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Historia (Santiago)

On-line version ISSN 0717-7194

Historia (Santiago) vol.44 no.1 Santiago June 2011

http://dx.doi.org/10.4067/S0717-71942011000100015 

HISTORIA N° 44, vol. I, enero-junio 2011: 226-230

RESEÑA

 

Juan Pimentel, El Rinoceronte y el Megaterio. Un ensayo de morfología histórica, Madrid, Abada Editores, 2010, 316 páginas.

 

La historia de la ciencia ha logrado desprenderse de ciertos tópicos conservadores que desde hace dos décadas los historiadores dedicados a su estudio han ido sacudiendo. Estos cambios son herederos de las nuevas perspectivas desarrolladas con especial énfasis en las décadas de los 60 y 70 dejando atrás el trámite teórico del positivismo. Bajo estos supuestos, la ciencia es entendida y estudiada como parte de un sistema de conocimiento global y como un elemento importante en el desarrollo de las sociedades modernas, en las que intervienen diversos tipos de agentes políticos, económicos, artísticos y materiales.

A partir de los años 80, la historiografía anglosajona dio un paso adelante con los llamados Social Studies of Science. Posteriormente, las temáticas y orientaciones metodológicas de los estudios sociales de la ciencia se vieron enriquecidas con el giro culturalista que han experimentado las distintas áreas de la historiografía y las ciencias sociales. La importante influencia de la obra de Clifford Geertz, La interpretación de las culturas (1973), en los estudiosos de la ciencia ha provocado otro cambio, virando a lo que actualmente se conoce como historia cultural de ciencia4. Con esta amalgama de perspectivas y de soluciones académicas cruzadas surgieron nuevos departamentos y programas de historia de la ciencia, en los cuales se fusionaba todo este inquieto escenario.

Así, la impronta social y cultural en el estudio de la ciencia y su historia ha quedado plasmada en un libro de Agustine Brannigan que hoy sigue siendo una referencia, The Social Basis of Scientific Discoveries (1981). Propuestas que fueron recogidas en la historiografía anglosajona por los influyentes trabajos de Steven Shapin y Simon Schaffer, Leviathan and the air-pump. Hobbes, Boyle and the experimental life (1985), y de Mario Biagioli, Galileo Courtier. The practice of science in the culture of Absolutism (1993). El primero, una referencia insoslayable en la llamada New Sociology of Science, sugiere que las soluciones al problema de la conformación del conocimiento están dentro de las soluciones prácticas al problema del orden social. El segundo, sin ser una biografía, nos muestra a través del estudio de la figura de Galileo los complejos mecanismos de autoconstrucción en la identidad socioprofesional de los científicos en contextos que en la historiografía tradicional se consideraban opuestos al desarrollo de la modernidad y la cultura científica (como la Corte).

Sin embargo, ¿qué ha sucedido con la historiografía hispanoamericana sobre la ciencia? Hasta hoy solo ha participado con bastante marginalidad en estos cambios e incluso ha abordado este tipo de propuestas y cuestionamientos con algo de desconfianza, aunque la tendencia comienza a cambiar. El libro El Rinoceronte y el Megaterio. Un ensayo de morfología histórica (2010) de Juan Pimentel, historiador de la ciencia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España, se inserta en estas líneas renovadoras de análisis. Aunque lentamente, la obra de Pimentel comienza a engrosar las nuevas aproximaciones a la ciencia y su historia que está incorporando la historiografía hispanoamericana.

El estudio, tal como lo refleja su título, es un intento por "ensayar" unas propuestas y unas respuestas históricas en torno a ciertos problemas científicos que provocaron a los agentes sociales y de poder el estudio de dos animales "prodigiosos" para la época. Por una parte, la llegada desde Oriente del rinoceronte a las cortes europeas en el siglo XVI y, por otra, el descubrimiento del megaterio en el virreinato de la Plata en el siglo XVIII y su posterior traslado al Real Gabinete de Historia Natural de Madrid. Es un planteamiento que coquetea con la curiosidad y la diversión, pues como el propio autor lo señala al iniciar la introducción: "Lo que sigue es un ensayo, es decir, tiene un carácter tentativo y ligeramente provocador" (p. 5).

Más que una investigación inédita, la obra de Pimentel reúne argumentos que reinterrogan e intentan relacionar acontecimientos históricos aparentemente inconexos, como las historias separadas temporalmente de estos dos grandes cuadrúpedos. En su intento de ir a contracorriente, Pimentel reivindica el uso de la imaginación en la elaboración del conocimiento histórico, y para ello contrapone dos conceptos: el de memoria histórica y el de imaginación histórica. El autor ve en la imaginación un doble estatus, pues esta sería una herramienta de conocimiento científico e histórico, es decir, "un instrumento insustituible para elaborar los hechos y darles forma, para soportar la realidad, esto es, para articularla y trasladarla" (p. 9).

