparcirá en nuestra región para el consumo cultural, al modo de una remozada ingesta categorial.
Más ecuánime es el planteamiento sugerido por Paulo Henrique Martins, quien no solo llama a propiciar un debate más amplio de este legado “en la esfera del pensamiento postcolonial” en aras no únicamente de acreditar su actualidad sino de acompañar la crítica general de los mecanismos de explotación con la de las “estrategias de liberación de los movimientos sociales y comunitarios democráticos”, y ejemplifica su propuesta con el análisis del caso del Brasil que, aunque advierte se trata
de una experiencia donde la presencia indígena no es aparentemente tan importante en la formación de la identidad nacional. Sin embargo, el avance reciente de las luchas de los indígenas, de los afro-descendientes, de las mujeres y de los campesinos (…) revelan una complejidad fenomenológica que no se explica por las teorías tradicionales de clases sociales pensadas desde Europa6.
Destaca así que la trama de lo colonial, entre la diáspora y el “transterramiento”, monta sobre el afrodescendiente y las comunidades indígenas un peso inextricable (base histórica de la desigualdad, la explotación y la discriminación) que se ata en una sólida urdimbre cuyos nudos son los de unos obstáculos históricos tenaces, tan fuertes y arraigados como fue el caso de la esclavitud, el arrebato territorial y el racismo. El propio Torres Guillén suma su aporte a esta indispensable recuperación cuando opta por
demostrar que el concepto no sólo es útil como categoría analítica porque da razón de fenómenos relacionados con la exclusión cultural y la explotación económica, sino que como concepto político permite organizar socialmente la resistencia de acuerdo con las estructuras de dominio, una vez que los sujetos agraviados descubren las formas en que éstas actúan7.
Por nuestra parte, ya en otro lado subrayamos el aporte de Stavenhagen8, hemos de agregar otras cuestiones para señalar su importancia y cómo la proposición del concepto de “colonialismo interno” se ofrece al alimón entre ambos autores, pero contando con referentes de discusión específicos en cada caso: un abordaje sociopolítico en González Casanova, y una proposición de mayor amplitud; una incursión antropológica con un alto grado de detalle en el trato del nivel local en el caso de Stavenhagen. Ambos autores, sin embargo, procuran un uso de teorías y conceptos que se asientan en la solidez disciplinaria desde la que parten, aunque con el propósito de rebasar esos parámetros para captar otras dimensiones que la recuperación especializada pudiera llegar a sacrificar.
El debate inicial sobre la noción de colonialismo interno
La historia da cuenta de que la difusión inicial de la noción de “colonialismo interno” debe ubicarse en el marco del precursor intercambio académico entre Brasil y México, y de los procesos de conformación de las tradiciones sociológicas en ambos países, suscitada en un inicio por la iniciativa de Luis Costa Pinto y Lucio Mendieta y Núñez, desde los años cincuenta del siglo pasado, y que fuera empujada también por Pablo González Casanova mientras fuera director de la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales desde 1957 a 1965, y en simultáneo presidente del Consejo de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales con sede en Santiago de Chile, desde 1959 a 1965. Dicho vínculo se habría canalizado luego a través de la colaboración entre Manuel Diegues Junior (a la sazón director del CLAPCS, con sede en Río de Janeiro hasta su disolución en 1970) y Rodolfo Stavenhagen (quien a sus treinta años y luego de haber obtenido su grado de maestría en Antropología Social en la Escuela Nacional de Antropología e Historia de México cuatro años antes, viaja a la ciudad carioca siguiendo la sugerencia o recomendación de González Casanova para desempeñarse como secretario general del CLAPCS entre 1962 y fines de 1964, y acompaña ese cargo con el de director de la revista América Latina, auspiciada por dicha entidad).
