Acessibilidade / Reportar erro

Eróticas de la disidencia en América Latina

RESENHA

Figari, Carlos. 2009. Eróticas de la disidencia en América Latina. Brasil, siglos XVII al XX. Buenos Aires: Clacso – Ciccus. 288 p.

Fabrizzio Guerrero Mc Manus

Doctor en Filosofía de la Ciencia Laboratorio de Estudios Sociales en Ciencia y Tecnología, Facultad de Ciencias, UNAM. México D. F., México. fabrizziomc@yahoo.com

Escribir historiando es una actividad siempre amenazada por la posibilidad de escribir historias en tanto cuentos. Carlos Figari reconoce esta posibilidad y se toma seriamente el reto de escribir una historia que, aunque seguirá siendo una historia contada, aspira a no ser una mitología. Ése es su punto más valioso. Su libro Eróticas de la disidencia en América Latina. Brasil, Siglos XVII al XX busca recuperar no sólo una narrativa histórica de la diversidad sexual brasileña sino que pretende colocarse como una contra-historia que recupere las voces enterradas y encerradas al interior de las páginas de la historiografía canónica, de tal manera que esos otros que se esconden en el nosotros puedan emerger de la represión de la memoria histórica.

Nos propone como metodología una arqueología de los textos que quizás le deba más a Roland Barthes y a la escuela rusa de la lingüística que a Michel Foucault. Hay ecos de una heteroglosia y una interdiscursividad que resuenan como condición de posibilidad de este proyecto. Esto es ya de por sí algo saludable en un área como lo son los estudios lésbico-gays en América Latina, que ha venido a ser dominada por un pensamiento foucaultiano que, si bien nos ha dado mucho, también parece haber erigido un mesías que puede terminar ensombreciendo otras formas de aproximarnos a los fenómenos sociales e históricos.

Con esto, sin embargo, no quiero dar a entender que Carlos Figari se pelee con Foucault, sino más bien que su análisis no se queda en el terreno de las relaciones entre poder y conocimiento. Se permite rastrear los puntos más clásicamente marxistas, cuando nos describe la lógica de clases al interior de los estamentos del Brasil pero sin llegar a reducir las nociones de raza, género, identidad y orientación a meras difracciones de la cuestión de clase, como lo habrían hecho hace algún tiempo algunos lectores de Gramsci. Tampoco se "compra" trivialmente las oposiciones que he mencionado. Sabe que la cuestión de la raza, la colonia, el imperio, la independencia e incluso la selva amazónica no le permitirán semejante traslado.

En ese sentido, Figari le asigna el papel que le corresponde a la teoría: fungir como una herramienta que nos permita excavar los textos históricos y ganar con ello un cierto acceso a los otros de otrora. Ello es posible gracias al análisis de los discursos indirectos, esto es, de los discursos al interior de los discursos hegemónicos. Aquélla es una palabra problemática, traducida ya de antemano y, quizás con ello, dudosa y, sin embargo, es uno de los pocos vestigios que nos queda de cómo se dieron los encuentros entre las así llamadas disidencias y los sistemas de valores que las historiaron.

Un ejemplo de esto lo proporciona su muy interesante discusión en torno a la correspondencia que sostuvo la emperatriz Leopoldina con la tutora del príncipe heredero. Como es sabido, Leopoldina era austríaca y, en parte por su carácter de extranjera, en parte por su afición a las ciencias y letras europeas, sabemos hoy que su vida en Brasil se caracterizó sobre todo por un terrible aislamiento del resto de la corte y del Imperio. En esa enorme soledad la emperatriz parece haber desarrollado una amistad muy profunda con la institutriz del príncipe heredero, una inglesa que –según nos cuenta Figari– tam-poco fue recibida de muy buena gana en el Brasil decimonónico. Las cartas expresan un sentimiento de lealtad, amor y amistad entre estas dos mujeres que nos invita a pensar en algo más que una pura camaradería entre dos extranjeras en una tierra que les era ajena. Y si bien nunca terminaremos de comprender la naturaleza de la relación, lo que sí podemos saber es que estas cartas nos dejan ver una forma de vivir la intimidad y la amistad que, sin ser del todo erótica, puede llegar a calificarse de romántica.

Una correspondencia de esta naturaleza es, pues, la mejor ejemplificación de los riesgos y fortalezas de un análisis textual. Es a la vez muy fácil e increíblemente difícil calificar estas cartas como pertenecientes a una disidencia erótica. Empero, Figari no afirma que el campo delimitado hoy por la sexualidad y las disidencias tenga que historiarse llevándonos a la frontera que hoy delimita este tópico. Por el contrario, su propuesta es rastrear discursos que no puedan encajarse dentro de la fantasía de una historia nacional heterosexual. Con esto lo que se pretende es desnaturalizar dicha asunción, mas no naturalizar y proyectar sus opuestos, en este caso, el lesbianismo. No sabemos por tanto si Leopoldina estuvo enamorada de la institutriz aunque sabemos que no era propiamente lesbiana, y que sostuvo una relación amistosa que rompió los cánones de su época.

