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EURE (Santiago)

Print version ISSN 0250-7161

EURE (Santiago) vol.25 no.76 Santiago Dec. 1999

http://dx.doi.org/10.4067/S0250-71611999007600003 

Los frutos amargos de la globalización:
expansión y reestructuración
metropolitana
de la ciudad de México

Daniel Hiernaux-Nicolás *

Abstract

The changes in the Mexican economy during the last fifteen years have had profound effects on territorial organization, both on a national and regional scale; it also upset urban economies: a strong demographical and economic growth of medium size cities, and a restructuring of the metropolitan economies are some of its consequences. Such transformations allow us to see, although not directly, the possibility of a modification of the social system and, among others, of the perceptions and usage of the city by communities. This article is divided into two sections: the first one will analyze the economic transformations that have reconfigured Mexico City. The second part of this essay will deal with the transformations that have occurred in the urban structure of the capital in relation to large trends that have been dealt with before: new commercial compounds, neighborhood segregation, the coming of ‘post modern’ spaces, etc.

Key words: economic restructuring, modernization, exclusion, world cities, metropolitan expansion.

Resumen

Los cambios en la economía mexicana ocurridos durante los quince últimos años han tenido profundas repercusiones en la organización del territorio a escala nacional y regional; trastornaron también las economías urbanas: un fuerte crecimiento demográfico y económico de las ciudades medias, la reestructuración económicas de las metrópolis son algunas de sus consecuencias. Dichas transformaciones dejan también entrever la posibilidad de profundas modificaciones de los sistemas sociales y, entre otros, de las percepciones y de los usos de la ciudad por las comunidades. Este artículo va en dos direcciones: la primera se orientará a analizar las transformaciones económicas que han reconfigurado la ciudad de México. En la segunda parte del ensayo trataremos las transformaciones en la estructura urbana de la capital, con relación a las grandes tendencias anteriormente expuestas: los nuevos complejos comerciales, la segregación de los barrios, la aparición de espacios "posmodernos", etc.

Palabras claves: reestructuración económica, modernización, exclusión, ciudades mundiales, expansión metropolitana.

*  Profesor Investigador titular de la Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco; actualmente ocupa la Cátedra Simón Bolívar del Instituto de Altos Estudios de América Latina (IHEAL) de la Universidad de Paris III-La Sorbonne Nouvelle, durante su sabático. Correo electrónico: lares1@ibm.net

I. INTRODUCCIÓN

Los cambios en la economía mexicana ocurridos durante los quince últimos años, han tenido profundas repercusiones en la organización del territorio a escala nacional y regional; trastornaron también las economías urbanas: se asistió así a un fuerte crecimiento demográfico y económico de las ciudades medias, a la reestructuración de las antiguas bases industriales de las metrópolis, pero también a una modernización de la arquitectura y de las formas urbanas en la mayoría de las ciudades del sistema urbano nacional.

El conjunto de los procesos de transformación de la economía y de la organización del espacio en las ciudades deja también entrever la posibilidad de profundas modificaciones de los sistemas sociales y, entre otros, de las percepciones y de los usos de la ciudad por las comunidades. También es preciso preguntarse hasta qué punto no es también el sentido mismo de la comunidad el que se encuentra puesto en tela de juicio en el contexto de las transformaciones globales (Hiernaux, 1999).

Desarrollaremos este artículo en dos direcciones: la primera se orientará a analizar las transformaciones económicas que han reconfigurado la ciudad de México durante los quince últimos años, haciendo también referencia al marco más general de la apertura de los mercados y de las políticas de ajuste que fueron sus causas directas. En este contexto, se tratará también de la transformación progresiva de la ciudad de México, en una suerte de "metápoli" —a la Asher (1996)— con una fuerte capacidad para incidir en el ordenamiento de la región central de México.

Enseguida, en la segunda parte del ensayo, trataremos las transformaciones en la estructura urbana de la capital, con relación a las grandes tendencias anteriormente expuestas: los nuevos complejos comerciales, la segregación de los barrios, la aparición de espacios "posmodernos", etc... Por una parte, la ciudad reconstruida sobre sí misma, por otra parte su expansión periférica sobre nuevos territorios donde se instalan los grupos más pobres, son factores que testifican de los reacomodos socioterritoriales de una metrópoli que busca su lugar en el concierto de las ciudades mundiales, pero que, al mismo tiempo, redibuja sus comunidades y vuelve a tejer las relaciones sociales hacia el interior de su territorio.

II. FACTORES DE CAMBIO EN LA ECONOMÍA Y LA ESTRUCTURA URBANA DE LA CIUDAD DE MÉXICO

A. Los factores de cambio

Los primeros cambios económicos importantes en la economía mexicana tuvieron lugar a fines de los años setenta, con el descubrimiento de gigantescos yacimientos de petróleo y la aportación de una renta petrolera que permitió la reactivación del crecimiento económico.1 Los enormes excedentes de la renta petrolera incitaron al gobierno federal de la época a retomar la construcción del metro que había sido interrumpida desde 1976, iniciar las obras de los "ejes viales" de circulación, y construir algunos edificios "faros" susceptibles de imponer una imagen de mayor modernidad a la ciudad, entre los cuales el hotel Presidente (en la época fue construido y manejado por capitales públicos, hoy es privatizado), y la Torre de Pemex, el monopolio petrolero público de México. Se reanudó así con cierta verticalización del paisaje metropolitano, en buena medida abandonada después de la construcción de la bien conocida Torre Latinoamericana a principios de los cincuenta.

Sin embargo, después de la caída de los precios del petróleo en 1981, durante la década siguiente, varias situaciones decisivas pusieron en tela de juicio los esbozos de cambio que tuvieron lugar en los años anteriores: se trata primero del impacto de los temblores de septiembre de 1985, pero también de los efectos de las políticas de ajuste que se pusieron en obra para estabilizar una economía en plena crisis.2 Las últimas tuvieron el efecto de frenar nuevamente las tentativas de modernización de la ciudad, y de imponer estrictas medidas de puesta en orden de las finanzas públicas en general —entre las cuales las de la ciudad de México— hasta ese momento favorecida por una política de subsidios a todas luces y de obra pública de gran escala.

Con relación a los temblores —además de los efectos importantes de destrucción de viviendas— despertaron a la sociedad civil todavía bien dormida para lanzarla primero en las obras de recuperación y de salvamento, manifestando una solidaridad ejemplar con la población afectada, pero también alcanzando una participación social y política creciente cuyos efectos a largo plazo aún se hacen sentir en la actualidad. Este "regreso del actor" abrió una fase de cambios en la política y las organizaciones sociales de los cuales una consecuencia directa ha sido la victoria del Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, candidato de la izquierda a las primeras elecciones de gobernador de la ciudad en 1997.3

B. Reconfiguración de la economía capitalina

A partir de 1982, México ha sido forzado a seguir una política de ajuste estructural impuesto por los organismos financieros internacionales que lo empujaron así hacia una apertura de los mercados y a una integración creciente a la economía mundial. Además de las secuelas dolorosas del ajuste —una inflación galopante, el freno radical a los aumentos de salarios y por ende el empobrecimiento de las mayorías, el desempleo, la reducción de los presupuestos para obras públicas así como la privatización de las empresas públicas— el gobierno de la época, bajo la presidencia de Miguel de la Madrid (1982-1988), emprendió una apertura unilateral de los mercados, es decir, una política de puertas abiertas al comercio internacional.