Si bien es cierto que la historia intelectual reunía los itinerarios del maestro y su discípulo en 1963 (aun cuando solo les separaban diez años de edad), su colaboración venía de antes y la comunicación de sus planteamientos se sostendría de por vida. Lo interesante es que ambos experimentan su crítica al colonialismo intelectual desde distintos bagajes y por senderos adyacentes que los hacen coincidir en el nutrimento del concepto. Mientras el trabajo de Stavenhagen denota que está informado y sigue la antropología del colonialismo de la escuela de George Balandier (a la sazón director de su tesis doctoral en sociología, defendida en París en 1965 y publicada con el título Las clases sociales en las sociedades agrarias en 1969), su andar por esa vía no es sino síntoma del distanciamiento con relación a los planteamientos de una sociología del desarrollo rural fuertemente influenciada por la visión culturalista en el estudio de la población y la propiedad rurales. La escuela con la que se forma en Francia apuntala su aproximación etnográfica al caso mexicano, en clave histórico-conflictivista, efectuando cruces analíticos con las nociones de dominación de clase, subdesarrollo, estratificación y colonialismo interno -siendo este último un concepto en el que compartirá los méritos con Pablo González Casanova. Se estaba dando forma a los primeros cimientos que edificarán la propuesta, y en este episodio lo que queda claro es que
para Stavenhagen, la noción clásica de aculturación (tal como Diegues la entendía, deudora de las referencias de Redfield y, especialmente Melville Herskovits), no podía relegar la desigualdad de clase y la explotación de los grupos privilegiados sobre las minorías campesinas. América Latina, debía reinterpretarse en esa nueva clave conceptual9.
Por su parte, en su pormenorizado recuento de la cuestión González Casanova ha dicho que “C. Wright Mills (…) de hecho fue el primero en usar la expresión ‘colonialismo interno’”10. De ahí que el autor de la biografía intelectual del sociólogo mexicano llegase a “afirmar que Wright Mills utilizó la expresión por primera vez, pero fue González Casanova quien la convirtió en un concepto analítico”11. Eso encontraría justificación no solo por el cultivo de una cierta amistad que venía desarrollándose, si atendemos al gesto de que la edición en castellano del libro de Mills, que compila parte de su trabajo Poder, política, pueblo, se abre con la dedicatoria dirigida a Pablo González Casanova. Pero, tan importante o más que ese gesto distintivo, concurrimos al potenciamiento de un diálogo que pudo haberse explicitado con motivo de la visita, apenas iniciados los sesenta, del sociólogo norteamericano a la ciudad de Río de Janeiro, invitado por el mismo organismo que hubo de recibir a Stavenhagen un par de años después. De aquella exposición del -para ese momento- ya fallecido sociólogo, González Casanova hizo uso en su precursor ensayo y retomó así sus argumentos: “Mills (…) observó con precisión hace algunos años: (…) Las secciones desarrolladas en el interior del mundo subdesarrollado -en la capital y en la costa- son una curiosa especie de poder imperialista que tiene, a su modo, colonias internas”12.Pero en la hipótesis del autor de La imaginación sociológica pudo haber influido también el agudizamiento del conflicto de los derechos humanos en su propio país. La mitad del siglo xx no solamente ve erigirse a los Estados Unidos como país que concentrará la hegemonía indiscutible del sistema internacional, sino que en su hinterland muestra la política de “reservaciones”, para los pueblos originarios debido al despliegue en la conquista del Oeste; a lo que se suma la condición de confinamiento de la población negra en la forma de gueto, herencia innegable del racismo, la segregación y la esclavitud, con vigencia tan tardía en múltiples ciudades de la unión norteamericana. No sería arbitrario sostener entonces que el sociólogo norteamericano, tan sensible a los temas del poder y la política13, llegase a analizar ese proceso de edificación histórica del imperio del siglo xx a través de la instauración de verdaderas “colonias internas” como palancas de la expansión y apropiación territorial y de la acumulación de capital. La política racista y de no reconocimiento de los derechos humanos que se vive en múltiples suburbios de varias ciudades estadounidenses es caracterizada por esa misma época por Amiri Baraka en términos semejantes, pero desde un giro anticolonialista quizá más acentuado. El análisis de este importante activista político negro llega a ser tan incisivo como el de Mills, cuando señala que
los africanos, asiáticos y latinoamericanos (…) hoy dan que hablar debido a su nacionalismo, es decir a la opción militante de la doctrina que considera que los intereses del propio pueblo vienen antes que los de un pueblo extranjero, o sea los Estados Unidos (…). Y son los nuevos nacionalismos en todas partes los que señalan dramáticamente el camino que deberá tomar nuestra propia lucha. En Norteamérica, negro es un país (…). El hombre negro ha sido aislado y se le ha hecho vivir en su propia patria de color. Si uno es negro, el único camino hacia la tierra firme de la vida norteamericana está en la obsecuencia, la cobardía y la pérdida de la virilidad (…). Estos son los caminos del hombre blanco. Ya es hora de que construyamos nuestro camino (…). La lucha del negro en Norteamérica es sólo un microcosmos de la lucha de los nuevos países en todo el mundo14.