Es en ese sentido que la propuesta de Figari funciona exitosamente como una arqueología. Los textos allí discutidos nos presentan visiones de una clandestinidad, una criminalidad y una resistencia que logran expresarse más cuanto mayor es la pretensión de objetividad del narrador del texto. Un narrador que, empero, repetidas veces reestablece una serie de jerarquías, al cerrar una descripción casi taxonómica con un juicio de valor que subordina a hombres y mujeres que se involucraron en prácticas heterodoxas.

De esta forma el análisis recupera girones de lo que fueron cosmologías. Recupera también las visiones emanadas desde la ortodoxia sobre esas disidencias y los procesos de choque que surgieron de esos encuentros. Por supuesto, en esta historia no todas las voces son indirectas. El siglo XX trajo la posibilidad de buscar y ganar derechos e historiarse a sí mismo. El cambio es notorio. Es el cambio que va del discurso libre indirecto al discurso directo.

Dejando de lado la propuesta teórica de Figari quisiera asimismo resaltar la necesidad de emprender proyectos similares en otros contextos nacionales y regionales. Lo califico como necesario porque finalmente América Latina no es sólo Brasil y, como el mismo Figari muestra, la historia del Brasil y la historia de la América española no son simplemente historias idénticas con lenguajes diferentes. La América española estuvo mucho más influenciada por una Iglesia Católica representada por el Santo Oficio así como por estamentos que compitieron en poder con los señores terratenientes y virreyes. El caso de Brasil es diferente, no ya porque estuviera exento de la presencia de la Iglesia sino porque ésta jamás estuvo tan empoderada en Brasil como lo llegó a estar en, digamos, la Nueva España.

Podríamos preguntarnos cómo fueron estas historias en otras geografías e incluso analizar si hubo o no interacciones entre los di-versos virreinatos y Estados que vinieron a conformar nuestra América Latina; si esto ocurrió, ¿en qué forma? Si así fue, ¿basta una historiografía nacional para entender el surgimiento de los movimientos de la disidencia sexual en esta parte del continente? Quizás sí o quizás no; no lo sabremos sino seguimos el ejemplo de Figari.

Volviendo al libro que nos ocupa, quiero mencionar tres aspectos concretos relativos a la historiografía que Figari nos ofrece y que merecen mayor atención, porque que ejemplifican la riqueza empírica de este trabajo y justifican la lectura del libro.

Primero, su manejo de la complejidad racial en Brasil y las interacciones entre este tema y las cuestiones de género y orientación. En un país como Brasil, con una lógica racial que distingue entre blancos, pardos y prietos (negros) pero sin que ello pueda equipararse con las políticas de la miscigenación americana o del mestizaje mexicano, era importante distinguir entre, por un lado, los recursos conceptuales que se importan, y por otro, las categorías originales que les acompañaban. La raza en Brasil no se vive igual que en el resto del continente. La propia geografía brasileña parece requerir incluso que se distinga el sudeste –Rio de Janeiro y São Paulo– del norte y el oeste. El autor, de manera por demás acertada, comienza distinguiendo las diversas raíces del Brasil moderno. Empero, no por eso colapsa esa diversidad en tres raíces homogéneas. Los indígenas, los negros de África y los colonizadores son desde el comienzo un crisol de diversidad en sí mismos. Su misma variedad requiere no sólo fragmentarlos aún más sino rebasar la propia geografía del Brasil, alcanzando por momentos las costas de Portugal y de África para poder entender esos tres "multiversos" –que no tres universos– que vinieron a anastomosarse en el Brasil moderno.

La historia de una reina africana en Namibia, heredera de una forma de gobierno en la cual por principio las mujeres no poseían las capacidades necesarias para gobernar, es un buen ejemplo de este punto. Según nos cuenta Figari, esta reina se vio obligada a tomar un rol masculino para poder ser gobernante. Gracias a ello, su harem poseía una peculiaridad sumamente inverosímil: se componía de hombres que habían tomado un rol femenino. En una historia así, África se nos insinúa tan rica y variada en geografías, patrones y arreglos que poco sentido tendría imaginar una sexualidad negra entremezclándose, como si fuese una homogeneidad intocada.