A fines de 1988 el gobierno mexicano admitía que solamente 20% de los productos todavía estaban sujetos a gravámenes comerciales y esto —hay que recordarlo— antes de cualquier toma de posición con relación a un acuerdo de libre cambio con los vecinos de América del Norte, que sólo tendrá lugar en 1993-94.

Los efectos de estas políticas comerciales no se hicieron esperar: por la falta de capacidad para responder a la apertura de los mercados por parte de la industria mexicana tradicional que perdía sus subsidios, demasiado protegida y poco competitiva, los mercados mexicanos fueron literalmente invadidos por productos extranjeros, sobre todo en proveniencia de los Estados Unidos y Asia, situación que provocó el desplome de las ventas de los productos nacionales y, con frecuencia, el cierre de las empresas.

Al ser las grandes metrópolis las que habían concentrado la industria, resultarán tanto más afectadas por ese hecho y muy particularmente la ciudad de México, el verdadero centro manufacturero de México. En la parte más álgida de la crisis, la ciudad de México mantenía 844,640 empleos en los sectores manufactureros en 1985, o sea, 32.78% del total nacional; todavía perderá más de cuarenta mil empleos en tres años para llegar a 806,827 empleos en las manufacturas en 1989, o sea 31.09% del total nacional (véase cuadro 1).

Esta pérdida de empleos no se repartirá de modo igual en todos los sectores y en todas las municipalidades de la gran metrópoli: por sí sola la delegación central, la Delegación Cuauhtémoc, perderá cinco mil empleos y es esencialmente el Distrito Federal que será el más afectado mucho más que las municipalidades periféricas cuyo empleo se mantendrá prácticamente estable; lo anterior se explica por el hecho de que el Distrito Federal concentraba la industria la más obsoleta, pero también los talleres de confección de los cuales muchos fueron reducidos a escombros por los temblores de 1985 y otros muchos se relocalizaron progresivamente en la periferia de la ciudad de México.

Esa época fue una fase muy negra para la ciudad de México; las finanzas también estaban en pésima situación, ya que los presupuestos fueron reducidos y los subsidios haciéndose cada vez menores: la crisis fiscal de la ciudad se hacía así evidente. Sin embargo ésta ha sido sin lugar a duda menos dramática que en otros contextos internacionales, ya que es el gobierno federal el que aseguraba la mayoría de los servicios, entre los cuales la educación, y que además tomaba a su cargo los subsidios y las enormes inversiones y gastos exigidos por el funcionamiento cotidiano de una ciudad que llegaba a cerca de quince millones de habitantes en aquella época.

Hacia 1988, la fase más sombría parecía haber sido dejada atrás: el gobierno recién electo de Carlos Salinas de Gortari esperaba una reactivación económica cuando tomó el poder el 1º de diciembre de 1988, después de las elecciones tan contestadas de agosto. También hay que subrayar que de 1988 a 1984 el crecimiento del Producto Nacional Bruto tomó la clásica forma de campana, con tasas de crecimiento más elevados de 1988 a 1991, seguidas por una reducción progresiva del crecimiento durante los tres años siguientes.

Finalmente, la crisis de diciembre de 1994, al iniciarse el sexenio de Ernesto Zedillo (1994-2000), puso nuevamente en tela de juicio el modelo de crecimiento y bloqueó radicalmente la economía de la ciudad.

Mientras que la industria manufacturera logró una ganancia de más de 430,000 empleos totales a escala nacional entre 1994 y 1997, crecimiento que se debió básicamente al avance de las maquiladoras, el Distrito Federal por su parte aún perdió 56,000 empleos en ese mismo lapso de tres años.

Lo anterior ha conducido a la aparición de ciertos fenómenos relevantes en la ciudad de México, que aunque no totalmente nuevos resultan en buena medida de la crisis y de las políticas de los últimos quince años:

• La desindustrialización: la reducción del empleo industrial se ha hecho manifiesta en la ciudad de México. Es difícil hoy hablar de periferia proletaria por ejemplo, como se podía hacer en los sesenta, cuando el crecimiento periférico se estableció como consecuencia de la creciente producción industrial. Por otra parte, y a excepción de ciertos sectores de más alta productividad, es evidente que es a un sector de menor relevancia, intensivo en mano de obra y esencialmente terciario, que se dirige la población que sale del sector industrial. La informalización es una consecuencia directa de la desindustrialización.

• La desasalarización: la cantidad de asalariados se ha reducido en relación con la Población Económicamente Activa. Lo anterior tiene varias implicaciones: la flexibilización del ingreso de las familias, conforme los vaivenes de la crisis económica y de las fases de recuperación. Lo anterior tiene efectos directos sobre el consumo, con una reducción de las ventas que ha llegado a desplomarse en 60% en las tiendas de multiservicio en momentos de fuerte crisis (inicios de 1995, por ejemplo). También se deriva en efectos urbanos concatenados, al resultar incapaz la población desasalariada para sostener el pago regular de la renta de su vivienda. Consideramos, a partir de nuestras encuestas en la periferia, que lo anterior es un factor decisivo para la relocalización periférica de la población, que se analizará posteriormente.

• La desincorporación social: a partir del alejamiento con relación al salario, se observa también la pérdida de relación con las instituciones sociales propias del modelo "fordista periférico" que se instaló en México a partir de la sustitución de importaciones. Lo anterior significa el alejamiento del trabajador con relación a las instituciones sindicales, la pérdida de la seguridad social, etc. En otros términos, el individuo implicado en actividades de autoempleo o con salario pero informales pierde una componente importante de su afiliación a la vida societaria.

C. La inserción económica de la ciudad de México en la globalización

El tema de la inserción global de la ciudad de México ha sido poco estudiado. No deja, sin embargo, de ser relevante para nuestro análisis de la reestructuración y expansión de la ciudad, ya que son las actividades "globales" las que crean más transformaciones en la ciudad, tanto por su localización como por su peculiar concepción arquitectónica y urbana. Explicaremos lo anterior en las siguientes páginas.

No tenemos cifras o indicadores que permitan determinar con precisión cuáles actividades de la ciudad de México se insertan esencialmente en la economía mundial. Podemos recordar, sin embargo, que para Friedmann (1996) la ciudad de México ocupa un lugar privilegiado en el sistema urbano mundial en construcción. Aunque este autor no argumenta esta hipótesis, podemos aportar algunos elementos centrales que explican y justifican esta afirmación que compartimos con Friedmann.