Ya antes, en un recuento previo15 (no el que elaboró en el umbral del nuevo milenio), González Casanova reseñaría la incidencia de ese entendimiento de la cuestión de las “colonias internas”, así como que la perpetuación de situaciones de privilegio que acompañan al ejercicio de ese poder es lo que impide anular dicha situación. Desde aquella época, el autor mexicano acepta dicha influencia y cómo es que ella operó sobre su planteamiento del “colonialismo interno”. Lo hizo a mediados de los años setenta con motivo de los diálogos con su amigo “conservador”, el sociólogo estadounidense Joseph A. Khal, y a pregunta de este sobre el modo de argumentación que subyace a su obra La democracia en México, respondía el mexicano, según lo reseña Torres Guillén, que
antes de redactar su obra más importante, había escrito algunos artículos en los cuales exponía la mala distribución del ingreso, la cultura y el poder en el país. Esas ideas se conectaron después con algunas discusiones más generales acerca del marginalismo que surgieron de las reuniones de Río de Janeiro, a las que asistió C. Wright Mills (…) y con cierta influencia de los primeros escritos sobre las sociedades duales de Jacques Lambert en Brasil16.
La cuestión del vínculo académico entre Ciudad de México y Río de Janeiro se vuelve más significativa si recuperamos ciertos eventos ocurridos entre fines de los cincuenta e inicios de los sesenta. En algunos círculos del claustro académico se ha llegado a comentar que Stavenhagen, habiendo concluido su trabajo sobre “colonialismo interno” y darlo como listo para publicarse en la revista que dirigía, recibió en su oficina el ensayo de González Casanova y tuvo el gesto de publicarlo cuanto antes (número de julio-septiembre), reservando su aportación para un fascículo siguiente (octubre-diciembre)17. Lo cierto es que Rodolfo Stavenhagen no resta mérito a quien fuera su profesor ni siquiera en la argumentación misma de su texto, pues ahí señala que “Pablo González Casanova, haciendo un análisis diferente e independiente, también plantea la existencia del colonialismo interno en México. El presente ensayo expone un caso particular, que puede ser considerado dentro del enfoque general de González Casanova”18.
La intercomunicación académica que venía dándose entre México y Brasil se muestra a tal punto importante en varios hechos que incidirán notoriamente en la difusión de la obra de González Casanova (el artículo que ya en 1962 había publicado en la Revista América Latina, “Sociedad plural y democracia: el caso de México”, no es retomado íntegramente en La democracia en México, pero sí es citado al inicio del libro), así como en el posicionamiento de la categoría “colonialismo interno”(que ocupará un lugar central en las dos obras teóricas posteriores más significativas, tanto en Las categorías del desarrollo económico y la investigación en ciencias sociales como en Sociología de la explotación). Esta categoría despunta como una de las aportaciones que, a comienzos de la agitada década de los sesentas, destacan para un uso crítico que, promovido desde América Latina y el Caribe, alcanzarán impacto en varias regiones del área geopolítica del Tercer Mundo (como era denominado en esa época).Así, en términos de su difusión a otros idiomas, los trabajos pioneros de González Casanova y de Stavenhagen son rápidamente traducidos al inglés en 1965 en la prestigiosa Studies in Comparative International Development. Curiosamente, es a esta publicación que Aníbal Quijano, y otros pensadores decoloniales refieren cuando hacen mención a esta teorización. En el Cono Sur, durante los años sesenta van a sucederse ediciones importantes de los trabajos de González Casanova tanto en obras colectivas, como exclusivas del autor, sea en Santiago de Chile, como en Buenos Aires, en revistas o libros.19
La vía analítica que prepara la enunciación del “colonialismo interno”