Así, el libro realiza la (doble) historia de cómo estos dos grandes cuadrúpedos "fueron imaginados antes que vistos" por los diferentes agentes que intervinieron en la elaboración de su conocimiento. Pimentel establece, de manera poco convencional, que para desarrollar esta historia debe establecerse la relación entre la vista y la imaginación, es decir, entre imagen e imaginación. El uso de la "retórica visual" en la que se inserta el trabajo sugiere que las imágenes tienen un rol muy destacado en la elaboración de las evidencias.

Dos trayectorias diversas, según Pimentel, pero que serían comparables. Y para ello, realizando diversos "juegos de analogías" que el autor señala como no evidentes, pero tampoco absurdas, reconstruye lo que cree tienen de simétrico los itinerarios de ambos paquidermos y sus respectivas imágenes.

El libro se encuentra dividido en dos partes centrales, integradas por tres apartados cada una. La primera está dedicada íntegramente al estudio del rinoceronte, organizada en tres apartados ("Itinerario", "Palabras", "Grabado"). El autor desarrolla el itinerario seguido por Ganda (así se "nombra" al rinoceronte), desde que es extraído en el reino del Gujarat al noroeste de India hasta que emprende su viaje hacia Occidente en enero de 1515. ¿Quién o qué es Ganda? Esta es la pregunta con la que Pimentel articula todo el relato sobre el rinoceronte, introduciendo su argumento central sobre el uso de la imaginación. Oriente sería un territorio imaginado, donde por ejemplo el sol sería diez veces más grande que en el espacio mediterráneo. De ahí vienen las maravillas y fetiches que se entremezclan con el orden político y social. Los obsequios de prodigios eran un elemento clave en el desarrollo de la diplomacia y la cultura política en la época renacentista. Esta condición llevó a Ganda a pasar por las manos del gobernador de Portugal Alfonso de Albur-querque, luego a la corte portuguesa del rey Manuel I, para concluir su itinerario (y su vida) en la corte papal de León X.

Desde los viajes de Marco Polo, el prodigio, la fantasía, la curiosidad, lo maravilloso, y especialmente el deseo de poseerlos, son elementos que caracterizan la actuación de Occidente fuera de sus territorios a lo largo de su historia. Por tanto, Pimentel se introduce en el estudio de los complejos mecanismos y periplos de las ofrendas cortesanas, es decir, un circuito de intercambio simbólico fundado en el dar, recibir, entregar ("Itinerario").

Sin embargo, lo que más resalta el autor, es el peso de las palabras en la ciencia y las historias naturales renacentistas, que (siempre) eran escritas por voces autorizadas ("Palabras"). El conocimiento de la naturaleza en la Alta Edad Moderna era caracterizado por un saber libresco. La presencia de Plinio en las historias naturales renacentistas es incuestionable, dada su inclinación a lo maravilloso. En este proceso de construcción sobre quién era Ganda, Pimentel propone los vínculos entre visión y conocimiento, pues las palabras y el relato escrito no serían suficientes para esta tarea.

Para ello analiza la representación que más trascendió del rinoceronte, es decir, la concebida por Durero en 1515, contrastándola con otros grabados sobre el animal, como los de Hans Burkmair (1515), Sebastian Münster (1544) y Conrad Gesner (1551-1558), con lo cual el autor quiere explicar la relación entre la nueva ciencia y el arte figurativo ("Grabado"). Durero jamás vio personalmente al rinoceronte, con lo cual su obra artística sería el resultado de circuitos internacionales de información (las relaciones comerciales entre Nuremberg y Lisboa en el siglo XVI eran importantes). La imagen del artista alemán se convertía entonces en un testimonio imaginado y transferido por estos circuitos. Para Pimentel la ciencia es una práctica profundamente social, los descubrimientos sin dimensión pública, sin "visibilidad", no se conocen ni propagan (p. 93).

La segunda parte desarrolla el itinerario seguido por el megaterio que, en plena simetría con la parte anterior, también se encuentra organizada en tres apartados ("Quimera", "Huesos", "Fósil"). Descubierto en el virreinato de la Plata, en los barracones de Luján en 1787, el megaterio llegó al Real Gabinete de Historia Natural de Madrid en 1788. Este descubrimiento llenó de dudas a la comunidad científica. No era un hombre, tenía una naturaleza portentosa y una extraordinaria y gigantesca morfología ("Quimera"). Nada se sabía de este "montón de huesos inconexos", como lo definiría el disecador Juan Bautista Bru a su llegada al Real Gabinete. Según Juan Pimentel, dada la falta de conocimiento sobre el "nuevo" animal, la primera representación del megaterio (los dibujos de José Custodio Sáa y Faria realizados en Buenos Aires) fue un trabajo más creativo que real, pues: "Para ver aquel animal lo primero que había que hacer era imaginarlo, esto es, dotarle de una imagen" (p. 130).