La primera explicación gira en torno a la recomposición del territorio mexicano, que hemos analizado en otros contextos; sólo nos referiremos a un aspecto esencial: frente a la reestructuración territorial de la economía mexicana, particularmente en relación a la integración creciente al subcontinente norteamericano, es evidente que se requiere de unas unidades de mando territoriales: estas unidades de mando son, en nuestro entender, las ciudades más aptas para integrarse a la telaraña de las nuevas relaciones con el exterior, además de que son capaces de reestructurar las relaciones internas del territorio nacional, apoyando esta nueva orientación hacia el exterior, pero también permitiendo la reestructuración de los mercados internos.

En el caso mexicano, observamos dos tipos de relaciones con el exterior para sus ciudades: en primer lugar, tenemos a aquellas ciudades que sostienen una relación directa, como las turísticas, las maquiladoras y aquellas que arman productos de exportación, particularmente el caso de la automotriz, con inserción directa en cadenas productivas subcontinentales.

El otro tipo de relaciones son aquellas que remiten esencialmente a funciones de mando, es decir de estructuración y control sobre los flujos. Este es muy particularmente el caso de la ciudad de México, aunque Monterrey y accesoriamente Guadalajara, se encuentran en este grupo, aunque en forma nítidamente menor.

Tenemos poca información para sustentar esta hipótesis pero podemos evidenciar lo siguiente: por una parte, la sede de las principales empresas mexicanas se vuelve un indicador relevante. En efecto, las 500 empresas de mayor tamaño de México, son quienes articulan el mercado interno y externo. La tendencia es hacia una creciente concentración en torno a la ciudad de México. Dicha concentración se verifica principalmente en el Distrito Federal, y más específicamente en algunas delegaciones centrales.

Por otra parte, las empresas que se ubican en las primeras posiciones no forzosamente producen en la ciudad de México: por cuestiones de registro, son empresas cuya sede está en la ciudad de México, pero que pueden eventualmente producir en otros sitios: las cinco primeras empresas de las 500 según el reporte de Expansión de agosto de 1999, son Petróleos Mexicanos, Teléfonos de México, General Motors de México, Daimler Chrysler de México, Cifra y subsidiarias (tiendas de sutoservicio principalmente). Claro es que las cinco desarrollan sus actividades y crean su empleo en varias ciudades o en todo el país en el caso de la telefónica.

Si nos remitimos al registro de capital extranjero, una situación similar se hace evidente: la concentración es aun mayor que para las 500 empresas, signo de que la capital sigue siendo un centro de atracción para el capital extranjero, no forzosamente para la localización de las unidades productivas, sino porque se presenta como el sitio de mejores condiciones operativas, en cuanto a comunicaciones, acceso al sistema bancario, y a las instituciones estatales, entre otros aspectos.

A 1992, se estimaron 2,023 empresas con capital extranjero en el Distrito Federal, con 281,108 trabajadores, o sea 26.02 % del total de empresas y 20.95% del total de trabajadores en empresas con IED (STPS, 1994: anexo estadístico, cuadro 33).

Un indicador también interesante en relación al papel de la ciudad de México como controladora de actividades a nivel nacional, se puede apreciar a través de su balance comercial internacional negativo, de tal suerte que la ciudad de México importa más que exporta, lo que se atribuye a la función redistribuidora que ejerce en el entorno nacional.

D. ¿De la metrópoli a la metápoli? Algunas reflexiones sobre la dimensión regional de la economía metropolitana

La ciudad de México alcanzó ya una nueva dimensión económica y territorial que se venía perfilando desde los años 70, pero que se agudizó sensiblemente a partir de la reestructuración económica de la década de los ochenta. En este contexto, es importante señalar que los procesos de recentralización sobre la ciudad de México, se acompañan eventualmente de una recomposición de la región centro, en la cual se perfila una desconcentración territorial importante de las actividades industriales.

Por la carencia de información al respecto, salvo estudios puntuales, es difícil afirmar tajantemente que la industrialización en las ciudades de la región Centro obedece a una relocalización más que a la ampliación de funciones productivas o a la simple diversificación de unidades de producción bajo un mismo mando.

La hipótesis que planteamos en el contexto de este trabajo, es que se ha asistido a varios procesos complementarios:

• La relocalización de ciertas porciones de la industria de la ciudad de México a partir de los setenta, tanto por las políticas de fomento a la desconcentración como por la oferta de infraestructura adecuada para la reubicación de las empresas, por ejemplo, por medio de la política de parques industriales. También jugaron un papel decisivo las restricciones impuestas a la localización en la ciudad de México, particularmente en materia ambiental.

• La formación progresiva de un mercado local, por el crecimiento demográfico de las ciudades medias desde la década de los ochenta, cuando empieza la estabilización demográfica de la ciudad de México a pesar de su expansión territorial.

• La reducción de los tiempos de desplazamiento en forma radical a partir del sexenio salinista, por el fuerte impulso a la red de autopistas que, por una parte, refuerza la radialidad hacia la ciudad de México, pero, por la otra, facilita la expansión metapolitana.

• Lo anterior es demostrable a partir de los datos de flujos carreteros y aeroportuarios que se han incrementado sensiblemente en los últimos años.

La formación de una región Centro como Región Megapolitana se ve además facilitada por la fuerte modernización de los sistemas de comunicación, tanto la telefonía, como la Internet, etc. Asimismo, es evidente que las ciudades medias en su conjunto, han recibido contingentes importantes de población en proveniencia de la ciudad de México, lo que ha contribuido también a modificar radicalmente los patrones de vida en dichas ciudades medias, importando o desarrollando localmente nuevas ofertas de servicios y comercios que hacen parecer cada vez más las ciudades medias a la capital: centros comerciales, colegios privados, servicios recreativos de calidad, restaurantes de moda, etc. Se trata de una forma de reurbanización intensiva de la provincia a partir del modo de vida de la clase media y media alta, en las condiciones que analizamos en los siguientes apartados de este trabajo.

III. NUEVOS COMPORTAMIENTOS Y TENDENCIAS ESPACIALES Y SOCIETALES EN LA CIUDAD DE MÉXICO

Transformada por las grandes pulsiones de una economía inestable y cada vez más mundializada, la ciudad de México ha perdido definitivamente este carácter provincial que algunos le veían hace algunas décadas. Es actualmente un paisaje contradictorio donde se mezclan imágenes efímeras, paisaje que cubre realidades complejas, condiciones distantes y distintas de un mundo recorrido por el "horror económico".

La sociedad urbana en México no es una, es profundamente múltiple: grupos muy distintos se codean en ella y las esperanzas que construyen son también representaciones de microciudades de las cuales serían los urbanistas principales.

Sería, sin lugar a duda, necesario mucho más que este artículo para estudiar la complejidad de la sociedad de gestación en la ciudad de México, para definir esta multiplicación de las necesidades, de aspiraciones, pero también para entender la emergencia de los grandes miedos al otro que acaban por romper el cristal frágil de la ciudad. Solamente vamos a retomar aquí algunos de los aspectos de estas nuevas tendencias societales en la ciudad de México.