Se puede afirmar que, al menos desde la segunda mitad de los años cincuenta, González Casanova venía experimentando una transición: “[D]e la historia de las ideas, en París, pasé a la historia y sociología del conocimiento y fui poco a poco acercándome al siglo xx”20. Esa ruta de acceso al quehacer sociológico se enmarca en una cierta aproximación al campo cultural, una que advierte que “no solo cuenta el pensamiento prohibido sino el pensamiento atractivo; es más, las luchas principales se dan entre el pensamiento atractivo (…) [y el pensamiento perseguido]”21. Nuestro autor se mira a sí mismo en retrospectiva ya desde aquel entonces como “preocupado de lo perseguido”, y así lo justifica: “[A]lgo había sin duda en mi conciencia que desde entonces me llevó a estudiar ideas y sentimientos que el Estado perseguía. De otra manera no me explico que durante tantos años y hasta hoy siga estudiando el pensamiento prohibido”22. La batalla en el terreno de las ideas, la lucha por el campo intelectual, se juega en la digresión interna del pensador en términos de no sucumbir al pensamiento atractivo, esa perniciosa dimensión del trabajo académico y de un maniatado ejercicio del pensamiento en que se reproduce lo existente pues, en el marco social, se reduce el campo de posibilidades de construcción colectiva a lo ya instituido, a lo que está ya dado en cuanto tal y que ronda “lugares comunes” del establishment. La vocación desmitificadora en el trato de los conceptos que va cubriendo durante sus primeros trabajos ya anuncia preocupaciones posteriores, y en aquel entonces encamina ese propósito en dos de los volúmenes escritos a su regreso de Francia23 y en su temprano ensayo, quizá el más significativo24. Cada uno de estos trabajos es una apuesta por la disputa del rigor en el uso de los conceptos, pero también una incursión de la que extrae ejemplos ilustrativos de un “conocimiento prohibido”, puesto que ya, desde aquella época, asume trabajar sobre un problema principal, “no (…) el de la persecución del pensamiento sino el del conocimiento perseguido; del conocimiento al que se teme y persigue tanto desde el punto de vista de la comprensión como de la educación”25.
Este aspecto es importante si referimos la intención de clarificación que se alcanza con el uso del concepto de “colonialismo interno”, tanto hacia la obra posterior (como se ha hecho preferentemente) como con relación a la que le antecedió, lo cual nos muestra una faceta no suficientemente atendida de la cuestión: la de obrar en calidad de ejercicio útil para mostrar ciertos atributos de las categorías, en cuanto contribuyen a la revelación de ciertos contenidos de la realidad que, de otro modo, quedarían encubiertos, y también como expresión de la necesidad de ampliación, profundización o desplazamiento de ciertos conceptos, debido a la emergencia misma de situaciones en el orden de lo real que reclaman su expresión bajo otros usos de las categorías. Si ya en su obra temprana de 1955 esto se vislumbraba con la crítica a la noción del “concepto norteamericano de inversiones extranjeras” y sus conceptos derivados “ayuda técnica” y “desarrollo”, ello fue realizado con el objetivo de subrayar, en la práctica profesional de los cientistas sociales y en los memorándum e informes de organismos internacionales, dos cuestiones importantes: por un lado “el descubrimiento de su contenido ideológico especifico”26, y por el otro la existencia de conceptos tabú27 como lo eran, para el referido tema, los términos de “extracción de ganancias” de la economía huésped y de “expansión imperialista” sobre Latinoamérica.
De aquel estudio de “sociología del conocimiento económico”28 se desprendía también que el concepto de “inversiones extranjeras” eludía toda referencia a “utilidades” e “imperialismo”, y los volcaba a la condición de “concepto[s] reprimido[s]”29. El sostenimiento de ese “programa de investigación” se vislumbra hasta en el título del trabajo que cierra esa etapa de su reflexión (Las categorías del desarrollo económico y la investigación en ciencias sociales)30, reeditado veinte años después con un título igual de significativo (La falacia de la investigación en ciencias sociales)31, obra de la que se han extraído conclusiones metodológicas importantísimas32. No es ocioso señalar otra posible conexión igual de importante, y que dice relación con destacar el cometido político de la reflexión estructurada alrededor del concepto de colonialismo interno. En la introducción de aquel trabajo se hace mención del propósito principal en los siguientes términos:
[S]ituar las ideas, explicar su contenido intelectual, cultural y social. Esta situación de las ideas y esta búsqueda de su sentido intelectual y social, cuando se realiza metódicamente se refiere a las ideas como ideologías. Las ideologías son conjuntos o sistemas de ideas que implícita o explícitamente aparecen con su doble sentido: intelectual y social33.