Poniendo de relieve su estatus de quimera y el extraordinario esfuerzo de taxi-dermia que representó el montaje del paquidermo, Pimentel se sumerge en el desarrollo de las polémicas al interior de la ciencia moderna y las actuaciones de diversos agentes sociopolíticos que rodearon el descubrimiento (por ejemplo, el interés mostrado por Jefferson, gran aficionado a la historia natural, que en esos momentos se encontraba como representante de Estados Unidos en Francia). El autor explica cómo estas polémicas no quedaban excluidas del orden político, pues "lo raro seguía dando distinción a la corte" (p. 153).

Por otra parte, el libro explora cómo el hallazgo del megaterio alimentó los prejuicios europeos sobre la inferioridad de la fauna y el clima americano. Particularmente interesantes son las polémicas que el autor desarrolla sobre la legitimidad del relato del Diluvio Universal y la flora antediluviana en el imaginario occidental. En esta etapa del debate científico europeo, los huesos y los fósiles se convertían en las claves para entender el pasado de la Tierra y echar abajo las teorías de la teología natural ("Huesos" y "Fósiles").

El Rinoceronte y el Megaterio es una propuesta de reconstrucción histórica y cultural sugestiva, incluso refrescante, que genera cierta emoción; no obstante, adolece de cierto abuso de recursos teóricos y fórmulas retóricas. No discutimos que en lo formal representa un gran valor ofrecer una escritura fluida y rica en figuras lingüísticas, pero el uso excesivo de metáforas lleva a que por momentos los argumentos queden algo dispersos y desconectados al interior del relato. Los hechos históricos ponen a prueba una obra, la ordenan, le dan consistencia.

En este sentido, la obra está algo descompensada. La segunda parte es mucho más sólida que la primera, tanto por el tratamiento de los hechos, como por la incorporación de referencias de fuentes manuscritas (aunque no muchas, existen referencias del AGI, Biblioteca Nacional de Argentina y del archivo del MNCN de Madrid). Sin embargo, esta descompensación parece no incomodarle al autor cuando observa lo siguiente: "Para fabricar conocimiento se requiere desatarse de los hechos" (p. 298). Paradojas que prefiguran y configuran, casi por completo, la obra que nos entrega Pimentel.

Esto último es bien evidente si pensamos que las historias cruzadas de los dos prodigiosos animales solo aparecen con claridad en el epílogo del libro, en una correlación que se muestra algo forzada. Según Pimentel, los dos grandes vertebrados se conocieron en dos momentos clave en el desarrollo de la Modernidad. En último término, esa sería la hipótesis del libro.

Sin embargo, la propuesta de vidas circulares del autor ("Epílogo") queda algo en el aire, pues vemos que el único nexo en el estudio de ambos cuadrúpedos son los conceptos de imaginación y analogía. La analogía central que desarrolla el libro de Pimentel es la "correspondencia inversa" que ambos cuadrúpedos mantienen con la piel y los huesos. Por una parte, un animal que posee piel junto a un pasado (rinoceronte); por otra, uno que carece de ella, convirtiéndose solo en un montón de huesos inconexos al que habría que otorgarle una historia (megaterio).

Pero a fin de cuentas es un ensayo, y eso lo legitima, hasta lo resguarda y protege. Una buena jugada de parte del autor. Retrotrayéndonos, el propio Pimen-tel lanza la siguiente pregunta en la introducción: "¿la convergencia o correspondencia entre las dos historias es razonable o caprichosa? ¿Es legítima la analogía? El lector juzgará" (p. 11). En este sentido, quizás el autor tenga razón cuando se pregunta: "¿Cómo darle forma a algo tan lejano y tan difícilmente imaginable como la vida hace miles, millones de años? ¿Cómo reproducir o producir lo diferente?" (p. 300).

Como sea, El Rinoceronte y el Megaterio intenta ensanchar la realidad de los acontecimientos científicos relacionados con la Modernidad, al ponerlos en constantes entredichos. ¿Y acaso no se trata de eso el hacer del historiador? Pulsar la realidad, cuestionarla e incluso, aunque con límites, "crear" las relaciones históricas. En este sentido, la obra de Juan Pimentel cumple a cabalidad con su objetivo inicial: el de ensayar propuestas y respuestas. Por medio de un rico manejo de la literatura de época, el autor recorre unas historias de objetos y sujetos no humanos, mostrando que detrás de la cuestión de la elaboración del conocimiento científico actúan una serie de condicionantes que esconden una alianza entre ciencia, imaginación y arte. Sin duda un libro muy sugerente e interesante de leer, pero particularmente interesante de cuestionar.

Francisco Orrego González
Diploma de Estudios Avanzados (DEA)
Departamento de Historia Moderna, Universidad Complutense de Madrid.

Notas

4 Peter Dear, "Cultural History of Science: An Overview with Reflections", Science, Technology & Human Values 20: 2, Sage Publications (journals online), 1995, 150-170.

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