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2008
Les films post-11 septembre

In the valley of Elah

De Paul Haggis, Etats-Unis, 2007, 84 min.
María Eugenia Albornoz Vásquez

Texte intégral

1David frente a Goliat como retórica de valentía y sacrificio de los débiles ante los fuertes es un tópico casi universal. Lamentablemente, y con cierta fuerza en nuestros países latinoamericanos, también lo es el padre que busca al hijo desaparecido, que enfrenta un aparato imponente y en apariencia inescrutable, que interroga el origen de sus valores fundamentales para que le expliquen incongruencias inesperadas y punzantes.

2Pero no es eso lo que me interesa subrayar aquí. Hank (un Tommy Lee Jones magistral) se entera, mediante los videos que el teléfono celular de su hijo alcanzó a registrar, del infierno, en el sentido de Dante, que están viviendo los jóvenes soldados estadounidenses enviados a Irak. No se trata de los infiernos más o menos comunes de la guerra (¿y qué es lo común en una guerra? ¿Cuando fue que se empezó a estandarizar las guerras?), esos que hablan de la sobrevivencia ante el enemigo, la solidaridad de la tropa, la escasez de alimentos, la dureza de la vida cotidiana en los campos de batalla. Este infierno, que hay que decodificar como los videos en versión dañada del teléfono celular de Mike, es el que se ve apenas porque queda en la trastienda, el que se evita porque señala la herida profunda de los “buenos” de la historia, que nunca se registra porque es tan riesgoso de repetir como de pensar. Son todos los accidentes de la ética, los deslices delirantes del comportamiento humano llevado al extremo de su aguante, los excesos y los atisbos de monstruosidad profundamente simple que acechan cualquier situación asfixiante sostenida absurdamente en el tiempo a pesar del desgarro, del desamparo, del llamado de auxilio.

3Porque Mike llama a su padre para decirle que por favor lo saque de Irak, Mike llora por teléfono. Sus señales son evidentes y son estremecedoras. Usa todos los medios: las cartas, los teléfonos satelitales que retoman la telefonía de campaña en guerra, el diálogo sordo con su padre cuando le conversaba en sus registros filmados, en el seguimiento que hace de sus propios pasos hablando a un progenitor correcto, inteligente, sagaz, patriota convencido y sin tacha. Pide ayuda de todos los modos posibles y no la obtiene. No es una víctima inocente, la categoría que propone marionetas inactivas estalla por fin en este contexto tan complejo como la vida misma.

4Mike es una conciencia joven que ve como se tiñe y se desfigura su idealismo y que pide ayuda para salvar lo poco que le va quedando, es una lucidez espantada que sabe que atropellar a un niño a sangre fría es asesinato y que sabe que hacer sufrir gratuitamente a un prisionero de guerra herido para reírse de él es tortura y sadismo pero que sin embargo sigue filmando, fotografiando, registrando lo que le va pasando. La fuerza de Mike –asesinado por sus compañeros como se mata a una mosca que molesta una tarde de verano, cuyo cuerpo es faenado como una animal de carnicería y quemado como un fardo de paja– es la que trasunta los videos de su teléfono y la búsqueda de su padre Hank. Su fuerza es la sed de dejar una huella de archivo, de ir dejando una memoria de su paso dislocado por los campos de la guerra, la que su propia señal de alarma se preocupó de construir, para pedir que por favor se termine esa situación incoherente, incongruente, imposible y sin embargo tan total, tan imponente, tan manoseada, tan “normalmente” aceptada por una sociedad que no puede sino estar enferma si postula, como su padre Hank insistía en postular, la justeza de su presencia allá. Y es que Hank cree y quiere seguir creyendo en el ejército de su país que tiene un discurso de causas nobles, que usa el mundo como su jardín privado y que derrocha energía a la hora de expulsar de allí a la carroña que le molesta.

5Pero ese padre, después de dos hijos soldados muertos por causa de la patria (¿qué es la patria al fin de cuentas?) termina por comprender que el costo son las vidas, y sobre todo la entereza y le posibilidad de felicidad de sus jóvenes niños, como David, que hacen todo lo que pueden por vencer el miedo y que no tienen manera cierta de escapar de él porque han caído en la trampa de sus adultos, convencidos de la bondad de sus causas, adheridos y aferrados a la estabilidad de su manera de ver el mundo. Más aún cuando Goliat, el gigante que ellos enfrentan, no es el enemigo de la patria que paga sus salarios y que vela por sus vidas sino el propio sistema que los asfixia en su incoherente prepotencia. La bandera al revés es eso, es la llamada de socorro de Hank que se hace eco de su hijo Mike, muerto sin auxilio, uno de los miles que tragó la máquina devoradora de carne que se infiltra en la tropa, que no es el enemigo perseguido y escurridizo sino otro tipo de lepra, plaga subterránea que vegeta en el fondo de cada uno y que cuando se desquicia y emerge los contagia a todos.