Y se contempla en ello otra serie de consecuencias: “[U]na percepción o una idea o un conocimiento no pueden ser analizados científicamente sin ser relacionados en su interioridad intelectual y en su exterioridad social, porque en la realidad están relacionados con la estructura intelectual y con la estructura social”34. Así le estaba aconteciendo en cuanto al curso mismo de publicación de su obra sobre el México contemporáneo, en la cual ya estaba plasmada su contienda no solo por alcanzar un mayor rigor en el uso de los conceptos, sino que en este trajín se jugaba un cierto significado de atreverse a experimentar con la democracia:
[P]asé a dos temas centrales en mi trabajo: el de la democracia y el de la explotación. Ambos temas me hicieron vivir en carne propia, aunque con suavidad, las nuevas formas de perseguir el pensamiento. Hablar de democracia en México en aquella época -me refiero a los sesentas- estaba por lo menos mal visto. Los marxista-leninistas consideraban que la democracia era una categoría burguesa, y los diazordacistas que era una “idea extraña”. La Junta de Gobierno del Fondo de Cultura Económica aprobó por unanimidad publicar mi libro sobre La democracia en México, y así me lo anunció con mucho gozo don Arnaldo Orfila Reynal, pero unos días después me llamó consternado para decirme que el Presidente de la Junta había enviado la consabida orden del: Non imprimátur y que la mayoría de los miembros de la junta con excepción de don Jesús Silva Herzog habían aceptado a cabalidad, diciendo aquello de “obedezco y cumplo”35.
El propósito de La democracia en México, en la que el florecimiento de nuestra tradición sociológica hunde su raíz, era justamente calibrar historia, contenidos y alcances del orden político moderno en el país, cuestión que era pasada por el tamiz de ese concepto central. Dos afirmaciones, en su contundencia, resumen su alegato:
El problema indígena es esencialmente un problema de colonialismo interno. Las comunidades indígenas son nuestras colonias internas, son una colonia en el interior de los límites nacionales (…). El problema indígena sigue teniendo magnitud nacional: define el modo mismo de ser la nación36.
Con este cuadro de premisas se irán dando pasos en dirección a consolidar estos nuevos hallazgos, de tal manera que la profundización del análisis se corresponda con el desplazamiento de los principales referentes en el trato del tema (entre otros los de marginalismo, desigualdad, aculturación), que van dejando lugar al nuevo entramado conceptual y que, con posterioridad (un lustro después) ha de transitar hacia otro vuelco: desde el colonialismo interno a la intención de construir una “sociología de la explotación”37. Esos distanciamientos también se establecen con respecto a ciertos contenidos disciplinarios; uno de ellos sintetiza una crítica definitiva, y así la enuncia González Casanova:
[L]a antropología mexicana (…) nunca tuvo un sentido anticolonialista (…) influida por la metodología de una ciencia que precisamente surgió en los países metropolitanos para el estudio y control de los habitantes de sus colonias, no pudo proponerse como tema central de estudio el problema del indígena como una cuestión colonial y como un problema eminentemente político38.
Este tipo de precaución en la recepción de un bagaje disciplinario (sea la antropología, la economía, la historia o la cultura) para propósitos de ampliación de la zona de conocimiento a atender y de los registros a privilegiar, tendrá sus consecuencias en el plano de la ejecución de un uso que va del plano teórico al metodológico y de éstos al campo político-social. Ese elemento se expresa de modo claro en esta sentencia:
El colonialismo interno corresponde a una estructura de relaciones sociales de dominio y explotación entre grupos culturales heterogéneos, distintos (...). Siendo una categoría que estudia fenómenos de conflicto y explotación [vale aquí recordar lo dicho antes respecto al enfoque de Stavenhagen], (…) el colonialismo interno, como otras categorías similares, amerita un estudio analítico y objetivo si queremos avanzar en su comprensión y derivar de su conocimiento preciso, su riqueza explicativa y operacional39.
El colonialismo interno en el examen de lo social y en la búsqueda de su nuevo sentido
Ya desde el inicio del artículo en que el nuevo concepto fuera anunciado, nuestro autor se dedicaba a ilustrar los rendimientos heurísticos que se obtendrían de operar (cuando se justifica) ciertas “extrapolaciones de las categorías”, toda vez que el objeto del ensayo era
precisar el carácter relativamente intercambiable de la noción de colonialismo y de estructura colonial, haciendo hincapié en el colonialismo como un fenómeno interno (…) cuyo valor explicativo para los problemas de desarrollo quizá resulte cada vez más importante40.