A. La expansión del consumo de lujo y el "Global Way of life"

La mundialización de los intercambios y la transformación de las viejas estructuras corporativas han también encontrado su base en un pilar central del nuevo modelo socioeconómico mexicano: la desigualdad creciente de los ingresos entre personas. Mientras que los sectores mayoritarios sacan pocas ventajas del nuevo modelo económico, se asiste a la emergencia de un grupo mucho más poderoso económicamente, que logró insertarse en las posiciones más envidiables. ¿Cuántos son? Es difícil establecer una estimación precisa, pero podremos hacerlo mediante un cálculo muy sencillo. Pensemos en los veinte millones de habitantes en la ciudad de México y estimemos a 5% la población en la cúspide de la pirámide social, se trata en este caso de un millón de personas con una capacidad de compra de nivel medio o superior todas localizadas en la mayor ciudad del país.

Este grupo social se encuentra en buena medida ligado a los sectores de la economía que apuestan a la apertura de los mercados o que reciben de ella beneficios indirectos: asalariados o patrones en las multinacionales o en empresas de alta productividad eventualmente en cierto grupo de la función pública de alto nivel, esa población ganadora es la que resiente esencialmente los beneficios de una economía que sin lugar a duda se moderniza y que abrió sus puertas a la importación de bienes de lujo. Este segmento de la población presiente que su inserción en este pequeño grupo, esta especie de "club social mundial", no podrá mantenerse si no es por la demostración externa de su relación con el club, con esta "clase capitalista mundial" en pleno crecimiento.

El consumo de este grupo social es compulsivo, porque también sabe que quizás es efímero: nuevos productos, como los coches de gran lujo, otrora inalcanzables en México, están ahora disponibles para esos grupos sociales. Las tiendas de marca se han abierto con toda velocidad ofreciendo en la ciudad de México lo que anteriormente se adquiría haciendo viajes de compras tradicionales de la burguesía a los "malls" de los Estados Unidos.

Enfrentamos entonces un consumo diversificado, exigente en cuanto a la calidad, totalmente integrado a las costumbres del mundo de High Society de los países ganadores en el sistema mundial. Pero este consumo también va a necesitar nuevos espacios; los centros comerciales y las boutiques de lujo se multiplican a toda velocidad mientras que la economía ni siquiera alcanza el mismo ritmo de crecimiento. Pero es bien cierto que esos grupos de altos ingresos representan un grupo de poder que casi seguramente no va a desaparecer en el corto plazo.

Algunos centros comerciales de gran escala se van a establecer entonces siguiendo los espacios de la riqueza, sus localizaciones intraurbanas: sobre todo se van a ubicar hacia el oeste de la ciudad y hacia el sur. Son los verdaderos puntos de contacto del consumo entre estas burguesías en ascenso y el mundo exterior. Florecen primero según el modo tradicional de los centros comerciales fordistas bajo el modelo masivo americano: tiendas ancla y corredores de boutiques en el estilo "Mall" con una arquitectura poco satisfactoria. De hecho solamente son la reproducción en México de los centros comerciales del sur de los Estados Unidos donde los mexicanos ricos hacen sus compras.

Hoy el modelo tiende a modificarse: se edifican menos espacios "garajes" y más pequeños centros de lujo, posmodernos en su arquitectura, sin forzosamente tener la presencia de grandes tiendas; desarrollan un ambiente mucho más similar al de los pasajes parisinos en su época de lujo, tal como los analizó Walter Benjamin a mitad de este siglo y que parece tener cada vez menos relación con el modelo tradicional de los centros comerciales fordistas.

En esos nuevos centros la gente "bien", los vencedores de la mundialización, se encuentran felices, codean sus amigos, sus vecinos, sus colegas y las bolsas de marcas prestigiosas atraen el interés y el orgullo y refuerzan el estatuto de los consumidores.

El consumo recrea identidades nuevas como nos lo recuerda García Canclini (1995), aún si estas identidades borran otras y reducen a poca cosa la ciudadanía; por ende hay reformación de comunidades, creación de lazos que unen a personas similares, vidas que se entrecruzan.

Los restaurantes de moda han crecido por todas partes: mientras que en numerosos países como Canadá, Mc Donalds y algunos restaurantes de cadena son a lo más lugares de reunión para los jóvenes pero aún y sobre todo para los más pobres, el consumo "Fast Food" no ha perdido derecho de piso en la ciudad de México o más bien lo adquiere tardíamente y por lo mismo se ve muy demandado por una sociedad ávida de copiar los modos de consumo americanos.

Estas nuevas formas de consumo se integran también, sin lugar a duda, con nuevos espacios, siguen nuevas modas o tendencias pasajeras, entre las cuales la nueva cocina mexicana, o desarrollan la búsqueda de lo exótico; si estos espacios se parecen cada vez más entre sí, también propician la eclosión de zonas de consumo especializadas en áreas nuevas (como el gran proyecto urbano de Santa Fe) o transforman entornos más tradicionales (los barrios Condesa o Colonia Roma, por ejemplo). En esos espacios esta burguesía se encuentra entre amigos, pasea su Mercedes como se exhibe también en "trapos" inmediatamente reconocibles por los iniciados o discretamente marcados para su reconocimiento. Se hace parte de la buena sociedad, la que obviamente no puede ser más que favorable a la política económica actual, aún si la necesidad de cambio y rechazo a las viejas prácticas del Estado tienden a hacer votar a esos grupos hacia la oposición de derecha.

B. La recuperación de los espacios centrales y la gentrificación

También observamos en la ciudad de México numerosos espacios que la burguesía abandonó hace mucho tiempo: insalubres, transformados en vecindades.4 Como numerosas mansiones del Centro Histórico de la ciudad de México, estos espacios han perdido su valor inmobiliario y no alcanzan más el esplendor de su época de apogeo. Habrá entonces nuevas actividades para regresarles una funcionalidad activa en el contexto del nuevo modelo económico y social.

En el Centro Histórico de la ciudad de México es cierto que los problemas se han ido acumulando a lo largo de décadas de crecimiento sin interrupción: el tránsito de las personas y de los vehículos es ya casi imposible durante el día; demasiados empleos están todavía ligados al proceso de la vieja centralidad. Los pequeños empleados del Estado, los comerciantes, los empleados de servicios, son su población activa más evidente; pero por la existencia misma de esta masa humana que cruza el centro en permanencia durante los días hábiles y en las horas de oficina, los espacios centrales ofrecen también numerosas posibilidades para la expansión del comercio ambulante.

A consecuencia de una crisis que echó a la calle a decenas de miles de trabajadores asalariados, el sector informal y sobre todo el pequeño comercio informal demuestran crecimiento muy importante: una información reciente del Gobierno del Distrito Federal a 1998 manejaba la cifra de 92,155 ambulantes en todo el Distrito Federal de los cuales casi 25,000 se ubicaban en la sola Delegación Cuauhtémoc.

El comercio ambulante literalmente bloquea la ciudad; resulta cada vez más difícil circular sobre las banquetas y las plazas donde todo puede ser comprado: ropa, comida, juguetes, objetos personales diversos; es también una ciudad de pasajes pero en esta ocasión los de la pobreza que cubren las calles centrales donde pasan los trabajadores con prisa.