6La película es fuerte y tranquila, con un respeto profundo por los descubrimientos del espectador y de sus personajes, con una consideración potente por los sentimientos límites. La madre que llora en un pasillo de hospital a su segundo hijo muerto después de ver los pocos trozos de su cuerpo calcinado y el esfuerzo de Hank por conseguir el perdón de un mexicano migrante, porque se apuró a decretarlo culpable, porque lo persiguió y lo golpeó lleno de ganas de venganza, son dos momentos posibles y delicadamente actuados.

7Sucede que ésta no es solamente una historia que explora lo que pasa con la guerra, lo que pasa con las instituciones y con su construcción de relatos legítimos acerca de los crímenes. Es también la historia de Emily (una notable Charlize Teron), mujer policía que debe buscar su camino en una institución machista, hipócrita y al borde de la decadencia que, menos mal, aún respeta su propio prestigio y cree en valores esenciales como la verdad y la vida. De hecho Emily es también un David frente a Goliat, que debe vencer su miedo y enfrentar al gigante doble, su propio departamento de policía y la policía militar, para salir victoriosa y no quedar empantanada a medio camino entre la explotación y la humillación cotidianas. Es una madre sola que trata de hacer su tarea pero que en un minuto descuida, por miles de razones, el llamado de auxilio de otra mujer sola frente a la violencia de su marido, soldado de regreso de la guerra con serios trastornos psicológicos que termina por asesinarla. Emily desoye también una llamada de auxilio que terminó en muerte horrible y no puede menos que comprender la cuota de responsabilidad que a ella misma le cabe por haber creído primero en el discurso de la legalidad (y no en el sufrimiento patente de la mujer golpeada ni en su certeza de estar corriendo peligro), tal como Hank no creyó (¿no quiso leer la verdad limite que ellas transmiten?) en las lágrimas desesperadas de su hijo Mike.

8Esta película interroga la locura cotidiana de no querer ver, oír ni atender los llamados de auxilio de quienes están siendo engullidos por situaciones legítimamente establecidas (la guerra por una aclamada causa justa, el matrimonio) pero que están podridas y perversas por dentro. La reflexión se estira y nos preguntamos entonces quién es David y qué es el verdadero Goliat, ensordecedor y corruptor de los principios más valiosos, enceguecedor cuando trasunta órdenes y deforma armonías, cuando el mejor amigo mata sin problemas al compañero en medio de una pelea banal y luego censura sus costumbres para cuidar el pudor del padre. Todo está alterado, en función del equilibrio de los pareceres se esconden la droga, la lujuria con mujeres desnudas y las diversiones pandillezcas y en función de la estabilidad de las apariencias se oculta una muerte que no debió haber sido (¿cuál muerte debe o no debe ser?) hasta que la risa compartida con el padre en duelo recuerda que las cosas no pueden ser como están siendo: ahí es cuando el autor del crimen comprende que todavía le queda un gramo de integridad y cuando decide contar qué sucedió en realidad, como fue que mataron al amigo y descuartizaron su cadáver. El delirio del suicidio de uno de los cómplices junto con el laberinto de pistas falsas –culpar a un “espaldas mojadas” que resulta más auténtico que los demás porque no mintió y que traga solitario el desprecio sin delatar a nadie, pero no por eso libre de otros defectos– no hacen más que exponer, desnudo y cruel, el vértigo actual de las cosas desordenadas en este comienzo de siglo XXI. En el que todos somos David y todos, si no ponemos atención, podemos ser también el peor Goliat de alguien muy cercano que confía en nosotros para salir de su riesgosa fragilidad.

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Pour citer cet article

Référence électronique

María Eugenia Albornoz Vásquez, « In the valley of Elah »Nuevo Mundo Mundos Nuevos [En ligne], Images en mouvement, mis en ligne le 12 février 2008, consulté le 28 mars 2024. URL : http://journals.openedition.org/nuevomundo/24802 ; DOI : https://doi.org/10.4000/nuevomundo.24802

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Auteur

María Eugenia Albornoz Vásquez

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