Conforme avanza en sus páginas, el diagnóstico va exponiendo otros niveles de la argumentación; por ejemplo, que “el desarrollo internacional ocurre dentro de una estructura colonial”41, afirmación que no se limita a servir de marco general o contextual sino desde la que nuestro autor transita hacia la identificación de las lógicas sistémicas, que operan en la dirección de
aumentar (…) las desigualdades económicas, políticas y culturales entre la metrópoli y la colonia y también la desigualdad interna, entre los metropolitanos y los indígenas: desigualdades raciales, de castas, de fueros, religiosas, rurales y urbanas, de clases. Esta desigualdad universal tiene particular importancia para la comprensión de la sociedad colonial, y está estrechamente vinculada a la dinámica de las sociedades duales o plurales, en que la cultura dominante -colonialista- oprime y discrimina a la colonizada42.
Es así como el uso de determinada categoría, y la multiplicación de los planos en que se visualiza su sentido, comparecen con relación al estatus del conocimiento, y también lo hacen con relación al estatuto de lo social, esto es, de su lugar o del lugar de sus contenidos con relación a la consecución de lo democrático en la sociedad -el calado de esta preocupación prevalece hasta su obra reciente-43. El sentido acusatorio que se lee en aquella formulación de inicios de los años sesenta está orientado a detectar problemas o insuficiencias que recorren toda la vida republicana de nuestros países, toda vez que,
al lograr su independencia las antiguas colonias, no cambia sustancialmente su estructura internacional e interna. La estructura social internacional continúa en gran parte siendo la misma y amerita una política de “descolonización” (…) en el terreno interno ocurre otro tanto, aunque el problema no haya merecido el mismo énfasis44.
En la parte final del ensayo (y en eso hay también cierta similitud con lo dicho por Stavenhagen en el texto publicado durante ese mismo año), la tensión que envuelve a la categoría promete que esa especie de latencia pueda encaminar el análisis hacia otros cauces. De tal manera, la reflexión sobre la cuestión del orden social en que se han desenvuelto nuestros países asumirá, en ambos autores, la forma de un llamado militante a la acción. Tal vez valga tomar nota de lo que afirma Stavenhagen en este sentido:
La reacción a una relación de dominación-subordinación de tipo colonial, por parte del grupo subordinado, es generalmente la lucha por su liberación (en los más diversos niveles) (…) todos los colonialismos producen el nacionalismo y las luchas por la independencia. La época colonial tampoco estaba exenta de sus rebeliones indígenas45.
Aquí resulta interesante referir al hecho de que, en el caso de González Casanova, la manera de cerrar el ensayo sufre un cambio importante, pues de un final que concluía diciendo que
[la categoría] puede tener un valor económico y político para acelerar estos procesos e idear instrumentos específicos -infraestructurales, económicos, políticos y educacionales- que aceleren deliberadamente los procesos de descolonización no sólo externa sino interna y, por ende, los procesos de desarrollo46.
Nuestro autor ha de pasar a un planteamiento más enjundioso. Las razones del cambio son ilustrativas no únicamente de un tono autocrítico sino de una muestra de sensibilidad con respecto al devenir de la política y cómo esto incide en la creación intelectual. Nuestro autor lo testimonia del siguiente modo:
[E]n 1968 tuve que reformular algunas hipótesis sobre mi país (…) mis hijos, encabezados por Pablo, me enseñaron a deshacerme de mi estilo de pensar lombardista o populista. Con enorme dificultad aprendí con ellos, y con su generación, a dar a la democracia, en la que siempre había pensado, un nuevo contenido y un nuevo impulso47.
González Casanova intervendrá así su texto para que, en la edición de Sociología de la explotación, figure una conclusión que conecte de otra manera sus alcances y los sujetos ejecutores de dichos objetivos. Hay entonces una reorientación del énfasis, pues de exaltar “la política de los gobiernos nacionales” se pasa a subrayar que ese plano (que no desaparece del enunciado) no solo cede su sitio a nuevos protagonistas, sino que operaría en la dirección que estos últimos le impongan. La frase que cierra el planteamiento en la edición definitiva muestra que la categoría de “colonialismo interno” cumple otro propósito, que tiene que ver con su
valor práctico y político (…) [que es el de] ser la base de una lucha contra el colonialismo, como fenómeno no sólo internacional sino interno, y derivar en movimientos políticos y revolucionarios que superen los conceptos de integración racial o de lucha racial, ampliando la estrategia de los trabajadores colonizados”48.