Por otra parte la seguridad pública hace bastante falta, salvo en dirección de la Avenida Reforma que pretende ser los Campos Elíseos mexicanos; inclusive puede ser peligroso lanzarse hasta ciertos barrios que anteriormente eran mucho más tranquilos.

Finalmente, la contaminación en el Centro Histórico es más elevada que en el resto de la ciudad básicamente debido a la concentración de actividades y el tráfico incesante en las calles del viejo centro.

¿Es entonces posible un proceso de gentrificación? Ciertamente y está desarrollándose con cierta intensidad, pero obviamente se trata de un proceso muy diferente a una simple recuperación de vivienda por sectores de más alto ingreso. Se está frente un proceso de apropiación temporal y selectiva del espacio para ciertas actividades; lo anterior se explicará con más detalle a continuación.

En primer lugar es evidente que algunas políticas fueron puestas en práctica sobre todo con el nuevo gobierno de izquierda y con cierto éxito con vista a reducir la inseguridad pública a localizar a los comerciantes ambulantes en espacios colectivos (mercados o plazas mercantiles organizadas con esa finalidad) y hacia la reducción de la contaminación mejorando la circulación de los vehículos.

Pero para mejorar sensiblemente los barrios centrales y permitir el proceso de gentrificación, basta a veces solamente la recuperación de la ciudad cuando duerme: en las noches pero también los fines de semana. Numerosos bares básicamente orientados hacia un público joven que los bautizó "antros" —público nuevo que hace algunos años ni siquiera conocía el centro—, fueron instalados en antiguas casonas coloniales. Muchos restaurantes de lujo han hecho su aparición en el centro. Varios hoteles han modernizado sus instalaciones y algunos inversionistas están dispuestos a probar su suerte en este sector en plena expansión en la ciudad de México; también nuevas boutiques de lujo han hecho su aparición en algunas calles céntricas.

Por su parte, desde hace algunos años el Gobierno de la ciudad ha invitado a las universidades metropolitanas a renovar construcciones de calidad edificadas en la época colonial pero actualmente degradadas, con el fin de recuperarlas como patrimonio y para instalar instalaciones universitarias para manifestaciones culturales, congresos, o seminarios. Tampoco el sector privado dudó en recuperar ciertos espacios o a dar un sello cultural acrecentado a antiguas construcciones como es el caso del Palacio de Iturbide, operado por Banamex.

Por lo anterior, el Centro Histórico es hoy un lugar de diversión, de cultura y de lujo que la burguesía había desdeñado anteriormente. Esto descansa también sobre una estrategia bastante sencilla: si no se puede sacar al "enemigo" de la plaza, es prudente no cruzarse con él. Vivir entonces en el centro no es entonces el modelo de gentrificación aplicable a México en la actualidad como puede ocurrir en ciertos barrios de Nueva York o de París pero quizás lo serán algún día; sin embargo en la actualidad, es una gentrificación de otra dimensión que se desdibuja la que se asimila con una recuperación temporal del centro, su puesta en actividad para ciertas finalidades no residenciales fuera de los horarios de trabajo.

C. El aislamiento de los barrios de lujo

En la ciudad de México, mucho más que en otras ciudades mexicanas, se observa una tendencia al aislamiento de los barrios residenciales y, por ende, a una segregación social bastante significativa. Al inicio del siglo, las familias, las más ricas bajo la dictadura vivían en el centro a los pies del poder político, en el sentido literal y espacial de la palabra.

Posteriormente después de la revolución de 1910 y debido a los disturbios alrededor del Zócalo y la congestión (obviamente muy relativa) de los espacios centrales, se asistió a un desplazamiento de las familias más ricas hacia nuevos barrios: la colonia Juárez, luego la colonia Roma y muchas otras. Un lento desplazamiento del centro de gravedad de la riqueza hacia el oeste tuvo entonces lugar; también permitió la recuperación del centro por los más pobres, frecuentemente alojados en antiguas mansiones o construcciones coloniales a patio, transformadas en viviendas colectivas alquiladas por cuarto; es el origen de las "vecindades", nombre mexicano de estas viviendas colectivas degradadas que encontramos en todos los centros de las ciudades latinoamericanas bajo apelaciones diversas.

Desde mediados de los años veinte en el momento en que la revolución estaba ya bastante institucionalizada, un nuevo fraccionamiento con el nombre bastante significativo de "Chapultepec Heights", fue construido con la aprobación del presidente Obregón. La burguesía tuvo así la ocasión de redefinir sus barrios ciertamente bastante alejados por la época porque estaban al final del Paseo de la Reforma, o sea en lo que podríamos considerar como un suburbio en esos tiempos, a orilla del bosque de Chapultepec.

Posteriormente nuevos barrios residenciales fueron asimilados por esta burguesía tradicional como el barrio del Pedregal en el sur de la Ciudad. Sería entonces erróneo afirmar que la burguesía se ubica en colonias aisladas sólo en fechas recientes. Sin embargo son numerosos los factores que han cambiado con relación a las localizaciones anteriores de las clases altas: el primer aspecto es la construcción progresiva de verdaderas murallas en torno a los barrios residenciales o en sus principales viviendas. Mientras que la Constitución mexicana otorga un derecho de libre circulación sobre todo el espacio no privado entre los cuales las calles, los barrios elegantes son cada vez más rodeados de rejas o de muros y el acceso se restringe a sus habitantes; solamente son admitidos los visitantes que cuentan con una identificación y pueden explicar el motivo por el cual se dirigen a este barrio.

La privatización de los barrios por la separación de sus vías principales con la relación al resto de la ciudad, traduce un aspecto de laberinto propio de las ciudades posmodernas y permite también a los intereses particulares de los habitantes imponerse sobre el derecho público. Las autoridades, incapaces de mantener la seguridad pública, prefieren cerrar los ojos a este problema bastante serio de apropiación privada del espacio público, y permiten también a los grupos locales adjuntarse los servicios de empresas privadas de seguridad, más o menos armadas y más o menos legales.

En esos barrios solamente las sirvientas son las que caminan por las calles: las familias de nivel multiplican el número de automóviles y solamente salen tomando las mayores precauciones; puertas eléctricas a los garajes, guardias, vehículos bien cerrados y a veces blindados.

El aislamiento de los barrios de lujo es una práctica antigua que ahora llega a su paroxismo con el sentimiento de inseguridad que raya a veces a la paranoia, pero que también —hay que reconocerlo— tiene sólidas razones. En estos nuevos barrios de lujo las oficinas no son permitidas pero los antiguos barrios burgueses como Polanco, Chapultepec o Pedregal, de la cual hablábamos antes, han padecido fuertes transformaciones de los usos de suelo, por mecanismos informales, pero también mediante los planes de ordenamiento que han permitido usos mixtos, a su turno, exigidos por una parte de sus habitantes que quieren valorizar su patrimonio inmobiliario. Así, numerosas oficinas han sido instaladas en casas que llegan a veces a más de mil metros cuadrados construidos en jardines de varios miles de metros cuadrados, para las cuales el impuesto predial se ha vuelto insostenible para el uso residencial de una sola familia.

