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EURE (Santiago)

Print version ISSN 0250-7161

EURE (Santiago) vol.40 no.119 Santiago Jan. 2014

http://dx.doi.org/10.4067/S0250-71612014000100013 

RESEÑAS

 

REBEL CITIES. FROM THE RIGHT TO THE CITY TO THE RIGHT TO THE URBAN REVOLUTION

 

David Harvey

Londres: Verso Publishers, 2012


 

 

Si este libro hubiera sido publicado hace cuatro años, en 2008, podríamos afirmar que David Harvey no solo es el teórico radical urbano más influyente de los últimos treinta años (probablemente junto con Henri Lefebvre), sino que, además, sabe algo que el resto de los mortales no vemos. O sea, que es un pitoniso. Pero Harvey publicó este libro en 2012, cuando ya los movimientos estudiantiles y de protesta callejera arreciaban en todo el mundo, y cuando lo que se esperaba de un teórico como él es que los interpretara. Que es lo que hizo.

Pues bien, Rebel Cities se organiza en dos secciones muy similares en tamaño: una llamada "El derecho a la ciudad" ("The right to the city") y otra titulada con el mismo nombre que el libro, "Ciudades rebeldes" ("Rebel Cities"). La primera se compone a su vez de cuatro capítulos y revisa los conceptos teóricos que, desde la mirada crítica de raíz marxista, sustentan las ideas de Harvey. La segunda, en cambio, discute en tres capítulos estas ideas en el contexto de la crisis financiera global desatada en 2007 en Estados Unidos y de la cual el mundo industrializado aún no emerge.

Harvey define al principio las reglas de su juego. Sostiene que el derecho a la ciudad no es un asunto individual (no es mi derecho a vivir en la ciudad, por ejemplo), ni se relaciona con un aspecto puramente legal (vivir en la ciudad o en el campo es un derecho indiscutido prácticamente en todas partes), sino más bien es un derecho a imaginar una ciudad y una sociedad diferentes. Por diferente, Harvey se refiere a una ciudad no capitalista, pues esta, afirma, habría sido generada desde sus inicios por la necesidad de generar ganancias.

Para respaldar sus argumentos, Harvey hace un breve raconto histórico. Dice, por ejemplo, que la crisis francesa de 1848 que terminó con Napoleón Bonaparte en el poder, se resolvió a través de un mecanismo de colocación de ganancias del capital en la forma de obras de infraestructura, y que lo mismo sucedió en el caso del plan de autopistas estadounidense de Robert Moses, la crisis del petróleo de 1975 y la crisis asiática de 1997-1998. Todos estos episodios, dice el autor, evidenciarían un estancamiento de las formas de acumulación capitalista por diferentes circunstancias que son resueltas en buena medida por una aceleración de la urbanización.

Para Harvey, la impronta física de las distintas modalidades de acumulación del capital en la actualidad ha acarreado una transformación fundamental en las formas de vida de los ciudadanos. Las ciudades, dice, se han convertido en centros de consumo para los que tienen dinero para gastar, ya sea en la forma de shopping malls, complejos turísticos, lugares de comida rápida e incluso lugares que parecen no responder a las lógicas capitalistas, como las tiendas boutiques, o locales alternativos, cuyos principales consumidores serían personas más bien críticas al mismo sistema. Nada escaparía a la lógica del capital, capaz de adoptar mil caras con el fin de producir utilidades, en lo que se conoce en las teorías críticas como la destrucción creativa.

Sin embargo, aclara Harvey, el capitalismo también acusa fisuras. La increíble expansión económica de los últimos veinte años, de la cual China y otros países asiáticos han sido protagonistas, habría significado una creciente polarización social y la generación de la mayor crisis desde la Segunda Guerra Mundial, lo que ha impulsado a miles a tomarse las calles, a reclamar con altavoces su derecho a la ciudad.

En el segundo capítulo, el autor profundiza estas ideas. Dice, por ejemplo, que las rentas de la tierra, a diferencia de las que son posibles de extraer de un commodity como el arroz, resultan de las expectativas futuras que se tienen de su valor y que, por lo tanto, son ideales para la colocación de la creciente cantidad de capitales que hoy fluyen de un país a otro. Visto así, no es raro que desde los setenta hayamos asistido a varios períodos recesivos en el mundo y que varios de estos, y en particular el último de ellos, hayan sido causados por un crash inmobiliario.

El tercer capítulo es probablemente el más interesante de todos. Bajo el título "La creación de bienes urbanos comunes" ("The creation of urban commons"), Harvey sostiene que la principal característica de las ciudades es mezclar en un solo espacio muchos tipos de personas con distintos intereses, que en el intervalo de una vida forjan una historia común. En este proceso, todos los habitantes se hacen dueños (transitoriamente) de una serie de bienes comunes (commons) como plazas, calles, escaños, espacios de reunión y monumentos. Estos bienes comunes, dice Harvey, tienden a ser destruidos y privatizados por las lógicas de acumulación del capital.