Formulada de este modo, esta perspectiva no podría ser más coincidente con la proposición que extraíamos del trabajo de Stavenhagen49. Es cierto que se trata de un hecho vivenciado por quienes (posteriores animadores principales del campo intelectual de izquierdas) están siendo estremecidos por su época, pero también ofrece otro tipo de indicaciones. Una de ellas va en dirección a cómo los momentos de autognosis promueven y propician la autocrítica y, de otro lado, cómo esos movimientos de las estructuras del saber ilustran los dinamismos del pensar-saber de sujetos que, en ese movimiento y dinamismo, expresan los entre-juegos del campo del poder. Así, con relación a la primera cuestión, es bien sabido que González Casanova toma nota del diálogo implícito y fraterno que Stavenhagen, en sus “Siete tesis equivocadas…”50, y tantos otros autores, en múltiples escritos, le sugieren críticamente en cuanto a lo insostenible de las tesis del dualismo estructural, o de cierta tentativa culturalista51. De ahí que, como se ha señalado, su respuesta fuera que en los trabajos que giran alrededor de la categoría “colonialismo interno”, la remisión a la cuestión del dualismo es descriptiva y no analítica ni menos aún de afinidad teórica. Relacionado con eso, nuestro autor ha expuesto en otras oportunidades que no pretendía abandonar el análisis nutrido de un eje tan preciado para la tradición como es el correspondiente a la lucha de clases, sino que pretendía complejizar, con la inclusión de otros elementos, la dialéctica del análisis de clase. En su Sociología de la explotación (trabajo que incluye como capítulo primero y segundo lo escrito años atrás sobre colonialismo interno) el uso de ese recurso del pensamiento se extiende hasta el punto de que, como él mismo lo ha reconocido, llegó a predominar en su propuesta teórica una exposición muy refinada en un plano (estadístico, de formalización matemática) al costo de que estos agregados, de sentido analítico formal, tal vez hayan operado un sesgo excesivo. Pretender disponer de un “sistema abstracto”, tal vez haya significado el sacrificio de su expresión en cuanto “sistema histórico”.
Conclusión
En lo planteado hasta aquí hemos pretendido mostrar que, por un lado, si bien la reformulación o redefinición de los conceptos pone, en ocasiones, exigencias inalcanzables en el plano analítico, termina por colocarnos ante otros desafíos, puesto que siempre habrá un déficit de la teoría respecto a la realidad. Desde otro ángulo (esto es, en cuanto al plano de la praxis política) esas mudanzas de sentido pueden propiciar estremecimientos y cambios de orientación que incluso pueden poner en riesgo la consecuencia (el ser consecuentes) con lo que se ha sostenido en el plano de las ideas. No es éste el caso de los autores que hemos venido reseñando, toda vez que incluso puede afirmarse que, conforme el paso del tiempo, la realidad política de nuestros países se cimbró con nuevas problemáticas que estremecieron el orden político y la historia de nuestros Estados-nación, y ellos estuvieron -y González Casanova está- al pie de la batalla. Para el caso que nos ocupa, la del protagonismo creciente de la lucha de los pueblos indios, la agenda política de nuestros autores los derivó a posiciones de responsabilidad principal en el plano nacional e internacional. Ellos fueron perseverantes con su trabajo respecto a los conceptos, ya previsto en sus trabajos anteriores, y tuvieron la capacidad de renovar sus contenidos y alcances (sobre todo en la cuestión de las autonomías) y con ello renovar la discusión pública y hasta de la gestión, defensa y jurisprudencia ante tanto agravio cometido sobre nuestros pueblos originarios. Por ello es que en un trabajo en el que revisa cómo se han reestructurado las ciencias sociales del continente y donde destaca cómo ese proceso se ha dado en cuando menos diez propuestas conceptuales que surgieron de la región, González Casanova no le escatima actualidad alguna a su propuesta y afirma de ella algo que podemos suscribir en calidad de conclusión:
La validez explicativa del colonialismo interno en los fenómenos de discriminación, racismo, depredación, parasitismo y expoliación de las etnias conquistadas y reconquistadas es fundamental para un planteamiento alternativo a favor de las autonomías étnicas y pluriétnicas (…). La articulación de las luchas por las autonomías con las de los pueblos es particularmente útil para enfrentar los fenómenos de dominación y explotación y para enriquecer las alternativas democráticas de los pueblos52.