Colidantes de esos antiguos barrios de lujo, pequeños establecimientos comerciales también empezaron a instalarse sobre las avenidas principales, como las sucursales de bancos y diversos servicios; se trata entonces de una transformación progresiva que finalmente empujó las burguesías más poderosas y ávidas de aislamiento, a buscar nuevos barrios de inserción: estos han sido construidos sobre todo en el oeste de la ciudad, principalmente en el eje de la prolongación de la avenida Paseo de la Reforma.

El aislamiento de estos suburbios ricos también transformó la localización de los equipamientos, particularmente los privados: las escuelas y universidades privadas desde la escuela primaria o maternal hasta las universidades, a su turno se han ubicado en estos barrios. En algunos casos los equipamientos han precedido las viviendas, en otros las decisiones de localización de equipamiento han sido tomadas sobre base de las relocalizaciones de las poblaciones más ricas.

En el esquema de síntesis que anexamos este trabajo se puede apreciar que un nuevo eje de riqueza se impone sobre el trazo de la ciudad y determina espacios de los cuales los pobres son cada vez más alejados, sea por los mecanismos del mercado inmobiliario pero también por el hecho de que estos amplios desarrollos residenciales y comerciales sólo pueden ser alcanzados y recorridos en coche: los transportes públicos no llegan o llegan escasamente y las distancias con relación a las zonas de población de menor ingreso son frecuentemente enormes. Solamente se encuentran por las calles los empleados domésticos indispensables y los pequeños negocios necesarios en esos barrios y admisibles por la burguesía que ahí reside: el vendedor de periódico en la esquina, la mujer conocida de todos que vende tortillas en la esquina, la florista ambulante o los artesanos o jardineros que tienen algún negocio, algún jardín que mantener en esa parte de la ciudad. Los vehículos blindados de los más ricos salen frecuentemente manejados por el chofer con el guardaespaldas en el asiento de adelante y eventualmente otro coche de acompañamiento. Como una investigación reciente lo demostró, inclusive el tráfico de helicóptero se ha acrecentado en la ciudad de México (Delgado, 1998).

Esta segregación espacial es también un modalidad específica de un aislamiento social generalizado: los jóvenes de esos barrios residenciales no conocen los barrios pobres, se desplazan de las universidades o de sus escuelas de alto nivel a su casa, se pasean y compran en los centros comerciales y en caso de necesidad serán atendidos por médicos de hospitales privados; sus relaciones sociales no se extienden más allá de esos espacios segregados. Allá viven, se educan, toman sus tiempos libres y casi seguramente allá se casarán, para vivir a su vez en los mismos ámbitos.

D. La periferia sin fin y la sociedad informalizada

El aislamiento de los suburbios ricos no es el único factor de segregación presente en la ciudad de México. Cuando el gobierno empezó a frenar los salarios en 1982, en el marco de una inflación sin precedente en México, nuevas políticas relativas a los precios de los servicios urbanos en la ciudad de México fueron puestas en operación, tratando de encontrar sus precios "reales"; es decir tratando que los precios de servicios o de los bienes urbanos se ajusten a las condiciones reales de una economía de mercado, suprimiendo progresivamente los subsidios, y dejando libre curso al mercado inmobiliario para fijar los precios de las transacciones de venta y de renta.

Los efectos no se hicieron esperar: el encarecimiento de la ciudad tuvo efectos desastrosos sobre los precios inmobiliarios. En un primer tiempo, el interés hacia la bolsa de valores en el marco de un mercado floreciente entre 82 y 87 sirvió de punto de focalización a los capitales que obtenían ganancias considerables especulando en la bolsa. Su caída brutal en octubre de 1987 —el famoso octubre negro—, fue el golpe de gracia que hizo regresar los capitales hacia el sector inmobiliario, como siempre el valor más seguro para las ganancias: el incremento acelerado de los precios permitió así que el índice de los precios de la vivienda a la compra y a la construcción, antes inferior al índice de los precios de bienes de consumo en general, fuera capaz de alcanzarlo en muy pocos años. De esta forma, los que disponían de ahorros o de un empleo en los sectores en crecimiento, pudieron aprovechar esta situación mientras que las mayorías tuvieron que revisar sus estrategias territoriales.

Ha sido demostrado aunque parcialmente para una periferia determinada (Hiernaux, 1995) que los pobres han progresivamente sido empujados hacia la periferia; encontraron en estos lugares viviendas más baratas sobre todo en el marco de fraccionamientos ilegales sobre terrenos de propiedad ejidal. Las periferias de la ciudad de México se han así extendido desmesuradamente mientras que la tasa de crecimiento demográfica promedio de la metrópolis se estabilizó alrededor de 1%. De hecho de 1980 a 1995 se calculó que el área urbanizada de la ciudad de México a escala metropolitana del área metropolitana en la ciudad de México habría pasado de 800 a 1500 kilómetros cuadrados más o menos, es decir, que casi se duplicó en quince años.

Gracias a los datos demográficos censales, se ha podido probar que las delegaciones centrales han perdido grandes contingentes de población: éstas no solamente fueron afectadas por los temblores de 1985 pero sobre todo por el crecimiento de los precios de las rentas, que expulsó hacia las periferias esos contingentes de población vía los mecanismos del mercado. No se trata pues de desplazamiento forzado de la población pobre —nada de intervención militar— pero buenas y duras estrategias de mercado que tuvieron y tienen todavía efectos tan extremos como las expulsiones.

Recientemente, después de la toma de poder por la izquierda, el poder judicial local, sin lugar a duda en acuerdo con los propietarios y sobre todo con el partido oficial, decidió asestar un golpe muy fuerte: poner en ejecución la decisión judicial de expulsión de diez mil familias que no estaban en medida de pagar la renta de su vivienda y que, por ende, tenían problemas legales con los propietarios. Esta medida radical que demuestra la intensidad de la crisis de vivienda para los más pobres, también fue una medida política orientada a obligar al gobierno de izquierda a poner a actuar la fuerza pública para realizar las expulsiones que el gobierno anterior del partido oficial evitó de poner en práctica antes de las elecciones.

Los pobres se alojan entonces cada vez más en periferias distantes, pero la distancia no solamente es el hecho del alejamiento geográfico, es mucho más el resultado de las distancias social y económica con relación a la ciudad de los ricos.

Veamos primero el tema de la distancia económica: se trata de población que trabaja cada vez menos en condiciones de asalariamiento, lo que también se ha llamado el "asalariamiento restringido". No solamente lo anterior afecta la estabilidad del empleo, pero también se percibe la pérdida de la relación a la institución civil, a las instancias que definen el "estar conjunto" que fue en alguna forma la marca del fordismo.