Esta destrucción puede (y es), sin embargo, resistida ferozmente por las capas populares, tal y como ha ocurrido recientemente en las protestas estudiantiles en Chile, el movimiento Occupy Wall Street en Nueva York, los indignados en España o los movimientos pro democracia en países árabes. Todos estos movimientos locales, dice Harvey, han sido alentados por la izquierda internacional bajo la premisa de que, aunque diversas, estas voces de protesta e indignación confluirán, en algún momento, en una narrativa común de tipo global que permita efectivamente rearmarse teóricamente después de la derrota que significó el término de los socialismos reales.

Harvey es profundamente escéptico de esta postura. Sostiene que la visión de que un conjunto de movimientos locales se autorregularán y organizarán en pos de un discurso común de escala nacional o internacional -visión sostenida por algunos teóricos de izquierda- es ingenua, pues se requiere de una orgánica y un sistema que articule y jerarquice demandas a veces mutuamente incompatibles. Harvey se pregunta: "¿Cómo puede una descentralización radical -por cierto un objetivo valioso- funcionar sin constituir algún tipo de autoridad jerárquica? Es simplemente ingenuo creer que un policentrismo o cualquier otra forma de descentralización pueda funcionar sin fuertes restricciones jerárquicas ni una activa obligatoriedad".

El siguiente capítulo no responde a esta pregunta, sino que discute un punto interesante sobre la naturaleza del capitalismo. Señala que junto con buscar una homogeneización de los modos de vida en el mundo y abrir nuevos mercados, el capitalismo actual busca también sacar provecho de la existencia de culturas y modos de vida exóticos, intentando venderlos (a un precio más alto, por cierto) como experiencias de vida incomparables Así, desde un pueblo desierto en Mongolia a los barrios obreros en el sector oriental de Berlín, pueden ser aprovechados por el capitalismo para generar utilidades. Esto plantea una contradicción y una posibilidad: dado que las fuerzas capitalistas no solo buscan la homogeneización de los mercados, sino también su diferenciación, existen siempre formas de subvertir desde adentro las lógicas del capital, reclamando los bienes comunes y resistiendo el aprovechamiento que de estos modos de vida y espacios pudieran hacer los capitalistas.

Los tres capítulos del libro examinan directamente los movimientos de protesta en diversas ciudades del mundo, en especial el movimiento estudiantil chileno, los indignados españoles y el movimiento Occupy Wall Street de Estados Unidos. De acuerdo con Harvey, la gran virtud de estos movimientos es que operan bajo la lógica de una "termita", en el sentido de carcomer todo el aparato institucional y material del capitalismo, a la espera de que este colapse. En esta empresa, dice el autor, los movimientos anticapitalistas debieran ser capaces de proponer "modelos alternativos de democracia", diferentes de la "democracia del dinero" {democracy of power money), como las asambleas populares, con el fin de construir relaciones de poder distintas a las capitalistas.

Para ejemplificar sus puntos, Harvey se sirve de lo que considera un ejemplo de autogestión popular: la ciudad de El Alto, en Bolivia. Sostiene que los movimientos sociales han sabido definir un sistema de gobierno alternativo al capitalismo que combina, al parecer con éxito, tradiciones indígenas (por ejemplo, los ayllus como formas de organización urbana), con mecanismos tradicionales de organización popular (sindicatos). Para Harvey, esos son los espacios que debiesen ser creados como alternativas al capitalismo.

En el plano más superficial, se podría decir que la virtud de este libro no está en su poder de persuasión (Harvey no les habla a los pusilánimes), sino más bien en su capacidad de cuestionar, desde las bases, la idea de ciudad capitalista. Así, asuntos como la propiedad privada o el derecho a captar rentas del suelo urbano, que parecen indiscutibles en el sistema capitalista, son inteligentemente puestos en duda en un texto que muestra que, después de todo, estas normas no son divinas ni están escritas en piedra, sino que pueden ser modificadas por los ciudadanos.

Esta claridad argumental es, sin embargo, menos lúcida cuando Harvey intenta retratar qué tipo de organización y discurso común pueden existir como reemplazo a las lógicas del capital. A sabiendas de que promover un regreso a los socialismos reales no parece ser una alternativa seductora (nada más alejado al centralismo y autoritarismo de estos regímenes que los movimientos sociales abordados en el texto), Harvey opta por dejar al tiempo y la suerte, la decantación de estas ideas en nuevas formas de gobierno y de relaciones urbanas. Es de esperar que tenga razón, pues si no, en unos años más debiésemos estar leyendo un tratado sobre lo que faltó para que, en el año en que se supone que debía acabarse el mundo, el 2012, no hubiese una revolución que aprovechara de hacer uno nuevo. ©EURE

 


Rodrigo Mora

Universidad Diego Portales, Santiago, Chile
Email: rodrigo.mora@udp.cl

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