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Estudios filológicos

Print version ISSN 0071-1713

Estud. filol.  no.60 Valdivia  2017

http://dx.doi.org/10.4067/S0071-17132017000200013 

RESEÑAS

 

Ray Loriga. 2017. Rendición. Santiago, Chile: Alfaguara. 210 páginas ( Claire Mercier).

 


 

 

El escritor, guionista y director de cine español Ray Loriga parece haber llegado con Rendición a un cierto grado de madurez, como lo demuestra la diferencia de tono entre esta novela y su obra narrativa anterior, marcada más bien por temas cercanos a la Beat Generation, si se piensa en una de sus primeras novelas: Héroes (1993) o en Tokio ya no nos quiere (1999). En abril de este año, un jurado presidido por la escritora mexicana Elena Poniatowska otorgó el XX Premio Alfaguara de novela a Rendición, obra que el jurado calificó como: "[...] una historia kafkiana y orwelliana sobre la autoridad y la manipulación colectiva, una parábola de nuestras sociedades expuestas a la mirada y al juicio de todos" (211).

La estructura de Rendición se divide en tres partes. La primera instala al lector en una desconocida comarca, durante una guerra cuya razón o propósito se desconocen, pero que dura desde hace una década. El narrador-personaje, un hombre del campo, nos va relatando la vida de su familia compuesta por su mujer y sus dos hijos soldados de los cuales no se sabe si siguen vivos o no. También, la pareja elige criar como si fuese su propio hijo a Julio: un niño mudo que se presenta sin motivos un día en su casa. Sin embargo, la familia debe, a petición de autoridades anónimas y en vista de la próxima victoria de enemigos desconocidos, dejar su casa y trasladarse, junto con los otros habitantes de la comarca, a la ciudad transparente. El viaje es largo y penoso, pero la familia llega finalmente a la ciudad, descrita por el gobierno provisional como un lugar que responderá a las necesidades de cada uno y donde se podrá empezar de nuevo con una vida feliz.

La segunda parte de Rendición narra el cotidiano de la familia en la ciudad transparente. Tal como lo sugiere su nombre, cada edificio de la ciudad está hecho de un material transparente que permite a la vez ver y ser visto por todos, anulando pues la concepción misma de intimidad, secreto e incluso de deseo. Después de tomar una ducha llamada "cristalización", la cual permite limpiar y eliminar definitivamente los olores corporales, la familia descubre que el gobierno provee efectivamente de todo lo necesario en la ciudad transparente: comida, trabajo y casa. Además, impera en esta metrópoli un orden perfecto, así como la felicidad absoluta de sus habitantes. La familia se adapta rápidamente a su nuevo entorno: el hombre es asignado a un trabajo en la planta de reciclado y destilación de residuos corporales, mientras su mujer obtiene un puesto de bibliotecaria y el pequeño Julio ingresa a una escuela como cualquier niño de su edad. No obstante, el hombre se siente de repente incómodo respecto a las peculiares condiciones de vida en la ciudad transparente; por ejemplo, la uniformización total de la arquitectura, de la vestimenta e incluso el ambiente de absoluto orden y felicidad. Durante una conversación fortuita con un antiguo habitante de la comarca, el hombre se entera que su país es en realidad el agresor, así como el culpable de la guerra, y lucha pues en contra del resto del mundo. Lo anterior incrementa la sensación de asfixia del hombre en la ciudad transparente. Sin embargo, después de una visita al doctor, de algunas pastillas y una larga noche de descanso, el hombre logra finalmente sentir la misma felicidad que experimentan todos los habitantes de la ciudad. De esta manera, no le parece nada extraño el hecho de que el amante bibliotecario de su mujer esté ahora viviendo con ellos y velando por el bienestar de la familia en general. Es así como el hombre se familiariza con su nuevo cotidiano y encuentra, en el funcionamiento perfecto y rutinario de la ciudad transparente, el motivo de una falsa tranquilidad anestesiante. En efecto, el hombre se da cuenta de lo sospechoso que resulta su quietud y llama directamente la atención del lector sobre lo anterior: "Y si había que pasarse el día trasladando mierda lo hacías encantado, y si había que soportar cada noche la visita de un joven apuesto que le tiraba los tejos a tu mujer señora mientras mareaba a tu chiquillo, pues con patatas te lo comías y no pedías otra ración de milagro, y así iban pasando los días sin que se te ocurriese protestar para nada" (149-150).

La tercera parte de la novela marca un quiebre: el retorno del hombre a la comarca. Después de dejar de ducharse y, por lo tanto, de "cristalizarse", el hombre vuelve a experimentar su antiguo malestar y decide, esta vez, huir de la ciudad, volver a la comarca y buscar a sus hijos soldados. Sin revelar el sorprendente desenlace de la novela, el final entrega al lector el sentido del título, a través de la rendición del hombre: la vuelta a su utópica naturaleza y la aceptación de su derrota con respecto a la instalación de un nuevo orden totalitario que representa la ciudad transparente.

El primer logro de Rendición es su ambigüedad espacio-temporal. La mención a la guerra y el consecuente estado del mundo se hace siempre de una manera indirecta e íntima, por medio de la descripción de la experiencia cotidiana de la familia y del punto de vista de un sencillo, así como perspicaz, hombre del campo, el cual, como su mujer, ni siquiera posee nombre propio en el relato. Lo anterior permite universalizar la trama, es decir volverla aplicable a cualquier ámbito espacio-temporal y, por supuesto, fácilmente asimilable a nuestra propia realidad. En relación con lo último, el segundo logro es un tratamiento simplemente novedoso del género distópico. Uno de los referentes de la novela es por supuesto el mundo orwelliano, donde prima la vigilancia mutua y la falsa búsqueda del bien común. En Rendición, la construcción textual de la ciudad transparente logra esta ambivalencia entre un lugar totalitario distópico, pero a la vez un sitio utópico donde el personaje principal nunca encaja. Mejor dicho, el hombre intenta no rendirse ante la conformidad estéril de un modelo de felicidad impuesta por autoridades estatales todopoderosas. En consecuencia, en vez de una domesticación de su voluntad humana, el hombre prefiere abandonarse al devenir del progreso. Pero, ¿la rendición final del hombre no sería a fin de cuentas la última y única forma de resistir a este proceso soberano de transparencia? Todo lo anterior denota que el género distópico, lejos de su contexto de producción inicial en relación con los autoritarismos del siglo XX, no deja de ser un constructo textual pertinente y significativo con respecto a una cierta visión de nuestra realidad o de lo que nos depara el futuro. En este sentido, ¿estaríamos designados de antemano a vivir en nuestra propia especie de acuario, sin mirar más allá de nuestros ojos curvos que, como fronteras cristalinas, impiden que traspasemos el umbral de lo que nunca ha sido al fin y al cabo nuestro?

Claire Mercier

Pontificia Universidad Católica de Chile

claire-mercier@live.fr

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