Sin salario, sin trabajo fijo pero también sin seguridad social, sin indemnizaciones de desempleo, la población pobre de las periferias se encuentra cada vez más aislada. Cierto porcentaje de la población activa se emplea todavía en trabajos asalariados, (hemos estimado del orden de un tercio en algunos barrios periféricos). Pero estos empleos son de baja remuneración, inestables y poco calificados. El resto de la población encontrará su subsistencia en el trabajo informal, sean empresas clandestinas de tipo de talleres "sweat shops", sean en autoempleo, en actividades comerciales y en pequeños servicios.

Es bastante sorprendente que 30% de los activos en una de las zonas de estudio de periferia reciente sobre la cual trabajamos, encuentran un empleo informal en la zona donde residen. Los pobres venden bienes o prestan servicios remunerados a otros pobres, y la pobreza se vuelve así un factor de creación de empleo. Peluqueros, cerrajeros, tiendas, proliferan en los barrios periféricos. Son la prueba de la constitución progresiva de una economía de la pobreza, un "circuito inferior de la economía urbana" en términos de Milton Santos.

Mientras que la expresión de "cultura de la pobreza" de Oscar Lewis sin lugar a duda no es válida, no es menos cierto que numerosos aspectos de la vida de los barrios de las periferias pobres son cada vez más distantes de la vida urbana tradicional.

Pocas salidas del barrio para la mayoría, el aislamiento en la casa-taller o comercio para numerosas personas (entre las cuales las mujeres en su mayoría que buscan acompletar el salario del marido o mujeres solas jefes de familia), el nulo contacto con las instituciones de cultura o de la formación educativa y profesional, la total ausencia de vida de barrio o de solidaridad en la pobreza, contrariamente a lo que ha podido ser observado en otros países o en otras épocas como en los años 70, son algunos signos inequívocos de procesos indiscutibles de cambio en los modos de vida periféricos, con relación a aquellos que podían ser analizados en las décadas anteriores.

Este aislamiento se da sin agresividad y violencia hacia el resto de la ciudad, como la que se encuentra en las periferias de algunos países desarrollados como Francia, pero también se asiste a la creación de una subcultura particular de la ciudad en la periferia, que deviene casi en una cultura de la urbanización de la pobreza y sin la presencia real de la cultura urbana, la cultura de/y en la ciudad. La violencia que se ejerce adentro de la comunidad es sin embargo bastante cruel, no sólo en relación con los asaltos y delitos diversos en la colonia, sino también en lo referente a la violencia intradoméstica.

Sin embargo sería erróneo dejar la impresión que los modos de vida en las periferias pobres no pueden ser entendidos más que en función de la formación de nuevos aislamientos. Existen, en efecto, lazos de unión con la sociedad urbana integrada. Pero esta relación se desarrolla en buena medida por medio del consumo. Consumo de imágenes por la televisión y sus telenovelas que transmiten los modos de vida de los ricos, músicas trasmitidas por la radio, pero también compra de bienes que remiten a las modas de las clases pudientes. Hace mucho tiempo que los jóvenes de las periferias han abandonado la ropa tradicional: los tenis, las playeras y los jeans los han reemplazado. Sin embargo los pobres (que también trabajan con frecuencia en empresas clandestinas o ilegales) usan productos que imitan los productos de marca y no dejan de comprar falsos Guess, Pepe Jeans, Nike y otros atributos de la riqueza.

La burla que significan las marcas piratas es sin lugar a duda un signo de integración a las corrientes de modernización en México pero en una forma subnormal, siendo además una gran broma al modelo de modernización que se realiza a través de una apertura de los mercados que excluye a las mayorías. Las copias piratas de todas clases de bienes se han vuelto un verdadero dolor de cabeza para el gobierno por la presión de los Estados Unidos y de sus grandes consorcios, pero al mismo tiempo la producción correspondiente representa una forma de burlarse de la dualización de la sociedad, por parte de quienes quedan fuera de los sectores dinámicos.

La sociedad informalizada es también una sociedad con pérdida de ciudadanía. Afirmamos que es solamente por medio del empleo formal asalariado y por el consumo, por raquítico que se haya vuelto, que se realiza la participación en la sociedad de los más pobres. El comportamiento político de las periferias parece bien darnos la razón. La abstención se acrecentó, pero también es manifiesto que los votos se dirigen hacia la izquierda o hacia el partido oficial con una inconsistencia aparente que saca de quicio a los mejores observadores. Parecería ser que la sociedad de las periferias vote más en función de las promesas, de la imagen televisiva de los candidatos, o de los posibles beneficios sociales inmediatos, que en función de estrategias de largo plazo hacia el mejoramiento de sus condiciones de vida. Por ejemplo cuando el presidente Salinas se lanzó en una vasta operación de mejoramiento del Valle de Chalco en el sureste de la ciudad, el partido oficial logró reconquistar los barrios que habían votado en contra de él en 1988 cuando la elección presidencial.

No solamente podemos ver en esto un sentido común evidente en los electores pero también el hecho de que la política se torna una cuestión coyuntural cada vez más cerca de los juegos televisivos y de los talk-shows estadounidenses, que de la militancia política y de la estrategia de poder a largo plazo de la política tradicional.

E. Los grandes miedos del otro

La ciudad de México siempre fue una ciudad compleja, integrada por numerosos grupos sociales que han vivido bajo modos muy diferentes de crecimiento y de integración en la ciudad. Pero un "sentido de pertenencia a la ciudad", único, constante, y ligado al modelo de desarrollo, había permitido que la ciudad perteneciera a todos, aun si los derechos reales de apropiación eran muy desiguales. En cierta forma el aislamiento forzado de México como país frente al resto del mundo, por la existencia misma de una sociedad sobreprotegida por un Estado sobrepotente, permitió que la ciudad se desarrolle con fuertes desigualdades, a pesar de ello admitidas y no combatidas en forma radical por las mayorías.

Es a partir de los años 70 que la legitimidad del sistema político empezó a resquebrajarse, y por lo mismo el consenso sobre el sentido profundo que había adquirido México como ciudad para la sociedad nacional. Los movimientos urbanos de la época son la muestra de la pérdida de consenso y de la falta progresiva de legitimidad de la gestión estatal y, sobre todo, del modelo de ciudad; el crecimiento de la oposición de derecha y de izquierda también se relaciona con la falta de legitimidad del modelo de ciudad.

Sin embargo, la presencia del otro podía ser asimilada más fácilmente por el pasado, porque ese "otro" no era muchas veces más que una persona en proceso de ascensión social como lo fueron la mayor parte de los migrantes hacia la ciudad, la mayor parte de la población hace algún tiempo.

Hoy se instaló la conciencia de la presencia del otro, pero como quien se encuentra a un nivel irremediablemente distinto. El otro presenta hoy demasiadas diferencias para ser asimilable: se vuelve entonces, para los más ricos, un miembro de las "clases peligrosas" de la cual es necesario aislarse. Por ende es cada vez más distante y se vuelve conveniente no permitirle llegar a los barrios de cierta categoría o compartir los espacios públicos.