Segundo: Figari tiene en claro que los homosexuales no somos una Nación. La pertenencia al colectivo LGBT no equivale a poseer una segunda ciudadanía. Y sin embargo, a pesar de esto tenemos también una serie de mitos fundacionales equiparables a los de cualquier pueblo. Mitos que generan solidaridad pero también posibilitan una injerencia al trazar un resto del yo más allá de sí mismo.

A nivel mundial son conocidas las historias acerca de aquel lejano año de 1969 cuando, en el Stonewall Inn de Nueva York, comenzó la historia del activismo gay; al menos eso dicta el mito. Un mito que funge como un fantasma global dentro de la maquinaria identitaria del mundo occidentalizado.

En el caso de México, ese mito fundacional puede seleccionarse entre muy diversas fechas: sea aquel inolvidable 2 de octubre de 1978 en el cual marcharon por vez primera los colectivos Oikabeth, el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria y el Grupo Lambda; sea aquel lejano y funesto momento en el porfiriato, en el cual el número 41 vino a cobrar fama.

En todo caso, sea cual sea el mito que queramos recuperar, lo verdaderamente terrible y fantástico de los mitos fundacionales es su capacidad de fragmentar la historia en dos momentos. Un antes y un después que rodean un instante en el cual el mundo como era parece extinguirse y renacer completamente diferente. No había homosexuales y luego los hubo; no había movimiento y luego lo hubo. No debería sorprendernos el tono bíblico del mito fundacional, dado que la Biblia es uno de sus más grandes ejemplos. Hágase la historia y la historia se hizo.

Figari sabe todo esto. Su obra no es una mitología. Sabe que no hay homosexuales en el siglo XVII, pero ello no implica que no hubiera relaciones eróticamente disidentes estructuradas a la luz de la figura del matrimonio o del amor romántico. Hubo grandes amores en el Brasil del siglo XVIII y XIX incluso en los monasterios. Afirmar a priori que las relaciones románticas de pareja son un fenómeno exclusivo del siglo XX es imponer un mecanismo a la historia que la constriña innecesariamente. Figari rompe duramente el mito del noble salvaje –las amazonas, o los pueblos tolerantes– pero no por ello introduce el mito del salvaje puramente salvaje.

Y tercero. El último punto que quisiera mencionar con respecto a la obra de Figari es la riqueza con la cual aborda la historia del siglo XX. Vemos la introducción del pensamiento científico en Brasil, el arribo de una mirada presuntamente objetiva y universal que versa sobre los cuerpos como fenómenos puramente biomédicos. Y, sin embargo, ni la ciencia ni la americanización logran ser fuerzas homogeneizantes. Brasil no se convierte en una sombra de Francia o de Estados Unidos. Sus carnavales se mezclan con sus marchas del orgullo y lo que emerge no son desfiles a la usanza americana sino grandes fiestas callejeras.

Las nuevas tecnologías no sólo trajeron nuevas categorías y nuevos discursos sino nuevas formas de testimonios. Las fotografías de los cuerpos se vuelven así una dimensión que se añade a la posibilidad de analizar pinturas y textos. Más cuando dichos cuerpos aparecen como evidencias y no ya como personajes dentro de una narración. Dicho cambio lo afecta todo. Pero no esperemos con esto que sus conclusiones sean meramente un eco de lo que nos han dicho las historias que emanan de Francia, Alemania, Inglaterra o Estados Unidos. Brasil es otra cosa.

En suma, la historiografía de Carlos Figari es una contribución importante al área de los estudios de género en América Latina. Es una contribución que no se casa con un regionalismo en lo téorico pero que tampoco olvida cuánto afecta poseer una trayectoria histórica distinta. Su libro es amable al lector, puede leerse a sabiendas de que su profundidad teórica no va a cansarnos, dado que el texto se divide en secciones pequeñas y amenas. Esto es importante, lo aclaro, porque Eróticas de la disidencia... puede serle útil a lectores no académicos que quieren saber cómo historiarse, cómo inquirir sobre sí mismos, y cuáles son los efectos de ser disidentes eróticos en América Latina. Por todo ello, este libro debía ser, al mismo tiempo, profundo y amable. En mi opinión, Figari ha logrado justamente esto.

Fechas de Publicación

  • Publicación en esta colección
    23 Ago 2011
  • Fecha del número
    Ago 2011
Centro Latino-Americano em Sexualidade e Direitos Humanos (CLAM/IMS/UERJ) R. São Francisco Xavier, 524, 6º andar, Bloco E 20550-013 Rio de Janeiro/RJ Brasil, Tel./Fax: (21) 2568-0599 - Rio de Janeiro - RJ - Brazil
E-mail: sexualidadsaludysociedad@gmail.com