La segregación que provoca este sentimiento no es una cuestión de tendencias de mercado pero una estrategia deliberada que surge del miedo al otro. Entonces no son solamente los precios de mercado que excluyen en todos los casos, pero también la exigencia de selectividad con relación al vecindario que construye condiciones económicas, sociales, pero también físicas, que empujan hacia una mayor segregación.

No debemos olvidar tampoco que es a partir de estos criterios sociales que la ciudad se transforma poco a poco, y adquiere una fisonomía absolutamente nueva. Por una parte, los barrios más ricos se asemejan cada vez más a las condiciones de vida en las zonas equivalentes de los países desarrollados. Inclusive, se puede sostener que las condiciones de vida son aun más altas en estos barrios que en los países desarrollados, ya que reúnen verdaderamente los más ricos, aquellos cuyos ingresos son cada vez más distantes del resto de la población, pero cuya presencia en la ciudad se vuelve cada vez más visible, por la forma urbana y la calidad de la arquitectura de los barrios correspondientes. Esta ciudad de calidad se opone sin lugar a duda a la "ciudad sin cualidades" para la cual habrá quizás que encontrar otra apelación que la de "ciudad". Los nuevos barrios de la pobreza, antítesis de los barrios de la riqueza, son en verdad un modelo empobrecido de ciudad. Son la versión pirata de la ciudad real de los ricos.

Podemos entonces hablar de dos ciudades si se nos permite la simplificación. Cada cual tiene su lógica pero, sin embargo, las lógicas aun se entrecruzan, entre otros por el mercado de trabajo y por el hecho de que puede parecer trivial que las zonas ricas necesitan una mano de obra sin calificación; la sensación de integración —aunque desigual— en el desarrollo que daba la ciudad de los años 60 no es más real, y el aislamiento territorial se ha acrecentado; los niveles de servicios urbanos son cada vez más distantes entre barrios y los modos de vida pueden ser sometidos a la clasificación brutal pero bien real de "urbano" y "urbanizado", lo que dista bastante de ser lo mismo.

A ese respecto es necesario preguntarse si la globalización es la responsable de esta situación, o si no estamos en la actualidad en una fase de transición que llevaría en algunos años a una adecuación de los modos de vida urbanos y a una disminución de las disparidades entre "las dos ciudades".

A la primera pregunta se debe de contestar en forma afirmativa: es en efecto la apertura salvaje de los mercados, la desincorporación del Estado y la puesta en el mercado de algunos modos de desarrollo de la ciudad, que han contribuido a dos aspectos centrales en nuestra argumentación: la mundialización de la ciudad, con la integración exclusiva de ciertos sectores pero destruyendo las bases de supervivencia y de integración de la ciudad en la ciudad de sectores de economía tradicional a los cuales no se les dio el tiempo de recomponerse y de ajustarse para insertarse en la globalización y en la economía mundial.

Asistimos entonces a la reactivación de la economía de la ciudad cuyo peso en el sistema de las ciudades mundiales es ampliamente reconocido (Friedmann, 1996, por ejemplo). Debe saludarse positivamente esta situación. Pero por otra parte la mundialización tiene frutos amargos, justamente la reducción de las posibilidades de inserción de los más pobres y de los más débiles.

Si es frecuente que los partidarios de la integración mundial y particularmente los que defienden en forma encarnizada la continentalización norteamericana, consideren que ésta a largo plazo integrará a todos los estratos sociales, aquellos que como nosotros no creen en este mito o a esta mentira, se preguntan cuál será el futuro de estas ciudades cuya legitimidad está a la baja para las mayorías, y ven con horror que lo que algunos han llamado la "dualización de las ciudades" es además un factor de desintegración social creciente a todas las escalas de análisis.

La comunidad urbana se construye cada vez más sobre bases defensivas o de reconocimiento de factores comunes que marcan la diferencia con relación al otro (el consumo, por ejemplo) más que sobre base de una pertenencia a una sociedad que comparte valores sociales. En las periferias ricas son la riqueza, el consumo ostentatorio y la necesidad de protegerse que crean la comunidad. En las periferias pobres es la necesidad —la razón de la supervivencia— que eventualmente une lo que la sociedad en globalización tiene tendencia a desunir.

En un contexto como este, la identidad urbana es difícil de construir. Para un gobierno más bien socialdemócrata que pretende transformar la ciudad sobre base de la participación social, es crucial poder contar sobre grupos que asumen una actitud positiva hacia la ciudad, que deseen construir lo que ha sido llamado "una ciudad para todos". Sin embargo esta ciudad para todos solamente es hasta ahora la ciudad de algunos donde la presencia de muchas ciudades distintas se hace evidente en un solo cuerpo metropolitano.

La coincidencia entre las identidades por lo menos a través de algunos aspectos clave admitidos por todos con relación a la identidad de la ciudad y su futuro, es una condición sine qua non de la gobernabilidad. Es también el fundamento y una estrategia de promoción de la ciudad en el sistema global, todos los autores sobre este tema convergen sobre este punto.

Debemos admitir entonces, en un sentido pragmático, que toda estrategia que trate una mejor inserción de México en el concierto de las ciudades mundiales, debería pasar primero por un consenso de las fuerzas sociales en presencia con relación al modelo de ciudad que se quiere alcanzar. A su turno este modelo es tributario de un modelo de ciudad admitido por todos, sin por ello que las desigualdades pueden desaparecer como en forma mágica. Pero no es menos cierto que una ciudad que se fragmenta socialmente, que destruye progresivamente y de forma radical los fundamentos mismos del "vivir juntos" de la ciudad urbana, es cada vez menos capaz de mantenerse en un sistema de competición acrecentada que pide, entre otros, una imagen de coherencia y un mínimo de caos social.

¿Será la ciudad de México capaz de enfrentar ese desafío si las políticas actuales se mantienen?

Notas

1 Hablar de nuevos cambios económicos es algo presuntuoso en una ciudad que ha cam-biado en forma sustancial a lo largo de su historia (Gruzinski, 1996). Sin embargo, consideramos que la larga fase de sustitución de importaciones que se ha manifestado de 1945 a 1970 aproximadamente, fue rota por las nuevas obras y la nueva dinámica que trae la renta petrolera. Ese breve paréntesis petrolero se vuelve así una suerte de parteaguas en la historia de la ciudad, desde una perspectiva económica y morfológica.

2 Una descripción detallada de esta fase de la economía mexicana se encuentra en Hiernaux (1998, en De Mattos, Hiernaux y Restrepo, compiladores).

3 Cabe señalar que la ciudad de México, como área metropolitana, está formada por el Distrito Federal (que ganó la izquierda) compuesto de 16 delegaciones, y de 27 municipios conurbados, situados sobre el vecino Estado de México. Hoy algunos investigadores como Gustavo Garza, consideran que el área conurbada alcanza 45 municipios.

4 Las vecindades son aquellas viviendas colectivas formadas por cuartos de alquiler de bajo costo, donde han transitado grandes contingentes de migrantes hacia la ciudad de México. Se asemejan a los conventillos chilenos.

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